El mikado había enfermado gravemente de una misteriosa dolencia, que ningún medico lograba curar. Los gentilhombres, que velaban a su señor noche y día, notaron que, al filo de la medianoche, el enfermo empezaba a lamentarse, como si sufriese atrozmente, y continuaba así hasta las primeras luces del alba. Cierta noche, además un jardinero que se había quedado en el parque de palacio más de lo que solía, al dar las doce vio elevarse del bosque vecino una inmensa nube negra que, planeando lentamente a través del aire terso de la noche, fue a posarse sobre el tejado del pabellón central del alcázar, donde dormía el Mikado. Corrió al momento a contar lo sucedido, y toda la gente se conmovió; seguramente se trataba de un monstruo que con su maléfico influjo, traía la muerte al poderoso soberano. Todo el mundo estuvo de acuerdo en decir que era necesario matar al extraño ser. Mas ¿Quién lograría hacerlo? Era aquello una empresa sobremanera ardua.
Finalmente, tras prolongada discusión , la elección recayó en el valeroso Yorimasa, de la familia de los minamoto, el más hábil guerrero no sólo del Japón sino del mundo entero.
Yorimasa se puso su reluciente armadura y cogió su arco infalible; luego bajó resueltamente al jardín del palacio, donde permaneció en espera del monstruo.
La noche poco a poco, envolvió el mundo con su manto tachonado de estrellas,; una luna argéntea elevose por el cielo, enviando sus rayos a la tierra. Y he aquí que el primer toque de la medianoche resonó lúgubre en lontananza. Entonces, la nube negra y amenazadora apareció como una mancha de tinta sobre el terso firmamento y fue a posarse sobre el tejado del lacio. Yorimasa lo miró fijamente y vio que tenía la forma de un dragón enorme con cabeza de mino, el cuerpo de tigre y la cola de serpiente. Tendió el arco, apuntó con calma, firme el brazo y seguro el ojo, y disparó la aguzada flecha. La tierra tembló y con un horrible aullido el cuerpo inmenso del monstruo se desplomó sin vida.
Destruido aquél, el Mikado se restableció completamente y recompensó al héroe que lo había librado del maleficio.
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