El rey Arturo tenía una hermana llamada Morgana , a quien amaba mucho pero que era envidiosa. Odiaba por ello de corazón a la esposa del rey Arturo, la hermosa Ginebra, quizás porque ésta era más hermosa que ella. Debe saberse que Morgana era maga y por ello poseía poderes y facultades que no tienen los demás mortales.
Cuando Morgana supo que Lanzarote era el predilecto de Ginebra, para enojar a ésta quiso perjudicar al joven caballero. Por ello, un día en que el héroe se hallaba viajando por el país en busca de aventuras, hizo aparecer ante él, por arte de magia, la figura de un gigante que raptaba a una doncella. Como todo caballero tuviese la obligación de defender a los débiles y a las damas, Lanzarote emprendió la persecución del gigante para liberar a la desdichada doncella y así , siguiéndole , llegó sin advertirlo, hasta el patio del castillo que habitaba Morgana. Una vez en su poder, la maga le hizo s prisionero y le dio a beber un terrible filtro que enloquecía. Sólo entonces, al verle privado de juicio y de memoria, le dejó marchar. El pobre Lanzarote vagó largo tiempo sin saber a donde dirigirse; se alimentaba de hierbas y raíces , bebía en los manantiales y regatos; llegó a estar andrajoso y enfermo, consumido por la fatiga física , manchado de barro, agotado por el hambre. En este estado lamentable le halló un día la Dama del lago, el hada Viviana, y sintió gran compasión; le hizo transportar al palacio encantado que había construid dentro del lago, y con toda suerte de amorosos cuidados logró devolverle a Lanzarote la salud y la razón. Una vez recobradas las fuerzas, el valeroso caballero, solo anheló volver a las batallas de otro tiempo y rogó a la buena ama que le permitiese marchar. La dama del lago accedió , y como su magia le permitía conocer incluso lo que ocurría en países lejanos, le advirtió que la reina Ginebra corría en aquellos momentos grave peligro por causa de un guerrero poderoso y desleal llamado Meliagante. Este había llegado, en efecto a la corte del rey Arturo para medir sus fuerzas en duelo con Lanzarote , y habiendo sabido que el joven caballero estaba ausente, desafió a toda la corte, acusando con insolencia al rey de deslealtad y felonía , y afirmando que si dentro de un plazo fijado Lanzarote no se presentaba, le consideraría un cobarde, y en castigo, raptaría a la reina Ginebra.
Arturo era, por naturaleza, paciente y bondadoso, pero la desfachatez de Meliagante merecía , en verdad un correctivo: así que lo hizo detener y arrojar de su castillo como un perro sarnoso. Meliagante juró vengarse y cierto día que la hermosa reina Ginebra se hallaba paseando por el prado, a traición, la hizo raptar por sus soldados.
Cuando oyó tantas infamias, Lanzarote sintió que la cólera le invadía. Partió, pues, inmediatamente al galope hacia la torre de Gorre, a donde la Dama del Lago le dijo que Meliagante llevaba a la reina Ginebra. Y a pesar de que Meliagante tenia un caballo que corría como el viento, Lanzarote logró darle alcanza y aun adelántasele con ánimo de cortarle el camino. Pero el traidor, de un golpe inesperado, mató el caballo de Lanzarote y el pobre caballero se encontró, de pronto a pie e impotente, mientras Meliagante desaparecía con la reina en el horizonte entre nubes de polvo. Sentado a la orilla del camino, Lanzarote meditó el medio de remediar aquella desgracia, y no pudiendo hacer nada, tal como se hallaba, a pie, las lágrimas acudieron a sus ojos. En aquel momento vio venir hacia él un enano que conducía un carro. Fue a su encuentro y le pidió ayuda. Y el enano dijo:
-Sé que vas en busca de la reina Ginebra, caballero. Si haces lo que yo te diga, mañana podrás verla. En tanto, sube a mi carro.
Montar en un carro, era para un caballero la cosa más ridícula y deshonrosa que pudiera hacer; pero Lanzarote no dudó un instante, tan grande era su deseo de liberar a la reina. Apenas. Lanzarote montó , el enano fustigó el mulo y el carro arrancó. Atravesaron así aldeas y ciudades, y de todas partes acudía la gente para ver aquel espectáculo tan divertido de un caballero que se dejaba transportar en un carro; y todos se burlaban del pobre Lanzarote , pero éste, desafiando el respeto humano, no se daba por entendido. Llegaron así a un pueblecillo y se prepararon a dormir en un pajar. Al amanecer del día siguiente, puntualmente, como había prometido, el enano mostró al caballero la reina Ginebra, que paseaba a caballo con el Meliagante.
Lanzarote buscó un caballo de silla y s lanzó al galope hacia el lugar por donde desaparecieron la reina y su raptor. Llegó así hasta un río anchísimo y muy profundo, que no podía ser vadeado. Un pastor le informó que Meliagante había llevado a la reina a un castillo que se alzaba en la otra orilla del río ; pero le dijo también que para atravesar el río sólo existía un único y extraño puente, que consistía en una hoja delgadísima de una espada. Lanzarote se hizo indicar el lugar donde se hallaba el puente; desgarró su capa en mil pedazos y envolvió con ella sus manos y pies , a fin de que el filo de la espada no le hiriese, y luego empezó a avanzar por él, a fuerza de brazos, suspendido sobre las aguas del río . La sangre fluía de las manos y de los pies del caballero, mal defendidas por la tiras de tela ; pero el héroe no se daba cuenta de ello, obsesionado por la idea de llegar cuanto antes al otro lado para liberar a la reina. Al fin llegó a la tan deseada orilla. Allí se habían reunido todos los habitantes de los países vecinos para asistir al espectáculo increíble del paso del puente, y entre ellos se hallaba también Meliagante. Sin pérdida de tiempo y antes que su enemigo pudiera recuperarse de la sorpresa, Lanzarote se arrojó sobre él con la espada desnuda. El duelo fue breve y Meliagante dejó la vida en él. La hermosa Ginebra, finalmente liberada, tendió la mano a su salvador en prueba de agradecimiento, pero Lanzarote se arrodilló , respetuoso a sus pies.
Cuando regresó a la corte del rey Arturo con la reina Ginebra, se celebraron en su honor grandes fiestas y tuvo la dicha de sentarse a la mesa a la derecha del rey.
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