sábado, 16 de marzo de 2019

TARAPACA, EL TRAVIESO

Cuando don Pedro de Valdivia llegó a principios de 1541 al Mapocho, reunió a los caciques de las parcialidades del valle, a quienes se agregaron los del Maipo. Atepudo (el de La Ligua) y el príncipe Quilicanta, que era gobernador incaico y residía en Colina.
Había iniciado la construcción de la capital del Nuevo Extremo con la iglesia parroquial. Con ese motivo los arengó, informándonos Jerónimo de Vivar, quien estuvo presente, que les dijo que "aquélla era la casa de Dios, Criador de nosotros y de ellos y de todo lo creado en los cielos y en la tierra y en el mar, y como este Dios y Señor nuestro es el que gobierna todo lo criado y es el que vive y reina y ha reinado desde el principio del mundo y reinará para siempre sin fin. Dióles, además, a entender que a quien le sirve y guarda y cumple sus mandamientos, le da vida eterna, y el que no creyere ni cumpliere sus mandamientos, recibirá pena perdurable sin fin".
Con no pequeña sorpresa, agrega el mismo cronista, escucharon aquellos españoles de parte de los principales indígenas "que ya sabían y tenían noticia que por esta tierra anduvo antiguamente un hombre de vuestra estatura y con la barba crecida como algunos de vosotros, y que lo que este hombre hacía era curar y sanar a los enfermos, lavándolos con agua, que hacía llover y crecer maíces y sementeras y que cuando caminaba por las sierras nevadas, encendía lumbre con sólo el soplo, y hablaba en sus lenguas a todos, dándoles a entender como en lo alto de los cielos estaba el Creador de todas las cosas y que hacía vivir a todas las criaturas, y que tenía allá arriba mucha cantidad de buenos hombres y buenas mujeres. Y de estas cosas les decía, hasta que, pasado cierto tiempo, se salió de esta tierra y se fue hacia el Perú y, pasados ciertos años, vinieron los incas y conquistaron esta tierra. Mandaron siguiesen sus ritos y ceremonias, adoraran el sol y las piedras grandes, que llaman huacas, y que de esta suerte se pervirtieron, porque ellos no estaban arraigados a la predicación y santa doctrina que aquel santo hombre les predicaba, el cual —escribe Vivar— creemos ser apóstol, pues éstos predicaron por todo el universo".
En realidad, los españoles identificaron a aquel predicador con Santo Tomás. Un cerrillo dominado Santo Tomé estaba situado, por ejemplo, sobre la orilla boreal del río Aconcagua, en el fundo de Los Agustinos; se le conoce ahora con el nombre de Paico, afirmándose que en él predicó Santo Tomás. Otro cerro vecino lleva el nombre de Mamachula, nombre que se deriva del quechua mama (madre) y chulla (única, sin pareja). Al pie da estos cerros se encuentra el gran cementerio prehispano de Bellavista. Un poco al norte, en el cordón que separa Catomu de Putaendo, existe un portezuelo que lleva el nombre de Paso de los Pillanes.
Y con estas citas ya estamos en medio del mundo de mitos y leyendas que conviene explicar. Pero vamos por partes.
Para ellos Viracocha era un hombre intachable que habría tenido su origen en Chile, predicando lo que ellos resumieron en aquella ocasión. Este "héroe cultural" (nombre que se da por la ciencia a estos emisarios del Ser Supremo que aportan la cultura a los hombres) se habría dirigido desde Chile al Perú, propagando por doquier sus enseñanzas. Allá, sin embargo, los incas se habrían apartado de ellas, pervirtiéndose. Vemos en esta variante la animadversión de los
mapuches contra el dominio incaico.
No expresaron aquellos picunches a don Pedro de Valdivia que ellos también conocían un Ser Supremo, al que daban el nombre de Pillán, pero le explicaron que sabían que buenos hombres y buenas mujeres vivían con él allá arriba en el cielo: tratábase de los guerreros caídos en la guerra, de las mujeres muertas en el alumbramiento, en fin, de quienes habían dado sus vidas cumpliendo con sus deberes. Eran transformados en pillanes al morir y acompañaban a Pillán —simbolizado por el sol— en su trayectoria por el firmamento. Y con ello hemos explicado el origen del Paso de los Pillanes. Mirando desde Putaendo y San Felipe hacia el poniente, en cierta temporada del año el sol desciende al mar detrás de ese portezuelo, y los mapuches contemplaban el maravilloso ocaso de su Ser Supremo y su corte celestial: una visión digna de Wagner.
El auténtico Viracocha no es, sin embargo, el chileno sino el del Collao o Alto Perú, donde tuvo su origen en Tiahuanaco. Antes de la de este nombre ya habían florecido otras culturas en el litoral del Perú: la de Chimú al norte, varias en la región central y la de Nazca al sur. Esta última estaba propagada en Chile hasta Pisagua. Comprenden ellas el último siglo anterior a nuestra era y los siglos siguientes.
La cultura de Tiahuanaco comenzó a formares por el año 450 de nuestra era y estaba plenamente desarrollada por el de 600. En materia religiosa, ella constituyó una reforma substancial. En efecto, las religiones del litoral, que precedieron a la del Altiplano, eran sanguinarias. En las representaciones que se han conservado de ellas, aparecen siempre "cabezas de trofeo" y sacrificios humanos, tales como se practicaban en México hasta la llegada de los españoles.
La religión de Tiahuanaco predicó el amor al prójimo y prohibió esos sacrificios. Además, hizo un distingo entre el Ser Supremo y el Enviado por él a esta tierra.
A fines del siglo XVI estudió la religión peruana el padre jesuita Blas Valera, que es la mejor fuente al respecto.
"Creyeron —informa— que el mundo, cielo y tierra, el sol y la luna fueron creados por otro mayor que ellos: a éste llamaron Illa Tecce (Ticce), que quiere decir Luz Eterna". El sol era considerado como hijo de aquél, cuya divinidad se exteriorizaba en su luz corporal, "para que rigiese los días, los tiempos, los años y veranos, y a los reyes y reinos, señores y otras cosas. La luna, que era hermana y mujer del sol, era señora del mar y de los vientos, de las reinas y princesas, del parto de las mujeres y reina del cielo (la llamaban Coya, que significa reina). La aurora era diosa de las doncellas y princesas, autora de las flores del campo, señora de la madrugada, de los crepúsculos y celajes; cuando sacudía sus cabellos, echaba el rocío a la tierra. Llevaba el nombre de Chasca (Venus)".
En esta tierra —informa Sarmiento de Gamboa, otra fuente valiosísima— apareció Illa Tecce encarnado en Viracocha, quien llegó a ella en la región del lago Titicaca. No existían en aquel tiempo todavía los astros. En un principio, el Enviado ideó una generación de gigantes, como ensayo. Por tal motivo, todavía no les transmitió vida, sino que los modeló en forma de estatuas y relieves (que todavía existen allá). Como no le agradara esa estatuaria, los creó finalmente como seres vivientes que tenían su propia estatura, que era la normal. Vivían, sin embargo, en la obscuridad. Viracocha les ordenó que conservaran la paz, que se
ayudaran mutuamente y se consideraran como hermanos. Durante algún tiempo, esos preceptos morales fueron observados, pero luego predominaron en aquellos hombres el orgullo, la ambición y el egoísmo, que los apartaron del recto camino señalado por el Enviado de Illa Tecce. Como no estaban llanos a enmendar su mala vida, éste se vio obligado a castigarlos, transformándolos en piedras y otros objetos inertes; algunos fueron tragados también por la tierra y otros por el mar. Y como los sobrevivientes seguían desobedeciendo el orden moral, Viracocha provocó un diluvio general, a fin de aniquilarlos De todos: se le conoce con el nombre de Pachacútic (lo que significa "el agua que revolvió toda la tierra"). Llovió torrencial-mente durante 60 días, y sólo se conservaron de aquella época algunos restos de los transformados en piedras, como testimonios de lo ocurrido y escarnio para la posteridad.
Viracocha sólo conservó del tiempo prediluvial a tres hombres, uno de los cuales se llamaba Tauapácac o Tarapacá. Los necesitaba para crear por fin un mundo más perfecto, después de los intentos anteriores fracasados. Desde una isla en el lago Titicaca formó, en primer lugar, los astros, destinados a dar claridad a la tierra. Ellos salieron de aquel lago al firmamento. En un principio, la luna tenía mayor claridad que el sol, lo que motivó los celos de éste. Esto lo indujo, al ascender al cielo, a tirarle un puñado de cenizas sobre su esfera, lo que explica las manchas que ostenta. Para conmemorar la creación de los astros, Viracocha erigió un templo en aquella isla.
En seguida se dirigió a Tiahuanaco, donde comenzó su labor diseñando en grandes planchas de piedras, por medio de relieves y dibujos, los pueblos que pensaba crear para poblar a esta tierra con seres humanos, dando su nombre a cada ayllu (comunidad), como también a los valles, cuevas y demás lugares de los cuales habían de salir (lagos, fuentes, cerros, peñas, árboles, etc.).
Instruyó a sus tres acompañantes en el sentido de retener bien en la memoria cuanto había ideado, como se lo prometieron. En seguida les ordenó marchar por distintos caminos hacia el norte, realizando cuanto había proyectado.
Ocurrió, sin embargo, que uno de esos tres progenitores salvados del diluvio, Tarapacá, contradecía siempre a su padre. Le siguió los pasos, y donde éste levantaba cerros, aquel los aplanaba; y donde Viracocha formaba magníficos campos de cultivo, Tarapacá los transformaba en desiertos, secando todos los ríos y arroyos. De modo que la controversia de los collas con los pobladores de las tierras bajas, tan de actualidad en nuestros días, tiene raíces mitológicas. Los collas interpretaron a Tarapacá como un hijo degenerado de Viracocha, que enseñaba también a la gente creada por éste a actuar siempre contra sus mandamientos. Por eso, el padre ordenó que se le arrojara al mar, a fin de que pereciera. Desgraciadamente, el travieso rebelde logró salvarse, y ha vuelto a oponerse siempre de nuevo a cuanto hace el padre.
Cabe advertir que el mito refleja al mismo tiempo las luchas seculares que han tenido los atacamas con los collas. Los primeros ocupaban en tiempos antiguos el litoral del sur del Perú y norte de Chile, constituyendo la base racial de la cultura de Nazca. La cultura de Tiahuanaco surgió por el año 450 d. C. como obra de los collas, pero ya en el año 600 los atacamas penetraron en el Altiplano, conquistando al parecer el centro de aquélla, pues sus monumentos quedaron inconclusos. En seguida se desarrolló allá un estilo llamado epigonal de
Tiahuanaco, que fue propagado hasta el Ecuador y Chile central por los atacamas. Por el año 900 se inició el desarrollo de la cultura atacameña o lican-antai, que por el año 1100 se fusionó en el Perú central con la de chincha y llegó a comprender toda la parte central y austral del Perú, la occidental de Bolivia, la boreal de Chile (hasta el río Rapel) y la noroccidental de Argentina. En el siglo XIII ella estaba a punto de conquistar el Cuzco, pero fue finalmente superada por la incipiente de los incas. Los collas aprovecharon esa derrota para avanzar al litoral, ocupando gran parte del Norte Grande chileno, es decir, de las actuales provincias de Tarapacá y Antofagasta. Los atacamas fueron reducidos finalmente a la cuenca del río Loa y del salar de Atacama, donde vivían cuando los españoles llegaron al país.
¡Pero volvamos a nuestro mito! Termina éste expresando que Viracocha, ya castigado Tarapacá, ordenó a uno de sus compañeros que avanzara hasta el norte por la región de la costa y a otro que lo hiciera por el Altiplano, mientras que él lo hizo por la Precordillera y la Sierra peruana. En ese trayecto, que terminó en el golfo de Guayaquil, se dio al paisaje su carácter actual y se le pobló con los pueblos creados.
Viracocha volvía a cerciorarse si se estaban cumpliendo sus mandamientos, y cuando constataba resistencia a hacerlo, castigaba a los infractores. Al realizar estas inspecciones se presentaba como mendicante harapiento, con tupida barba y de edad avanzada. Debido a ello, la gente se burlaba de él y no lo tomaba en serio. Los castigos que imponía a los malos eran, sin embargo, terribles: hacía llover fuego del cielo, desencadenaba grandes tempestades eléctricas y provocaba enormes inundaciones. Sólo los buenos se salvaban en esas catástrofes.
Los tres creadores del ambiente natural y de los pueblos se reunieron finalmente en la costa de Tumbes, a orillas del golfo de Guayaquil. Allá se despidió de sus acompañantes, pero Viracocha les pronosticó que regresaría a fin de cerciorarse si estaban cumpliendo sus mandamientos o no. Luego salió al mar, caminando sobre las olas, y desapareció finalmente con sus dos compañeros en el horizonte boreal. Así se explica su nombre, que proviene (en la lengua quechua) de vira, espuma y cocha, mar: El-que-anda-como-la espuma-sobre-el mar.
Muchos años después de haber ocurrido todo esto, desembarcaron en Tumbes hombros barbudos, que provenían justamente de la dirección en que Viracocha había desaparecido y eran, también, de tez blanca, como él. Los indios del Perú los consideraron por eso como dioses y los llamaron viracochas. Y cuando Michimalonco atacó Santiago del Nuevo Extremo con diez mil guerreros mapuches y fue vencido por 54 españoles y algunas centenas de yanaconas peruanos, sus propios indios explicaron a los españoles —como informa Vivar, quien fue testigo ocular de lo ocurrido— que habían huido tan llenos de temor "porque un Viracocha viejo en un caballo blanco, vestido de plata y con una espada en la mano, los atemorizaba". Los españoles sostuvieron que ese Viracocha fue el apóstol Santiago.

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