martes, 17 de marzo de 2009

La gran cacería de Miyako

En el bosque se extendía leguas y leguas a través de la provincia de Settsee, resonaban los cuernos de caza, los ladridos de los perros, la gritería de los cazadores y el relinchar de los caballos. El poderoso Miyako estaba cazando. Durante tres días y tres noches sin descanso, la gran cacería agitó aquellos parajes, matando o capturando a todos los animales grandes y pequeños que vivían en aquel bosque secular.
Yasuma, el joven leñador que habitaba en una cabaña en el centro de un claro, oía aquel ruido y sufría. Amaba a los animales del bosque, pues todos eran amigos suyos, y odiaba a aquellos hombres malos y crueles que, por puro pasatiempo, los exterminaban sin piedad. Al anochecer del tercer día, abriose la puerta de su cabaña, y en el umbral apareció temblorosa de espanto una hermosa zorra blanca.
-Escóndeme, te lo ruego- dijo con voz insegura el bello animal, juntando las manos en acción de implorar.
Yasuma la escondió con cuidado: la cacería pasó de largo entre relinchos de caballo y ladrar de perros y hasta que el último eco de aquel estruendo se perdió a lo lejos, la zorra no abandonó s escondite. Y¡ Oh maravilla!, se transformó en una bellísima muchacha de ojos negros y aterciopelados, cabellos sedosos y traje blanco y flotante.
-Soy la princesa Crisantemo- explicó al asombrado leñador-; mi madrina, que era una maga, me transmitió el don de poderme mudar en un animal cualquiera, cuando así lo deseo. Ayer se me ocurrió la idea de transformarme en zorra y participar en la cacería, no como cazadora, que es lo que suelo hacer, sino como animal salvaje ¡Que cosa más horrible! ¡Cuánto he sufrido! Me he jurado a mí misma no cazar más y prohibir a mis vasallos que los hagan, ya que no quiero que las pobres bestezuelas sufran lo que yo he sufrido. De no haber sido por tu bondad, a estas horas estaría despedazada por los perros. Ven a mi castillo; te ofrezco mi mano y mis riquezas, para que compartamos todo.
Así pues el joven leñador fue príncipe, más no se ensoberbeció en modo alguno por ello; siguió siendo modesto y sencillo como cuando habitaba aquella mísera cabaña del bosque y, como entonces, estuvo siempre pronto a socorrer a los pobres seres sin defensa contra la prepotencia de los más fuertes.

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