Supo un día Atarrabi, por inspiración divina, que el Papa estaba en grave peligro tratando con
unos malvados, y que necesitaba su ayuda. Atarrabi, con sus artes, convoco a tres demonios que
habitaban en su parroquia para que se presentaran en su casa.
Inmediatamente acudieron a su llamamiento y les pregunto cuanto tardarían en transportarlo a
Roma.
El primero le contesto que le llevaría un cuarto de hora, que al cura le pareció mucho tiempo; el
segundo dijo que tardaría cinco minutos y el sacerdote tampoco acepto, y el tercero dijo que le
llevaría en un minuto y se quedo con el. Le ofreció en pago del viaje la flor de su comida y al
diablo le pareció bien.
Atarrabi monto sobre el, que se remonto por los aires. Al pasar por encima del mar, el demonio
pretendió arrojarlo al agua para que se ahogase y le dijo:
- ¿Cual es ese dulce nombre que pronunciáis los cristianos?
Atarrabi, conocedor gracias a su estancia en el infierno de las astucias de los demonios, por toda
respuesta, dijo:
- ¡Arre, diablo!
Llego a las puertas del palacio del pontífice; pero los guardianes no le dejaron entrar, por mucho
que el insistio, y tuvo que contentarse con entregar una varita a un criado encargándole que con
ella midiera la mesa del Papa. La varita tenia una cruz, y al entrar con ella en el aposento los
personajes siniestros que eran demonios, desaparecieron.
El Papa pregunto quien le había dado aquella vara y mando que entrase el sacerdote. Pero
cuando salió el criado para llamarle, ya Atarrabi se había ido y estaba a medio camino de su
aldea.
Al llegar a su casa, se sacudió el manteo que llevaba lleno de nieve, y le dijo a su ama de cura
que estaba nevando en los montes de Jaca.
El ama no le creía y Atarrabi le dijo:
- Es tan cierto como que cante el gallo asado que tienes por comida.
Y al momento, el gallo que estaba en la cazuela empezó a levantarse y a cacarear.
El sacerdote mando a su ama que hiciera la comida con diez nueces y las cáscaras se las dio al
demonio en pago de haberlo llevado a Roma.
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