jueves, 14 de marzo de 2019

Mitología egipcia: El mito del cataclismo

El mito del cataclismo es un gran ejemplo de los trastornos temporales en la
relación entre los dioses y la humanidad. Los factores más relevantes eran la
profunda sospecha del dios Sol hacia los hombres y la osada confianza en sí misma
de la raza humana (cuyo resultado fue la rebelión y una mortandad catastrófica).
Las relaciones entre la raza humana y los dioses dependían de una miríada de
diversos microcosmos esparcidos por todo el valle del Nilo. Éstos eran los templos,
cada uno gobernado por una jerarquía sacerdotal. Las responsabilidades de los
sacerdotes, confiadas a ellos por el faraón, incluían rituales diarios de recitado de
fórmulas religiosas y el abastecimiento de provisiones en el santuario. Si este servicio
se ejercía correctamente y las ofrendas no eran escasas, entonces los dioses y diosas
en cada templo de sentirían satisfechos y serían benignos con Egipto.
La minuciosa liturgia que realizaba un Sumo sacerdote era una respuesta al orden
del Universo establecido por el dios creador en el principio de los tiempos. Esta
estructura cósmica se personificaba en Maat, diosa de la verdad, de la conducta recta
y ordenada. Los faraones eran mostrados frecuentemente sosteniendo su efigie, la de
una mujer arrodillada con una pluma de avestruz sobre su cabeza, para indicar su
obediencia a las leyes del dios creador. Todas las partes de una ofrenda o los cuidados
de las estatuas divinas estaban rigurosamente documentados en los papiros del
templo. En las paredes de los mismos templos es el faraón el que aparece realizando
simbólicamente los rituales requeridos en lugar sagrado interior, por un
procedimiento que muestra visualmente su responsabilidad personal en las acciones
de los representantes por él nombrados en los más altos niveles del sacerdocio.
Este sistema creó en la gente un estado de ánimo optimista, pensando que las
deidades del panteón egipcio estaban a favor de la raza humana. Los individuos, por
supuesto, podían cometer faltas y ser castigados por un dios o diosa como resultado
de sus ofensas. Excelentes ejemplos de esa falta de respeto a los dioses, que datan de
la dinastía XIX (hacia el 1307-1196 a. de C.), se encuentran en las estelas de la aldea
de los trabajadores de las tumbas reales, que se conoce hoy día como Deir el-Medina.
Siendo dedicadas originariamente en los templos locales, estas estelas reflejan la
penitencia por los errores humanos y piden humildemente a las deidades ofendidas
que los libren del castigo. Así, por ejemplo, el delineante Neferabu se atrevió a
molestar a un dios y a una diosa en diferentes ocasiones y les dejó estelas votivas
poniendo de relieve su arrepentimiento. En una estela, en el Museo de Turín,
Neferabu ha ofendido claramente a Meretseger, "La que ama el silencio", una diosa
serpiente que vivía en la cumbre desde la que se divisaba la necrópolis real de la que
era responsable. Por su ofensa, no especificada, Meretseger hizo que Neferabu
tuviese un dolor agudo —su sufrimiento es comparable a los últimos estadios del
embarazo. Al final, la diosa se ablanda y le lleva "dulces brisas" para curarlo. En otra
estela, en el Museo Británico, Neferabu admite que juró en nombre del dios Ptah,
Señor de Maat, pero lo hizo en falso. Como consecuencia, el dios hizo que Neferabu
viese "oscuridad durante el día", lo cegó. Neferabu da testimonio de la justicia de la
acción de Ptah e implora la gracia del dios.
También le era posible a un monarca gobernar de manera que molestase a los
dioses. El reinado del faraón Ajenatón (1353-1335 a. de C.) vio cómo el disco solar,
llamado Atón, alcanzaba la supremacía, cómo se cerraban los templos y el eclipse del
panteón tradicional, incluyendo a Amón-Re. Cuando su hijo Tutankhamón le sucedió
en el trono de Egipto, la política de Akenatón sufrió un vuelco y los templos
establecidos volvieron a funcionar. En una estela erigida en el templo de Karnak
(ahora en el Museo de El Cairo) de él Faraón describe el estado de ánimo de los
dioses tradicionales por los excesos de Akenatón:
… los templos de los dioses y diosas… estaban en ruinas. Sus capillas estaban desiertas y cubiertas
por la vegetación. Sus santuarios era como si no existiesen y sus patios usados como caminos… los
dioses volvieron las espaldas a este país… Si alguien oraba a un dios para que le diese consejo,
nunca respondía, y lo mismo se puede decir de las diosas. Sus corazones estaban llenos de dolor e
infligieron daño a la izquierda, a la derecha y al centro.
La restauración realizada por Tutankhamón, particularmente de Amón-Re y de
Ptah, puso fin a la aflicción en todo el país y los dioses y diosas se volvieron, una vez
más, favorables a Egipto.
El mito del cataclismo pervive como elemento en un corpus de ensalmos mágicos
llamado el Libro de la Vaca Divina, dirigido a proteger el cuerpo del soberano. La
copia más antigua de algunas secciones de este libro se encuentran en el interior de la
más exterior de las cuatro capillas doradas encajadas sobre el sarcófago de
Tutankhamón (r. 1333-1323 a. de C.), que originariamente estaba en su tumba del
valle de los Reyes y que ahora está en el Museo de El Cairo. Hay una versión más
larga de este texto en una habitación lateral de la cámara-sarcófago de la tumba de
Setos I en el valle Real. Otras tumbas reales desde la dinastía XIX a la XX contienen
ciertos fragmentos de esta obra, de manera que podemos montar un relato
razonablemente completo del mito. El papel de la Vaca Divina se aclarará como
secuela del mito del cataclismo.
La escena se sitúa en la época en la que Egipto estaba bajo el gobierno directo del
dios sol Re. Este período es, por supuesto, incuantificable en términos de historia y
pertenece a un pasado mítico remoto. Aunque es interesante notar que un importante
papiro histórico (la Lista Real de Turín) y la lista de las dinastías de Manetón
empiezan con Egipto bajo el reinado de una serie de dioses, antes de la unificación
del país bajo el primer faraón en torno al 3000 a. de C. De forma irritantemente
inconcreta, el Libro de la Vaca Divina describe a la raza humana "tramando planes
malvados" contra Re (posiblemente había la sensación de que se había hecho muy
viejo para gobernar). En efecto, posteriormente, en época histórica, los faraones
tomaron cuidadosas precauciones para evitar la impresión de que la edad les impedía
ser buenos gobernantes: la esencia de las Fiestas de Jubileo residía en las ceremonias
destinadas a rejuvenecer el valor del monarca, y la presencia del dios Sol era evocada
con la imagen de una estatua de culto del templo, cuyos huesos eran de plata, la carne
de oro y el cabello de lapislázuli. Habiendo llegado a su conocimiento el complot de
la humanidad contra él, Re convoca un consejo secreto de los dioses en su Gran
Palacio, y aparentemente no desea advertir a la humanidad.
Re se dirige primero a Nu, la materia primitiva de la que él surgió en el comienzo
de la Creación. En su discurso menciona cómo la humanidad surgió de las lágrimas
de sus ojos —un juego de palabras basado en la semejanza fonética entre "hombres"
y "lágrima" en la lengua egipcia (es decir, un fonema)— y ahora ellos conspiran
contra él. Quiere conocer la opinión de Nu antes de matar a toda la raza humana. La
respuesta de Nu es que el Ojo de Re, el ojo solar, será el instrumento para aterrorizar
y dar muerte a la humanidad. Re se da cuenta ahora de que los hombres saben que
está enfadado por su conspiración, y descubre que han huido a los desiertos de
Egipto. Los dioses unánimemente instan a Re a que se vengue de los conspiradores.
El símbolo del Ojo de Re es complejo, pero una de sus características
sobresalientes es que puede formar una entidad independiente del propio dios Sol,
incluso hasta el punto de salir de viaje por regiones remotas y tener que ser
engatusado para que regrese. Aquí el Ojo de Re se convierte en su hija, la diosa
Hathor. Muy a menudo encontramos a Hathor en el papel de figura materna divina
del faraón, amamantándolo con su leche, como un guardián de la necrópolis tebana o
como la diosa del amor y del gozo a la que los griegos hicieron equivaler a Afrodita.
En el mito del cataclismo, sin embargo, Hathor se convierte en una deidad de poderes
destructores invencibles, que persigue a los hombres en el desierto y les da muerte.
Cuando regresa junto a Re, aún se regocija deseosa de sangre, gloriándose por la
masacre realizada. Para complicar la naturaleza del Ojo de Re, el mito explica ahora
cómo Hathor se transforma en la diosa Sajmet —una feroz deidad leonina cuyo
nombre significa la "Poderosa". Así el mito nos ofrece una vivida imagen de una
leona rabiosa nadando en sangre, que atacó a la humanidad en un éxtasis de matanza.
El Ojo de Re descansa, recuperando su fortaleza para continuar matando al día
siguiente. Pero el propio dios Sol ha cambiado de sentimientos, pasando de la
venganza a la simpatía por la humanidad. No se nos dan indicios del motivo de este
cambio. Posiblemente sea el advertir que los templos de Egipto se quedarían sin sus
ocupantes sacerdotales y, en consecuencia, sus altares estarían vacíos sin ofrendas
para los dioses. El modelo cósmico que el dios creador ha establecido se convertiría
en defectuoso. Posiblemente, el súbito cambio de opinión tiene que ver con la
resistencia de Re a sepultar en el olvido a los seres creados a partir de su propia
materia (es decir, de sus lágrimas). Esta última posibilidad puede estar en relación
con la creencia egipcia de que ningún elemento del cuerpo debe ser enajenado para
convertirse en posesión de otro ni debe ser destruido, de ahí las cuatro jarras
funerarias que contienen los órganos extraídos como parte del proceso de
momificación.
Sea cual fuere el motivo, Re organiza el rescate de la humanidad de la feroz e
inmisericorde diosa, cuya avidez de sangre está totalmente fuera de control. Los
dioses sólo contaban con la noche para salvar a la raza humana antes de que la diosa
despertase. Re envía pues a sus mensajeros personales corriendo a toda prisa (los
egipcios dicen "correr como la sombra de un cuerpo") hasta Asuán para que le traigan
gran cantidad de ocre rojo. Luego le dice al mismísimo "El del cierre lateral de
Heliópolis", un epíteto del Sumo sacerdote del dios Sol, que exprima el ocre rojo para
obtener una sustancia que las esclavas puedan mezclar con cerveza de cebada. Al
poco tiempo, siete mil jarras de esta popular bebida se han llenado de cerveza que se
parece a la sangre humana. Hacia el final de la noche, Re y su séquito transportan las
jarras al lugar al que irá la diosa para continuar con su matanza e inundan la zona con
la cerveza-sangre hasta alcanzar la altura de "tres palmos" (sobre 22,5 cm.) A la
mañana, la diosa ve la "sangre" y, regocijándose ante el inesperado regalo, bebe con
avidez y se intoxica. Como consecuencia, no es capaz de encontrar al resto de la
humanidad que había escapado de la masacre anterior.
El resto de esta compilación, siguiendo el castigo y casi exterminio de la raza
humana, trata principalmente del renacimiento y ascensión del dios Sol, y, en
consecuencia, del monarca, a los cielos a lomos de la "Vaca Divina". Tanto el
sepulcro de Tutankhamón como el de Setos I tienen descripciones de la Vaca "Mehet
uer" o "Gran Inundación" que forma el firmamento celeste, identificada con la diosa
cielo Nut. Así Re, que ahora es un dios Sol cínico y cansado de la humanidad, al final
deja Egipto. Pero ello no supone una abdicación de su responsabilidad porque Re
nombra a Tot, dios de la sabiduría, su regente o representante para controlar a la raza
humana. De Tot, a las órdenes de Re, proviene el conocimiento que tiene la gente de
las "palabras sagradas" (es decir, de los jeroglíficos) en las que están incorporadas
todo el conocimiento científico, la medicina y las matemáticas.

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