Una mujer, en su caserío, después que su marido se iba a la cama, se solía quedar en la cocina hilando junto al fuego.
Y todas las noches entraba por el hueco de la chimenea un tremendo gato negro, que con los ojos rojizos se le quedaba mirando largo rato y luego se marchaba.
Al fin, un día dijo la mujer al marido:
—No puedo parar de miedo; ya no me voy a quedar por las noches en la cocina.
—¿Y por qué?
—Porque un gran gato negro se me mete por la chimenea y me da unos tremendos sustos mirándome con sus ojos rojos.
—Habrá que acabar con ese gato —dijo el marido.
Y a la noche mandó a su mujer a la cama y él se quedó vestido con las ropas de ella hilando en la rueca.
Al rato, y como todas las noches, cayó el gato por la chimenea levantando una nube de hollín. Luego se acercó adonde estaba el hombre hilando y, mirándole, dijo el gato con voz cavernosa:
—¿Con barbas e hilando?
Y el hombre replicó:
—¿Y tú gato y hablando?
Y agarrando el hierro de la cocina le arreó tal golpe, que lo mató. Luego lo cogió del rabo y lo tiró por la ventana.
Al día siguiente apareció muerta una mujer con saya roja que vivía en la vecindad, y de la que se decía que era bruja.
¡Claro que lo era!
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