viernes, 1 de marzo de 2019

Cómo empezaron a vendarse los pies

Al principio del tiempo, cuando los dioses estaban creando el mundo, por fin llegó el momento de separar la tierra de los cielos. Este fue un arduo trabajo que habría fracasado de no ser por el aplomo y la habilidad de una joven diosa. Esta diosa se llamaba Lu-o. Había estado observando perezosamente el crecimiento del planeta cuando, para su horror, vio que la bola recién hecha se estaba escurriendo lentamente; un segundo más y habría caído en el pozo sin fondo. Rápida como el rayo, Lu-o la detuvo con su varita mágica y la sostuvo con firmeza hasta que el dios padre llegó corriendo en su rescate.

    Pero esto no fue todo. Cuando pusieron a los hombres y las mujeres en la tierra, Lu-o los ayudó presentándose como ejemplo de pureza y bondad. Todos la querían porque conocían su disposición a hacer buenas obras. Después de que abandonara el mundo para adentrarse en la tierra de los dioses, levantaron hermosas estatuas en su honor para conservar su imagen siempre ante los ojos de los pecadores. Las más importantes estaban en los templos de la capital. De este modo, cuando las mujeres afligidas deseaban ofrecer sus oraciones a la virtuosa diosa, iban a uno de sus templos y abrían sus corazones ante su altar.

    En cierto momento, el malvado Chow-sin, el último gobernante de los Yin, fue a orar al templo de la ciudad. Allí sus regios ojos quedaron cautivados por un rostro tan hermoso que no tenía igual, y dijo a sus oficiales que desearía tener a aquella diosa, que no era otra que Lu-o, entre sus esposas.

    Lu-o enfureció al descubrir que un mortal se había atrevido a hacer un comentario así sobre ella y decidió castigar al emperador. Llamó a sus sirvientes, que eran espíritus, y les contó el insulto de Chow-sin. De todos ellos, el más astuto era uno a quien llamaremos Duende Zorro, porque en realidad pertenecía a la familia de los zorros. Lu-o ordenó al Duende Zorro que hiciera todo lo posible para conseguir que el malvado gobernante sufriera por su insolencia.

    Durante muchos días, por mucho que lo intentó, Chow-sin, el gran Hijo del Cielo, no consiguió olvidar el rostro que había visto en el templo.

    —Está como una cabra —se reían sus cortesanos a su espalda—. ¡Mira que enamorarse de una estatua!

    —Debo encontrar a una mujer como ella —decía el emperador— para convertirla en mi esposa.

    —¿Por qué no ordena que nadie pueda casarse en el imperio hasta que su Majestad haya elegido una esposa cuya belleza sea equivalente a la de Lu-o? —sugirió su consejero favorito.

    A Chow-sin le gustó esta sugerencia y la habría seguido sin duda de no haber sido por su Primer Ministro, que le suplicó que lo pospusiera.

    —Su Majestad Imperial —empezó el oficial—, como alguna vez ha gustado de seguir mis consejos, le suplico que escuche ahora lo que tengo que decir.

    —Habla; pondré en tus palabras toda mi atención —contestó Chow-sin, con un elegante ademán.

    —Sepa, su Majestad, que en la zona sur de su reino vive un virrey cuya valentía en batalla lo ha hecho famoso.

    —¿Estás hablando de Su-nan? —le preguntó Chow-sin, frunciendo el ceño, porque Su-nan había sido, en el pasado, un rebelde.

    —No puede ser otro, poderoso Hijo del Cielo. Es famoso como soldado, pero su nombre es incluso más conocido debido a que su hija es la joven más hermosa de toda China. Esta adorable flor que ha florecido en su familia está aún soltera. ¿Por qué no ordena a su padre que la traiga a palacio para que se sume a la familia real?

    —¿Y estás seguro de que su belleza es tan asombrosa? —le preguntó el gobernante con una sonrisa de placer que iluminó su rostro.

    —Tan seguro que apostaría la cabeza a que su Majestad quedará satisfecho.

    —¡No se hable más! Te ordeno que convoques de inmediato a ese virrey y su hija. Añade el sello imperial al mensaje.

    El Primer Ministro, sonriendo, se marchó para entregar la orden. Se alegraba de que el emperador hubiera aceptado su sugerencia, porque el virrey Su-nan era su enemigo y de este modo planeaba derrotarlo. El virrey era un hombre de fuerte carácter que seguramente no se sentiría honrado ante la idea de que su hija entrara en el palacio imperial como esposa secundaria. Sin duda se negaría a obedecer la orden y esa sería su perdición.

    El Primer Ministro no se equivocaba. Cuando Su-nan recibió el mensaje imperial, su corazón se llenó de furia contra su soberano. Que le arrebataran a su adorada Ta-ki, aunque lo hiciera el rey, le parecía una terrible desgracia. Si estuviera seguro de que iba a convertirse en emperatriz habría sido diferente, pero con tantas otras compartiendo el favor de Chow-sin, su ascenso al primer puesto en la casa del regente no estaba asegurado. Además, era la hija favorita de Su-nan, y el anciano no soportaba la idea de separarse de ella. Preferiría morir a cederla al cruel gobernante.

    —No, no irás a palacio —le dijo a Ta-ki—, aunque deba morir para impedirlo.

    La hermosa joven escuchó entre lágrimas las palabras de su padre. Se lanzó a sus pies, le agradeció su compasión y le prometió quererlo más que nunca. Le dijo que su vanidad no se sentía halagada por lo que la mayor parte de las jóvenes considerarían un honor, que prefería tener el amor de un hombre bueno como su padre a compartir con otras los afectos de un rey.

Después de escuchar a su hija, el virrey envió una respetuosa respuesta a palacio, dando las gracias al emperador por su favor pero negándose a entregar a Ta-ki.

    «No es digna de tal honor —concluía— porque, tras haber sido la favorita de su padre, no se contentaría con compartir el augusto favor de su Majestad con sus muchas otras elegidas».

    Cuando leyeron al emperador la respuesta de Su-nan, este apenas daba crédito a sus oídos. Que desobedecieran su orden de aquel modo era algo inaudito. Ningún súbdito del Reino del Medio se había atrevido antes a insultar a un gobernante de aquel modo. Hirviendo de furia, ordenó al Primer Ministro que enviara un ejército que hiciera entrar en razón al virrey.

    —Decidle que, si desobedece, perderá su familia y todo lo que posee.

    Satisfecho con el éxito de su confabulación contra Su-nan, el Primer Ministro envió un regimiento de soldados para convencer al rebelde. Mientras, los aliados del atrevido virrey no perdieron el tiempo. Al enterarse del peligro que amenazaba a su señor, que contaba con el aprecio de todos, cientos de hombres le ofrecieron su ayuda contra el ejército de Chow-sin. Cuando vieron los estandartes del emperador acercándose y escucharon los tambores de guerra en la distancia, los rebeldes se lanzaron a la batalla. Tras la lucha que tuvo lugar, los soldados imperiales se vieron obligados a huir.

    Cuando el emperador se enteró de esta derrota se puso loco de furia. Reunió a sus consejeros y ordenó que un ejército, el doble de grande que el primero, entrara en la región de Su-nan para destruir los campos y las aldeas de la gente que se había levantado contra él.

    —¡No perdonéis a nadie —gritó—, porque son traidores del Trono del Dragón!

    Una vez más, los aliados del virrey decidieron ayudarlo a pesar del peligro. Ta-ki, su hija, se alejó del resto de miembros de la familia y lloró amargamente, pues se sentía culpable.

    —Preferiría ir a palacio y estar entre las esposas menos valoradas de Chow-sin a ser la causa de todo este dolor —lloró, desesperada.

    Pero su padre la consoló, diciendo:

    —Alégrate, Ta-ki. El ejército del emperador no nos derrotará, aunque sea el doble que el mío. La justicia está de nuestro lado, y los dioses ayudan a aquellos que luchan por la justicia.

    Una semana después se libró otra batalla; la refriega estaba siendo tan cruenta que nadie podía prever el resultado. El ejército imperial estaba comandado por los nobles más veteranos del reino, aquellos más hábiles en la guerra, mientras que los hombres del virrey eran jóvenes y estaban mal entrenados. Además, a los miembros del Ejército del Dragón se les había prometido paga doble si cumplían los deseos de su soberano, mientras que los soldados de Su-nan sabían que serían castigados con la muerte si eran derrotados.

    En el fragor de la batalla se escuchó el sonido de los gongs procedente de una lejana colina. Las tropas del gobierno se sorprendieron al ver nuevas compañías marchando al rescate de sus enemigos. Con un demencial grito de decepción, dieron media vuelta y huyeron del campo de batalla. Aquellos refuerzos inesperados resultaron ser las mujeres, a las que Ta-ki había convencido para vestirse como soldados con el propósito de asustar al enemigo. De este modo, la victoria fue por segunda vez de Su-nan.

    Durante el año siguiente tuvieron lugar varias batallas que no modificaron la situación, aunque en cada una de ellas murieron muchos seguidores de Su-nan. Al final, uno de los mejores amigos del virrey se acercó a él y le dijo:

    —Noble señor, es inútil seguir luchando. Me temo que debes rendirte. Has perdido a más de la mitad de tus aliados; los arqueros que quedan están enfermos o heridos, y sirven de poco. El emperador, sin embargo, está reuniendo nuevas tropas con recién llegados de las provincias más lejanas y pronto enviará contra nosotros un ejército diez veces mayor de los que hemos visto hasta ahora. Sin esperanza de victoria, seguir luchando sería una tontería. Por tanto, acompaña a tu hija al palacio y suplica la piedad del rey. Debes aceptar de buen talante el destino que los dioses han fijado para ti.

    Ta-ki, que había escuchado esta conversación por casualidad, entró y suplicó a su padre que no esperara más, que la entregara al perverso Chow-sin.

    Con un suspiro, el virrey accedió a sus peticiones. Al día siguiente envió un mensajero al emperador prometiéndole que llevaría a Ta-ki de inmediato a la capital.

    No debemos olvidar al Duende Zorro, el demonio al que la buena diosa Lu-o había ordenado que castigara al emperador. Durante todos los años de lucha entre Chow-sin y los rebeldes, el Duende Zorro había estado esperando pacientemente su oportunidad. Bien sabía que algún día, antes o después, llegaría el momento en el que Chow-sin estuviera a su merced. Por tanto, cuando llegó el momento en el que Ta-ki debía ir al palacio, el Duende Zorro creyó que por fin había llegado su hora. La hermosa doncella debía tener un gran poder sobre el emperador, ya que había sido el motivo por el que tantos soldados habían perdido la vida. Así que el Duende Zorro se hizo invisible y viajó en el séquito del virrey desde el centro de China a la capital para intentar que Ta-ki lo ayudara a castigar al malvado Chow-sin.

    La última noche de su viaje, Su-nan y su hija se detuvieron a descansar y a comer en una posada. Tan pronto como la joven se marchó a su habitación para pasar la noche, el Duende Zorro la siguió y se hizo de nuevo visible. Al principio la muchacha se asustó al ver un ser tan extraño en su habitación, pero cuando el Duende Zorro le contó que era un criado de la gran diosa Lu-o, se tranquilizó, porque sabía que Lu-o era la protectora de las mujeres y los niños.

    —Pero ¿cómo podría yo ayudar a castigar al emperador? —preguntó la joven, dudosa, cuando el duende le dijo que necesitaba su ayuda—. Solo soy una chica desvalida.

    Y entonces empezó a llorar.

    —Seca tus lágrimas —la consoló el Duende Zorro—. Será muy sencillo: solo tienes que dejar que asuma tu forma durante un tiempo. Cuando me convierta en la esposa del emperador —continuó, riéndose—, encontraré un modo de castigarlo, porque nadie puede proporcionar a un hombre más dolor que su propia esposa, si ella desea hacerlo. ¿Sabes? Como soy un sirviente de Lu-o, puedo hacer todo lo que quiera.

    —Pero el emperador no aceptará a un zorro por esposa —sollozó la muchacha.

    —Aunque siga siendo un zorro, mi aspecto será el tuyo. Tranquiliza tu alma. Él nunca se dará cuenta.

    —Oh, entiendo —le dijo Ta-ki, con una sonrisa—; meterás tu espíritu en mi cuerpo y tu aspecto será el mío, aunque en realidad no seré yo. Pero ¿qué ocurrirá conmigo? ¿Tendré aspecto de zorro?

    —No, a menos que quieras tenerlo. Te haré invisible y podrás volver a tu cuerpo cuando me haya librado del emperador.

    —Muy bien —contestó la joven, aliviada por su explicación—, pero intenta no tardar demasiado, porque no me gusta la idea de que alguien vaya por ahí metido en mi cuerpo.

    De este modo, el Duende Zorro hizo que su espíritu entrara en el cuerpo de la chica. Por su apariencia exterior, nadie habría dicho que se había producido un cambio en ella. La hermosa joven era ahora en realidad el astuto Duende Zorro, pero solo parecía un zorro en un aspecto: cuando el espíritu del zorro entró en su cuerpo, sus pies se encogieron de repente y se hicieron muy similares en forma y tamaño a las patas del animal que la tenía en su poder. Cuando el zorro se dio cuenta de esto se preocupó, pero, como nadie más reparó en ello, no se molestó en cambiar sus patas para que tuvieran forma humana.

    A la mañana siguiente, cuando el virrey llamó a su hija para comenzar la última jornada de su viaje, saludó al Duende Zorro sin sospechar nada inusual. Tan bien interpretó su papel el taimado espíritu que engañó totalmente al padre, tanto en el aspecto como en la voz y en los gestos.

    Al día siguiente, los viajeros llegaron a la capital y Su-nan se presentó ante Chow-sin, el emperador, llevando al Duende Zorro con él. Por supuesto, el astuto zorro, gracias a sus poderes mágicos, no tardó nada en dominar al malvado gobernante. Su Majestad perdonó a Su-nan, aunque su intención había sido condenarlo a muerte por rebeldía.

    Entonces llegó la oportunidad que el Duende Zorro había estado esperando. Empezó a manipular al emperador para que cometiera actos violentos. La gente ya había empezado a hartarse de Chow-sin y pronto comenzó a odiarlo. El regente condenó injustamente a muerte a muchos miembros importantes de la corte. Ideó horribles torturas para castigar a aquellos que no tenían el favor de la corona. Al final empezó a hablarse de rebelión. Por supuesto, el artero zorro estaba encantado con todas estas cosas, porque sabía que, tarde o temprano, el Hijo del Cielo sería derrocado y entonces su trabajo para la diosa Lu-o habría terminado.

    Además de abrirse camino hasta el corazón del emperador, el zorro se había convertido en una de las favoritas entre las damas de palacio. Para estas mujeres, la última esposa de Chow-sin era la mujer más hermosa del harén real. Cualquiera habría esperado que la odiaran por su impresionante belleza, pero no fue así. Admiraban la rotundidad de su cuerpo, la palidez de su piel, el fuego de sus ojos... pero sobre todo les llamaba la atención lo pequeños que eran sus pies porque, como recordaréis, la supuesta Ta-ki tenía ahora patas de zorro en lugar de pies humanos.

    De este modo, los pies pequeños se pusieron de moda entre las mujeres. Todas las damas de la corte, jóvenes y viejas, guapas y feas, empezaron a buscar un modo de conseguir que sus pies fueran tan diminutos como los del Duende Zorro. De este modo pensaban incrementar sus posibilidades de ganar el favor del emperador.

    Poco a poco, la gente ajena al palacio empezó a oír hablar de esta absurda moda y las madres comenzaron a vendar los pies de sus pequeñas para detener su crecimiento. A pesar de que los huesos de los dedos se doblaban hacia atrás y se rompían, todos estaban ansiosos por conseguir que sus hijas se convirtieran en doncellas de pies diminutos. De este modo, las niñas tenían que soportar durante años una severa tortura. No pasó mucho tiempo antes de que la nueva moda arraigara firmemente en China. Para los padres, era casi imposible encontrar esposo a sus hijas a menos que hubieran sufrido los graves dolores del vendado de pies. E, incluso ahora, muchos de ellos siguen bajo la influencia de la magia del Duende Zorro y creen que los pies diminutos y deformados son más hermosos que los naturales.

    Pero volvamos a la historia del Duende Zorro y el malvado emperador. Durante muchos años, las cosas siguieron empeorando en el país. Al final, la gente se alzó contra el gobernante. Se libró una gran batalla. El malvado Chow-sin fue destronado y asesinado con los mismos instrumentos de tortura que había usado tan a menudo contra sus súbditos. Para entonces, todos los señores y nobles sabían que la favorita del emperador había sido la causa principal de la maldad del regente; por tanto, exigieron la muerte del Duende Zorro. Pero, como nadie quería matar a una criatura tan adorable, todos se negaron a hacerlo.

    Al final, un antiguo miembro de la corte pidió que le taparan los ojos y, con una afilada espada, atravesó el corazón del Duende Zorro. Los que estaban cerca se cubrieron los ojos con las manos, porque no podían soportar ver morir a una mujer tan maravillosa. Al mirar de nuevo descubrieron algo muy extraño. En lugar de caer al suelo, la grácil joven se tambaleó hacia delante y hacia atrás durante un instante y un enorme zorro de montaña pareció surgir de su costado. El animal miró a su alrededor y después, con un quejido asustado, dejó atrás a oficiales, cortesanos y soldados y atravesó la puerta del recinto.

    —¡Un zorro! —gritó la gente, sorprendida.

    En aquel momento, Ta-ki cayó desmayada al suelo. Cuando la levantaron, pensando, por supuesto, que había muerto traspasada por la espada, no encontraron sangre en su cuerpo y, al mirar con atención, vieron que ni siquiera estaba herida.

    —¡Milagro! —gritaron todos—. ¡Los dioses la han protegido!

    Justo entonces, Ta-ki abrió los ojos y miró a su alrededor.

    —¿Dónde estoy? —preguntó con voz débil—. Por favor, decidme qué ha pasado.

    Entonces le contaron lo que habían visto y la hermosa mujer entendió que, después de todos esos años, el Duende Zorro había abandonado su cuerpo. Volvía a ser ella de nuevo. Tardó mucho en conseguir que la gente creyera su historia; todos decían que debía haber perdido la cabeza, que los dioses le habían salvado la vida pero habían castigado su maldad arrebatándole la razón.

    No obstante, cuando las doncellas la desvistieron en palacio aquella noche, vieron que sus pies habían recuperado su tamaño natural y entonces supieron que había dicho la verdad.

    Finalmente Ta-ki se convirtió en la esposa de un noble de buen corazón que había admirado durante mucho tiempo su gran belleza, pero esa es una historia demasiado larga para ser contada aquí. Sin embargo, de una cosa estoy seguro: vivió felizmente durante mucho tiempo.

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