sábado, 23 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL FUEGO EN NORTEAMERICA

Los indios sia de Nuevo Méjico dicen que la araña, a la que
llaman Sussistinnako, fue la creadora de los hombres, los animales,
los pájaros y todas las cosas vivientes. Vivía en una casa
bajo tierra, y prendía allí su fuego frotando una piedra afilada
contra otra redonda y plana. Pero, tras haber prendido el fuego,
lo guardaba en su casa, haciendo que una serpiente, un puma y
un oso guardaran la primera, segunda y tercera puertas de su
morada, de modo que nadie pudiera entrar y ver el fuego. Así
resultaba que la gente de la tierra no poseía el fuego; su secreto
aún no había sido revelado al mundo de la superficie. Con el
tiempo, los hombres empezaron a Cansarse de andar rebuscando
entre la hierba como los venados y otros animales; así que
decidieron enviar el coyote para que les robara el fuego del
Mundo Inferior. El coyote consintió en emprender la tarea.
Cuando llegó a la casa de la araña en medio de la noche, halló a
la serpiente, que guardaba la primera puerta, dormida en su
puesto, así que se deslizó a su lado y cruzó la puerta. El puma,
que guardaba la segunda puerta, también se hallaba dormido, y
lo mismo estaba el oso, que guardaba la tercera puerta. Después
de cruzar las tres anteriores, llegó a la cuarta, cuyo guardián
también estaba dormido; y pasando a su lado, el coyote
entró en el recinto, donde halló a la araña dormitando profundamente.
Se apresuró, pues, hasta el fuego, encendió en él el
leño de cedro que llevaba atado a su cola, y cuando se disponía a
escapar a toda prisa, la araña se despertó, frotándose los ojos,
justo a tiempo para darse cuenta de que alguien acababa de
abandonar el recinto. «¿Quién está ahí?», gritó; «Alguien ha
estado aquí». Pero, antes de que pudiera alertar a los somnolientos
guardianes de las puertas para detener al ladrón, ya el
coyote se hallaba muy adelantado en su camino de vuelta hacia
el mundo de la superficie con el fuego.1
Los navaho, o navajo, tribu india de Nuevo Méjico, dicen que
sus primeros antepasados, seis hombres y seis mujeres, salieron
a la superficie de la tierra en medio de un lago que se encuentra
en el valle de Montezuma. En su ascenso hasta la superficie
terrestre, se vieron precedidos por la langosta y por el tejón; en
verdad, al llegar a la superficie, se encontraron con los mismos
animales que ahora habitan esa tierra, con excepción del venado
y el alce, que aún no habían sido creados. Sin embargo, en un
aspecto los animales se hallaban en mejores condiciones que los
humanos, ya que estaban en posesión del fuego, mientras que
hombres y mujeres no lo estaban. Pero, entre los animales, el
coyote, el murciélago y la ardilla mantenían una especial amistad
con los navajo, y se pusieron de acuerdo para procurarles
fuego. Así pues, mientras los restantes animales se hallaban
jugando al juego del mocasín cerca del fuego, el coyote se acercó
al terreno de juego con unas astillas de madera resinosa atadas
al rabo; y mientras la atención de los animales se hallaba concentrada
en el juego, éste atravesó corriendo el fuego, de modo
que las astillas de madera de pino se prendieron. Echó a correr,
perseguido por todos los animales; y cuando se hallaba ya agotado,
el murciélago, como previamente habían acordado, lo relevó
en el transporte del fuego y en la carrera. Volando de un lado
a otro, volviéndose primero para aquí y luego para allá, el murciélago
escapó a sus perseguidores durante un tiempo, y cuando
estaba a punto de desfallecer, le pasó el fuego a la ardilla quien,
en virtud de su gran agilidad y resistencia, pudo llevar el fuego
sano y salvo a los navajo.2
Los apaches jicarilla, del norte de Nuevo Méjico, dicen que
cuando sus antepasados emergieron por primera vez de su morada
en el Mundo Inferior los árboles podían hablar, pero las
gentes no podían quemarlos, porque no contenían fuego. No
obstante, la humanidad pudo obtener fuego, finalmente, gracias
a los esfuerzos del zorro. Ya que un día el zorro había ido a
visitar a los gansos, con ánimo de imitar sus graznidos. Los
gansos le prometieron enseñarle, pero le dijeron que si quería
aprender de verdad a graznar debía acompañarles también a
volar. A este efecto le dieron unas alas con las que volar, pero le
advirtieron que durante el vuelo no debía abrir los ojos. Así que,
cuando los gansos extendieron sus alas y emprendieron el vuelo,
el zorro echó a volar con ellos. Cuando vino la noche, pasaron
sobre los muros del recinto donde vivían las luciérnagas. Algunos
resplandores de los llameantes fuegos consiguieron traspasar
los cerrados párpados del zorro, y lo obligaron a abrir los
ojos. Inmediatamente le fallaron las alas y fue a caer en el
interior del espacio murado de las luciérnagas, cerca de donde
éstas tenían sus tiendas. Dos de las luciérnagas fueron a ver al
caído zorro, y este dio a cada una un collar de bayas de junípero
para inducirlas a revelarle por dónde podía atravesar el muro
que cerraba el recinto. Las luciérnagas le mostraron al zorro un
cedro que podía doblarse a una voz de mando, y ayudar a quien
esto hiciera a pasar por encima del muro. Por la noche, el zorro
se acercó al manantial de donde las luciérnagas sacaban agua y
allí halló tierras de colores aptas para hacer pinturas, y con una
de ellas pudo darse una mano de pintura blanca. Vuelto al
campamento de las luciérnagas, les dijo a éstas que deberían
celebrar una fiesta; debían de danzar y alegrarse, y él a cambio
les regalaría un nuevo instrumento musical. Las luciérnagas se
mostraron conformes con esta propuesta, y reunieron madera
para un gran fuego de campamento, que prendieron con su propio
resplandor. Antes de que dieran comienzo las ceremonias,
el zorro se ató unas tiras de corteza de cedro a la cola, e hizo
luego un tambor, el primero que se haya fabricado nunca, y al
que batió un rato. Cansado de batir el tambor, se lo dio a una de
las luciérnagas y se acercó al fuego, hasta introducir en él su
cola, a pesar de que las luciérnagas le advirtieron que no lo
hiciera, diciendo que podía quemársele. «Soy un hechicero»,
dijo el zorro, «y la cola no se me quemará». No obstante, la
observaba con cuidado, y cuando vio que la corteza empezaba a
arder, dijo: «Hace mucho calor aquí, quedaos aquí, mientras yo
busco un lugar más fresco». Y, diciendo ésto, echó a correr con
la cola en llamas, seguido por las luciérnagas, que gritaban:
«¡Para, no conoces el camino! ¡Vuelve!». Pero el zorro corrió
derecho hasta el cedro, y le ordenó: «¡Dóblate hacia mí, árbol,
dóblate!». El árbol lo levantó por encima del cercado, y allí echó
a correr de nuevo, perseguido por las luciérnagas. Según iba
corriendo, los matorrales y los árboles por cuyo lado pasaba se
iban incendiando con las chispas que saltaban de la corteza de
cedro encendida, y así se extendió el fuego por toda la tierra.
Cansado de correr, el zorro le pasó el fuego al halcón, quien lo
llevó un trecho, y se ^ó· alcanzó a la grulla parda. La grulla voló
hacia el sur con el fuego, pero tan rápido que hubo un árbol que
nO resultó alcanzado/por el fuego, y qpe aún hoy sigue sin poder
arder. Aunque el nombre de este árbol incombustible los jicari-
11a no lo conocen. Las luciérnagas persiguieron al zorro hasta su
madriguera, y le informaron que en castigo por haberles robado
el fuego y haberlo extendido por toda la tierra, nunca se le
permitiría usarlo a él.3
Los ute uintah, del nordeste de Utah, cuentan una larga historia
sobre el origen, o más bien, el robo del fuego. En forma
condensada la historia dice: Coyote vivía con la gente de la que
era jefe. Esta gente no tenía fuego. Pero un día, mientras se
hallaba tumbado en su tienda, Coyote vio algo que caía al suelo
delante de él. Era un pequeño trozo de junco quemado que
había volado junto con el humo y había sido transportado por el
viento. Coyote lo cogió y lo guardó, y llamó luego a sus principales
y les preguntó si sabían qué era aquello y de dónde venía.
Pero nadie supo darle respuesta. Entonces, Coyote señaló a uno
de sus hombres, el Búho: «T e elijo a ti», dijo; «tráeme a muchos
búhos». Envió a otro a llamar a las gentes Aguila, y a otro a
llamar a la tribu de las Perdices, de las Codornices y de los
Colibris. También envió a llamar a los Milanos y a todas las
restantes aves. Se enviaron corredores a todas las otras tribus, y
todas vinieron a él rápidamente.
Entonces dijo a un hombre: «Amigo mío, vete al río y tráeme
cañas. Tráemelas aquí». El hombre se las trajo, y Coyote tomó
una vara y machacó las cañas hasta hacerlas trizas. Tuvo así un
montón de corteza de caña machacada. Cuando se empezó a
hacer de noche, tomó pintura de color azul oscuro y restregó la
pintura con la corteza hasta que esta se fue poniendo negra. Era
tan negra como el pelo humano. A la mañana siguiente, nada
más salir el sol, llamó a sus amigos. Se puso la corteza machacada
sobre la cabeza, y lucía como una larga melena que llegaba al
suelo. Cuando sus amigos llegaron a verlo, no tenía el aspecto
de Coyote, sino el de otra persona. No sabían qué hacer al
respecto. Entonces él los despidió, y quitándose su pelo de
corteza, lo envolvió y lo guardó.
Empezaron entonces a llegar las diversas tribus que había
convocado. Venían todos los hombres útiles, pero no todas las
tribus enteras. Fueron hasta su tienda, y se sentaron en círculos
concéntricos para escuchar a Coyote. Les enseñó el junco carbonizado,
y les preguntó a todos si sabían qué era, de dónde
venía, y si venía del Cielo. Se lo fueron pasando de mano en
mano. Pero nadie sabía lo que era. Entonces Coyote dijo: «T en go
la intención de dar caza a esto. Averiguaré de dónde viene,
de qué tribu procede, o si viene del cielo. Quiero que busquéis,
investigando donde os parezca mejor. Para esto os he llamado.
Empezaremos esta mañana».
Empezaron, pues, todos, encaminándose hacia Poniente; ya
que el viento soplaba de allí, y Coyote pensaba que la misteriosa
cosa no podía venir de otra región. Viajaron así, atravesando
colinas sin parar, durante siete días. Un día, Coyote envió a un
gran halcón de cola roja a explorar. El Halcón voló alto, pero
volvió muy cansado, diciendo que nada había visto. Despachó
luego Coyote al Aguila. El Aguila voló en círculos hasta perderse
de vista, y se alejó mucho más que el Halcón. Pero también
volvió cansada, diciendo que nada había visto, salvo que la
tierra parecía un poco humeante. Pensaron entonces los otros
que era mejor enviar al colibrí, y que era él a quien Coyote debía
pedírselo. «Puede hacerlo mejor que el Aguila», dijeron. Así
que Coyote envió al Colibrí. Se alejó volando éste, y estuvo lejos
un largo rato, llegando más lejos de lo que habían llegado el
Halcón y el Aguila. Cuando volvió, dijo: «En los límites de la
Tierra y el Cielo, donde ambos se encuentran, vi alzarse algo.
Era muy lejos. Era una cosa oscura, y su cima estaba inclinada.
Es todo lo que vi». Coyote se puso muy contento de oír aquello.
Y dijo: «Eso es lo que yo pensé que verías. Eso es lo que
andamos buscando. Es de esa cosa lejana de donde procede lo
que yo encontré».
Siguieron, pues, viajando, cruzando montaña tras montaña, y
atravesando un valle tras otro. Cuando llegaron al pie de la
última montaña, Coyote se revistió. Tomó la corteza que traía
guardada y se la colocó sobre el pelo. Se la distribuyó en dos
grandes coletas que le llegaban hasta los pies. Pero antes de
terminar de ornamentarse, envió de nuevo al cielo al Aguila. El
Aguila remontó el vuelo, y cuando descendió de nuevo, dijo:
«No estamos muy lejos ahora. He visto lo que el Colibrí dice
que vio. Estamos ya cerca».
Llegaron así a una aldea situada en la cima de una colina
llana, Coyote habló entonces a sus amigos: «Hasta ahora nada
hemos quemado. Ahora hemos llegado al fuego. Es a por el
fuego a por lo que hemos venido. Se lo arrebataremos a este
pueblo. No les dejaremos nada. Este es el punto de origen del
fuego, pero ellos se quedarán sin fuego. Nos lo llevaremos al
lugar de donde venimos, y lo poseeremos en nuestra propia
tierra. Emplearé este pelo mío para quitárselo a ellos. Engañaré
a esta gente que tiene el fuego».
Todos, a continuación, penetraron en la aldea, y dirigiéndose
a la primera tienda, preguntó Coyote dónde vivía el jefe. Le
señalaron el lugar, y él fue a estrechar la mano al jefe. Le dijo
que habían viajado de tan lejos sólo para verle, y que deseaba
que el jefe pudiera preparar una danza, que él y su pueblo
estarían muy. gustosos de contemplar. El jefe consintió y convocó
a su gente para la danza; las mujeres y los niños asistieron
también, y nadie permaneció en las tiendas. A propuesta de
Coyote, todos los fuegos de las tiendas se apagaron, y sólo
quedó ardiendo el gran fuego de la danza. Entonces, Coyote
desenvolvió su tocado de corteza y se lo puso; todos pensaron
que se estaba preparando para la danza. Y bailó toda la noche
sin descanso.
Cuando empezó a aclarar el día, Coyote lanzó un grito de
señal para su pueblo. Más tarde, cuando la luz fue ya más clara,
se acercó próximo al fuego y lanzó un nuevo grito, sin dejar de
bailar en torno al fuego. Su gente empezó entonces a distribuirse;
estaban listos para comenzar. Coyote, entonces, se arrancó
su tocado de corteza, y, tomándolo en su mano, lo arrojó contra
el fuego y lo apagó. Pero la corteza machacada pronto se prendió,
y tomándola consigo en llamas, Coyote echó a correr. Todas
las gentes de Coyote lo siguieron. En cuanto a la gente de la
aldea, no les quedó ningún fuego; todos se les habían apagado.
Captaron entonces la torva intención con que los extranjeros
habían venido a ellos y empezaron a perseguirlos, queriendo
darles muerte. Mientras los fugitivos corrían, Coyote le pasó el
fuego al Aguila, diciendo: «T ú puedes ir más deprisa; toma esto,
amigo mío». El Aguila lo cogió y echó a correr, pero al poco se
agotó, y le pasó el fuego al Colibrí; y cuando el Colibrí estaba a
punto de agotarse, le pasó el fuego al Milano. Poco a poco los
pájaros lentos fueron agotándose, y abandonando la carrera, se
escondieron lo mejor que pudieron; sólo los pájaros más rápidos
y resistentes persistieron. Pero Coyote vio que sus perseguidores
se acercaban, y eligió al Azor como la más veloz de las aves
y le entregó el fuego. Ulteriormente, el mismo Coyote volvió a
tomar el fuego y siguió corriendo, diciéndole a su gente que lo
siguieran tan rápido como pudieran. Nuevamente volvió el Colibrí
a tomar el fuego de manos de Coyote, pero este le advirtió:
«¡Párate! El fuego está a punto de apagarse». Esto enojó al
Colibrí, que le devolvió el fuego a Coyote, y apartándose se
escondió, porque se había enojado con Coyote.
De los fugitivos, sólo cuatro quedaban ya, y eran Coyote, el
Aguila, el A zor y el Milano. Todos los demás se habían quedado
atrás, diseminados por el camino. Por fin, hasta el Aguila, el
Azor y el Milano se rindieron, y sólo Coyote siguió corriendo con
el fuego. Los perseguidores se le acercaban cada vez más, e
intentaban matarlo. Se refugió entonces en un agujero, cerrando
la entrada con una piedra, y allí alimentó la última chispa del
fuego. Al poco, salió de su escondite y, variando la dirección,
atajó por una cañada, con sus perseguidores pisándole los talones.
Hasta que estos desistieron de perseguirlo, y dijeron: «D e jémosle
ir. Haremos que llueva, y luego nieve. Provocaremos
tan grande tormenta, y helaremos tan mortalmente, que el fuego
se apagará». Llovió, pues, hasta llenarse los agujeros, y los
valles tenían agua hasta la altura de las rodillas. Coyote pensó
que el fuego pronto iba a apagársele. Divisó entonces una pequeña
colina con algunos cedros, y pensó que estaría más a
salvo en ella y entre los cedros, mientras los valles se inundaban.
Pero, antes de alcanzar la cima de la colina, vio a un Conejo
de rabo negro sentado en medio del agua. Coyote le dio a
sostener el fuego, y el Conejo se lo puso debajo. «No hagas
eso», dijo Coyote, «porque estás en el agua, y vas a apagarme el
fuego». Entonces el Conejo le pasó el fuego a Coyote,4 y le dijo
que había una gruta allí cerca que podía servirle de refugio.
Penetrando en la gruta, Coyote encontró ramas secas de salvia y
de cedro allí diseminadas. Así que las prendió con el fuego que
llevaba, e hizo con ellas una hoguera. Había estado temblando
de frío hasta entonces, pero las llamas lo hicieron sentir mejor y
le devolvieron el calor, aunque afuera estaba nevando y hacía un
tremendo frío; ya que sus perseguidores intentaban matarlo de
frío. A la mañana siguiente, el cielo estaba claro y despejado, y
había hielo por todas partes. Pero empezó a soplar el viento del
sur y todo el hielo se derritió. Saliendo de la gruta, Coyote vio al
Conejo sentado en el mismo sitio donde lo había visto la noche
anterior. Coyote lo cazó y lo mató. Volvió entonces a la gruta, y
tomando un trozo de rama de salvia, hizo un agujero en ella.
Llenó el agujero con brasas encendidas, y lo tapó. Pensó que así
podría llevar mejor el fuego.
Colocándose el fuego, así protegido, en el cinto, Coyote se
dirigió a su casa. Allí depositó la rama hueca de salvia, con las
ascuas dentro. Reunió a los pocos hombres que se habían quedado
en casa con las mujeres y los niños. Cuando estuvieron
junto a él, tomó el fuego. Parecía un simple palo. Aguzando
entonces una rama de cenizo (greasewood), les dijo: «Ahora
mirad bien». Dijo a dos hombres que sujetaran firmemente en
el suelo la rama de salvia. La horadó entonces con la rama de
cenizo, sacó de allí las brasas encendidas, y las colocó sobre
hierba seca. Soplando sobre la hierba, pronto tuvieron un fuego.
«Esta piña seca», dijo, «pronto arderá. También el cedro arderá
pronto. Llevaos el fuego a vuestras tiendas. Habrá desde
ahora fuego en cada casa». Así dijo Coyote. Fue entonces cuando
todos los pájaros cansados, que se habían quedado escondidos
a lo largo del camino, empezaron a hacer su aparición. Pero
todos ellos volaron hacia los lugares de donde habían venido, y
desde entonces siempre han sido pájaros.5
Esta historia está claramente orientada a explicar el proceso
de producción del fuego mediante el horadamiento de una rama
seca de blanda madera de salvia con una rama de dura madera
de cenizo. Aquí, como en tantos otros mitos, los actores son
considerados, en unas ocasiones como mujeres y hombres, y en
otras como animales y pájaros. La línea entre ambos aparece
trazada con mano ondulante e incierta, dado que en la cabeza
del narrador ambas clases de seres están mezcladas.
En algunas de las leyendas que cuentan las tribus indias del
sudeste de los Estados Unidos, el coyote es sustituido por el
conejo como ladrón del fuego. Así, los indios creek dicen que en
cierta ocasión todas las gentes se reunieron y dijeron: «¿Cómo
podremos obtener fuego?». Acordaron que sería Conejo quien
consiguiera el fuego. Atravesó éste la Gran Agua en dirección
este. Al otro lado fue recibido con gran alegría, y se celebró una
gran danza en su honor. Conejo, entonces, penetró en el círculo
de la danza espléndidamente vestido y llevando como tocado un
peculiar gorro en el que había escondido cuatro palos resinosos.
Mientras bailaban, iban aproximándose cada vez más al sagrado
fuego que ardía en el centro del círculo, y otro tanto hizo
Conejo. Los danzantes empezaron a hacer inclinaciones ante el
fuego sagrado, y también Conejo lo hizo, inclinándose cada vez
más. De pronto, en una de sus muy pronunciadas inclinaciones,
los palos resinosos que llevaba en su gorro se prendieron, y toda
su cabeza empezó a despedir llamaradas. Todos se quedaron
asombrados ante el impío extranjero que se había atrevido a
tocar el fuego sagrado. Echaron, pues, a correr detrás de él
llenos de ira, y Conejo delante de ellos, con sus airados huéspedes
pisándole los talones. Llegó a la orilla de la Gran Agua y se
lanzó a ella, mientras sus perseguidores se detenían en la orilla.
Conejo cruzó, pues, nadando la Gran Agua, con las llamas con
sumiendo su tocado. Regresó entre sus gentes, que de este
modo obtuvieron el fuego del este.6
En esta historia, al parecer, la «Gran Agua del este» es el
Océano Atlántico. La identificación queda confirmada por una
hasta cierto punto más completa versión de la misma historia
que cuentan los indios koasati. Dicen que al principio no había
fuego en el país; sólo se podía encontrar al otro lado del Gran
Océano. Las gentes querían tener fuego, pero sus propietarios
no se lo querían dar, por lo que los koasati tenía que pasar sin él.
Entonces Conejo dijo: «Yo puedo traer algo de fuego». Un
individuo que tenía varias hijas se sentó entre ellos y dijo: «A
quienquiera que vaya y traiga algo de fuego le daré una de mis
hijas». Pero Conejo dijo: «Una sola mujer no me basta». Gran
Comedor de Hombres dijo: «Y o iré». Y el padre de las muchachas
replicó: «Muy bien, vete y tráelo». Gran Comedor de Hombres,
que quería una mujer, partió de este modo. Se lanzó al
Océano, desapareció, y nunca más se supo de él.
Entonces, dijo Conejo: «Nadie más puede lograrlo. Yo sé
cómo lograrlo». El padre de las muchachas mandó a buscarlo, y
Conejo dijo: «Muy bien, iré a por el fuego y dormiré con todas
tus hijas». El hombre dijo: «Muy bien». Partió entonces Conejo,
y cuando estaba en el agua, se quitó la camisa, la extendió, le
colocó madera encima, y subiéndose él arriba empezó a cruzar
las aguas. Así fue como atravesó el Océano. Llegó a la otra
orilla, y cuando dijo que quería fuego la gente de allá se negó a
dárselo. Entonces él lo tomó y echó a correr, con todos detrás
persiguiéndolo. Cruzó los bosques. Llegó a la orilla del mar, y
allí se detuvo. Se cubrió con brea la parte trasera de la cabeza y,
cuando uno de sus perseguidores llegó a su lado, se arrojó al
agua y empezó a nadar, sosteniendo el fuego con una mano
sobre las olas. Pasado un tiempo, se sintió cansado y se acercó
el fuego a la parte trasera de la cabeza. La brea se prendió al
contacto con el fuego, y empezó a nadar con la cabeza en llamas.
Así fue como cruzó el Océano y volvió hasta el hombre que lo
había comisionado. El hombre le dijo: «Ahora todas estas mujeres
son tuyas». Y Conejo fue muy feliz.7
Los indios hitchiti también cuentan cómo Conejo robó el
fuego y lo distribuyó entre todas las gentes. Hablan de un
tiempo en el que, de hecho, el fuego no era desconocido, pero la
costumbre prohibía encenderlo fuera de las ocasiones ceremoniales
y del terreno consagrado donde se celebraban los ritos
sacros y las danzas solemnes. Supo entonces Conejo que iba a
celebrarse una danza en el terreno ceremonial, y dijo para sí:
«Echaré a correr con un poco de fuego». Pensó de nuevo el
asunto e hizo un plan de cómo realizarlo. Se había puesto brea
en la cabeza para que el pelo se mantuviera erizado, y de esta
guisa se dirigió al terreno ceremonial. Cuando llegó allí, se había
reunido una gran muchedumbre de gente. Todos estaban danzando,
y Conejo se sentó en el suelo. Se acercaron entonces a él,
y le dijeron que debía dirigir la danza. El se mostró de acuerdo y
se levantó. Empezó a bailar en torno al fuego cantando, y todos
le seguían. La danza era cada vez más rápida, y mientras Conejo
daba vueltas en torno al fuego, inclinaba cada vez más la cabeza
hacia las llamas, como si quisiera tocarlas. Pero todos decían:
«Cuando Conejo dirige la danza, siempre baila de esta manera
». Finalmente, introdujo su cabeza directamente entre las
llamas, y echó a correr con toda la cabeza incendiada. Pero
todos empezaron a perseguirlo con palos, gritando; «¡Ea, c o gedlo
y derribadlo!». Mucho fue lo que corrió, con toda la gente
pisándole los talones, pero no pudieron atraparlo y acabó perdiéndose
de vista. Hicieron entonces llover durante tres días
seguidos, y al cuarto dijeron: «A estas alturas ya la lluvia debe
haber apagado el fuego». Así que hicieron parar la lluvia, y el sol
empezó a brillar de nuevo en el cielo, y el tiempo se hizo
soportable. Pero Conejo había encendido un fuego en el hueco
de un árbol, y allí se guareció mientras llovía, y cuando el sol
empezó a lucir de nuevo, sacó fuera otra vez su fuego. Pero
nuevamente volvió a caer la lluvia y apagó todos los fuegos,
excepto el de Conejo que seguía ardiendo en el hueco del árbol.
Esto ocurrió una y otra vez. Pero, aunque las lluvias eran torrenciales,
nunca podían apagar los fuegos que Conejo prendía en
los intervalos de buen tiempo, sacándolos del que tenía guardado
en el árbol. Fue así como la gente se acercó a llevarse tizones
encendidos. Y así como Conejo distribuyó el fuego a todo el
mundo.8
Los indios alabama tienen un mito diferente sobre el origen
del fuego. Dicen que al principio eran los osos quienes poseían
el fuego y siempre lo llevaban consigo. En cierta ocasión, lo
depositaron en tierra, y se alejaron de él para ir a comer bellotas.
Dejaron pues solo el fuego, y éste en su desamparo empezó
a gritar: «Alimentadme», exclamaba. Algunos seres humanos
que oyeron sus gritos se acercaron a ayudarlo. Trajeron de la
parte norte un palo y lo colocaron sobre el fuego. Trajeron del
oeste otro palo, y lo colocaron sobre el fuego. Trajeron otro palo
del sur, y también lo pusieron sobre el fuego. Trajeron un palo
más del este, lo colocaron encima, y el fuego empezó a despedir
llamas. Cuando los osos volvieron a donde habían dejado su
fuego, éste les dijo: «Ya no os conozco». Así que los osos se
quedaron sin el fuego, que ahora pertenece a los humanos.3
Los indios cheyenes tienen una tradición según la cual en las
primeras épocas del mundo, uno de sus antepasados, llamado
Raíz Dulce, fue enseñado por Trueno a encender fuego mediante
un taladro de madera. Según esta tradición, Trueno obtuvo
del Búfalo un trozo (de madera), del que podía extraerse fuego.
Entonces, dirigiéndose a Raíz Dulce, dijo: «Coge un palo, y yo
te enseñaré algo con lo que tu pueblo puede calentarse, preparar
su comida, y con lo que se pueden quemar cosas». Cuando
Raíz Dulce le hubo llevado el palo, Trueno le dijo: «Coloca la
punta en medio del trozo de madera, sosténlo entre tus manos,
y gíralo con rapidez». Raíz Dulce así lo hizo varias veces y el
trozo de madera se encendió. Así fue como por medio de trueno
ayudó a los hombres contra Hô-ïm’ -à-hâ, que suele traducirse
habitualmente como el «hombre del invierno», o la «tormenta»,
el poder que envía el frío y las nieves; de este modo la gente
obtuvo un medio para calentarse.10
Los sioux, menomoni, fox y varias otras tribus habitantes del
valle del Mississipi, conservan una tradición referente a una
gran inundación en la que todos los habitantes de la tierra, con
excepción de un hombre y una mujer, perecieron ahogados. Los
solitarios supervivientes escaparon a las suerte común refugiándose
en una alta montaña. Viendo que en su desamparo tenían
necesidad de fuego, el Amo de la Vida les envió un cuervo negro
para que se lo llevara. Pero el cuervo se detuvo por el camino a
devorar carx’oña y dejó que el fuego se le apagara. Volvió entonces
al cielo a buscar más. Pero el Gran Espíritu lo apartó de sí y
lo castigó, cambiándolo de blanco en negro. Envió entonces el
Gran Espíritu a una erbette, un pequeño pájaro gris, como mensajero
que llevar el fuego a la pareja. El pájaro hizo como le
había sido ordenado, y volvió a informar de su gestión al Gran
Espíritu, quien lo premió concediéndole dos pequeñas barras
negras a cada lado de sus ojos. De ahí que los indios miren a
este pájaro con gran respeto; nunca matan a uno de ellos y
prohíben a sus hijos que les tiren piedras. Por otro lado, imitan
a la erbette pintándose dos pequeñas barras negras sobre cada
ojo.11
Los indios omaha dicen que en los tiempos antiguos sus
antepasados no tenían fuego y padecían frío. Pensaron entonces:
«¿Qué haremos?». Un hombre halló una raíz de olmo muy
seca y practicó en ella un agujero, puso un palo dentro de ese
agujero y comenzó a frotar uno contra otro. Empezó entonces a
salir humo. El lo olió. Los demás también lo olieron; soplaron
encima y pronto salió una llama, y fue así como apareció el fuego
para calentar a la gente y cocinar su comida.12
Los indios chippewa, u ojibway, un amplio grupo de tribus
pertenecientes al tronco algonquino central, dicen que al c o mienzo
los hombres carecían de inteligencia; no tenían vestidos
y se quedaban sentados sin saber hacer nada. El Espíritu del
Creador les envió un hombre que les enseñara. Este hombre se
llamaba ockabewis, esto es, el Mensajero. Algunos de estos
pueblos remotos vivían en el sur, donde no necesitaban vestidos.
Pero las gentes que vivían más al norte tenían frío y empezaron
a preocuparse sobre qué podían hacer. El Mensajero vio a
los del sur desnudos y sin casas, y los libró a su suerte. Fue
entonces hacia el norte, donde la gente sufría y necesitaba
ayuda. Les dijo: «¿Por qué estáis ahí sentados sin nada encima?
». Ellos le respondieron: «Porque no sabemos qué hacer».
Lo primero que les enseñó fue como prender fuego por medio
de un arco, un palo y un p oco de madera reseca; y este método
de prender fuego es el que aún usan los chippewa, o al menos el
que empleaban hasta la época moderna. Luego, el Mensajero
les enseñó a cocinar la carne por medio del fuego.13
Los indios cherokee dicen que al comienzo no había fuego y el
mundo estaba frío, hasta que los truenos enviaron sus rayos y
prendieron fuego al pie de un sicomoro hueco que había en una
isla. Los animales sabían que ese árbol estaba allí, porque veían
salir fuego por su copa, pero no podían acercarse a él por culpa
del agua. Así que celebraron un consejo para ver qué podían
hacer.
Todos los animales que podían volar o nadar se mostraban
ansiosos por llegar hasta el fuego. El cuervo se ofreció a ir, y
puesto que era grande y fuerte, todo el mundo creyó que podría
hacer bien el trabajo; así que fue enviado el primero. Voló alto y
lejos cruzando el agua, hasta llegar al sicomoro, donde se posó;
pero el fuego le chamuscó todas sus plumas hasta dejarlo negro,
lo que le asustó tanto que volvió sin el fuego. La pequeña coruja
se ofreció voluntaria a continuación para ir, y alcanzó la isla
sana y salva; pero, cuando se hallaba mirando el interior del
casi le quema los ojos. Volvió volando a casa, pero pasó bastante
tiempo antes de que pudiera ver bien de nuevo, y sus ojos por
eso están rojos aún hoy. Luego fueron el mochuelo y la lechuza,
pero cuando llegaron a la isla el árbol estaba ardiendo con tal
furia que el humo casi consiguió cegarlos, y las cenizas que el
viento levantaba formaron anillos blancos en tomo a sus ojos.
Tuvieron que volverse también sin el fuego, pero por más que se
hayan intentado restregar nunca han podido quitarse ya los
anillos blancos de los ojos.
No hubo más pájaros que se aventuraran a volar a la isla, así
que fue luego la pequeña culebra uksuhi, la corredora negra, la
que dijo que podría atravesar nadando el agua y traer el fuego.
Nadó pues hasta la isla, y se arrastró entre la hierba hasta llegar
al árbol, en el que penetró por un agujero situado en su base. No
obstante, el humo y el calor eran demasiado fuertes, y tras
andar de un lado para otro entre las cenizas, a ciegas, se felicitó
de poder salir por el mismo agujero por donde había entrado;
pero su cuerpo se había chamuscado hasta quedar negro, y
desde entonces ha sido hábito propio suyo el avanzar rápidamente
y volver luego sobre sus pasos, como si intentara escapar
de algo que la amenaza de cerca. Tras ella fue la gran serpiente
negra, a la que los indios llamangulegi, «la trepadora», la que se
ofreció a ir a por el fuego. Nadó hasta la isla, trepó al árbol por
fuera, como la serpiente negra de hoy suele hacer; pero cuando
introdujo la cabeza en el árbol, el humo la ahogó y la hizo caer
sobre las quemantes ascuas, y antes de que pudiera trepar de
nuevo para salir de allí, estaba ya tan negra como la pequeña
culebra uksuhi.
Después de esto, los animales celebraron un nuevo consejo,
ya que aún seguían sin fuego, y el mundo seguía estando tan frío
como antes; pero pájaros, reptiles y animales de patas estaban
ahora llenos de miedo, y no se atrevían a acercarse al sicomoro.
Finalmente, la araña de agua se ofreció a ir. No es ésta la araña
de agua que semeja un mosquito, sino otra negra, peluda y con
el cuerpo cruzado por unas estrías rojas. Puede correr sobre el
agua, y también sumergirse; así que era bastante fácil para ella
llegar hasta la isla, pero ¿cómo iba a traer de vuelta el fuego? Ahí
estaba el quid. «Me las arreglaré», dijo la araña de agua; tejió
un hilo, y lo enmadejó en forma de un cuenco tusti, que colocó
sobre su lomo. Cruzó a continuación hasta la isla y se abrió paso
entre la hierba hasta el árbol, donde el fuego seguía aún ardiendo.
Puso una pequeña brasa en el interior de su madeja-cuenco,
y volvió con él; desde entonces tenemos fuego, y la araña de
agua aún conserva su cuenco tusti.14
Este mito parece estar primordialmente orientado a explicar
la peculiar forma o el porte de determinados animales y pájaros;
la explicación del origen del fuego es secundaria, y no manifiesta
el menor intento de resolver el problema del fuego que se
encuentra latente en la madera o las piedras.
Los indios karok, de California, hablan de un tiempo en las
primeras edades del mundo en el que sus antepasados no tenían
fuego. Ya que el creador, Kareya, que había hecho por igual a
los animales y a los hombres, no les había concedido el fuego;
por el contrario, lo había ocultado en un cofrecillo, que había
dado a guardar a dos viejas arpías, por miedo a que los karok se
lo robaran. No obstante, el coyote se hallaba en buenas relaciones
con los karok, y les prometió que les traería fuego. A este
efecto convocó a todo tipo de animales, uno de cada especie,
desde el león15 a la rana. Estos se colocaron en hilera a lo largo
del camino, desde el país de los karok hasta la distante región
donde el fuego se hallaba escondido. Los animales quedaron
ordenados de acuerdo con su fortaleza, estando los más débiles
colocados cerca del territorio karok, y los más fuertes cerca de
la región del fuego. Tomó luego a un indio consigo y lo escondió
bajo una colina, dirigiéndose a continuación a la cabaña donde
las brujas custodiaban el cofrecillo, cuya puerta arañó. Una de
las viejas salió, y dijo: «Buenas noches». Ellas replicaron: «Buenas
noches». El prosiguió: «Hace una noche bastante fría ¿no
les importa dejarme aproximar al fuego?». Ellas dijeron: «No,
puedes entrar». Entró, y se tendió delante del fuego, y estirando
el hocico hacia las llamas, olisqueó el fuego, y lo sintió muy
cálido y cómodo. Luego, estirando el hocico sobre sus patas
delanteras, hizo como si fuera a dormir, aunque siguió con uno
de sus ojos entreabierto, para observar lo que hacían las viejas.
Pero estas nunca dormían, y se pasaban la noche entera vigilando
y cavilando sin hacer otra cosa.
A la mañana siguiente, el coyote salió de la casa y fue a decir
al indio al que había escondido debajo de la colina que debía
dirigir un ataque contra la cabaña de las viejas, como si fuera a
robarles el fuego, mientras él (el coyote) se hallaba dentro. Fue
entonces de nuevo junto a las viejas, y les preguntó si le dejaban
entrar otra vez. Lo que aquéllas hicieron, como si no pensaran
que el coyote podía robarles el fuego. Se colocó este cerca del
cofrecillo del fuego, y aprovechando el momento en que el indio
irrumpía en la cabaña y las viejas se precipitaban tras él por
una puerta, el coyote cogió un tizón encendido entre sus dientes
y echó a correr por la otra puerta. Volaba casi en su carrera,
pero las viejas vieron las chispas que despedía y empezaron a
perseguirlo, alcanzándolo con facilidad. Pero cuañdo ya casi
estaba exhausto, le pasó el tizón al león, quien lo tomó y corrió
hasta el siguiente animal, y así fue pasando de animal en animal,
casi sin darles tiempo por la proximidad de las viejas.
El penúltimo animal en la fila era la ardilla de tierra. Tomó
ésta el tizón, y corrió tan rápido que su cola se quemó, curvándosele
sobre la espalda, y dando lugar a la mancha negra que
hoy puede vérsele en los antehombros. El último animal de la
hilera era la rana, pero ésta no podía correr en absoluto; así que
abrió su boca tan de par en par que la ardilla le tiró dentro el
tizón, y ella se lo tragó en un abrir y cerrar de ojos. Se volvió
entonces y dio un gran salto, pero las viejas se hallaban ya tan
cerca que una de ellas la cogió por el rabo (pues era entonces un
renacuajo) y se lo arrancó, y esa es la razón de que las ranas no
tengan rabo hoy en día. Se arrojó al agua, y nadó por debajo de
ella tanto como pudo contener la respiración; luego salió a la
superficie y escupió el fuego sobre un trozo de madera que iba a
la deriva, donde desde entonces está, de modo que cuando los
indios frotan dos trozos de madera, sale de ellos el fuego.16
Los indios tolowa de California hablan de una Gran Inundación
en la que todos los indios perecieron ahogados, con excepción
de una única pareja, que logró salvarse retirándose a la
cima de la más alta montaña. Pero, al retirarse las aguas, la
pareja superviviente carecía de fuego, y aunque con el tiempo la
tierra llegó a repoblarse gracias a ellos, los hombres seguían sin
poder disponer de fuego, y miraban con envidia a la luna, creyendo
que ella poseía el secreto que a ellos se les negaba.
Puestos de acuerdo, los indios araña (spider) y los indios serpiente
(snake) decidieron preparar un plan con el que robarle a
la luna su fuego. Para poner en práctica su plan, los indios araña
tejieron un globo de tela de araña, que ataron a la tierra mediante
uña larga cuerda y que iban soltando según el globo ascendía
hacia el orbe lunar. Al llegar a su destino, los indios de la luna
empezaron a mirarlos con suspicacia, adivinando sus intenciones.
Los araña, no obstante, intentaron convencer a los habitantes
de la luna de que sólo habían ido a visitarlos para jugar y
hacer apuestas. Ante ésto, los indios de la Luna se mostraron
muy complacidos, y propusieron ponerse a jugar de inmediato.
Pero, mientras se hallaban jugando con los araña, un indio
serpiente, que había trepado por la larga cuerda, llegó también
a la Luna, y precipitándose sobre el fuego, logró escapar antes
de que los indios de la Luna lograran reponerse de la sorpresa.
A su vuelta a la tierra, él tuvo que viajar sobre todas las rocas,
palos y árboles de la tierra; todo lo que tocó de entonces acá
contiene fuego, por lo que los corazones de los indios saltaban
de contento. Y, puesto que el fuego no ha dejado de existir
desde entonces, los indios serpiente se felicitan por semejante
éxito.17
Los indios paom pomo de California creen que el rayo fue el
origen del fuego sobre la tierra; piensan que el rayo primordial
que cayó sobre la tierra depositó su chispa en la madera, de
modo que aflora de nuevo cada vez que se frotan entre sí dos
trozos de madera.18
Los indios gallinomero, de California, son de la opinión de
que fue el coyote el primero que produjo fuego frotando dos
trozos de madera entre sus patas, y que el sagaz animal ha
conservado la sagrada chispa en el interior de los troncos de los
árboles hasta nuestros días.19
Los indios achomawi, de California, piensan que nuestra tierra
fue creada por el coyote y el águila, o más bien que el coyote
la comenzó y el águila la terminó. Al final de todo, el coyote trajo
el fuego al mundo, porque los indios se estaban congelando.
Viajó, para ello, hacia el oeste, hasta un lugar donde había
fuego, lo robó y lo trajo en sus orejas. Prendió fuego en las
montañas y los indios vieron el humo; fueron hasta allí y se lo
apropiaron; se encontraron calientes y cómodos con él, y desde
entonces lo han conservado.20
Los indios nishinam, de California, dicen que tras haber creado
el coyote el mundo y sus habitantes, faltaba aún una cosa,
que era el fuego. En el país de Occidente había en cantidad,
pero nadie podía conseguirlo, porque estaba lejos y estaba profundamente
oculto. Así que el murciélago propuso al lagarto
que fueran a robar un poco. Esto hizo el lagarto, y logró hacerse
con una buena brasa, pero le resultó difícil llevársela a casa,
porque todo el mundo quería robársela. Por fin pudo alcanzar la
vertiente occidental del valle de Sacramento, y tuvo que tener
mucho cuidado al cruzar el valle con el fuego, no fuera a ser que
incendiara todo el país. Para evitar que la hierba seca se prendiera,
y para que los ladrones no le robaran tan precioso bien,
se vio forzado a viajar de noche. Una noche, cuando casi había
alcanzado ya las colinas situadas en el lado occidental del valle,
tuvo la mala suerte de topar con una bandada de garzas de las
dunas, que se pasaban la noche entera jugando. Se deslizó
temerosamente por detrás de un leño, sosteniendo el fuego en la
mano, pero lo descubrieron y emprendieron su persecución. Las
patas de las garzas eran tan largas que no había esperanza de
escapar, así que se vio obligado a prender fuego a la hierba y
dejar que ardiera hasta las montañas. Pronto se originó un
tremendo incendio, y el lagarto tuvo que correr al máximo de su
velocidad para evitar ser atrapado por él. Cuando el murciélago
vio aproximarse el fuego, inhabituado como estaba a él, se
quedó medio ciego y con agudos dolores en los ojos. Le gritó al
lagarto que sus ojos estaban a punto de apagarse y que le
pusiera brea en ellos. El lagarto hizo lo que le pedía, pero con
tanto celo que el murciélago no pudo ver ya nunca más. Así
cegado, el murciélago empezó a dar vueltas, saltos y volatines;
voló en una dirección y en otra; se quemó la cabeza y también la
cola. Luego, voló hacia el oeste y chilló: «¡Sopla viento, sopla!».
El viento lo oyó y sopló sobre sus ojos, pero no pudo apagar
toda la brea encendida, y esa es la razón de que el murciélago
sea tan cegato aún en nuestros días. Y debido a haber estado
entre el fuego es aún tan negro, y parece como si lo hubieran
chamuscado.21
Los indios maidu, de California, dicen que en cierta ocasión
las gentes habían encontrado fuego y se disponían a emplearlo;
pero Trueno quiso quitárselo, porque deseaba ser el único que
pudiera disponer de él. Al cabo de un tiempo, lo consiguió, y se
lo llevó a su casa, allá lejos en el sur. Puso a Woswosim (un
pequeño pájaro) a custodiar el fuego y vigilar que nadie lo
robara. Trueno pensó que la gente moriría tras haberles robado
el fuego, porque no serían capaces de cocinar su comida; pero la
gente logró seguir tirando de un modo u otro. Comían la mayor
parte de su comida cruda, y a veces capturaban a Toyeskom
(otro pequeño pájaro) para que mirara fijamente durante largo
rato un pedazo de carne, porque tenía los ojos muy rojos, y
quedándose largo rato mirando a la carne, conseguía cocerla
casi tan bien como el fuego. Pero sólo los jefes solían cocer su
comida de esa manera.
Todo el mundo vivía conjuntamente en una gran casa de sudar.
22 La casa era tan grande como una montaña. Allí estaban Lagarto
y su hermano, que eran siempre los primeros en levantarse
para salir a tomar el sol de la mañana sobre el techo de la casa de
sudar. Una mañana, mientras se hallaban tendidos al sol, miraron
hacia el oeste, hacia la Sierra Costera, y vieron humo.
Llamaron a todo el mundo, diciendo que habían visto fuego,
lejos hacia el oeste. Nadie, sin embargo, les creyó; y Coyote les
echó encima un montón de polvo y mugre. Pero hubo quien, no
gustándole este comportamiento del Coyote, le afeó su conducta.
A los demás también les supo mal. Les preguntaron entonces
a los dos lagartos qué era lo que habían visto, y les rogaron
que les señalaran el punto de donde salía humo. Los lagartos así
lo hicieron, y todo el mundo pudo ver una columna de humo
ascender por el oeste. Uno dijo: «¿Cómo podemos conseguir ese
fuego? ¿Cómo se lo arrebataremos a Trueno? Porque es una
mala persona. No sé si no será m ejor dejarlo». El jefe, entonces,
dijo: «El mejor de entre vosotros lo mejor que haría es intentarlo.
Aunque Trueno sea una mala persona, debemos intentar
conseguir el fuego». Ratón, Venado, Perro y Coyote lo intentaron,
pero muchos otros fueron con ellos. Tomaron consigo una
flauta, puesto que pretendían traer el fuego en ella.
Viajaron durante mucho tiempo, y al fin llegaron cerca de la
casa de Trueno, que es donde estaba el fuego. Woswosin, que
tenía encomendada la custodia del fuego, empezó a cantar:
«Soy el hombre que nunca duerme. Soy el hombre que nunca
duerme». Trueno le había pagado por este trabajo con cuentas,
y Woswosin se las había colocado al cuello y en la cintura. Se
hallaba posado en el techo de la casa de sudar, cerca del respiradero.
Pasado un rato, Ratón fue enviado a ver si podía colarse.
Se deslizó lentamente hasta llegar al lado de Woswosin, y vio
entonces que sus ojos estaban cerrados. Se hallaba dormido, a
pesar de la canción que estaba cantando. Cuando Ratón vio que
el vigilante estaba dormido, se arrastró hasta el respiradero, y
entró en la casa. Trueno tenía varias hijas, y todas estaban
también dormidas. Ratón realizó su robo a placer, y desató el
cíngulo del delantal de todas las hijas de Trueno, para que caso
de ser dada la alarma, se les cayeran los delantales o faldas, y no
pudieran salir en su persecución hasta habérselas atado de
nuevo. Hecho ésto, Ratón tomó la flauta, la llenó de fuego, y se
deslizó nuevamente hasta el exterior, donde todos los demás lo
esperaban. Una parte del fuego fue sacado de la flauta y colocado
en la oreja del perro, mientras el resto junto con la flauta era
entregado al más veloz corredor. No obstante, Venado cogió
también un poco por su cuenta y se lo colocó en los jarretes,
donde hoy día conserva aún la mancha roja.
Durante un rato todo fue bien, pero cuando se hallaban a
mitad de camino, Trueno se despertó, y, sospechando que algo
iba mal, preguntó: «¿Qué pasa con mi fuego?». Se levantó entonces
con un rugido de trueno, y se levantaron también sus
hijas; pero sus delantales se les desprendieron, por lo que tuvieron
que sentarse de nuevo a atárselos. Cuando todo el mundo
estuvo listo, salieron con Trueno a dar alcance a los ladrones.
Llevaban consigo un fuerte viento, una lluvia torrencial y una
tormenta eléctrica, con vistas a apagar el fuego que las gentes
llevaban. Trueno y sus hijas se apresuraron, y pronto estuvieron
a la vista de los fugitivos, pero Skunk disparó sobre Trueno y lo
mató. A continuación de lo cual lanzó esta advertencia: «No
debes nunca intentar perseguir y matar a las gentes. Debes
quedarte en el cielo y ser trueno. Esto es lo que serás». Las
hijas de Trueno no siguieron adelante; de modo que la gente
pudo seguir tranquilamente su camino y llevarse el fuego a sus
casas, donde desde entonces gozan de él.23
Las tribus indias que viven o solían vivir en la costa noroccidental
del Estado de Washington, la costa adyacente de Columbia
Británica y la punta sudoccidental de la isla de Vancouver,
son o eran conocidas con el apelativo nacional de Whullemooch.
Entre ellos, los viejos solían contar una historia de épocas pasadas,
cuando sus antepasados no tenían aún fuego y se veían
obligados a comer su comida cruda y a pasar la noche a oscuras.
Un día, mientras se hallaban sentados en la hierba comiendo
carne cruda, un precioso pájaro de brillante cola vino y
empezó a remolonear en torno suyo. Tras admirar su hermoso
plumaje, uno dijo: «Hermoso pájaro ¿qué es lo que quieres? ¿de
dónde vienes?». «Vengo», replicó el pájaro, «de un hermoso
país muy lejano, a traeros todas las bendiciones del fuego (hieuc).
Lo que vosotros veis brillar en mi cola es fuego. Y lo he venido a
traer a los hijos de Whullemooch con ciertas condiciones. Primera,
que debéis, para valorarlo, merecerlo. Luego, que nadie
que sea culpable de malas acciones puede siquiera intentarlo.
En el día de hoy tened preparada resina de piño (chummuch).
Mañana estaré aquí con vosotros». Cuando el pájaro apareció
de nuevo a la mañana siguiente, dijo: «¿Tenéis ya todos resina
de pino?». «Sí», dijeron todos. «Saldré», dijo el pájaro, «y
quienquiera que me coja y ponga resina de pino en mi cola
obtendrá una bendición, algo con lo que conseguir calentarse,
cocinar su comida, y le rendirá múltiples servicios para sí mismo
y para los hijos de Whullemooch para siempre. Allá voy». Echó
a volar; y todos los hombres, mujeres y niños de la tribu lo
siguieron atropelladamente. Algunos, faltos de perseverancia,
volvieron al poco a sus casas; ya se hallaban todos agotados y
hambrientos, cuando uno de los hombres se aproximó al pájaro,
y trató de atraparlo, pero el pájaro consiguió rehuirlo «Nunca
podrás conseguir el premio. Eres demasiado egoísta», le dijo.
Con estas palabras se escapó volando el pájaro, y otro hombre
emprendió su persecución. Pero tampoco esta vez el pájaro se
dejó atrapar, porque le había robado la mujer a su vecino.
Entonces, pasando al lado de una mujer que se dedicaba a
cuidar de un viejo enfermo, le dijo: «Buena mujer, tú siempre
estás haciendo el bien, y pensando sólo en cumplir tu deber.
Trae tu madera y acércala a mi cola, y coge fuego. Es tuyo con
toda justicia». Al acercar la madera a la cola del pájaro, ésta se
prendió. Todos los demás trajeron su madera resinosa de pino y
obtuvieron fuego de ella. Desde entonces los indios nunca han
carecido de fuego. Pero, en cuanto al pájaro que trajo el fuego,
se fue volando, y nunca más se supo de él.24
Los indios de nootka, o aht, de la costa occidental de la isla de
Vancouver, cuentan una historia sobre el origen del fuego, de la
que al menos tres diferentes versiones han sido recogidas por
distintos investigadores. Puede no resultar inútil referir y comparar
las tres versiones. La más antigua de ellas es la publicada
por el señor G. M. Sproat, que vivió entre estos indios, y los
llegó a conocer estrechamente. Su lugar de residencia era Alberni,
en Barclay Sound, por entonces el único lugar civilizado
de la costa occidental de la isla. Las zonas circundantes son
rocosas, montañosas y cubiertas de bosques de pinos; la situación
de los indios nativos, por la época de la llegada a este
territorio del señor Sproat, era casi desconocida por completo.
Su historia sobre el origen del fuego, tal como él la recogió, dice:
«Cómo se obtuvo el fuego. Quawteaht hizo la tierra, y también
a todos los animales, pero no les dio fuego, que sólo ardía en la
morada de la jibia (Telhoop), que podía vivir tanto en tierra
como en el mar. Todas las bestias del bosque iban en grupo a
buscar el tan necesario elemento (pues en aquellos días las
bestias necesitaban el fuego, teniendo como tenían a los indios
dentro de ellas), que fue finalmente descubierto, y robado de
casa de Telhoop por el ciervo (Moouch), quien se lo llevó, tal
como los nativos curiosamente lo describen, tanto por gestos
como por palabras, en la juntura de sus patas traseras. Los
narradores difieren levemente al relatar esta leyenda; unos ase-
guran que el fuego le fue robado a la jibia, y otros que fue
Quawteaht el robado. Todos coinciden, no obstante, en que no
fue graciosamente concedido, sino subrepticiamente obtenid
o».25
Otra versión de la historia nootka es la que nos refiere el
eminente etnólogo americano, Franz Boas, como sigue:
Al comienzo, sólo los lobos poseían el fuego. Los demás animales
y pájaros deseaban mucho tenerlo. Tras varios intentos
en este sentido, el pájaro carpintero, que era el jefe, le dijo al
Ciervo: «Vete a la casa del Lobo, y baila. Todos cantaremos
para ti. Atate corteza de cedro al rabo, y cuando te acerques al
fuego, la corteza se prenderá». Fue, pues, el Ciervo derecho a
casa del Lobo, y bailó allí hasta que la corteza que llevaba atada
a la cola se prendió. Hubiera querido salir de allí saltando, pero
los Lobos lograron capturarlo y le arrancaron el fuego. El Pájaro
Carpintero envió entonces al pájaro Tsatsiskums, y dijo: «Toda
la tribu cantará para ti, y tú conseguirás el fuego». Así fue como
todos los animales fueron hasta la casa de los Lobos, conducidos
por Pájaro Carpintero y por Kwotiath. Antes de entrar en la
casa cantaron una canción, y una nueva canción una vez hubieron
entrado. Dentro de la casa danzaron en corro, mientras los
Lobos, tumbados junto al fuego, los vigilaban. Algunos pájaros
danzaban volando sobre las vigas, pero los lobos ni se dieron
cuenta de tan atentos como estaban observando la danza. Finalmente,
los pájaros de las vigas vinieron a posarse sobre el
aparato de prender fuego, que estaba guardado allá arriba. Lo
tomaron, volvieron a bailar y se lo entregaron a Pájaro Carpintero
y a Kwotiath, y los restantes pájaros y animales siguieron
bailando dentro de la casa, mientras Pájaro Carpintero y Kwotiath
se ponían a salvo. Cuando Kwotiath llegó a su casa, empezó
a manipular el aparato de producir fuego por frotamiento
hasta que saltaron chispas de él. Luego, se lo acercó a la mejilla
y se la quemó. Desde entonces tiene un agujero en la mejilla.
Cuando los danzantes de la casa de los Lobos supieron que
Kwotiath ya había llegado a su casa, dando chillidos se precipitaron
fuera de la casa de los Lobos. Así fue como los Lobos
perdieron el fuego.26
Una versión más completa de este mito es la recogida por el
señor George Hunt, que dice:
En tiempos pasados había un tal Pájaro Carpintero, jefe de
los Lobos, que tenía un esclavo llamado Kwatiyat. Jira el único
en el mundo que tenía fuego en su casa; ni siquiera su pueblo
tenía fuego. El sabio jefe Ebewayak, jefe de la tribu Mowatcath,
su rival, no sabía de qué modo conseguir fuego de Pájaro Carpintero,
el jefe de los Lobos.
Un día, la tribu Mowatcath tuvo una reunión secreta, porque
habían oído que iba a celebrarse una ceremonia de invierno en
casa de Pájaro Carpintero. Decidieron que irían a casa de
Pájaro Carpintero, donde estaba el fuego, cerca de la puerta, de
modo que la gente no pudiera escapar de allí sin lastimarse los
pies. El jefe Ebewayak habló en la reunión, y dijo: «Pueblo mío
¿quién de entre vosotros quiere intentar robarle el fuego a Pájaro
Carpintero?». El ciervo dijo: «Y o os conseguiré el fuego». El
jefe cogió entonces un poco de aceite para el cabello de una
botella de algas, y dijo: «Lleva esto contigo, y también este
peine, y este trozo de piedra. Cuando cojas el fuego, debes
echar a correr; y cuando los Lobos te persigan debes arrojar la
piedra entre ellos y tú, y surgirá una inmensa montaña; y, cuando
se acerquen de nuevo, debes lanzar el peine a tu espalda, y
surgirá un espeso bosque; y, cuando nuevamente los sientas
cerca, debes arrojar al suelo el aceite para el pelo, y se transformará
en un gran lago. Entonces, debes echar a correr. Verás
entonces al Bígaro en tu camino; deberás darle el fuego, y seguir
corriendo luego para salvar tu vida. Déjame ahora revestirte de
suave corteza de cedro», y le ató un manojo de ella en cada
codo, diciéndole al Ciervo que debía detenerse y bailar en torno
al fuego a todo lo largo de una canción. Y prosiguió: «Cuando la
canción termine, pídeles que abran el respiradero, porque n ecesitas
aire fresco; y cuando lo hayan abierto, nosotros cantaremos
una segunda canción, y a mitad de ella debes acercar tus
codos al fuego y saltar por la salida de humos. Ahora te colocaré
estas piedras negras en los pies, de modo que no te lastimes con
los afilados palos que hay en el suelo a la puerta del jefe». Y,
diciendo esto, le colocó las piedras envolviendo los pies del
Ciervo.
Cuando la reunión terminó ya era de noche; y las gentes de la
tribu Mowatcath empezaron a cantar según avanzaban hacia la
casa de danza de los Lobos. El Ciervo iba bailando delante de
ellos. Antes de llegar a la puerta de la casa, Pájaro Carpintero,
el jefe de los Lobos, dijo a su gente: «No dejaremos entrar a los
mowatcath, porque pueden querer robarnos nuestro fuego».
Pero su hija dijo: «Yo quiero ver la danza, porque me han dicho
que los Ciervos bailan muy bien; nunca me dejas ver las danzas
». A lo que el padre respondió: «Abre la puerta, y déjalos
que pasen; pero vigila bien al Ciervo y no le dejes bailar demasiado
cerca del fuego. Cuando estén dentro, cierra la puerta y
atráncala con una barra, de modo que no pueda escapar corriendo
». Esto es lo que el jefe de los Lobos dijo a su pueblo.
Así pues, los Lobos abrieron la puerta e invitaron a entrar a
los mowatcath. Estos entraron cantando; y una vez estuvieron
dentro, el jefe de guerra de los Lobos cerró la puerta, la atrancó
con una barra y se quedó frente a ella para guardarla. Los
mowatcath empezaron a entonar la primera canción de danza
del Ciervo; y este empezó a bailar lentamente en torno al fuego.
Al terminar la primera canción, dijo: «Hace mucho calor aquí.
¿Queréis abrir por favor el respiradero para que entre aire
fresco? Estoy sudando». Pájaro Carpintero, el jefe de los Lobos,
dijo: «No es posible que salte tan alto. Abrid, pues, el
respiradero, puesto que hace calor aquí». Uno de su gente abrió
el respiradero. Entre tanto, los visitantes se estaban quietos y
proporcionaban al Ciervo un buen reposo.
Una vez que el respiradero estuvo convenientemente abierto,
el jefe de canto de los visitantes empezó a cantar de nuevo; y el
Ciervo comenzó a bailar en torno al fuego. A veces se acercaba
al fuego, y cada vez que el jefe de los Lobos lo veía hacer ésto, le
enviaba a un guerrero para decirle que se mantuviera alejado
del fuego. Cuando la canción estaba a punto de llegar a la mitad,
el Ciervo saltó por el respiradero y echó a correr hacia el interior
del bosque, con todos los guerreros Lobos persiguiéndolo. Cuando
había llegado al pie de una alta montaña, vio que los lobos
venían pisándole los talones. Tomó, entonces, el trozo de piedra
y lo arrojó hacia ellos, trasformándose la piedra de inmediato en
una enorme montaña, que detuvo a los Lobos. Siguió el Ciervo
corriendo un largo trecho. Y nuevamente vio que los lobos
estaban a punto de alcanzarlo. Tiró, entonces, el peine hacia
atrás, y este se transformó en un bosque de espinos, que impidió
el paso a los Lobos. Ganó con ésto el Ciervo nueva ventaja a
los Lobos. Pero, al cabo de un rato, estos pudieron abrirse paso
entre los espinos, y empezaron a correr tras él de nuevo. Veían
al Ciervo correr delante de ellos; y cuando ya casi lo alcanzaban
nuevamente, el Ciervo arrojó al suelo el aceite para el pelo.
Instantáneamente se extendió un lago de gran tamaño entre el
Ciervo y sus perseguidores; y mientras él seguía corriendo, los
Lobos tuvieron que cruzar a nado el lago. Se hallaba ya el
Ciervo cerca de la costa, y fue entonces cuando vio al Bígaro, y
le dijo: «Bígaro, abre tu boca, métete este fuego dentro, y
escóndelo de los Lobos; porque lo he robado de casa del jefe
Pájaro Carpintero. Y no les digas por qué rumbo he tomado».
El Bígaro escondió el fuego en su boca; y el Ciervo siguió
corriendo.
Pasado un rato, llegaron los lobos y vieron al Bígaro sentado
al lado del camino. Le preguntaron si sabía por qué rumbo había
tomado el Ciervo; pero él no les respondió, porque no podía
abrir la boca. Lo único que dijo, con la boca cerrada fue: «¡Jo,
jo, jo !» , señalando a uno y otro lado; de modo que los Lobos
perdieron la pista del Ciervo, y se tuvieron que volver a casa sin
haberlo capturado. Desde entonces el fuego no ha dejado de
difundirse por todo el mundo.27
En esta última versión, está implícito el hecho de que el fuego
robado por el Ciervo había sido captado y transportado en los
haces de corteza de cedro que su jefe le había atado a los codos
para ese efecto. La versión del señor Hunt difiere de la de Boas
en que representa a Pájaro Carpintero como dueño y no como
ladrón del fuego; y el Kwatiyat de la historia es probablemente
el mismo Kwotiath de la otra, aunque, en una, Kwatiyat es
esclavo del poseedor del fuego, mientras que en la otra Kwotiath
es cómplice en el robo del fuego. La versión del señor Hunt
concuerda con la del señor Sproat en representar al Ciervo
como ladrón del fuego; mientras que en la versión de Boas, el
Ciervo fracasa en su intento de robo, y el robo logrado lo llevan
a cabo Pájaro Carpintero y su cómplice.
Los catloltq, tribu india de la isla de Vancouver, que habita al
norte de los nootka, dicen que hace mucho tiempo los hombres
carecían de fuego. Pero un viejo tenía una hija, que poseía un
maravilloso arco con sus flechas, con los que podía disparar y
derribar cualquier cosa. Pero era muy perezosa y se pasaba el
día durmiendo. Su padre, por ésto, se hallaba muy enfadado, y
le decía: «No te pases la vida durmiendo. Coje tu arco y dispara
al ombligo del Océano, para que podamos conseguir fuego». El
ombligo del Océano era un gran torbellino, donde los palos para
hacer fuego por frotamiento flotaban a la deriva. La muchacha
cogió su arco y disparó al ombligo del Océano, lo que hizo que el
instrumento de prender fuego por frotamiento saltara hasta la
orilla. El viejo se puso muy contento. Encendió un gran fuego, y
como quería guardárselo para sí solo, construyó una gran casa
con una sola puerta, que abría y cerraba de golpe, como si de
una boca se tratara, matando a cualquiera que quisiera entrar.
Pero la gente se enteró de que tenía fuego, y el Ciervo resolvió
robárselo. Tomó, pues, madera resinosa, la partió y se pegó las
astillas al pelo. Ató entonces dos botes, construyó un puente
sobre ellos, y empezó a bailar y cantar sobre el puente, mientras
navegaba hacia casa del viejo. Cantaba: «Voy a ir a por el
fuego». La hija del viejo oyó su canción y le dijo a su padre:
«Oh, deja que el extranjero entre en nuestra casa, ya que canta
y baila tan bien». Entre tanto, el Ciervo había ya pasado a tierra
y se acercaba a la casa, sin dejar de cantar ni bailar. Se disponía
a saltar hacia la puerta, cuando ésta se cerró de un portazo, y
luego volvió a abrirse. El Ciervo pasó al interior de ella. Se
sentó junto al fuego como si quisiera secarse, y siguió cantando.
Al mismo tiempo agachaba su cabeza hacia el fuego, hasta
cubrírsela de hollín, y las astillas de su pelo se prendieron. Saltó
entonces hacia el exterior de la casa, echó a correr, y les llevó el
fuego a los hombres.28
Los tlatlasikoala, tribu kwakiutl que habitaba anteriormente
al nordeste de la isla de Vancouver,29 cuentan de manera similar
que en los primeros tiempos el fuego fue robado por el Ciervo y
llevado a los hombres. Dicen que anteriormente no había fuego
porque Natlibikaq lo había escondido. Entonces Rutena (Glaucionetlá
langula Americana) envió a Lelekoista a buscarlo. El
enviado tomó en su boca un tizón encendido, y ya se disponía a
marcharse con él, cuando Natlibikaq lo vio y le preguntó: «¿Qué
es lo que llevas en la boca?». Como el ladrón no podía responder
el propietario del fuego le pegó en la boca, y el fuego se le cayó.
Envió entonces Kutena al Ciervo a traer el fuego. El Ciervo se
pegó unos trozos de madera seca en el pelo y corrió hasta la casa
de Natlibikaq; y parándose ante su puerta, cantó: «He venido a
buscar fuego. He venido a buscar fuego». Entró entonces en el
interior de la casa, y tras danzar en círculo en torno al fuego,
introdujo su cabeza en él, de modo que la madera que había
escondido en el pelo se prendió. Seguidamente, echó a correr, y
Natlibikaq empezó a perseguirlo para recuperar el fuego. Pero
el Ciervo había previsto esta contingencia; y cuando Natlibikaq
estaba ya a punto de alcanzarlo, tomó un poco de grasa y la
arrojó tras de sí sobre el suelo. La grasa se transformó de
inmediato en un gran lago, que obligó al perseguidor a dar un
rodeo. Este, no obstante, perseveró en su persecución, y estaba
de nuevo a punto de dar alcance al ladrón, cuando éste se
arrancó unos cuantos pelos y los arrojó al suelo. Los pelos se
convirtieron de inmediato en un denso bosque de matorrales,
que Natlibikaq no podía atravesar, por lo que se vio obligado a
dar otro rodeo, dando al Ciervo una nueva ventaja. Nuevamente
estaba el perseguidor a punto de dar caza al perseguido, cuando
el Ciervo arrojó tras de sí cuatro piedras, que se transformaron
en cuatro altas montañas; y, antes de que Natlibikaq pudiera
atravesarlas, ya había el Ciervo llegado a casa de Rutena. Natlibikaq
se colocó ante la casa de Rutena, y le rogó, diciendo:
«Devuélveme, al menos, la mitad de mi fuego»; pero Rutena no
quiso escucharlo, de modo que Natlibikaq tuvo que volverse sin
nada. Entonces Rutena le dio el fuego a los hombres.30
Los indios kwakiutl que habitan en la costa nordoriental de la
isla de Vancouver y la opuesta costa de la Columbia Británica,
al otro lado de Queen Charlotte Sound, relatan de manera
parecida el modo como el Ciervo, o un héroe que había adoptado
la forma de ciervo, les procuró el fuego a los primeros hombres.
Según la cuentan los miembros de la tribu que viven en la
isla de Vancouver, la historia dice así: fue Rani-ke-laq quien
robó el fuego y se lo entregó a los indios. El jefe que poseía el
fuego vivía en «el borde del día», esto es, en el punto por donde
sale el sol. Cuando los amigos de este jefe fueron a danzar en
torno a su fuego, hizo su aparición Rani-ke-laq vestido de ciervo,
y con un haz de madera resinosa entre sus cuernos. Se unió
al resto de los danzantes, y a una señal de sus amigos que lo
esperaban fuera, introdujo su cabeza en el fuego, y la madera se
le prendió. Saltó sobre el fuego y corrió fuera de la casa, desparramando
el fuego por todas partes. Empezaron a perseguirlo,
pero sus amigos habían extendido grasa sobre su pista, lo que
hizo resbalar a sus perseguidores. Esto explica la corta cola del
ciervo, que se le quemó con el fuego.31
Otra versión del mito Rwakiutl representa, no al ciervo, sino
al visón como el animal que procuró el fuego a los hombres.
Dicen que el visón salió a luchar contra los espíritus (lalenoq).
Se coló tranquilamente en casa del jefe de los Espíritus y se
llevó a su hijo de su cuna. Cuando el jefe se dio cuenta del robo,
empezó a perseguirlo, pero no dio con el fugitivo hasta que éste
había conseguido llegar ya a su casa y cerrar la puerta. El jefe de
los Espíritus le rogó: «Oh, devuélveme a mi hijo por favor»;
pero el visón se negó, hasta que el jefe le dio fuego como
recompensa. Así es como los hombres consiguieron el fuego.32
Los awikenoq, tribu india que habita la costa de la Columbia
Británica, al norte de los kwakiutl, concuerdan con los nootka y
los kwakiutl de la isla de Vancouver en atribuir el robo original
del fuego al Ciervo. Dicen que, una vez que el Ciervo hubo
liberado al sol prisionero, dos seres llamados Noakaua («el
sabio») y Masamasalaniq bajaron del cielo a hacer todo lo que
es bueno y hermoso en la tierra. Por deseo de Noakaua, su
compañero Masamasalaniq separó la tierra de las aguas, y creó
ese turgente pez que es el oolachan.33 Así mismo, creó a los
hombres y a las mujeres esculpiéndolos en madera de cedro.
Luego, pensó Noakaua: «Oh, si Masamasalaniq pudiera ir a
buscar el fuego». Pero Masamasalaniq no podía. Así que Noakaua
envió primeramente al Armiño a la casa del hombre que
guardaba el fuego. El Armiño se apoderó subrepticiamente de
él con la boca, y ya se estaba yendo cuando el propietario del
fuego le dijo: «¿Adonde vas tú?». Pero el Armiño no pudo
responderle porque llevaba el fuego en la boca. Entonces el
propietario del fuego le dio una bofetada que le hizo tirar el
fuego. Como la misión del Armiño se demostró infructuosa,
Noakaua despachó después de él al Ciervo. El Ciervo fue primero
a ver a Masamasalaniq para que hiciera sus piernas esbeltas
y ligeras. Noakaua pensó: «¡Oh, si Masamasalaniq pudiera
atar leña en la cola del Ciervo!». Y Masamasalaniq ató leña eñ la
cola del Ciervo. Y éste salió corriendo a toda prisa de allí. Llegó
a la casa donde estaba el fuego, y bailó en torno al fuego,
cantando: «¡Cómo me gustaría encontrar la luz!». De pronto se
volvió de espaldas a las llamas, de modo que la madera que
llevaba atada al rabo pudiera inflamarse. Seguidamente salió
corriendo, y por dondequiera que el fuego que llevaba en la cola
caía al suelo, los hombres lo recogían y conservaban. Y el Ciervo,
según iba pasando por los bosques les gritaba: «Guardad el
fuego». Y la madera de los bosques recibió el fuego y desde
entonces es combustible.34
Aquí, como en tantos otros mitos, la historia del robo se
emplea tan sólo para explicar cómo es que el fuego puede surgir
por fricción de la madera.
Entre los heiltsuk, otra tribu india de la costa de Columbia
K Británica, al norte de Awikenoq, se dice que al Ciervo, en su
forma humana, le fue dado un nombre que significa «Portador
de la antorcha», porque él robó el fuego mediante la leña que
ató a su cola.35
Sustancialmente el mismo mito, para dar cuenta del origen
del fuego entre los hombres, se cuenta entre los tsimshian, otra
tribu de la costa de Columbia Británica, situada al norte de los
heiltsuk. Dicen que en los primeros días del mundo había un
cierto ser maravilloso llamado Txamsem, o Gigante, que hizo
grandes prodigios, como por ejemplo procurar la luz del día
cuando el mundo estaba aún sumido en tinieblas. De su padre
había recibido una manta o piel de cuervo, y cada vez que se la
ponía podía volar como un cuervo por los aires. En realidad,
podemos concluir que Gigante no era otro que el mismo Cuervo,
quien, como veremos, juega un gran papel en los mitos del fuego
de los indios norteños. Sea como fuere, los tsimshian cuentan
de qué modo, cuando la gente empezó a multiplicarse sobre la
tierra, se sintieron desamparados porque no tenían fuego con
que cocinar su comida o calentarse en invierno. A la vista de
ello, Gigante recordó que los animales tenían fuego en su aldea,
y decidió ir a cogerlo para los hombres. Se puso pues su manta
de cuervo y fue a la aldea de los animales, pero éstos se negaron
a darle fuego y lo echaron de su poblado. Intentó de todos los
modos posibles conseguir fuego, pero fracasó una vez tras otra,
ya que los animales no le dejaban obtenerlo.
Envió, finalmente, a uno de sus asistentes, la Gaviota, con un
mensaje, que decía lo que sigue: «Un atractivo y joven jefe
vendrá dentro de poco a celebrar una danza en la casa de
vuestro jefe». Toda la tribu de los animales se preparó a recibir
al joven jefe. Gigante, entonces, tomó a un ciervo y lo desolló.
En aquellos tiempos los ciervos tenían una cola larga como la de
los lobos. Gigante ató madera resinosa a la larga cola del ciervo.
Le pidió prestada una canoa al gran Tiburón, y se dirigió al
poblado, cuyo jefe había preparado un gran fuego en su casa. La
canoa del gran Tiburón estaba llena de gaviotas y cornejas; y
Gigante tomaba asiento en medio de la canoa, revestido con la
piel del ciervo. Todo el mundo entró en la casa del jefe. Habían
preparado un gran fuego, mayor que el que nunca se hubiera
visto, y toda la tribu estaba en la gran casa del jefe. Los recién
llegados tomaban asiento en un lado de la gran casa, dispuestos
a comenzar su canto. Pronto el joven jefe empezó a bailar, y
todos sus compañeros marcaban el ritmo con sus palos, teniendo
uno de ellos además un tambor. Cantaban todos a coro una
canción, y algunos de los pájaros batían palmas.
El Ciervo entró por la puerta. Miró en derredor e hizo su
entrada, saltando y bailando, y dando vueltas en torno al fuego,
y la madera resinosa que en ella llevaba se prendió. Echó a
correr con la leña prendida en su cola y se lanzó al agua a nadar.
Todos sus compañeros entonces salieron volando de la casa.
También la canoa del gran Tiburón abandonó la aldea. Las
gentes de la aldea intentaron capturar al Ciervo, con ánimo de
matarlo. Pero él siguió saltando y nadando, mientras la madera
resinosa de su cola seguía ardiendo. Al llegar a una de las islas,
se dirigió rápidamente a la orilla, acercó su cola a un abeto, y le
dijo: «Arderás mientras duren los años». Por esta razón el
ciervo tiene ahora una cola corta y negra.36
En esta historia podemos, tal vez, detectar la fusión de dos
diferentes versiones del mito del fuego, en una de las cuales el
fuego es robado por el Ciervo, y en otra por el Cuervo; ya que, si
bien el narrador expresamente nos dice que el fuego fue robado
por el Ciervo danzante, previamente ha dicho que el danzante
era en realidad Gigante disfrazado de ciervo para la ocasión,
aunque habitualmente solía llevar más bien una manta o piel de
cuervo. Semejante fusión de dos versiones puede explicarse por
la situación geográfica de los tsimshian; éstos ocupan un territorio
costero intermedio entre los territorios de los indios meridionales
(nootka, kwakiutl, etc.), y los de los indios norteños (haida,
tlingit y tinneh); y, mientras los indios del sur tienen como
héroe habitual al ciervo, los del norte suelen tener por héroe al
cuervo. Así pues, la leyenda tsimshian muy bien puede ser el
cruce de dos versiones distintas y un intento de armonizarlas.
Antes de pasar a considerar los mitos del fuego de los indios
norteños, nos queda por relatar los mitos del fuego de los indios
meridionales de la Columbia Británica, que en su mayor parte
habitan en el interior del país y pertenecen al tronco salish.
Empezaremos por esa rama del tronco salish habitualmente
conocida con el nombre de indios thompson, porque habitan el
valle del río Thompson.
Los indios thompson dicen que en los comienzos la gente no
tenía fuego y tenía que depender por completo del sol para
cocinar sus alimentos. En aquellos tiempos el sol era mucho
más caliente que hoy, y la gente podía cocer su comida simplemente
alzándola hacia el sol, o bien sometiéndola al efecto de
los rayos solares. Esto, con todo, no era tan bueno como el
fuego; y Castor y Aguila determinaron averiguar si había fuego
en el mundo, y obtenerlo, si era posible, para dárselo a la gente.
Se prepararon en las montañas hasta quedar cargados de «misterio
», y con su magia podían ver todas las cosas, y alcanzar
hasta los límites del mundo. Descubrieron así que había fuego
en una cabaña situada en Lytton, e hicieron planes al respecto.
Dejaron su casa situada en la desembocadura del Fraser, y viajaron
río arriba hasta llegar a Lytton.37 Aguila echó a volar por
los aires, y descubrió al fin la concha de una almeja de agua
dulce, y la tomó para sí. El Castor vino a dar al lugar de donde la
gente sacaba agua de una cañada. Vivían todos ellos en un
habitáculo subterráneo. Algunas de las muchachas que habían
ido a por agua aquella mañana volvieron corriendo, diciendo
que había un castor en el lugar de donde sacaban agua. Algunos
jóvenes corrieron hacia allí con arcos y flechas, lo flecharon y se
lo llevaron a su casa. Empezaron entonces a desollarlo. Entretanto
el Castor pensaba: «¡Oh, mi hermano mayor! ¡Cuánto
tarda en llegar! Poco me queda ya de vida». Justo en aquel
momento hizo su aparición el Aguila en lo alto de la escalera,
atrayendo la atención de todos, que se olvidaron del castor,
ansiosos como estaban por capturar al águila, a la que sin embargo
no conseguían alcanzar, a pesar de la lluvia de flechas que
le lanzaron. Entre tanto, el Castor hizo que la casa se inundara.
En la confusión subsiguiente, el Aguila tiró la concha al fuego.
El Castor inmediatamente la llenó de fuego, se la puso bajo el
brazo, y se escapó por el agua. Difundió el fuego por todo el
país. A partir de entonces, los indios pueden extraer fuego de
los árboles. Algunos dicen que el Castor puso fuego en todos los
árboles y bosques que crecen cerca de sus madrigueras, mientras
que el Aguila lo puso en los árboles que crecen en las zonas
distantes del país, lejos de los lagos y las corrientes de agua.38
Otra versión del mito thompson, que difiere sólo en detalles
del primero, reza como sigue: la gente de Nicola y Spences
Bridge no tenía fuego, ni medios de procurárselo, porque la
madera no ardía en aquellos días. De entre todos los hombres,
sólo los de Lytton tenían fuego. Castor, Comadreja y Aguila se
pusieron de acuerdo para robar el fuego a la gente de Lytton,
que vivían en un manantial cercano a la desembocadura del
Thompson. Castor se acercó el primero, y empezó a construir
un dique, mientras Aguila y Comadreja iban a prepararse en las
montañas. Al cuarto día, mientras tomaban un baño de sudor, el
espíritu guardián de Comadreja se le apareció en forma de una
comadreja, y penetró en la casa de sudar. Se abrió allí un canal,
y Comadreja, penetrando en su cuerpo adquirió forma animal.
El espíritu guardián de Aguila vino también a la casa de sudar
bajo la forma de un águila. También él dejó entrar a Aguila en su
cuerpo, de modo que éste adoptó la forma de pájaro.
Aguila dijo: «Volaré río arriba, y observaré lo que hace el
hermano Castor». Y Comadreja dijo: «Correré montaña arriba,
a ver lo que está haciendo el hermano Castor». Cuando ambos
estuvieron a la vista de Lytton, vieron que no había tiempo que
perder, porque Castor se hallaba ya prisionero en manos de la
gente del lugar, que se aprestaban a abrirlo en canal. Aguila se
lanzó en picado, y fue a posarse en lo alto de la escalera de la
casa subterránea, mientras Comadreja se ocupaba en hacer un
agujero en la base de la casa, de modo que el agua llegara a
inundarla. La gente del lugar estaba tan ansiosa por cazar al
águila que se olvidaron de Castor, y ni siquiera percibieron la
existencia de Comadreja. No conseguían, sin embargo, acertarle
a Aguila, y se enfadaron entre sí por errar los tiros. Entre tanto,
el agua que Castor había represado empezó a penetrar por el
agujero abierto por Comadreja, y, en medio de la confusión,
Castor cogió un tizón encendido, lo puso en el interior de una
concha de almeja y echó a correr con ella.
Cuando los tres hubieron vuelto a su casa, Castor hizo un
fuego para la gente. Aguila les enseñó cómo cocinar y cómo asar
la comida; y Comadreja les enseñó cómo hervir la comida con
piedras al rojo. Arrojaron parte del fuego sobre los diferentes
tipos de madera, y de entonces acá todas las maderas arden.39
En esta versión puede descubrirse un intento de racionalizar
el mito, explicando que el Aguila y la Comadreja, que figuran en
él, no son realmente el águila y la comadreja reales, sino simples
hombres llamados Aguila y Comadreja, respectivamente, que
temporalmente asumían las formas de los respectivos animales,
con vistas a robar el fuego. Semejante interpretación de la
historia revela un posterior estado de reflexión, en el que empieza
a dudarse de la posibilidad de que los animales puedan
usar fuego.
Los indios thompson tienen también una tradición, según la
cual sus antepasados se habían procurado el fuego a partir del
Sol. Dicen que hace mucho tiempo, antes de que Aguila y
Castor robaran el fuego, y antes de que hubiera fuego en la
madera, la gente no podía hacer fuego. Cuando empezaron a
tener mucho frío, enviaron mensajeros al Sol para conseguir
fuego. Los mensajeros tuvieron que recorrer un largo camino.
Cuando el fuego que habían traído los mensajeros se gastó, y
necesitaron más, enviaron a buscar más al Sol. Algunos dicen
que los mensajeros habían traído el fuego en conchas, o encerrado
de alguna otra manera. El fuego traído del Sol producía un
gran calor. Algunos hombres se dice que tienen poder para
bajar calor y fuego solares sin tener que ir hasta el Sol a por
ellos. Lo extraen de los rayos solares.40
Así mismo, los thompson cuentan un mito sobre el fuego de
diferente tipo, en el que el Coyote es representado como el
primer ladrón de fuego. La historia es como sigue: desde la cima
de una montaña Coyote vio lucir una luz lejana hacia el sur. Al
principio no supo qué era, pero mediante un proceso de adivinación
averiguó que era fuego. Se decidió, pues, a ir hasta allá a
buscarlo. Muchos los acompañaron. Zorro, Lobo, Antílope y
todos los buenos corredores fueron con él. Tras recorrer un
largo camino, llegaron a la aldea de la gente del Fuego. Les
dijeron entonces: «Hemos venido a visitaros, a danzar, a jugar y
a hacer apuestas». Prepararon pues una danza para aquella
noche. Coyote se hizo un tocado de virutas resinosas de pino
amarillo, con largas tiras de corteza de cedro que llegaban hasta
el suelo. La gente del Fuego danzó primero. La hoguera tenía un
fuego muy bajo. Coyote y los suyos empezaron luego a bailar en
torno a ella. Se quejaron de que apenas podían ver. La gente del
Fuego hicieron entonces una hoguera más grande. Cuatro veces
se quejó de nuevo Coyote, hasta que los del Fuego hicieron una
hoguera que despedía grandes llamaradas. La gente de Coyote
simuló entonces que sentía mucho calor y que iban a alejarse
para tomar un poco el fresco. Todos se colocaron en posición de
partida para echar a correr. Sólo Coyote permaneció junto a la
hoguera. Y, cuando se hallaba cerca de la puerta, lanzó los
largos flecos de corteza de su tocado por encima del fuego, y con
ellos prendidos echó a correr. La gente del Fuego lo persiguió.
El le entregó su tocado a Antílope, que corrió con él un trecho y
se lo entregó al siguiente corredor. Así lo fueron transportando
por relevos. Las gentes del Fuego fueron cogiendo uno tras otro
a los corredores, y los mataron. Sólo quedó Coyote. Ya estaban
a punto de alcanzarlo, cuando corrió a esconderse tras un árbol
y le entregó el fuego a éste. La gente del Fuego empezó a
buscarlo, pero no pudieron hallarlo. Hicieron entonces que empezara
a soplar el viento, y los ardientes fragmentos de corteza
que habían quedado desperdigados prendieron fuego a la hierba.
Los del Fuego dijeron entonces: «Coyote ahora se abrasará
». Una espesa humareda se levantó por todo en derredor, y
Coyote pudo escapar. El fuego se extendió por todo el país, y
abrasó a mucha gente. Coyote entonces provocó una torrencial
lluvia y una inundación, que apagó el fuego. Tras ésto, el fuego
quedó alojado en los árboles, y hierba y árboles pueden emplearse
para hacer fuego. Por esta razón, la corteza de cedro es
portadora de fuego y puede servir para encender fuegos lentos
(slow matches). Por la misma razón también la madera resinosa
prende con facilidad y se usa para encender fuegos. Desde
entonces ha habido humo y fuego en la tierra, y ambas cosas
resultan inseparables.41
Esta historia claramente pertenece al mismo tipo de mitos de
los que ya hemos encontrado ejemplos más al sur, entre los
indios de Nuevo Méjico, Utah y California. Los rasgos característicos
de este tipo de mito son que el ladrón del fuego es el
coyote, y que éste pasa el fuego a toda una serie de animales
corredores, que se relevan uno a otro, transportando el fuego y
corriendo, hasta quedar exhaustos.42
Los indios lillooet, cuyo territorio es fronterizo del de los
thompson por el oeste, cuentan una historia sobre el origen del
fuego que concuerda estrechamente con los mitos del fuego que
cuentan los indios thompson.43 Nada tiene de sorprendente este
parecido, puesto que los lilloet no sólo son vecinos inmediatos
de los thompson, sino que pertenecen también al tronco salish,
y hablan una lengua estrechamente emparentada con la de los
thompson.44 Su versión del mito es la que sigue:
Castor y Aguila vivían con su hermana en el país lilloet. No
tenían fuego y debían comer cruda su comida. La hermana no
cesaba de llorar y quejarse, porque no tenía fuego con que asar
sus pieles de salmón desecadas. Finalmente, los dos hermanos
se apiadaron de ella porque lloraba tanto, y le dijeron: «¡No
llores más! Te conseguiremos fuego. Nos prepararemos durante
un largo tiempo, y mientras dure nuestra ausencia debes de
tener cuidado de no llorar ni quejarte; ya que, si lo haces,
fracasaremos en nuestro intento, y nuestra preparación habrá
sido inútil».
Dejando sola a su hermana, ambos hermanos partieron hacia
las montañas, donde pasaron cuatro años preparándose. Al fin
de este plazo, volvieron junto a su hermana, que no había llorado
ni una vez en toda su ausencia, y le dijeron que irían a buscar
fuego, ya que ahora sabían que podían encontrarlo y sabían
también cómo obtenerlo.
Tras cinco días de marcha, llegaron a la casa45 de la gente que
poseía el fuego. Uno de los hermanos se echó entonces encima
un cuerpo de águila, y el otro un cuerpo de castor. El hermano
que iba disfrazado de Castor represó una corriente de agua
cerca de allí, y por la noche hizo un túnel que llegaba hasta la
casa de los del fuego. A la mañana siguiente se hallaba nadando
en la represa que había construido en el río, cuando un viejo lo
vio y le cazó. Se llevó a Castor a su casa, y dejándolo junto al
fuego, dijo a su gente que lo desollaran. Mientras lo desollaban,
dieron con algo duro que llevaba en su sobaco. Se trataba de
una concha de almeja, que Castor se había escondido allí. Fue
en aquel preciso momento cuando vieron a una enorme y hermosa
águila posada en un árbol cercano. Todos se abalanzaron
ansiosos a cazarla, para obtener sus plumas; pero nadie le acertaba
por más que tiraban. Cuando en éstas se hallaban, Castor,
a quien habían dejado solo, puso un poco de fuego en su concha
de almeja, y escapó a través del agujero que había abierto.
Pronto estuvo en el agua, que ya casi llegaba a la casa, y escapó
nadando con su trofeo.
Tan pronto como Aguila vio que su hermano estava a salvo,
echó a volar para juntársele. Continuaron su camino de vuelta a
casa, y Aguila reposaba sobre el lomo de Castor cuando se
agotaba. Así fue como llevaron el fuego a casa, y se lo entregaron
a su hermana, que se puso muy feliz y contenta.46
Una historia diferente sobre el origen del fuego la cuentan los
lillooet como sigue: dicen que el Cuervo y la Gaviota eran amigos
y vivían en el país Lillooet. Cuervo tenía cuatro sirvientes, a
saber, Gusano, Pulga, Piojo y Piojuelo. Todo el mundo estaba a
oscuras en aquel tiempo, porque Gaviota poseía la luz en exclusiva
y la guardaba en una caja, no dejando que nadie la sacara,
salvo cuando ella la necesitaba para su uso particular. No obstante,
Cuervo consiguió romper la caja con maña, e hizo que la
luz del día se extendiera por todo el mundo. Así consiguió
Cuervo obtener la luz, pero no el fuego.
Un día, mientras miraba desde el techo de su casa, vio una
columna de humo que se alzaba a lo lejos hacia el sur, a la orilla
del mar. Se embarcó, pues, al día siguiente con sus sirvientes en
la canoa de Piojuelo; pero, la canoa era muy pequeña y se les
inundó. Al día siguiente lo intentó con la canoa de Piojo; pero
también era demasiado pequeña. Lo intentó así con todas las
canoas de sus sirvientes, con idéntico resultado. Le dijo entonces
a su esposa que fuera a pedirle prestada su canoa a Gaviota,
puesto que pretendía ir a buscar fuego. Al día siguiente, tras
haber conseguido la canoa, se embarcó en ella con sus sirvientes,
y se llegaron hasta las cercanías de la casa de donde salía el
humo.
Cuervo preguntó entonces a sus sirvientes quién de ellos
quería ir a robar la hija pequeña de aquellas gentes. Piojuelo se
ofreció a ir; pero los otros le dijeron: «Tú harás mucho ruido, y
despertarás a todo el mundo». Piojo se ofreció entonces, pero le
plantearon idénticas objeciones. Entonces Pulga dijo: «Y o iré.
De un salto me acercaré y cogeré al bebé, y de otro estaré aquí
de vuelta». Pero los demás dijeron: «Harás raido, y no queremos
que la gente de dentro se entere». Habló entonces Gusano,
y dijo: «Yo iré lenta y silenciosamente. Cavaré un agujero, e iré
hasta debajo de donde está la niña colgada en su cuna, la
raptaré, y volveré con ella sin que nadie me oiga». Todos pensaron
que esta era la mejor propuesta, y asintieron al plan de
Gusano. Así pues, aquella noche, Gusano cavó un túnel por
debajo de la casa y raptó a la niña. Tan pronto como estuvo de
vuelta, la metieron en la canoa y remaron rápidamente río arriba.
A la mañana siguiente, bien temprano, la gente del fuego echó
de menos a la niña, y los más sabios supieron en seguida lo que
había pasado. Salieron en persecución de los raptores, pero no
pudieron alcanzar ni prender a Cuervo y sus sirvientes. Esturión,
Ballena y Morsa rebuscaron mucho y lejos, pero tuvieron
que darse por vencidos y volver a casa. Sólo un pequeño pez47
dio con el rastro de la canoa, y le dio alcance. Intentó retrasar su
marcha pegándose a sus remos, pero terminó agotado, y tuvo
que volverse a casa. La madre de la niña hizo que cayera una
lluvia torrencial (unos dicen que con su llanto), pensando que
con ello lograría detener a los ladrones, pero todo fue en vano.
Cuervo llegó a su país con la niña raptada, y los parientes de
ella, al enterarse de a donde había sido llevada, acudieron hasta
casa de Cuervo con múltiples presentes; pero Cuervo dijo que
no eran regalos lo que quería, de modo que los parientes de la
niña tuvieron que volverse a casa sin ella.
Dos veces más visitaron a Cuervo con regalos, con idéntico
resultado. A su cuarta visita, Cuervo volvió a rechazar sus regalos,
a pesar de que cada vez se los llevaban más ricos y caros.
Entonces le preguntaron qué quería, y dijo: «Fuego». Ellos le
respondieron: «¿Por qué no lo dijiste antes?». Y se pusieron
muy contentos, porque tenían mucho fuego y le concedían poco
valor. Así que fueron, trajeron fuego, y se llevaron a cambio a la
niña de vuelta. La gente Pescado enseñó a Cuervo a hacer fuego
con raíces secas de álamo. Cuervo estaba feliz, y le dijo a
Gaviota: «De no haberte robado la luz, nunca hubiera visto
dónde se guardaba el fuego. Ahora tenemos luz y fuego, y
ambos nos hemos beneficiado». Seguidamente, Cuervo vendió
fuego a cuantas familias se lo pedían, y cada familia que lo
quería se lo pagaba con una muchacha. De este modo, Cuervo
llegó a poseer muchas esposas.48
Ya hemos visto que en una leyenda kwakiutl el visón obtuvo
de manera similar el deseado fuego, mediante el rapto de una
niña que luego rescató con fuego.49
Otra historia lillooet, recogida por el doctor Boas en la cuenca
baja del río Fraser, refiere cómo el fuego llegó a conseguirse
mediante idéntico tipo de regateo. La historia narra lo siguiente:
El Castor dio el fuego a los Espíritus. Los humanos no sabían
cómo procurárselo y acabaron enviando a la Nutria Enana50 a
robarlo. La Nutria Enana tomó prestado el cuchillo de su abuela,
que ésta guardaba bajo su piel, y partió hacia la casa de los
Espíritus. Al llegar allí, los vio danzando. Cuando la danza hubo
terminado, los Espíritus quisieron tomar un baño y lavarse.
«Esperad», dijo la Nutria Enana, «yo os traeré agua». Tomó
una jarra y fue,hasta la orilla del río. Cuando volvió con la jarra
llena y pasó al lado de uno de los fuegos que ardían en el
interior de la casa, hizo como que tropezaba, y el agua se le cayó
sobre el fuego, de modo que éste se apagó. «O h» , exclamó, «he
tropezado». Y, diciendo ésto, fue de nuevo a buscar agua al río.
Al volver, nuevamente tiró agua sobre otro fuego al pasar, y lo
apagó. Empezaba a haber cada vez menos luz en la casa. Entonces,
lá Nutria Enana, sacando su cuchillo, le cortó la cabeza al
jefe de los Espíritus. Tras hacer ésto, rebozó con polvo el corte
de la cabeza para que no sangrara, y se marchó de allí con ella.
Pero, antes incluso de que los Espíritus pudieran encender de
nuevo los fuegos, el polvo se había empapado ya de sangre. La
madre del jefe se dio cuenta de ello, y tan pronto como encendieron
de nuevo los fuegos, se dieron cuenta de que a su jefe le
había cortado la cabeza. Entonces, la madre del jefe muerto
dijo: « Id mañana a ver a Nutria Enana, y rescatad la cabeza de
sus manos». Así lo hicieron, y fueron a ver a Nutria Enana a su
casa. Pero Nutria Enana se había construido diez casas, y había
hecho que su abuela le fabricara diez ajuares completos de
ropa. De modo que, cuando llegaron los Espíritus, Nutria Enana
empezó a aparecer tan pronto en el techo de una casa como
de otra, siempre con una ropa diferente; al punto que los visitantes
pensaron que había allí mucha gente. Cuando los Espíritus
hubieron llegado, hablaron con la abuela de Nutria Enana, y
le dijeron: «T e daremos vestidos a cambio de la cabeza de
nuestro jefe». Pero ella respondió: «Mi nieta no quiere vestidos
». Le ofrecieron entonces un arco y flechas, pero la abuela
también rechazó ésto. Los Espíritus, entonces, se echaron a
llorar, y con ellos se pusieron a llorar también los árboles, de
apenados que estaban; y el llanto de los árboles era lluvia.
Finalmente, los Espíritus ofrecieron a Nutria Enana el taladro
de fuego. La abuela aceptó, y les dio a cambio la cabeza de su
jefe. Y desde entonces los hombres tienen fuego.61
Los snanaimuq o nanaimo, tribu del tronco salish que habita
en la región que rodea Nanaimo Harbour y Nanaimo Lake, en la
parte suroriental de la isla de Vancouver,52 cuentan de modo
semejante cómo el fuego fue conseguido a cambio de un niño.
Dicen que hace mucho tiempo los hombres carecían de fuego.
El Visón deseaba obtener el fuego, y con este fin partió junto
con su abuela a visitar al jefe que guardaba el fuego. Desembarcaron
sin ser vistos, y el Visón entró a hurtadillas y de noche en
la casa del jefe, mientras éste y su mujer dormían. Pero el
pájaro Tegya estaba acunando al niño de ambos. El Visón entreabrió
la puerta. Y cuando el pájaro oyó el chirrido, exclamó:
«¡Pq! ¡Pq!», para despertar al jefe. Pero Visón susurró: «¡Duerme!
¡Duerme!». Y el pájaro se quedó dormido. Entró, pues,
Visón en la casa y sacó al niño de su cuna. Seguidamente se
dirigió al bote, donde lo esperaba su abuela, y ambos salieron
bogando o remando hacia su casa. Cada vez que pasaban por un
poblado, la abuela pellizcaba al niño para hacerlo llorar. Por fin,
llegaron a Tlaltq (Gabriola Island, enfrente de Nanaimo), donde
Visón tema una gran casa, en la que él y su abuela vivían solos.
A la mañana siguiente el jefe echó de menos a su hijo, y se
puso muy triste. Salió remando en su canoa a buscarlo, y cuando
llegaba a un poblado, preguntaba: «¿Habéis visto a mi hijo?
Alguien mo lo ha robado». La gente le respondía: «La pasada
noche Visón pasó por aquí, y un niño lloraba en su canoa». Fue
así como el jefe siguió la pista hasta Tlaltq. Visón lo estaba
esperando, y cuando lo vio venir a lo lejos, se encasquetó uno de
sus muchos tocados y salió a danzar delante de su casa, mientras
su abuela batía el tambor y cantaba. Seguidamente penetró
de nuevo en la casa, se colocó otro tocado y apareció por otra
puerta con diferente aspecto. Finalmente, salió por la puerta
central, llevando al hijo del jefe en sus brazos. El jefe no se
atrevió a atacar a Visón porque creyó que había mucha gente en
la casa. Le dijo, entonces: «Devuélveme a mi hijo, y yo te daré
muchas bandejas de cobre».53 Pero la abuela de Visón le advirtió:
«No aceptes». Por fin el jefe le ofreció el taladro de fuego, y
Visón aceptó por consejo de su abuela. El jefe recuperó a su
hijo y se fue a casa, mientras Visón hacía una gran hoguera. Así
fue como los hombres recibieron el don del fuego.54
Esta historia es sustancialmente idéntica a una recogida en
forma más breve entre los kwakiutl.55
Los okanaken forman la rama más oriental del tronco salish
en la Columbia Británica. Aunque no se hallan confinados a este
estado, ya que penetran por el sur hasta territorio de los Estados
Unidos, dividiéndolos la frontera que separa estos dos países
en dos grupos casi idénticos.56 Cuentan también la siguiente
historia sobre el origen del fuego:
Hubo un tiempo en el que no había fuego, de modo que las
gentes se reunían para discutir la forma de procurarse fuego. Se
preguntaban por el mejor modo de subir al Mundo Superior.
Por último, decidieron hacer una cadena de flechas. Para ello,
lanzaron una flecha hacia el cielo, pero no se clavó bien. Todos,
uno tras otro intentaron que sus flechas se clavaran bien, pero
ninguno lo consiguió. Finalmente, un cierto pájaro (tsiskakena)
acertó con sus flechas en el blanco, y lo hizo de manera tal que
los otros pudieron clavar las suyas en la última de él. Por fin la
cadena de flechas quedó completa, y todos subieron por ella. Se
preguntaron entonces sobre el mejor modo de conseguir el fuego.
Se decidió que Castor entrara en el agua y se dejara capturar
por la gente del Fuego, que se hallaban pescando por allí cerca;
y que, cuando estuvieran a punto de despellejar a Castor, el
Aguila hiciera su aparición para atraer sobre sí la atención de la
gente del Fuego, distrayéndolos de Castor, que debía coger
entonces una porción de fuego y escapar con ella. Según este
plan, Castor penetró en el río donde la gente del fuego se
hallaba pescando, y se dejó capturar por ellos. Lo llevaron de
inmediato a su casa, y empezaron a desollarlo. Le habían abierto
ya la piel por el pecho, cuando Aguila pasó volando sobre
ellos y atrajo su atención. Todo el mundo echó mano de sus
arcos y flechas, para intentar derribar al águila. Viendo llegada
su oportunidad, Castor dio un salto, y colocando una porción de
fuego en el interior de su piel, precisamente por el lugar por
donde se la habían cortado, escapó a donde estaban sus restantes
compañeros, viniendo el Aguila al poco a reumrseles. Se
formó una gran confusión en lo alto de la escalera de flechas,
para ver quién había de bajar el primero. Y con el tira y afloja, la
cadena se rompió antes de que todos pudieran bajar, por lo que
muchos tuvieron que saltar. Siluro cayó en un pozo y se hizo
pedazos la mandíbula. Rémora se golpeó en la cabeza y se
aplastó todos los huesos de la misma, a consecuencia de lo cual
todos los demás animales tuvieron que aportar un hueso para
hacerle una nueva cabeza. Esa es la razón de que el siluro tenga
una boca tan particular, y la rémora una cabeza tan rara.67
La misma historia, con mínimas variantes, se cuenta también
entre los indios sanpoil, que pertenecen asimismo al tronco
salish, y viven entre los ríos San Poil y Columbia, por debajo de
Big Bend, en el estado de Washington.58 Dicen que en cierta
ocasión llovió hasta que todos los fuegos de la tierra se extinguieron.
Los animales celebraron un consejo y decidieron hacer
la guerra al cielo para poder traer de nuevo el fuego. En primavera,
dieron comienzo sus hostilidades, y empezaron a arrojar
flechas contra el cielo. Coyote fue el primero en disparar, pero
no acertó. Por fin el pavo americano (chickadee) pudo disparar
una flecha que fue a clavarse en el cielo. Continuó disparando
hasta formar una cadena de flechas, por medio de la cual subieron
al cielo todos los animales. El último en subir fue el Gran
Oso Gris, bajo cuyo peso la cadena se rompió, por lo que no
pudo juntarse con los demás animales en el cielo.
Cuando todos los animales, menos el Oso Gris, estuvieron en
el cielo, se encontraron en un valle cercano a un lago, donde la
gente del cielo se hallaba pescando. Coyote quiso hacer de
explorador, pero fue capturado. Entonces Rata Almizclera empezó
a excavar túneles por la orilla del lago, mientras Aguila y
Castor se disponían a buscar el fuego. Castor se introdujo en
una de las trampas para pescado y se hizo el muerto. Se lo
llevaron a casa del jefe, donde empezaron a desollarlo. Fue en
aquel preciso momento cuando Aguila se posó en un árbol
cercano a la tienda. Cuando la gente del cielo vio a Aguila,
echaron a correr tras ella, y en aquel mismo momento Castor
llenó una concha de almeja con brasas encendidas y salió co rriendo.
Saltó al lago y la gente del cielo intentó capturarlo con
sus redes; pero el agua empezó a escaparse por los túneles que
había excavado Rata Almizclera. Los animales corrieron hacia
la cadena de flechas, pero la hallaron rota. Entonces cada pájaro
tomó sobre sí a un cuadrúpedo y lo bajó volando. Sólo Coyote
y Rémora se quedaron sin transporte. Coyote se ató un trozo de
piel de búfalo a cada pata y saltó. Voló sobre la piel y fue a
aterrizar sobre un pino. A la mañana siguiente exhibió sus alas,
pero no pudo ya quitárselas, y quedó transformado en murciélago.
Rémora tuvo que saltar sin ningún tipo de ayuda, y se
partió en mil pedazos. Los animales recompusieron sus huesos;
y, puesto que había algunos que faltaban, le colocaron agujas de
pino en la cola. Por ésto la rémora tiene tantas espinas.59
Dejemos ahora las tribus del tronco salish, que habitan en la
parte meridional de Columbia Británica, y vayamos a las tribus
más septentrionales, que pertenecen a la gran familia athapascan.
Entre ellas se cuentan los chilcotin o tsilcotin, que habitan
el valle del río que les da nombre. Su territorio, pues, se extiende
por el interior de la Columbia Británica, hacia una latitud de
52° norte.60 Su historia sobre el origen del fuego es esta:
En los antiguos tiempos no había fuego, salvo en casa de un
solo hombre, que no se lo quería dar a nadie. Así pues, un día
Cuervo decidió robárselo, y para ello se reunió con sus amigos y
hermanos y se dirigió a la casa del hombre del fuego. El fuego
ardía en un lateral de la casa y su dueño se sentaba a su lado
para guardarlo. Tan pronto como Cuervo y sus amigos hicieron
su aparición, empezaron a bailar. Pero Cuervo se había atado
virutas de madera resinosa en el pelo; y mientras bailaba se
acercaba al fuego, para que las virutas se le prendieran; pero el
amo del fuego vigilaba estrechamente que tal cosa no ocurriera.
Así que bailaron y bailaron, hasta que uno tras otro fueron
quedando agotados y tuvieron que retirarse, menos Cuervo que
siguió. Y Cuervo bailó todo el día y toda la noche, y todo el día
siguiente, hasta que el mismo amo del fuego se cansó de mirar y
de vigilar, y cayó dormido. Tan pronto como Cuervo lo vio
dormido, acercó su cabeza al fuego, de modo que las virutas de
madera resinosa se prendieran, y despidiendo llamas salió de la
casa, y recorrió todo el país, prendiendo fuegos en diversas
partes. Cuando el amo del fuego se despertó, vio humo por
todas partes, y se dio cuenta de lo que había ocurrido. Corrió
por todas partes intentando recuperar el fuego, pero no pudo,
porque ya éste ardía por muchas partes; y desde entonces las
gentes han tenido siempre fuego. Ahora bien, cuando los bosques
empezaron a arder, los animales echaron a correr; y todos
pudieron escapar, menos el conejo, que no corrió lo suficientemente
deprisa, y fue alcanzado por el fuego que le quemó los
pies. De ahí que los conejos tengan manchas negras en la planta
de las patas hoy en día. Una vez que los árboles se incendiaron,
el fuego permaneció en la madera; y por eso la madera arde hoy
día, y puede extraerse fuego de ella por frotamiento.61
Los indios kaska, otra tribu de la familia athapascan, ocupan
un territorio situado en la zona interior norte de la Columbia
Británica, sobre la ladera ártica de las montañas, más al norte
del territorio de los indios chilcotin.62 Estos indios cuentan otra
historia sobre el origen del fuego:
Hace mucho tiempo la gente no tenía fuego. De toda la gente,
sólo Oso tenía fuego. Tenía una piedra de fuego con la que
podía prender fuego en cualquier momento. Guardaba celosamente
esta piedra, y siempre la llevaba atada a su cinturón. Un
día que se hallaba tumbado junto al fuego en su cabaña, un
pequeño pájaro vino y se acercó al fuego. Oso dijo: «¿Qué
quieres tú?». El pájaro respondió: «Estoy casi helado, y he
venido a calentarme». Oso le dijo que se acercara y empezara a
despiojarlo. El pequeño pájaro aceptó, y empezó a saltar sobre
Oso, picoteándole los piojos. Mientras ésto hacía, vino a picar
en la cuerda que sujetaba la piedra de fuego al cinturón de Oso.
Y, cuando la cuerda ya estaba lo suficientemente picoteada, el
pájaro arrebató súbitamente la piedra y echó a volar con ella.
Resultaba que los animales se habían confabulado para este
robo, y esperaban en hilera, uno detrás de otro. Oso empezó a
perseguir al pájaro, y le dio alcance cuando apenas acababa de
pasarle el fuego al siguiente animal en la hilera. Tan pronto el
pájaro le pasó el fuego, el otro echó a correr con él; y, poco antes
de que Oso lograra echarle el guante, ya se lo había pasado al
siguiente, y así uno tras otro. En último lugar el fuego fue a
parar al zorro, que echó a correr montaña arriba con él. Oso se
hallaba ya para entonces tan exhausto que no podía seguir a
zorro, y se dio la vuelta. Zorro rompió la piedra en la cima de la
montaña, y le arrojó un fragmento a cada tribu. Así fue como las
diversas tribus de la tierra obtuvieron el fuego; y ésa es la razón
de que haya actualmente fuego en todas las rocas y los árboles.
63
Los indios babine, otra tribu del tronco athapascan, que habitan
en el interior de Columbia Británica, tienen también una
historia sobre el origen del fuego. Dicen que hace mucho tiempo
el único fuego que había en el mundo estaba en poder de un
viejo jefe, que lo guardaba para sí en su cabaña y no quería
compartirlo con nadie. De modo que todos los hombres se
helaban de frío, excepto este viejo jefe, que permanecía sordo a
las súplicas que se le dirigían, por lo que decidieron quitárselo
por medio de una estratagema. Según este plan, pidieron ayuda
al Caribú y a la Rata Almizclera. Proporcionaron al Caribú un
tocado de madera resinosa, con virutas de madera pegada a
ella; y vistieron a la Rata Almizclera con un delantal de piel de
marmota. Penetraron en la cabaña del dueño del fuego, y tan
pronto entraron se pusieron a cantar. El Caribú y la Rata Almizclera
tomaron posiciones a ambos lados del hogar, sobre el que
el dueño del fuego mantenía una estrecha vigilancia. Ambos
animales comenzaron entonces a danzar. Mientras danzaban, el
Caribú, moviendo la cabeza hacia los lados, como suele hacer,
logró prender su tocado de madera resinosa en las llamas del
hogar; pero el avisado viejo, inmediatamente apagó el incipiente
fuego. Un poco después, y en medio de las ruidosas canciones
con que la asamblea acompañaba la danza, el Caribú logró
prender fuego de nuevo a su tocado, y esta vez el viejo tuvo
dificultades para apagarlo. Mientras se hallaba ocupado en ésto,
la astuta Rata Almizclera, que tenía una larga práctica en
excavar túneles y sólo esperaba una ocasión, cogió furtivamente
un montón de brasas ardiendo y desapareció con ellas bajo
tierra. Poco tiempo después se vio ascender una columna de
humo a lo lejos sobre una montaña. El humo pronto se vio
acompañado de leguas de fuego, y así los hombres supieron que
la Rata Almizclera había conseguido hacerse con el fuego para
ellos.64
La idea de que los hombres conocieran el don del fuego al
observar el humo y las llamas que salían de una montaña es
significativa. Sugiere que estos indios obtuvieron, o más bien
creyeron haber obtenido, su primer fuego de alguno de los
volcanes activos que existen en esta parte de Norteamérica.
Los indios haida de las islas de Queen Charlotte dicen que
hace mucho tiempo hubo una gran inundación en la que todos
los hombres y animales perecieron, con excepción de un cuervo.
Esta criatura, sin embargo, no era un pájaro común y corriente,
sino que, como los animales de las viejas historias indias, poseía
amplios atributos humanos. Su capa de plumas, por ejemplo,
podía ponérsela o quitársela a voluntad, como si de un atuendo
se tratara. Hay incluso una versión de la historia en la que se
dice que había nacido de una mujer sin marido, que le hacía
arcos y flechas. Tras la destrucción de la humanidad en la Gran
Inundación, este notable Cuervo se casó con una coquina, que
le dio una hija; y tomando a esta hija por esposa repobló toda la
tierra.
Pero sus descendientes seguían pasando muchas penurias,
porque no tenían ni fuego, ni luz del día, ni agua fresca, ni
pescado oolachan. Todas estas cosas estaban en posesión de un
gran jefe o deidad llamada Setlin-ki-jash, que vivía donde actualmente
se encuentra el río Nasse. Sin embargo, el astuto
Cuervo logró arrebatar todas estas cosas buenas a su poseedor
y otorgárselas a la humanidad. El m odo como consiguió robar el
fuego es éste: no se atrevió a aparecer en casa del jefe, sino que
adoptando la forma de una aguja de abeto, se puso a flotar en el
agua cerca de su casa. El jefe tenía una hija, y cuando fue a
buscar agua al río, se llevó con ella en su vasija la hoja de abeto
flotante, y al ir a beber agua se tragó la aguja sin notarlo. Poco
después concibió y dio a luz un hijo, que no era otro que el sutil
Cuervo. De este modo Cuervo se hizo un lugar en la casa del
jefe. Cuando vio llegada la ocasión, se hizo con un tizón encendido,
y, poniéndose su traje de plumas, echó a volar por el
respiradero de la cabaña, llevando consigo el fuego y diseminándolo
por doquiera que pasó. Uno de los primeros lugares a
donde llevó el fuego fue al extremo norte de Vancouver, y esa es
la razón de que en aquella zona haya tantos árboles de corteza
negra.65
Otra versión haida del mito, recogida en dialecto masset, dice
lo que sigue:
En aquel tiempo, cuando el Cuervo se hallaba en uno de sus
viajes, no había fuego a la vista, y la gente no sabía de él.
Cuervo, entonces, enfiló hacia el norte sobre la superficie del
mar. Y muy mar adentro vio surgir un gran alga. Y la cabeza del
alga desapareció, saliendo de ella múltiples chispas. Fue ésta la
primera vez que Cuervo vio el fuego. Y fue a por él al fondo del
mar. Entonces, los grandes peces - la ballena negra, el pezdiablo,
el coto espinoso y otros- quisieron matarlo cuando descendía
al fondo. Cuervo llegó hasta el Dueño del Fuego.
Y, al entrar en su casa, Dueño del Fuego le dijo: «Ven y
siéntate aquí, jefe». Entonces Cuervo le dijo: «¿Querrá el jefe
darme fuego?». Y el jefe se lo dio tal como se lo pedía. Y,
cuando se lo dio, se lo entregó en una bandeja de piedra, con
una tapadera encima. El Cuervo entonces se marchó de allí. Y,
cuando hubo llegado a la orilla, puso una brasa ardiendo en un
cedro, que allí crecía. Luego entró en la casa donde vivía su
hermana. Mariposa estaba con ella. Encendió entonces un fuego
en su casa. Y, porque puso ese trozo de fuego en el interior
del cedro pueden los hombres hoy encender fuego mediante el
taladro de madera, que saca el fuego de él.66
Los indios tlingit de Alaska hablan también de las fabulosas
hazañas de Cuervo en los primeros días del mundo. Dicen que
en aquel tiempo no existía fuego en la tierra, sino sólo en una
isla en medio del mar. Cuervo voló hasta ella, y tomando un
tizón encendido con su pico, volvió con raudo vuelo. Pero era
tan grande la distancia que cuando llegó a tierra el tizón casi se
había consumido, y el pico de Cuervo se hallaba medio quemado.
Tan pronto como alcanzó la orilla, dejó caer las aún ardientes
ascuas a tierra, y sus dispersas chispas cayeron sobre las
piedras y los árboles. Y ésa, dicen los tlingit, es la razón de que
tanto las piedras como la madera contengan fuego; ya que pueden
sacarse chispas de las piedras golpeándolas con un hierro, y
puede producirse fuego con la madera frotando entre sí dos
palos.67
Otra versión tlingit del mito es como sigue:
Al principio los hombres no tenían fuego. Pero Cuervo (Yetl)
sabía que Búho de las Nieves, que vivía muy lejos mar adentro,
guardaba el fuego. Mandó a todos los hombres, que en aquellos
tiempos tenían aún forma de animales, que fueran uno tras otro
a intentar coger el fuego; pero ninguno consiguió traerlo. Por
fin, Ciervo, que tenía entonces una larga cola, dijo: «Cogeré
madera resinosa y me la ataré al rabo. Y con ella traeré el
fuego». Y tal como lo dijo, lo hizo. Corrió a casa de Búho de las
Nieves, danzó en torno al fuego, y terminó introduciendo su cola
entre las llamas. La madera que llevaba en la cola, entonces, se
prendió, y él echó a correr. Debido a ésto la cola se le quemó, y
por éso el ciervo tiene desde entonces un muñón por cola.68
En esta versión tlingit del mito no es el mismo Cuervo, sino
Ciervo quien roba el fuego danzando en torno a la hoguera con
un haz de madera combustible atado al rabo. Ya hemos visto
que esta misma historia se la cuentan también los nootka, los
kwakiutl y otras tribus meridionales de la Columbia Británica.69
Existe una tercera versión del mito, en la que ni Cuervo ni
Ciervo figuran como ladrones del fuego. Los tlingit dicen que en
sus viajes Cuervo llegó a un lugar donde vio flotando algo no
lejos de la orilla, que sin embargo nunca conseguía aproximarse.
Reunió a toda clase de aves. Al caer la tarde miró de nuevo a la
cosa y vio que parecía fuego. Así que le dijo a Halcón Niego
(chicken-hawk), que tenía un largo pico, que volara hasta la
cosa, diciéndole: «Sé valiente. Si coges algo de ese fuego, no lo
dejes escapar». Halcón Niego llegó a donde estaba la cosa,
cogió algo de fuego y se apresuró a volver, pero para cuando
llegó al lado de Cuervo se había quemado ya todo el pico. De ahí
que el pico del halcón niego sea hoy tan corto. A continuación,
Cuervo tomó cedro rojo y algunas piedras blancas que encontró
en la playa; y colocó fuego en ellos, para que siempre pudiera
hallarse después en todo el mundo.70
Aún más al norte, entre los esquimales que habitan las hela
das costas del estrecho de Bering, el Cuervo juega un gran papel
en los mitos que hacen referencia al origen de todas las cosas.71
Estos esquimales dicen que, tras la aparición de los primeros
hombres sobre la tierra, el Cuervo les enseñó a hacer un taladro
de fuego y un arco a partir de un trozo de madera seca y una
cuerda, tomando la madera de los matorrales y arbustos que él,
el Cuervo, había hecho crecer en los huecos y los lugares abrigados
de las colmas. También les enseñó a hacer fuego con el
taladro y a poner la yesca prendida sobre un montón de hierba
seca, y a moverla hasta que eche llama y poner entonces leña
seca sobre la hierba llameante.72 El aparato de hacer fuego que
el Cuervo se dice que reveló a los esquimales es evidentemente
el taladro con arco, en el que la cuerda del arco va atada al
taladro vertical, y enrollada en éste, hace que al soltarse gire
mucho más rápidamente que cuando se emplea una simple
cuerda, movida con ambas manos, de uno y otro extremo, por el
operador.73 Esta forma perfeccionada del taladro de fuego es la
que actualmente usan los esquimales del estrecho de Bering,74 y
en general toda la raza esquimal,75 así como algunas tribus de
indios americanos.76

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