sábado, 16 de marzo de 2019

Montes que se casan y piedras que hablan (mito inca)

El retablo de relatos populares ofrece una versión del mundo en contraste
con la sobria manera científica en donde un orden frío separa nítidamente
personas y cosas. Una atmósfera sueño envuelve el discurso
popular y borra límites entre el mundo viviente y el ámbito de las rocas
y cristales. Los montes, la lluvia, los oscuros abismos, tienen vida y fisonomía,
y el hombre no se distingue entre ellos y es una voz más en el
concierto de la Naturaleza. La percepción del mundo como algo viviente
no fue extraña a la antigüedad. El Padre Arriaga dice que la Tierra era
llamada Mamá Pacha, que quiere decir madre, y reverenciada de modo
particular por las mujeres, quienes al tiempo de sembrar «hablaban con
ella diciendo que les diera buena cosecha». Este amoroso coloquio entre
las mujeres y la Tierra descubre la diferencia existente entre lo que
tiene ánima y lo inanimado. La Tierra, por otra parte, tiene sexo y vestía
de manera apropiada, y en prueba de ello, escribe Polo de Ondegardo:
«Ofrecíanle ropa de mujer».
En un relato recogido en Lunahuaná, Lima, la Tierra, personificada
por un monte oscuro llamado Airea, aparece en forma de mujer y encierra
en su seno a un jovencito, y cuando éste llega a hombre, se casa con
él y lo regala y mima, y más tarde lo mata, y tras esto se viste de negro,
como viuda, por el mucho dolor.
Los montes tienen ganados y haciendas, y llegado su tiempo, marcan
las crías o cosechas, haciendo mucho festejo, como es costumbre
entre pastores y gente de campo. En Lunahuaná el cerro Puihuán Chico,
que es fama tiene el mejor ganado de la región, cuando va a herrar
a sus animales toca una cometa hecha de cuernos de toro y los demás
cerros se alegran y le contestan, y el bronco canto de la cometa del
monte se oye por toda la comarca.
Suelen las cumbres tener mujer e hijos. De Caparaja, dice un relato
recogido en Tarata, salió una niña llamada Villa; el cerro Mocara la vio
y la hizo su mujer. El nevado Livini, según otro relato, se casó y tuvo
dos hijos, los cerros Shape y Ccollo, y los tres viven próximos en Tarata.
Parecida imagen del mundo circundante ofrece el Padre B. Cobo,
quien refiriéndose al lugar sagrado Alpitan, en las proximidades del
Cuzco, dicen: «Eran ciertas piedras que estaban en una quebrada donde
se pierde la vista de Guanacauri; cuentan que fueron hombres hijos de
aquel cerro y que, en cierta desgracia que les acaeció, se tomaron en
piedras».
Las piedras tienen también su historia prodigiosa. Refiere el Padre
Morúa que el príncipe Urcón, hijo de Viracocha Inca, hizo tomar de
Quito una roca muy grande que tenía «tres estados de alto y ocho pasos
de largos». Venía con grandísimo trabajo para las obras de cantería de
la fortaleza de Sacsahuamán. Ya cerca de su destino ocurrió un hecho
maravilloso. La dicha piedra habló, diciendo saycunin, que quiere decir
«canséme». Dicen los indios que del mucho trabajo que pasó por el
camino hasta llegar allí, se cansó y lloró sangre, y que no pudo llegar
hasta el edificio. En Tarata, una piedra llamada Tasabaya, no sólo come
lo que de ordinario se le ofrenda, sino que puede tragar a la gente, e
incluso la hacienda de la gente; por eso se le considera en particular
cuando se aproximan las cosechas, cuando se pasa a su lado o en época
en que los animales se aparean o multiplican. En Yauyos, Lima, en una
altura llamada Ancovilca, hay una piedra del mismo nombre; cuando
llega el tiempo de la hierra de los animales, los pastores la suelen re
galar con flores, chaquira y monedas de plata. Ella es dueña de todo el
ganado, y si ella quiere, las hembras tienen crías y los corrales están
siempre llenos.

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