Se dice que allá en Puyuya había, en la época colonial,
una población de indígenas dependiente del reino de Quito,
y que a la aparición de los españoles esos indios se refugiaron
en un cerro y quedaron encantados. Desde entonces,
todos los meses, en Luna nueva, se oyen en el espacio
ruidos fantásticos y llanto de indios.
Poco tiempo después se fundó la ciudad de Jaén de Bracamoros,
donde los españoles construyeron una gran iglesia, en
la que tenían una enorme campana de oro, cuyo peso era de
una tonelada. Los jíbaros (indios salvajes del Alto Marañón),
tratando de vengar la muerte de uno de los suyos, invadieron
la ciudad y decapitaron a los habitantes, escapándose solo
unos cuantos, quienes fijaron su residencia en Tomependa y
Pajillas, y fundaron más tarde el pueblo de Bellavista.
Un fraile español, que después de un tiempo regresó
en busca de la campana de oro, encontró la ciudad destruida
y convertida en campo de descanso de los ganados;
entonces escribió el siguiente cuarteto:
Jaén de Bracamoros,
refugio de vacas y toros,
esqueleto de ciudades
y desengaño de todos.
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