Había gran tumulto en la feliz mansión de los dioses: Suzano, el terrible dios de la tempestad se portaba mal de veras. Exuberante, tosco, torpe, grosero, cual aldeano que por vez primera baja a la ciudad, sentíase extraño entre aquellos áureos edificios, entre aquellos jardines de ensueño, entre aquellas delicadas nebulosas y aquellos evanescentes cometas. Lo derribaba todo a su paso, hollaba los delicados arriates, arrancaba los árboles perfumados, hacía desbordar los plateados ríos, desbarataba las estrellas y arruinaba los palacios divinos.
Todos los dioses estaban cansados de él, pero la más indignada era Amaterasu, la bellísima diosa del sol, que muy a menudo se peleaba con el terrible hermano.
Un día, tras una disputa más violenta que las de costumbre, roja de cólera, cerró los puños, y echando chispas por sus luminosos ojos, con voz enronquecida por la indignación, anunció su firme decisión d vivir oculta para siempre.
Dicho y hecho. Se retiró a su celeste morada de peñas, cerró herméticamente la puerta y desapareció de la vista de todo el mundo. Entonces el universo estuvo de luto. En el cielo y en la tierra ya no había luz ni calor, y se extendía por doquier, con su tupida cortina de tinieblas, una profunda noche eterna.
Los dioses, desesperados decidieron reunirse en la Vía Blanca como la leche, para celebrar consejo. Uno tras otro, a la jora fijada, andando a tientas a través de las tinieblas, llegaron al lugar de la cita. Cuando la asamblea estuvo completa. Ocho millones de dioses se hallaban en el camino celeste; y en aquélla oscuridad, densa como la del infierno, oíase un zumbido semejante al de un enjambre de moscas en pleno verano.
-¿Qué debemos hacer para obligar a la diosa del Sol a reaparecer?- preguntó entonces el rey de los Dioses.
A continuación tomó la palabra Taka-mi-misubi, el dios de la inteligencia y de la astucia.
-Quizá- dijo- la diosa aparecerá si oye cantar los gallos.
La propuesta del astuto dios fue acogida con vivos aplausos. Inmediatamente fueron izados largos caballetes sobre los cuales se colocaron mil caballos de plumaje abigarrado y voz tonante. A una señal, las aves se echaron a cantar a grito pelado, mientras a su alrededor los dioses aguantaban la respiración en espera de la reaparición de Amaterasu.
Pero las tinieblas no fueron surcadas por ningún rayo luminoso y la puerta de la caverna se mantuvo herméticamente cerrada.
Taka-mi-misubi habló entonces de nuevo:
Amaterasu, antes que diosa, es mujer- dijo- y, como todas las mujeres, es ambiciosa, curiosa y celosa. Explotemos estas características femeninas en nuestro beneficio.
En seguida el dios fabricante preparó un estupendo espejo e hizo magnificas alhajas. Los otros dioses trajeron también espléndidos dones: brocados, telas hechas con alas de mariposa, sombrillas vaporosas de abigarrados papeles, chales multicolores cintas leves y suaves, velos, blondas, etc. Todo lo cual fue puesto convenientemente frente a la gruta de la diosa. Al lado de estos espléndidos obsequios, fue colocada una tarima, sobre la cual púsose a danzar con alígera gracia la diosa Uzume. Las otras divinidades admiraban sus graciosos movimientos y aplaudían con entusiasmo sus piruetas.
Amaterasu, desde el fondo de su morada oyó aquellos ruidos y aplausos y muy pronto se sintió picada por la curiosidad.
-¿Qué será lo que tanto les divierte?- se preguntaba , ansiosa. ¡Parece que mi ausencia no los entristece!
Llevada por la curiosidad, entreabrió la puerta para echar una rápida ojeada a los de afuera; los demás dioses se dieron cuenta de ello y la diosa Uzume le dijo:
- Ven, Amaterasu, ven a participar de nuestra alegría. Acaba de llegar entre nosotros una nueva diosa, más bella y resplandeciente que tú.
A tales palabras, la curiosidad de la divina prisionera mudose rápidamente en terribles celos. ¿Una nueva diosa? ¿Y más hermosa y resplandeciente que ella? Abrió un poco más la puerta para ver a aquella terrible rival , y haciendo esto descubrió, reflejada en el espejo, su propia imagen. Un grito de sorpresa, seguido al instante por un suspiro de alivio: Amaterasu se había reconocido en el espejo.
Avanzó hacia el cristal, vistiose las estupendas telas, se adornó con las alhajas centellantes y sonrió. Su sonrisa, más hermosa y resplandeciente que antes, iluminó el mundo.
Entonces todos los dioses la rodearon, obsequiosos y reverentes. Luego todos juntos se encaminaron hacia la morada de Suzano como una avalancha, agarraron al terrible dios, le cortaron, la barba, le arrancaron las ganchudas uñas, que parecían garras y lo expulsaron, como merecía del cielo.
Desde entonces, radiante y benéfica, la luz del Sol resplandece sobre el universo sin oscurecer jamás.
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