viernes, 1 de marzo de 2019

Mitos supersticiones y supervivencias populares de Bolivia: Amores y matrimonios indígenas

El amor sexual es, entre los indios, libre, instintivo y desligado de trabas que lo coarten y de educación que lo dignifique.
El hombre posee a la joven soltera, casi siempre por la violencia; la fuerza y no la voluntad es la que prima en esos actos, sin motivar escándalo, ni atraer la cólera de los padres de la ofendida. Ninguna importancia dan a la virginidad de la mujer; por el contrario, la virginidad conservada por mucho tiempo, la consideran deprimente, como signo de haber sido despreciada por los hombres. Morirás doncella, dice la casada a la joven a quién trata de injuriar. La idea de llegar a la vejez y morir virgen, horroriza a la india: cree ésta que si tal cosa sucediera, su existencia resultaría, sin objeto e inútil. El amor, repiten, dignifica a la hembra, porque la hace cumplir su misión en la tierra, que es la de tener hijos y perpetuar la especie...
Semejante criterio proviene de la condición excepcional en la que está colocada la mujer en la economía doméstica, que le hace ver claro su destino. Desde muy niñas se crían en agreste libertad, dedicadas al pastoreo del ganado en campos apartados o desiertos, junto a varones que se ocupan de las mismas tareas, con quienes se establecen relaciones estrechas de compañerismo, que dan lugar a que, presenciando juntos el frecuente ayuntamiento de los ganados, sientan despertarse precozmente en su naturaleza los instintos sexuales, y excitados por la ociosidad y el trato familiar y libre, se vean impulsadas a satisfacerlos, estando aún en la adolescencia.
Además, nunca han considerado las mujeres, desde los tiempos precolombianos, que fuera reprensible el dedicarse a carnales entretenimientos, cuando están solteras y no tienen amantes que las cohiban hacerlo. «También sorprende, dice Lorente, su manera de pensar [la del indio] sobre la castidad de las mujeres. Tenían en poco la de las solteras y solía ser estimada en más la que había sido más licenciosa. Tal vez procedían así porque en las mujeres de trato libre, y estimadas por eso de la muchedumbre, creían ver mujeres hacendosas que les ayudarían en sus faenas. Lo cierto es que concediendo tanta libertad a las solteras, condenaban a muerte a la casada que era convencida de adulterio».[28] «Andan vestidos de ropa de lana ellos y sus mujeres—dice por su parte Cieza de León—las cuales dicen que, puesto que antes que se casen pueden andar sueltamente, si después de entregada al marido, le hace traición, usando de su cuerpo con otro varón, la mataban»[29]. Igual opinión tiene Garcilaso de la Vega, que dice: «Demás de esta burlería, consentían en muchas provincias del Collao, una gran infamia; y era, que las mujeres antes de casarse podían ser cuan malas quisiesen de sus personas, y las más disolutas se casaban más aina, como que fuese mayor calidad haber sido malísimas.»[30]
Debido a esa manera de pensar tradicional, la india casada o aynoni, es muy fiel a su esposo o ayno; en tanto que la soltera o huarmikkala es liviana, sin que ello sea un obstáculo para que se case. Con la chola ocurre lo mismo; se matrimonia después de haber tenido contacto con varios hombres. La diferencia está, en que la chola, si bien no tiene el concepto de la india sobre la virginidad, la cual, su pérdida la trasluce y la tiene a honra, cuando aún no es concubina o sipasi de alguien, tampoco es en aquella un inconveniente, para que no pueda contraer matrimonio[31].

Dividían las jóvenes o tahuakos, en cuatro categorías. A las hermosas llamaban paco-hakhllas; a las de mayor belleza, hanko-hakhllas; a las medianas huayrurus y al común de mozas, hahua-tahuakos.
El indio joven o huayna, que se ha enamorado de una joven y es correspondido por ésta a cuyo estado psicológico llaman huayllusiña, es decir, amarse tiernamente, para diferenciar del munasiña que significa quererse, pero en un sentido general, busca la ocasión para tener precisamente comercio ilícito con ella antes de casarse. Entre los indios el concubinato precede siempre al matrimonio. Y el concubinato lo inicia el varón obligando a la mujer a seguirle, con objeto de recobrar alguna prenda de vestir que le ha arrebatado al final de una entrevista. Es de uso entre ellos que la mujer vaya en pos de su enamorado sólo en este caso, siendo imposible que lo haga, sino ha ocurrido tal cosa, aunque esté ardiendo en deseos de hacerlo y nadie la coharte en su libertad. Conocedor el indio de esta costumbre, apenas nota que su enamorada cede a sus insinuaciones, le quita violentamente el sombrero o el manto y se aparta apresurado. La joven entre risueña y aparentando enfado va siguiéndole hasta donde aquél cree conveniente pararse y esperarla, que es en un sitio regularmente solitario y cubierto a las miradas indiscretas.
Cuando se disgustan, la mujer le echa en cara ese acto, diciéndole: yo no te quise, tu abusaste de mi persona por la fuerza, y me hiciste tuya contra mi voluntad...
Los padres del indio que trata de contraer matrimonio se dirigen a la casa de la novia, llevando consigo aguardiente y un atadito de coca. Después de manifestar a los padres de ésta sus pretensiones, les invitan el aguardiente que han traído, quienes si aceptan la invitación y beben el aguardiente, lo que efectúan tras de muchos ruegos, se suponen que asienten a la petición; si por el contrario, se niegan a beber, es señal de que la rechazan, retirándose en seguida en este caso. A continuación de las copas de aguardiente viene el atadito de coca que los peticionarios alcanzan a los dueños de casa; si lo reciben y abren, está resuelta favorablemente la petición; entonces, el padre de la novia toma algunas hojas de la sagrada planta y les alcanza a los padres del novio, expresándoles que sea en buena hora el matrimonio, que haya armonía entre los futuros contrayentes, y que lleguen a tener bienes y sea el hombre el que domine su comarca. Reparte a los asistentes algunas hojas más y después el resto se lo guarda para devolver la manta o tari, al día siguiente vacía y atada de un modo especial. En el inesperado caso de retractación, el envoltorio es devuelto tal como fué recibido.
La ceremonia de la petición, conocida con la palabra sartasiña, es común entre los indios y mestizos, con la diferencia de que estos últimos no hacen uso de la coca. Generalmente suele degenerar el acto, cuando avienen las partes, en una orgía desenfrenada, en la que los concurrentes no se percatan de embriagarse por completo ni de cometer acciones las más licenciosas.
En el nombramiento de padrinos cuidan mucho de que estos sean de moralidad reconocida, trabajadores y buenos esposos, porque suponen que sus ahijados seguirán sus pasos. Los padrinos, dicen, son como la luz que alumbra y guía a aquellos en el sendero de la vida y si esa luz es mala, forzosamente andarán mal. Aseguran que entre padrinos y ahijados hay una correlación mental, que no debe olvidarse. Los últimos imitan siempre a los primeros, o disculpan sus faltas con los de estos.
Hasta hace poco tiempo, acostumbraban los indios mandar a la casa del cura a las indiecitas que debían contraer matrimonio próximamente, con objeto de que se las instruyera en el rezo con algunas prácticas religiosas, las cuales, conocidas con la denominación de depositadas, lejos de aprender nociones de moralidad, eran corrompidas por el cura, que abusando de la candidez y sencillo espíritu de estas, las hacían víctimas de sus lúbricos instintos, cuando no las abrumaban con fuertes trabajos, por lo que, en buena hora, llegó a suprimirse tal práctica.
Verificado el matrimonio, se distribuyen entre los padres de los novios, éstos y los padrinos los días en que cada cual hará su estival. Regularmente comienzan los novios, siendo este día el celebrado con mayor solemnidad. A mediodía vienen todos los parientes de aquellos, entre quienes, los tíos y cuñados con el nombre común de laris, y los parientes de la mujer de tollkas[32], son los que se distinguen en traer consigo para obsequiar a los recién desposados, una o dos cargas de algún producto del país, o un cordero y aun un torito; obsequios que en su caso están obligados a devolver a sus favorecedores. Después concurren los aynis, comprendiéndose en esta palabra a los obligados a corresponder a los contrayentes con algún objeto o dinero, lo que en otra ocasión lo recibieron uno de ellos o de ambos. Conducen los aynis, dinero con el nombre de arcos, que varía entre diez, quince, veinticinco y treinta pesos fuertes, acondicionados en alguna fruta o charola bien adornada. Fuera de estos hay otros, que sin estar obligados traen sus arcos, con objeto de que les devuelvan los novios en su oportunidad, cuando tengan alguna fiesta, quienes se convierten, respecto a estos, en aynis. La deuda contraída en esta forma la consideran sagrada y es imposible que dejen de satisfacerla.
La finalidad perseguida con este sistema de entrega de especies y valores, sujetos a una devolución tardía, es dar a los recién casados, un corto capital, para que puedan subvenir a las múltiples necesidades del hogar que establecen. Los conductores traen sus especies al son de un tambor y pitu, o flauta indígena, cuyos agudos y alegres aires tienen por objeto principal llamar la atención del público.
Los novios permanecen en el día sin apartarse el uno del otro, ya sea que se encuentren sentados, hagan atenciones o se levanten a recibir los obsequios. Cuando uno de ellos siente alguna necesidad corporal, participa a su consorte; ambos acompañados de los padrinos salen fuera y después de llenar su objeto, regresan siempre juntos. La preocupación es que no deben separarse ni un solo instante para que así vivan en su nuevo estado y que la infidelidad no turbe con sus ásperos y disolventes sinsabores la paz y armonía del hogar que se forma bajo tan felices auspicios.
La fiesta que se desarrolla durante el día es bulliciosa y de excesiva embriaguez. Los más cuando llega la noche se encuentran en estado de no poderse tener ya en pie. El momento en que deben recogerse a dormir los novios, la madre del esposo conduce a su nuera o yojjccha, hasta el dintel de la puerta del dormitorio, desde donde se hace cargo la madrina. Al novio lo acompañan hasta el mismo linde, el suegro, y lo entrega al padrino, todos juntos, con un par de velas encendidas en la mano, penetran a la habitación, dan una vuelta el lecho nupcial, apagan las luces y mientras dura la oscuridad, dice el padrino, dirigiéndose a sus ahijados: Hijos míos, así como se han apagado estas velas, ha terminado vuestra vida libre de solteros, ahora otra luz, la luz sagrada del himeneo alumbrará vuestra existencia futura, si vosotros la alimentáis siempre con vuestro recíproco cariño, con el trabajo y la mutua protección que os prestéis, ella nunca se oscurecerá y seréis felices, sino Dios os compadezca.
En seguida prenden nuevamente las velas, se despiden los padres y demás acompañantes, quedando los padrinos solos con sus ahijados. El padrino desviste al novio y lo acuesta; la madrina hace lo mismo con la novia, después, recomendándoles que sean esposos ejemplares y tengan numerosa prole, se retiran cerrando la puerta por fuera. Junto a ella, los concurrentes a la boda hacen reventar cohetes y comienzan los hombres a gritar que el nuevo vástago que nazca sea varón, y las mujeres que sea del sexo femenino.
La fiesta se realiza al día siguiente en la casa de los padres y el tercer día en la de los padrinos. Prácticas son estas de las que no pueden prescindir, sin causar murmuraciones en la comarca.
Correspondiendo a los padrinos de sus afanes y gastos, los recién casados, cuando aquellos invisten alguna función pública, están obligados a visitarlos a medio año, al son de tambor y flauta, llevándoles algunos obsequios y haciéndoles beber ese día. Llaman este cumplido chicancha.
Las vinculaciones que se forman con motivo de los padrinazgos y compadrazgos, son fuertes en las clases populares, estando comúnmente obligados los ahijados a seguir las opiniones políticas de sus padrinos o compadres, o siquiera ayudarlos y servirlos cuantas veces estos se les exijan.
En las discordias matrimoniales, son los padrinos, los que intervienen para zanjar las diferencias que se suscitan y devolver la tranquilidad y armonía en el hogar de los ahijados, con sus amonestaciones autorizadas; si a pesar de los consejos se desquicia el matrimonio, los padrinos se enojan con el culpable y no vuelven a dirigirle la palabra y se constituyen en protectores de la inocente.


[28] Historia antigua del Perú, por Sebastián Lorente. Lima, 1860, pag. 77
[29] Historiadores primitivos de Indias.—Colección dirigida e ilustrada por don Enrique de Vedia.—Tomo II.—Madrid 1900, pag. 443.
[30] Los Comentarios reales de los Incas.—Libro II. Cap. XIX.
[31] A semejanza de los mestizos que llaman a la esposa mi mujer, los indios casi no usan las palabras ayno y aynoni sino que las han reemplazado con el de chachaja, que quiere decir literalmente mi hombre, refiriéndose al esposo y huarmija, mi mujer, tratándose de la esposa. A la concubina se dice tahuakoja, mi moza, o uñtathaja, mi conocida, y al amante huaynaja, mi joven. La dulce palabra sipasi está en desuso, y tanto ésta como las de ayno o aynoni las emplean sólo en sus cantares, o en comarcas apartadas que mantienen escaso trato social con pueblos de otra índole.
[32] Con la denominación de tollkas, se comprende también a las personas que se distinguen por sus obsequios y familiaridad con los novios o alfereces. Laris y tollkas, son las categorías de importancia que actúan en todas las fiestas indígenas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario