de plumas, conchas o piedras de color que se envuelven, en alguna especie suya.
La mujer que se halla acosada por un hombre, puede librarse de ser poseída por éste, con sólo partir o doblar el topo o prendedor con el que se asegura el manto, o tenerlo en la mano envuelto en un extremo de él; con esto hará que los bríos de su perseguidor desfallezcan y se muestre repentinamente impotente para abusar de ella.
No debe contraerse matrimonio el día domingo, para que no abunden las desgracias en el nuevo hogar.
Cuando el momento, o después de la ceremonia del desposorio, se cae al suelo el anillo de compromiso, a uno de los novios, augura que morirá éste muy pronto. Si durante ella, o en el festín que celebran los novios, se rompe algún objeto destinado para el uso particular de éstos, denota que no habrá armonía entre ellos y que se separarán más o menos tarde.
Para triunfar en el corazón de un esposo o amante y poseerlo por completo, hay que azotar la nalga pelada de la rival, con uno de los zapatos que se usa. Se debe a esta superstición que la mujer del pueblo, haga esfuerzos en una riña, para derribar a su contraria al suelo y levantándole la falda y los refajos, sacarse un zapato de los pies y descargarle en nalga desnuda uno o dos golpes.
Los jóvenes que desean saber la clase de mujer que les corresponderá por esposa, consultan al brujo, quien escarba un sitio particular, si en él encuentra cabellos blancos, dice que se casarán con vieja, si negros con moza y si castaños con muchacha.
Para descubrir el cariño de la persona de quien se halla uno enamorado, acostumbran sacar de la calavera de los cuys, un par de huecesitos con forma de animalillos, que llaman zorros, y echarlos en un vaso de chicha, si después de beber el líquido encuentran los huecesitos unidos, dicen que ambos se quieren, o bien que los sentimientos de aquella persona son fingidos. Este acto llaman simpasiña.
También hacen iguales consultas los jóvenes, con cordeles que revuelven en los dedos.
El amante que se retira vuelve a la casa de la mujer, de quien trata de apartarse, cuando ésta ha clavado tras de la puerta de su dormitorio, el calzado viejo perteneciente al pie derecho de aquél. Creen que con este acto ha quedado apresada una parte de su ser, que lo atraerá forzosamente al hogar desdeñado.
Los enamorados indígenas acostumbran pellizcar a sus parejas, si estas soportan el dolor que les causa el acto, y les responden con iguales pellizcos, suponen que están correspondidos.
El indio nunca besa a su enamorada; el beso, como manifestación de amor es desconocido en esta raza. Lo que hace, en los momentos de cariñosa intimidad, es agarrarla de las sienes con la palma de sus manos y frotarla con su barbilla la frente, causándole con este alago, llamado musuraña, una placentera sensación de voluptuosidad. La joven, cuanto más quiere a su galán más a menudo le presenta su frente para recibir tal caricia.
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