jueves, 28 de marzo de 2019

LEYENDAS DE TÔNO



      La región de Tôno, que abarca la mitad occidental de la zona que actualmente se conoce como Kamihei, en la antigua provincia de Rikuchû (actualmente la prefectura de Iwate), es una llanura rodeada de montañas. Bajo la estructura administrativa de Meiji, consiste en una ciudad, Tôno, y diez poblaciones: Tsuchibuchi, Tsukumoushi, Matsuzaki, Aozasa, Kamigo, Otomo, Ayaori, Masuzawa, Miyamori y Tassobe.

      Durante la era anterior, la región se conocía como el distrito de Nishihei y tanto en la antigüedad como en la época medieval se llamaba Tohono-ho. La ciudad de Tôno es en la actualidad el centro administrativo del distrito. Sin embargo, en los tiempos antiguos era una villa-castillo con un territorio que producía diez mil kôku[1] de arroz al año. Pertenecía al señor feudal llamado Nambu. La fortificación se llamaba Castillo de Yokota.

      Para llegar a Tôno hay que cruzar el río Kitakami, después de haber descendido del tren en la estación de Hanamaki y de seguir unos cincuenta kilómetros aproximadamente hacia el Este, a través del valle por donde discurre el afluente del río Sarugaishi. Aun siendo tan remota, es una población bastante animada. Se dice que antiguamente toda esa región era un lago y que las villas se desarrollaron una vez que las aguas se vertieron al río Sarugaishi. Hay muchos caudales de montaña que desembocan en él y, antiguamente, se le conocía como “el río de los siete nai y los ocho barrancos”. La palabra nai significa poza o valle, y forma parte de muchos nombres de lugares en Ôshu, la región nordeste de Japón.

La población de Tôno está situada en la intersección de dos ríos que discurren hacia el Norte y hacia el Sur. En otros tiempos, los productos agrícolas que aquí se vendían procedían de los siete valles situados en cuarenta y cinco kilómetros a la redonda de Tôno. En días de mercado, afluían hasta mil personas y mil caballos a la villa. El monte más alto de la zona es el Hayachine, que se halla al norte del valle Tsukumoushi. Al este de Tôno se alza el monte Rokkôshi. Entre los valles de Tsukumoushi y Tassobe se encuentra el monte Ishigami, de inferior altitud a los anteriores.

      Hace tiempo, hubo una diosa que llegó a esta llanura con sus tres hijas y decidieron pasar la noche en la localidad donde se hallaba el santuario de Izu Gongen, donde hoy día está el pueblo de Rainai. Antes de acostarse, la diosa madre dijo a sus hijas que concedería la montaña más extraordinaria a la que tuviera el mejor sueño. Ya bien entrada la noche, cuando una flor de loto descendió desde el cielo y se posó en el pecho de la hermana mayor, la menor se despertó y, secretamente, se apoderó de la flor poniéndola sobre el suyo. Por eso, la hermana menor consiguió la mejor montaña de todas, que fue el monte Hayachine. Sus hermanas se llevaron el monte Rokkôshi y el Ishigami. Después, cada una de las tres jóvenes diosas se instaló en los lugares que les habían correspondido, y todavía en la actualidad ejercen allí su dominio. A las mujeres de Tôno se las advierte de que no suban a esas montañas, ya que podrían provocar los celos de las diosas.

     

     

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      Un Yamabito es un ser que vive en la profundidad de los montes. A propósito de esto, me voy a referir a un hombre llamado Kahei Sasaki, que actualmente tiene más de setenta años, y que aún continúa viviendo en Wano, en el pueblo de Tochinai. Cuando era joven se internó en las montañas para cazar. De pronto se encontró con una hermosa mujer, sentada sobre una pequeña roca, que estaba peinando su largo cabello negro. Su rostro tenía un hermoso color blanco. Sin temor alguno, él alzó su rifle apuntando hacia ella, tumbándola de un solo disparo. Corrió hacia donde se hallaba, y comprobó que era muy alta. Su oscura melena suelta era más larga que ella. Para demostrar su buena puntería, le cortó un mechón y se lo guardó en el bolsillo interior de su kimono. Se dirigió entonces hacia su casa. Sin embargo, a mitad de camino se sintió invadido por un sopor irresistible y decidió tumbarse a la sombra, para echarse una siesta. Cuando Kahei se encontraba entre el sueño y la vigilia, apareció un hombre alto que se acercó a él, le introdujo la mano en su bolsillo interior, le arrebató el mechón de pelo y salió corriendo. En ese instante Kahei se despertó y dijo para sí: “Debe haber sido un Yamabito”.

     

     

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      En el pueblo de Yamaguchi, el patriarca de una familia, llamado Kichibei, fue al monte Nekko-dachi para cortar algunas cañas de bambú. Lo ató en haces, y cuando estaba a punto de cargárselo a la espalda, un golpe de viento se abatió sobre el bosque. Alzó la mirada y vio, en el límite del mismo, a una mujer joven que portaba un bebé a la espalda y que se dirigía hacia él. La mujer era muy bella y tenía el cabello largo y negro. Las cintas que sujetaban al niño eran tallos de glicina. Su kimono era de rayas, hecho de tela muy corriente y, en la parte inferior, ya desgastada, llevaba hojas pegadas. Sus pies parecían no tocar el suelo. Se aproximó sin vacilación y pasó por delante de él, perdiéndose en la distancia. En ese instante comenzó a sentirse indispuesto por el choque emocional que recibió, y esa dolencia le duró por mucho tiempo. Falleció recientemente.

     

     

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      Hace mucho tiempo existía un sendero en la montaña llamado Fuefukitoge (Paso del silbido de la flauta), que iba desde el distrito de Tôno hacia Tanohama y Kiri Kiri, situados en la costa del Pacífico. Este paso es un atajo desde la aldea de Yamaguchi hasta el Monte Rokkôshi, pero en los últimos años la gente que circulaba por allí encontraba siempre un Yamabito, varón o mujer, por el camino. Atemorizados, los residentes de la zona cada vez utilizaban menos este sendero. Finalmente, se abrió otro camino en la dirección de Sakahige Tôge, que tiene un establo para cambiar de caballos en Wayama. Hoy día, la gente utiliza este camino nuevo, a pesar de que tiene una distancia de siete kilómetros más que el otro camino.

     

     

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      En el distrito de Tôno, se le llama Choja a un granjero acomodado. Un día, la hija de uno de estos terratenientes de Nukano Mae, en la aldea de Aozasa, fue raptada y ocultada por alguien[2]. Años más tarde, un cazador del mismo pueblo fue a las montañas y se encontró a una mujer sola. Asustado, estaba a punto de dispararla, cuando ella dijo:

      ―¿No eres tú mi tío? ¡Por favor, no me dispares! ―Sorprendido, la miró atentamente y se dio cuenta de que era la hija predilecta del terrateniente.

      ―¿Qué estás haciendo aquí?, preguntó él.

      Ella respondió:

      ―Alguien me trajo aquí y soy su esposa. Hemos tenido muchos hijos pero él se los come todos. Ahora estoy completamente sola. Pasaré el resto de mi vida en este lugar, pero no le hables a nadie de mí. Estás en peligro, márchate enseguida”.

      Se dice que salió corriendo sin enterarse de dónde vivía ella.

     

     

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      La hija de un agricultor de la aldea Kamigo fue un día a las montañas para recoger castañas, y nunca regresó. Su familia, pensando que había muerto, hizo un funeral utilizando la almohada de su hija en representación de ella. Pasaron varios años. Un día, un hombre del pueblo fue a cazar cerca de la base del monte Gôefuzan y, de repente, halló por casualidad a la joven metida en una cueva, tapada por grandes rocas. Se sorprendieron mucho ambos al encontrarse, y cuando el hombre preguntó por qué estaba viviendo allí, ella replicó:

      Vine a la montaña a por castañas y me llevó con él un hombre horrible que me trajo hasta aquí. Muchas veces he pensado en escapar, pero nunca me ha sido posible”.

      Él preguntó:

      ―¿Qué aspecto tiene ese hombre?

      ―A mí me parece que es como una persona corriente, pero es muy alto y el color de sus ojos es inquietante. Hemos tenido varios hijos, pero dice que no se le parecen y que no son suyos. Creo que se los come o los mata, pero en cualquier caso, se los lleva fuera.

      Él preguntó de nuevo:

      ―¿Pero ese hombre es un ser humano como nosotros?

      Tanto su vestimenta como su apariencia son normales. Solamente el color de sus ojos es un poco extraño. Una o dos veces, entre un día de mercado y otro, se junta con cuatro o cinco hombres como él. Hablan sobre algo y luego se separan. Como suele traer alimentos y objetos de la ciudad, supongo que va allí. Ahora podría llegar mientras estamos hablando.

      Se dice que el cazador tuvo miedo y volvió a su casa. Han pasado más de veinte años desde entonces.

     

     

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      En muchas zonas de Japón, a la hora del crepúsculo, mujeres y niños que están jugando en el exterior, desaparecen frecuentemente de forma misteriosa. En la casa de un campesino de Samuto, en el pueblo de Matsuzaki, una joven desapareció dejando sus sandalias de paja a los pies de un peral. Un día, treinta años después, cuando familiares y vecinos se habían reunido en su casa, la joven reapareció muy avejentada y demacrada. Cuando le preguntaron cómo había vuelto por allí, ella respondió:

      ―Solamente quería volver para ver a todos. Ahora me iré de nuevo. Adiós y que les vaya bien.

      Así volvió a desaparecer, sin dejar rastro alguno. Ese día el viento soplaba muy fuerte. Incluso en la actualidad, la gente de Tôno sabe que los días que sopla un viento fuerte cabe la posibilidad de que la anciana de Samuto regrese al hogar familiar.

     

     

      9

      Un anciano llamado Kikuchi Yanosuke se dedicaba al transporte de carga a caballo, y así viajaba por los caminos de la zona cuando era joven. Era un buen flautista y, cuando se le hacía de noche mientras guiaba a los caballos, gustaba de tocarla. Una noche ligeramente iluminada por la Luna, cuando iba caminando con un grupo de amigos por el paso de Sakaigi Tôge, en dirección a la costa, sacó su flauta y empezó a tocar al pasar por un lugar llamado Ôyachi, situado en un profundo valle rodeado de abedules. Bajo los árboles había un pantano en cuyos bordes crecían los juncos. Justo cuando tocaba la flauta, alguien gritó desde el fondo del valle:

      ―Oye, ¡lo haces muy bien!

      Se dice que todos los presentes empalidecieron y salieron huyendo de allí.

     

     

      10

      Yanosuke volvió en otra ocasión a las montañas para recoger setas y se construyó una pequeña cabaña para hacer noche allí. Cuando era ya muy tarde tuvo la impresión de que se oía en la distancia el alarido de una mujer y su corazón empezó a latir con fuerza. Al regresar a su aldea descubrió que en el mismo instante en el que le pareció oír aquel grito en la noche, su hermana menor había sido asesinada por el hijo de esta.

     

     

      11

      La hermana menor tenía solo un hijo y vivía con él. Cuando las relaciones entre ella y su nuera empeoraban, su nuera regresaba a veces al pueblo de sus padres y, durante un tiempo, no regresaba. Una vez, a la hora del mediodía, la nuera se encontraba durmiendo cuando, de pronto, el hijo habló diciendo: “No puedo permitir que mi madre siga viviendo. La mataré hoy”. Agarró entonces una hoz utilizada para segar la hierba y comenzó a afilarla. Viendo que iba en serio, su madre intentó razonar con él, excusándose, pero no quiso escucharla. La nuera se despertó y, entre lágrimas, le rogó incesantemente, pero no dio su brazo a torcer. En ese momento, se percató de que su madre estaba a punto de escapar, por lo que cerró la puerta principal así como la trasera. Al decir ella que necesitaba ir al servicio salió entonces el hijo y, regresando con un orinal, le indicó:

      ―Hazlo aquí.

      Al llegar la noche, ella intuyó que su fin estaba cerca y se acurrucó junto al hogar, llorando desconsoladamente. Su hijo se aproximó a ella con la hoz bien afilada en la mano. La dirigió en primer lugar a su hombro izquierdo, pero la punta chocó contra el hogar y no pudo hacerle un corte demasiado profundo. Fue precisamente entonces cuando a Yanosuke, allá en lo más hondo de las montañas, le llegó el grito de su madre. En el segundo ataque le hirió el hombro derecho y la gente del pueblo acudió asustada, mientras ella se retorcía de dolor. Sujetaron al hijo y llamaron a la policía, entregándoselo. En aquella época, la policía aún llevaba porras jitte. Cuando la madre vio que los guardias se llevaban a su hijo, en medio de una hemorragia de sangre dijo:

      ―Muero sin odio[3]. Ruego que perdonen a mi hijo Magoshirô.

      Todos quienes la escuchaban estaban profundamente conmovidos. Mientras se lo llevaban, de nuevo Magoshirô se apoderó de la azada, persiguiendo a la policía. Como se le consideró loco, lo dejaron libre y volvió a casa. Vive todavía en el pueblo.

     

     

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      Había un anciano llamado Nitta Otozô en Yamaguchi, en la aldea de Tsuchibuchi. Los vecinos le llamaban el viejo Oto. Tenía unos noventa años, estaba enfermo y casi al borde de la muerte. Como era ya muy anciano, conocía bien los viejos relatos existentes en la zona de Tôno. A menudo comentaba que le habría gustado comunicar esas leyendas a alguien, para evitar que se perdieran. Pero nadie quería aproximarse a él para que se las contase, porque olía muy mal. Conocía en especial la biografía de los dueños de fortalezas que había antes en la zona; el ascenso y la caída de las familias, una gran variedad de canciones tradicionales de la región, leyendas de las montañas y cuentos varios sobre gente que habitaba en lo más profundo del monte. Desgraciadamente, el anciano Oto falleció en el otoño de 1909.

     

     

      13

      Este mismo hombre vivía solo en las montañas durante varias décadas. Procedía de una buena familia pero había malgastado su fortuna en su juventud. Por eso, abandonó toda esperanza de vivir en sociedad y se construyó una cabaña sobre el paso de la montaña, ganándose la vida con amazake, una bebida dulce de arroz semi-fermentado que vendía a los viajeros. Los transportadores de carga que iban con sus caballos lo consideraban como un padre y tenían mucha confianza con él. En cuanto el anciano disponía de algo de dinero extra, bajaba a la aldea y aprovechaba para beber. Vestía una chaqueta de kimono elaborada con tela de lana roja y un gorro del mismo color. Cuando regresaba borracho a su casa, solía ponerse a bailar en medio del pueblo, pero los guardias no le decían nada. Ya viejo y enfermo regresó a la aldea y llevaba allí una existencia miserable. Todos sus hijos se habían ido al Norte, a Hokkaidô, y vivía solo.

     

     

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      En todos los pueblos hay siempre una familia de vieja raigambre que venera a la deidad Okunai sama. En ese caso, a la familia se la denomina daidô. La imagen de esa deidad está grabada en madera de moral, tiene el rostro pintado y va vestida con un paño en el cual se ha abierto un agujero en el centro, metiéndole por él la cabeza. El día 15 del Año Nuevo, los vecinos más cercanos acuden a la casa para venerarla. También hay otra, llamada Oshira sama. La imagen está también elaborada de la misma manera y, asimismo, se venera cuando los habitantes del pueblo se reúnen el 15 de enero. Para esta ceremonia se suele poner polvo blanco en el rostro de la imagen.

      Hay siempre un cuarto minúsculo de un tatami en la mansión de la familia llamada daidô. Los que han dormido alguna vez en esa habitación han experimentado algo paranormal, y, mientras duermen, sienten como si alguien les quitase la almohada. O bien notan que alguien les incorpora, despertándoles o echándoles de la estancia. Nadie consigue dormir tranquilamente en esa pieza de la casa.

     

     

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      Dicen que trae buena fortuna celebrar rituales en honor de Okunai sama. En Kashiwazaki, en la aldea de Tsuchibuchi, hay un granjero acomodado, llamado Abe. Los lugareños se refieren a sus propiedades como la mansión de los arrozales. En cierta ocasión esa casa tuvo dificultades de mano de obra para ayudar en el trasplante. El cielo amenazaba lluvia al día siguiente y estaban considerando la posibilidad de dejar alguna parte sin plantar. De repente, llegó un muchacho de baja estatura, sin que se supiera bien de dónde procedía. Ofreció su ayuda y le dejaron trabajar, tal como era su deseo. A la hora de comer le llamaron, pero no pudieron encontrarlo por ninguna parte. Más tarde reapareció y permaneció trabajando todo el día en los campos. Así pudieron terminar todo el trasplante en ese día. No tenían idea del lugar del que provenía el muchacho y, cuando fueron a invitarle para que fuera a cenar con todos, supieron que había desaparecido a la hora del crepúsculo. Al volver a casa, encontraron sobre el corredor exterior las huellas de unos pies manchados de barro que, desde allí, se dirigían hacia el interior de la mansión, en dirección al altar de Okunai sama. Intentaron averiguar de qué se trataba y abrieron la portezuela de la urna de la deidad: la encontraron cubierta de barro, desde la cintura a los pies.

     

     

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      En muchos hogares se venera a la deidad conocida como Konse sama[4]. Su figura es muy similar a la de Okomasama[5]. En las aldeas hay varios santuarios dedicados a esas deidades. El objeto de culto es un falo de piedra o de madera. Cada vez se practica menos ese culto.

     

     

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      En un número elevado de mansiones familiares de antigua raigambre se venera a la deidad Zashikiwarashi que, en general, se considera el espíritu de un muchacho de doce o trece años. De vez en cuando, se muestran a la gente. En la localidad de Iide, en la aldea Tsuchibuchi, la hija de Imabuchi Kanjurô, que se encuentra en una escuela femenina en otro pueblo, regresó hace poco a casa para las vacaciones. Un día se encontró de pronto en el pasillo con un Zashikiwarashi que, sin lugar a dudas, era el espíritu de un niño varón. En Yamaguchi, en la misma aldea, la madre de mi amigo Kizen Sasaki estaba cosiendo ella sola un día cuando, en la habitación vecina, oyó un sonido como si estuvieran estrujando un papel. Aquella sala era el cuarto del dueño de la casa, quien se encontraba entonces en Tokio. Pensando que era muy extraño abrió la puerta y miró dentro, pero no había nadie allí. Se sentó de nuevo durante un rato y de nuevo volvió a escuchar en la habitación de al lado el ruido de alguien que aspiraba el aire con la nariz. Por eso, consideró que debía tratarse de un espíritu de Zashikiwarashi. Durante algún tiempo se rumoreaba que en esa casa residía uno de esos espíritus. Se dice que la casa en la que habite un Zashikiwarashi se convertirá en una mansión próspera y prestigiosa.


     

     

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      Zashikiwarashi puede ser también el espíritu de una adolescente. Desde hace tiempo se sabe que en el pueblo de Yamaguchi, en la casa de Yamaguchi Magozaemon había dos espíritus de niña. Un año, un vecino del mismo pueblo que regresaba de la ciudad y se encontraba junto al puente Tomeba, encontró a dos lindas jovencitas a quienes no había visto hasta entonces.


      ―¿De dónde venís? ―preguntó.

      ―De la mansión de Yamaguchi Magozaemon
      ―respondieron.

      ―¿Y a dónde os dirigís?

      ―A otra casa del pueblo ―contestaron.

      Dicha casa, que se encontraba en un pueblo alejado, pertenece a una familia que, aún en la actualidad, es muy próspera. Oyendo esto, el hombre sacó la conclusión de que, al irse aquellas muchachas, la casa de Magozaemon acabaría en la ruina. No mucho después, unos veinte miembros de la misma familia fallecieron en un solo día a causa de un envenenamiento de setas. La única que no murió fue una niña de siete años. Ella creció y se hizo mayor sin haber podido tener hijos. Falleció hace poco de una enfermedad.

     

     

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      Magozaemon estaba en casa un día cuando oyó que los sirvientes discutían acerca de si sería conveniente o no comer unas setas de especie desconocida que habían crecido alrededor de un peral. El amo opinó que era mejor no comerlas, pero uno de los sirvientes comentó:

      ―Independientemente del tipo de seta que sea, si se ponen en un recipiente, mezcladas con peciolos de patatas taro[6], es imposible envenenarse.

      Todos estuvieron de acuerdo, y comieron las setas. Una niña de siete años no se encontraba en casa, porque se había quedado jugando fuera. Se salvó gracias a haber olvidado regresar a casa para comer.

      Después de la repentina muerte de su amo, y mientras todos permanecían atónitos sin saber qué hacer, llegaron parientes de la familia procedentes de varios lugares y se llevaron todo lo que había en la casa, incluso la pasta de miso para cocinar. Los parientes dijeron que habían prestado dinero al amo en el pasado o que había entre ellos algún tipo de acuerdo. Esta era una familia de granjeros acomodados, una de las primeras en establecerse en la aldea, pero en una sola mañana toda su fortuna desapareció.

     

     

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      Antes de que ocurriera esa catástrofe, ya se produjeron signos de que algo malo iba a ocurrir. Un día, cuando los varones de la casa se encontraban amontonando el heno con sus horcas, hallaron una enorme serpiente. El amo dijo que no se la matase, pero los sirvientes no le escucharon y la golpearon hasta que murió. Después de esto, salieron más serpientes del heno y cuando se deslizaban ondulando, en parte por diversión, los presentes las iban matando a todas. Como se hacía necesario un lugar para enterrarlas, cavaron un hoyo, las arrojaron allí y lo cubrieron con tierra por encima. Había tantas que llenaron varias cestas de paja.

     

     

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      Magozaemon, del que ya se ha hablado, era el intelectual de la aldea. Tenía libros chinos y japoneses que se hacía traer desde Kioto, y generalmente podía vérsele absorto en la lectura. Era un tanto excéntrico. Un día, decidió hallar la forma de atraer a un zorro a su casa, con el fin de que este proporcionara buena fortuna a su familia[7]. En primer lugar, construyó en su jardín un santuario dedicado a Inari[8]. Después, se dirigió a Kioto para solicitar la categoría oficial más elevada para su santuario. Sin fallar un solo día, ofrecía personalmente desde entonces una ración de aburage, el bocado preferido del zorro, y oraba en el santuario. Poco a poco, el zorro se fue acostumbrando a él y no huía corriendo cuando se acercaba. Dicen que hasta logró acercarse y acariciarle la cabeza. El monje del templo budista del pueblo, dedicado al buda de la curación, Yakushi, bromeaba diciendo:

      ―Aunque no se ofrezca nada a mi Buda, atrae mayor beneficio que el espíritu del zorro de Gozaemon.

Cuando la bisabuela de mi amigo Kizen Sasaki falleció de edad avanzada, los vecinos se reunieron para colocarla en el ataúd. Todos ellos durmieron juntos en el salón esa noche. La hija de la fallecida, quien había sido repudiada por la familia en la que se casó, por estar loca, se encontraba también en el grupo. Como en la zona se consideraba de mal agüero dejar que se extinguiera el fuego que ardía en el brasero de la habitación, durante el velatorio, la abuela y la madre de la familia permanecieron levantadas para estar a su cuidado. La madre colocó la canasta del carbón junto a ella y, de vez en cuando, añadía algo. De repente, oyeron el sonido de unas pisadas en la puerta trasera, fue a mirar y se encontró con la anciana que acababa de morir. Reconoció el borde del kimono de la anciana, que arrastraba porque ella andaba muy inclinada y estaba un poco recogido en un triángulo y cosido por delante. Reconoció otros detalles inconfundibles como, por ejemplo, el tejido de rayas que llevaba habitualmente.

      Justamente antes de que la madre de mi amigo pudiera exclamar un ¡Ah!, de sorpresa, la anciana pasó por delante del brasero junto al cual se hallaban sentadas las dos mujeres y, con el borde de su kimono, rozó la cesta del carbón. Esta se tambaleó de un lado al otro, como si alguien la agitase. La madre, que era una persona muy serena, se giró y fue a ver por dónde se había marchado, llegando al salón donde estaba durmiendo el resto de los parientes; entonces se oyó la voz de la hija loca, gritando:

      ―¡Abuelita, está aquí!

      Todos se despertaron, y cuentan que estaban muy impresionados.

     

     

      23

      A los veintisiete días del fallecimiento de la mencionada señora, los parientes más cercanos se reunieron por la tarde y recitaron plegarias budistas hasta ya avanzada la noche. Cuando se encontraban a punto de regresar a sus casas, se dieron cuenta de que la fallecida se hallaba sentada sobre una roca, junto a la entrada de la casa, de espaldas a ellos. Fue precisamente por su silueta por lo que supieron enseguida que se trataba de ella. Como la vieron tantas personas, no podía caber duda. Nadie alcanzaba a comprender la razón por la que parecía tan apegada a este mundo.

     

     

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      En varias aldeas, a las familias más antiguas las llaman daidô, porque emigraron a la zona en el primer año de la Era Daidô[9]desde Kai, una provincia en el suroeste. Sucedió que el caudillo Tamura[10] hizo una expedición para dominar la región de Tôno en ese mismo período. La provincia de Kai era entonces el territorio principal de la rama secundaria de la familia Nambu, y parece que se han mezclado ambas tradiciones en cuanto al uso que se hace ahora del término daidô.

     

     

      25

      Cuando los antepasados de los daidô llegaron a la zona de Tôno, era el último día del año. Se dieron prisa para colocar la decoración de pino llamada kadomatsu[11] a la entrada de la casa, con motivo del Año Nuevo. Pero solamente pudieron terminar uno de los lados antes de que amaneciera. Incluso en la actualidad, para conmemorar aquella ocasión esas antiguas familias dejan en el suelo sin colocar una parte de las decoraciones. Luego, tienden la soga sagrada de paja de arroz, colgándola de un lado a otro de la entrada.

     

     

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      La familia Abe es una de las más conocidas entre las casas de granjeros de Kashiwazaki. Hace varias generaciones hubo en dicha familia un tallista en madera muy capaz. Muchas de las imágenes sintoístas y budistas de la región fueron talladas por él.

El río Hei, que nace en el monte Hayachine, discurre hacia el nordeste y desemboca en el océano, en la villa de Miyako. La cuenca del río se conoce como la zona baja del Hei. El anterior jefe de la familia Ike no Hata, de Tôno, regresaba un día a su casa desde Miyako. Al cruzar el lugar más profundo de Haradai, en el río Hei, apareció una mujer joven y le entregó una carta. Le dijo que si se dirigía al pantano que se encontraba camino del monte Monomi, a las espaldas de Tôno y daba unas palmadas, aparecería la persona a quien iba dirigida la misiva. Él aceptó, pero en el camino empezó a sentirse inquieto por esa situación. Entonces, encontró a un peregrino que la abrió, la leyó, y dijo después:

      ―Si la entregas, caerá sobre ti una gran desgracia. Debes llevar otra distinta.

      El peregrino le entregó otra carta.

      Cuando el hombre llegó al pantano llevándola dio dos palmadas, tal como le habían recomendado, apareció una mujer y se apoderó de ella. Como prueba de gratitud le dio una pequeña piedra de moler el grano. Le dijo que si ponía un grano de arroz en ella y le daba vueltas, saldría oro de la base. Gracias a ese objeto tan precioso su familia se hizo muy rica.

      Pero su esposa era muy codiciosa e intentó poner mucho grano de una sola vez. La piedra de moler se movió a su antojo y salió despedida, cayendo en el agua con la que todas las mañanas el amo hacía las ofrendas para mostrar su agradecimiento. El molino desapareció. La pequeña pila de agua se convirtió en un estanque y se encuentra todavía detrás de la casa. Dicen que es por eso que a la familia la llaman Ike no hata[12].

     

     

      28

      Fue después de que la familia Nambu viniese a Tôno cuando cierto cazador del pueblo de Tsukumoushi abrió el primer sendero al monte Hayachine. Hasta ese momento, nadie de la zona se había internado jamás en la parte superior del monte. El cazador, que solamente había despejado la mitad del sendero de montaña, se alojó temporalmente en una cabaña que había construido. Un día, mientras almorzaba unas tortas de arroz mochi que había asado al fuego, alguien pasó por delante de su cabaña y se detuvo a mirar. El cazador lo observó a su vez con atención y comprobó que era alguien de elevada estatura, con la cabeza rapada como un monje budista. El viajero entró en la cabaña y quedó mirando asombrado las tortas de arroz que se estaban asando. Incapaz de aguantar sin probarlas, se apoderó de algunas y se las zampó. Atemorizado, el cazador le entregó a su vez las que quedaban. El hombre pareció satisfecho y las comió también. Cuando hubo terminado con todas las tortas, el forastero se fue.

      El cazador pensó que el hombre regresaría al día siguiente y puso en el fuego, junto con los dulces y en el lugar donde estos se asaban, unos guijarros blancos que eran muy similares a tortas de arroz. Las piedras se pusieron muy calientes.

      Aquel forastero regresó, tal como se esperaba, y comió lo que allí había, al igual que había hecho el día anterior. Después de comer las tortas de arroz mochi, metió en la boca las piedras. De pronto, salió corriendo de la cabaña terriblemente apurado y desapareció. Dicen que el cazador encontró después muerto a aquel hombre en el fondo del valle.

     

     

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      El Keitô es un pico elevado frente al monte Hayachine. Los habitantes de la aldea que se halla en su base lo conocen como Mae Yakushi. Atemorizados por esos duendes de larga nariz, los tengu que, según dicen, habitan en las montañas incluso quienes llegan hasta el Hayachine no suben al monte Keitô. El jefe de la familia haneto que habita en Yamaguchi conocía desde la infancia al abuelo de mi amigo Kizen Sasaki. Era alguien con un carácter muy peculiar quien, en su juventud, cortaba el heno con un hacha y removía el suelo con la hoz. También era conocido por su carácter pendenciero.

      Un día, hizo una apuesta y subió él solo al Mae Yakushi. Cuando regresó, contó que había encontrado en la cima de la montaña a tres gigantes, sentados sobre una enorme roca. Frente a ellos había montones de oro y plata. Al verle llegar se enfurecieron; su mirada era aterradora. Les dijo que se había perdido cuando ascendía el monte Hayachine y ellos exclamaron:

      ―Ah, entonces, te acompañaremos.

      Le guiaron hacia abajo junto a un lugar cercano al pie de la montaña. Le pidieron que cerrase los ojos. Y cuando los abrió, habían desaparecido.

     

     

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      Un hombre del distrito de la aldea de Oguni se dirigió un día al monte Hayachine para cortar bambú. En ese lugar, entre unas cañas gruesas y cortas, halló durmiendo a un gigante. Este hombre se había quitado sus enormes sandalias de bambú que medían como un metro y se encontraba tumbado de espaldas, roncando ruidosamente.

     

     

      31

      En Tôno, un número elevado de niños de familias campesinas son raptados por ijin[13]. La mayor parte son niñas.

     

     

      32

      En el área montañosa del pico Senba ga take[14], hay un pantano. El valle que allí se encuentra es maloliente en extremo y pocos de los que se internan en él consiguen regresar. Había cierto cazador llamado Hayato no-sé-cómo. Sus hijos y nietos viven aún. Vio un ciervo blanco, lo siguió y pasó mil noches en ese lugar. De ahí procede el nombre del valle. El ciervo estaba herido de un disparo, pero escapó a la montaña vecina y allí se rompió una pata. Esa montaña se llama Kataba Yama[15]. El animal regresó al fin a la primera montaña y allí murió. Ese sitio se conoce como Shisuke, y en la deidad Shisuke Gongen se venera a ese ciervo blanco[16].

     

     

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      Si se duerme en las montañas de Shiromi a veces puede observarse una tenue luz a altas horas de la noche. Varias personas que fueron allí para recoger setas en otoño y pasaron la noche en los montes, vieron esa luz. Alguna vez puede oírse también como el ruido de un árbol al cortarlo y caer, o a alguien cantando en el valle.

      Es difícil saber la altura de esos montes. Cuando la gente va a recoger carrizo en mayo, desde lejos se ven las montañas cubiertas de paulonias en flor. Y es como si estuvieran envueltas por nubes de color púrpura, pero no se permite acercarse a nadie a esa zona.

      Una vez, un hombre fue a por setas y encontró un tubo de oro y un cazo del mismo metal en el interior de las montañas. Cuando intentó llevárselos, no pudo porque comprobó que eran demasiado pesados. Intentó entonces cortar sus bordes, pero no lo consiguió. Decidió volver más tarde, e hizo una marca con un cuchillo en la corteza de un árbol para reconocer el lugar cuando volviera. Pero cuando regresó al día siguiente con otros aldeanos no pudo encontrarlo por ninguna parte, y acabó por abandonar su búsqueda.

     

     

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      A continuación de la zona montañosa de Shiromi existe un lugar llamado Hanare Mori. Nadie habita en una mansión del lugar conocida como la casa del rico. Un hombre va a veces a ese sitio para hacer carbón. Una noche, alguien levantó la cortinilla de paja que cubría la entrada de su cabaña en el jardín, y echó una mirada hacia dentro. Era una mujer con largos cabellos, divididos en dos en la mitad de su cabeza. En ese lugar no es extraño oír por la noche alaridos de mujer.

     

     

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      El hermano menor del abuelo de mi amigo Kizen Sasaki fue a por setas a las montañas de Shiromi, y pasó allí la noche. Vio correr a una mujer frente a una amplia zona de bosques, al otro lado del valle. Parecía que iba corriendo por el aire. Le oyó decir “espera un momento” dos veces.

     

     

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      Produce espanto toparse con un mono resabiado o con un lobo astuto. La montaña Futatsu Ishi, junto a Yamaguchi, es extremadamente rocosa. Un día de lluvia algunos niños que regresaban a su casa desde la escuela primaria miraron hacia la montaña, y vieron lobos agazapados sobre las rocas. Estos alzaron la cabeza uno tras otro y aullaron. Vistos desde el frente, parecían potrillos recién nacidos. Por detrás, daban la impresión de ser muy pequeños. No hay nada más aterrador que el aullido de un lobo.

     

     

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      Solía suceder que aquellos que llevaban a los caballos de carga entre los pasos de Sakaigi y Wayama se encontraban con frecuencia a los lobos. Por la noche, los conductores se reunían normalmente en grupos de diez hombres. Como cada uno de ellos podía conducir entre cinco y siete caballos amarrados con una soga, normalmente se juntaban cuarenta o cincuenta equinos de una vez. En cierta ocasión iban siguiendo al grupo entre doscientos o trescientos lobos[17], y la montaña temblaba bajo el ruido de sus pasos. Totalmente aterrorizados, los hombres se pusieron junto a los caballos, agrupándose, y encendieron fuego alrededor para protegerse. A pesar de ello los lobos les acosaban saltando por encima del fuego. Finalmente, los porteadores desataron a los animales y con las cuerdas formaron un círculo alrededor. Entonces, los lobos creyeron que las sogas eran una trampa y dejaron de saltar por encima, desistiendo de introducirse en el círculo. Los lobos rodearon al grupo desde lejos y aullaron hasta que amaneció.

     

     

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      Cierto anciano, jefe de una familia con solera que vive todavía en la aldea de Otomo, oyó un día el aullido de lobos en su camino de regreso desde la ciudad. Como estaba borracho, empezó a imitarlos. Los lobos parecían seguirle mientras aullaban. Le entró miedo y se apresuró a regresar a casa. Allí cerró bien la puerta principal y se escondió. Durante la noche, las fieras continuaron dando vueltas alrededor de la vivienda y no pararon de aullar. Cuando amaneció, encontró que habían abierto un túnel bajo el establo y habían devorado todos sus caballos, que eran siete. Después de este suceso, la familia empezó a tener dificultades.

     

     

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      Cuando todavía era pequeño, mi amigo Kizen Sasaki regresaba un día a casa con su abuelo desde las montañas y en el borde de un arroyo, cerca de la aldea, encontraron muerto un ciervo grande. Tenía una raja en el costado y seguramente acababa de morir, porque aún brotaba sangre de la herida. El abuelo comentó:

      ―Lo mataron los lobos… Quisiera llevarme la piel, pero debe haber algún lobo escondido por ahí, observándonos. No podemos hacerlo.

     

     

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      Se dice que si la hierba mide unos nueve centímetros, el lobo puede esconderse dentro de ella. Tal como cambia el color de las plantas, el color de la piel de este animal varía también según la estación del año.

     

     

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      Cierto día, Kahei Sasaki, de Wano, fue a cazar en Ôyachi, cerca del paso Sakaigi. Aquella es una zona llana que se extiende hasta más allá de Shisuke. Era a finales del otoño y las hojas de los árboles se habían desprendido ya de las ramas, dejando las montañas sin follaje. De pronto, desde el pico que se halla en el lado opuesto, Kahei vio a infinidad de lobos corriendo en tumulto hacia él. Aterrado, trepó a la copa de un árbol. Desde arriba oía el estruendo que hacían, corriendo en dirección al Norte. Desde entonces, el número de esos animales en la región de Tôno ha ido decreciendo considerablemente.

     

     

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      En la base del monte Rokkoushi hay lugares conocidos como Obaya e Itagoya. Esas colinas están cubiertas de carrizo, del que se utiliza para los tejados de paja. Aquí acude gente de varios lugares para llevárselo. Una vez, en otoño, cuando los habitantes de la aldea de Iide estaban cortando esas plantas, hallaron tres lobeznos en una cueva rocosa. Mataron a dos y se llevaron con ellos al otro. A partir de entonces, los lobos empezaron a atacar a los caballos propiedad de los habitantes de Iide. Sin embargo, los lobos no hirieron a la gente o a los caballos de otras aldeas. Entonces, los habitantes de Iide decidieron emprender una caza de lobos.

      Uno de los aldeanos practicaba sumô y estaba orgulloso de su fuerza. Fue hasta los campos para desafiar a los lobos, pero los machos permanecieron alejados y no se acercaban a pelear. Una hembra atacó al hombre, llamado Tetsu, y este se quitó la chaqueta, la envolvió alrededor de su brazo y, de golpe, lo metió en la boca de la loba. Esta mordió el brazo. Mientras hundía este cada vez más en las entrañas del animal llamó a otros hombres para que le ayudasen, pero aterrados, no se atrevían a acercarse. El brazo de Tetsu había llegado ya hasta el estómago de la fiera, que se debatía desesperada y lo mordía hasta triturarle el hueso. La loba murió allí mismo, pero el hombre falleció también mientras se lo llevaban para auxiliarle.

     

     

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      El presente artículo apareció en el periódico local de Tôno:

      Un día que había nevado, un hombre llamado Kuma, de la aldea Kamigo, fue a cazar al monte Rokkoushi con un colega. En el fondo del valle encontraron huellas de oso y se separaron para ir en su busca. Él salió en dirección al pico y enseguida divisó un oso enorme sobre la sombra de una roca. El animal miró hacia donde se encontraba. Como la distancia entre los dos era muy corta, le resultó imposible usar el arma por lo que la tiró y entonces se enzarzaron frente a frente. Rodaron una y otra vez sobre la nieve, hasta el valle. El amigo de Kuma quería ayudarle, pero no podía hacer nada. Al final, Kuma y el animal acabaron cayendo en un río de montaña, y este se sumergió bajo el animal. Fue así como consiguió matarlo.

      Kuma no se ahogó. Había resultado herido por las garras del oso en varias partes, pero consiguió sobrevivir.

     

     

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      Existe una mina de oro en la montaña, sobre la aldea de Hoshino, cerca de la cima del Monte Rokkôushi. Al hombre que se gana la vida fabricando carbón para la mina, se le da bien la flauta. Un día se encontraba tocándola en el interior de su cabaña, tendido de espaldas en el suelo, cuando alguien alzó la esterilla de paja que colgaba de la puerta de entrada. Sorprendido, alzó la mirada y vio a un mono resabiado. Muy asustado, se levantó y el animal se marchó de allí.

     

     

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      Los monos resabiados son casi como personas. Se muestran deseosos de las mujeres y con frecuencia raptan a las aldeanas. Se untan con resina de pino por encima del cuerpo y después se embadurnan de arena. Esto crea el efecto como si llevasen una armadura y aunque se les dispare, las balas no les penetran.

     

     

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      Un hombre, cuyo nombre no recuerdo y que habita en Hayashizaki, en la aldea de Tochinai, tiene ahora alrededor de cincuenta años. Hace diez, le ocurrió lo siguiente.

      Salió a cazar ciervos en el monte Rokkoushi. Cuando estaba tocando la flauta para atraerlos apareció un mono resabiado, quien debió pensar que él era un ciervo bajado de las montañas y descendió desde la cima. El mono, abriendo su enorme boca, corrió hacia él, apartando con las manos los arbustos de bambú. Atemorizado, el hombre dejó de tocar la flauta y aquella bestia huyó, corriendo en dirección al valle.

     

     

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      En esta zona, a los niños les meten miedo, diciéndoles: “¡Que viene el mono del monte Rokkoushi!”. Hay muchos allí. Si vas a las cascadas de Ogase encontrarás allí gran cantidad de ellos, subidos a los árboles que hay junto a los precipicios. Cuando ven seres humanos salen huyendo, mientras les arrojan nueces.

     

     

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      Hay muchos monos en el paso de Sennin. Se burlan de los que pasan por allí, y les arrojan piedras.

     

     

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      Hay unos quince ri hacia arriba y quince ri hacia abajo desde el paso Sennin. Subiendo desde este lugar, a medio camino, se encuentra un santuario en el cual se venera la imagen de un yamabushi[18] o asceta de las montañas. Durante mucho tiempo, los viajeros tenían por costumbre escribir en los muros del santuario acerca de los encuentros fuera de lo común que habían tenido en el monte. Por ejemplo, alguien había escrito: “Soy de la provincia de Echigo, y tal noche de tal mes encontré en este sendero de montaña a una joven con el cabello suelto. Me miró sonriéndome”. O también había casos como este: “Los monos se burlaron de mí en este lugar”, y otro: “Me atracaron tres ladrones”.

     

     

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      En las montañas Shisuke se encuentra la flor a la que se conoce como kakko[19]. Es poco frecuente en el distrito de Tôno. En mayo, cuando canta el cuco, chicos y chicas van a las montañas para recolectarlas. Cuando se dejan metidas en vinagre, adquieren un color púrpura. Al igual que con la flor llamada linterna china[20], suelen soplar en su interior arrancándole sonidos. Para la gente joven no hay mayor diversión que ir a buscar esos farolillos.

     

     

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      Hay una gran variedad de aves viviendo en las montañas, pero de todas ellas es el pájaro otto el que tiene los trinos más melancólicos. Suele cantar en las noches de verano. Se dice que los porteadores que van a caballo y otros viajeros que cruzan el paso, procedentes de la costa de Ozuchi, lo oyen desde el fondo del valle.

      Una vez había una joven, hija de la familia de un terrateniente acomodado, que mantenía relaciones con el hijo de otra familia rica. El muchacho desapareció un día que habían ido los dos a los montes para pasar el rato. Desde la tarde hasta altas horas de la noche, la joven anduvo buscando al mozo, pero no lo encontró. Se cuenta que ella se convirtió en el pájaro otto. El sonido que emite: otto-n, otto-n significa, en japonés, mi esposo, mi esposo. El trino del ave suena más y más ronco, resultando casi patético.

     

     

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      El pájaro umaoi[21] se parece al cuco, pero es algo más grande. Sus plumas son de color marrón rojizo; bajo el cuello se destacan unas rayas parecidas a las riendas con que se conducen los caballos. En su pecho lleva una marca parecida a una brida.

      En cierta ocasión, un sirviente en la mansión de un rico terrateniente del pueblo llevó los caballos al monte y, cuando se disponía a regresar a casa, se dio cuenta de que faltaba uno. Caminó alrededor de las montañas durante toda la noche buscándolo y, finalmente, se convirtió en el pájaro umaoi. En esta zona se usa la expresión Ajo; ajo[22] pues es una forma de llamar a los caballos en los campos.

      Hay años en los que el ave umaoi desciende hasta el pueblo y canta. Si esto ocurre, es mal augurio de hambruna…

      El sonido que emite este pájaro puede oírse en la profundidad de las montañas, lugar en el que habita normalmente.

     

     

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      El kakko[23] y el cuco fueron dos hermanas en otros tiempos. Kakko era la mayor de las dos, y un día desenterró una patata y la asó. Comió la parte dura de la piel y dio a su hermana la parte tierna del interior. La hermana menor pensó que lo que había comido la otra era mucho mejor, por lo que la mató con un cuchillo de cocina. Entonces la hermana mayor se transformó en un pájaro y voló cantando ganko, ganko, que en dialecto de esta región significa parte dura.

      La hermana menor se dio cuenta entonces de que, en realidad, le había dado a ella la mejor parte de la patata y se llenó de remordimientos. Se transformó ella también en un pájaro que, cuando canta, suena: hochô kaketa (clavé un cuchillo). En Tôno, al cuco se le conoce como hochô kake (clava-cuchillo). En la ciudad de Morioka, se dice que su canto suena: docha wo tondeta (¿a dónde voló?).

     

     

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      Existen muchas leyendas estremecedoras sobre las profundas pozas de agua en el río Hei. La aldea de Kawai[24] está próxima al lugar en donde confluyen los ríos Hei y Oguni.

      Un día, el sirviente de una importante familia de ricos propietarios de la localidad estaba cortando árboles en lo alto de una colina sobre una de esas pozas de gran profundidad, cuando se le cayó el hacha dentro del agua. Como pertenecía a su amo, se metió en la poza a buscarla. Cuando hubo descendido hasta casi el fondo, oyó un ruido. Se dejó guiar por él y encontró una casa al amparo de las rocas. En su interior había una joven muy hermosa que estaba tejiendo. El hacha se encontraba a su lado. Le preguntó si se lo devolvería y, cuando se giró hacia él, se dio cuenta de que era la hija de su amo, fallecida hacía dos o tres años. Ella le habló, diciendo:

      ―Te devolveré el hacha, pero no digas a nadie que estoy aquí. A cambio, haré que te conviertas en un hombre rico y que puedas ganarte la vida sin necesidad de ser un sirviente.

      Nadie se explicaba la razón, pero este hombre tuvo una serie de golpes de buena fortuna en varios juegos de azar. Amasó mucho dinero y enseguida salió de su condición de criado, se quedó en su casa y se convirtió en un agricultor acaudalado. Pero olvidó lo que le había pedido la hija de su amo. Cierto día, cuando se dirigía a la aldea pasó por aquella poza, se acordó del incidente que le había ocurrido y contó su aventura a quienes le acompañaban. A partir de entonces su fortuna cambió, y terminó sus días sirviendo al amo del principio.

      Aunque no se sabía con qué intención lo hacía el amo, desde entonces vertía sin cesar agua hirviendo dentro de la poza[25]. Pero no produjo ningún efecto.

     

     

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      Muchos kappa[26] habitan en los ríos. Hay cantidad de ellos en el río Sarugaishi. Las mujeres de dos generaciones, miembros de una misma familia residente en una casa situada junto al río, en el pueblo de Matsuzaki, quedaron embarazadas de bebés kappa. Cuando estos nacen, existe la costumbre de cortarlos en trozos, meterlos en pequeños barriles de sake y sepultarlos en la tierra. Tienen un aspecto grotesco.

      El hogar familiar del esposo de una mujer se hallaba en la aldea de Nibari. La casa estaba al lado de un río. El jefe de la familia relató los hechos siguientes:

      ―Un día, todos los miembros de la casa acudieron a los campos. Por la tarde, cuando estaban a punto de regresar, encontró a su mujer sonriendo, mirando hacia el río. Al día siguiente, sucedió exactamente lo mismo durante la hora del almuerzo. Siguió ocurriendo día tras día, hasta que corrió el rumor de que alguien del pueblo visitaba a la mujer durante la noche. Al principio, esto solamente ocurría cuando el esposo estaba fuera, conduciendo los caballos de carga hacia la costa. Finalmente, las visitas se producían incluso cuando ella se encontraba acostada junto a su esposo. Por tanto, con el tiempo se tuvo la certeza de que el visitante tenía que ser un kappa, por lo que todos los parientes se juntaron con el fin de protegerla. Pero esto falló. La suegra de la mujer acudió también y durmió junto a esta. Ya entrada la noche, oyó reír a su nuera y comprendió que el visitante había llegado, pero le fue totalmente imposible moverse. No se pudo hacer nada. Tuvo muchas dificultades para dar a luz y, para facilitar el parto, alguien sugirió llenar de agua el recipiente donde se daba de comer a los caballos, y ponerla a ella encima. Lo hicieron y fue bien. El bebé tenía las manos con los dedos unidos por una membrana. Se dice que la madre de esta mujer también había dado a luz a un bebé kappa.

      Algunos opinan que una situación así es cuestión del destino y no está restringido a dos o tres generaciones. Esta familia estaba bien situada y tenían un apellido antiguo e ilustre. Varios de sus miembros habían ocupado cargos importantes en la asamblea del pueblo.

     

     

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      En cierta ocasión parece que nació un bebé kappa en el seno de una familia del pueblo de Kamigo. No había pruebas definitivas de que así fuese, pero su piel tenía un vivo color rojo y su boca era enorme. Resultaba repugnante. Como le aborrecían, alguien lo llevó a una encrucijada de caminos para deshacerse de él, y allí lo dejó abandonado. Después de haberse alejado tan solo 1 kan[27] cayó en la cuenta de que podría hacer dinero exhibiéndolo, por lo que regresó al lugar, pero ya se había ocultado y le fue imposible encontrarlo

No es raro encontrar huellas de kappa en la arena, junto a la ribera de los ríos. Es particularmente habitual al día siguiente de haber llovido. Los pies de esos seres, al igual que sucede con los de los monos, tienen el dedo pulgar extremadamente separado del resto. La huella es similar a la que deja la mano de una persona y mide solamente unos ocho centímetros. Se dice que las puntas de sus dedos no dejan la marca que suelen dejar los de las personas.

     

     

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      Cerca de la profunda poza llamada Obako, del río Kogarase, hay una mansión familiar a la que se conoce con el nombre de Shinya (Casa nueva). Un día, un mozo de esta llevó a un caballo para refrescarse en la poza, y luego se distrajo con algo. Entonces, apareció un kappa e intentó arrastrar al caballo hacia la profundidad del río; pero el kappa fue atraído a su vez hacia fuera del agua por el animal y arrastrado hasta el establo. Entonces se ocultó bajo el recipiente donde se echaba el pienso del equino.

      Alguien se extrañó de que el cubo se encontrase colocado al revés y, cuando intentaron ponerlo otra vez derecho, se dieron cuenta de que no conseguían enderezarlo. Entonces vieron sobresalir por él la mano del kappa. Los aldeanos se reunieron para decidir si lo mataban o le permitían irse. Lo dejaron libre con la condición de que, a partir de entonces, prometiese no causar ningún perjuicio a los caballos de la aldea. Este kappa se marchó del pueblo y se dice que ahora habita en la poza de la cascada Aizawa.

     

     

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      En otras zonas se dice que los kappa tienen la cara de color verde, pero en Tôno afirman que es de color rojo. Cuando la abuela de mi amigo Kizen Sasaki era pequeña, se encontraba un día jugando con sus amigas en el jardín y allí vio a un muchacho entre dos o tres nogales, con el rostro de color rojo oscuro. Era un kappa. Aquellos grandes árboles todavía se encuentran en ese lugar, pero ahora se han hecho muy grandes. Así que esa zona alrededor de la casa familiar está ahora llena de nogales.

     

     

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      Un anciano llamado Kahei, de la aldea de Wano, estaba en una choza para cazar faisanes, esperando a que las aves aparecieran. De pronto, un zorro irrumpió en el lugar, espantándolas. Kahei se enfadó y decidió dispararle, pero cuando se disponía a hacerlo, el animal se giró hacia él y se lo quedó mirando en actitud distante. Apretó el gatillo, mas su rifle no disparó. Enojado, observó el arma y encontró que, inexplicablemente, todo el conducto estaba atascado de tierra.

     

     

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      El mismo cazador fue al monte Rokkoushi y allí se topó con un ciervo blanco. Según dice la leyenda, un animal así es el espíritu de una deidad. Por eso, Kahei pensó que si lo hería y lo mataba caería una maldición sobre él. Pero, por otra parte, como era un experto cazador y no le gustaba la idea de perder su reputación, decidió disparar. Así lo hizo y estuvo seguro de haberle alcanzado, pero el ciervo no se movió. En ese momento tuvo un mal presagio. Contrariado, sacó una bala de oro que llevaba habitualmente para ahuyentar la mala suerte, utilizándola en caso de emergencia. Envolvió la bala en artemisa y volvió a disparar, pero el animal siguió sin moverse.

      Pensando que era muy raro, se aproximó a mirar. Vio una roca blanca cuya forma se parecía mucho a la figura de un ciervo. Hacía décadas que vivía en las montañas y era totalmente imposible que pudiera confundir una roca con ese animal. Consideró que lo que había ocurrido tenía que deberse a la acción de un espíritu maligno. Dicen que esta vez estuvo pensando seriamente en la posibilidad de abandonar la caza para siempre.

     

     

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      En otra ocasión, el mismo hombre estaba de noche en las montañas y, como no disponía de suficiente tiempo para construir un refugio, se cobijó bajo un árbol grande. Amarró su cuerpo al tronco, dando tres vueltas alrededor con una soga de esas que se usan para ahuyentar a los malos espíritus. Luego se quedó dormido sujetando su rifle con la mano. A altas horas de la noche, se estremeció al oír un ruido y vio lo que parecía un monje de gran estatura sobre la copa del árbol, mientras hacía ondear su hábito de color rojo, agitándolo como si tuviera alas[28]. El hombre se asustó y disparó su rifle. La aparición aleteó de nuevo y salió volando. Fue estremecedor. El hombre tuvo esa misma experiencia tres veces. Cada vez prometía dejar la caza y rezaba a los antepasados. Pero después volvía a reconsiderarlo, y decía a la gente que le sería imposible dejar de cazar hasta que se hiciera viejo.

     

     

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      Un tal Miura, cuyo nombre propio no recuerdo, es de Oguni y el hombre más rico de la localidad, aunque en época de su bisabuelo y de su abuelo todavía eran pobres. Su esposa es algo boba.

      Un día, la mujer salió a recoger hierba mantecon[29] junto al riachuelo que pasaba por delante del portón de su casa. Como no encontró buenas hierbas en ese lugar se adentró algo más en el valle. De pronto, miró hacia arriba y divisó una casa con una imponente entrada de color negro. Pensó que era muy extraño y entonces vio un jardín lleno de flores rojas y blancas y varias gallinas alrededor. En dirección al jardín posterior de la casa había un establo con muchas vacas y una cuadra con numerosos caballos. Pero no había nadie. Al fin, se decidió a traspasar la puerta principal de la mansión y en la sala adyacente halló varias bandejas rojas y negras, con sus recipientes listos para comer. En la sala del fondo había un fuego encendido y una tetera de hierro con agua, que hervía expulsando vapor. Sin embargo, tampoco se veía a nadie por allí. Pensó la mujer que esa sería sin duda la casa de algún ser numinoso de las montañas, y sintiéndose atemorizada, escapó corriendo del lugar. Refirió lo sucedido, pero nadie la creyó.

      Tiempo después, cuando se encontraba haciendo la colada en el lavadero, divisó un cuenco de color rojo que venía flotando corriente abajo, y le pareció tan bonito que lo sacó del agua. Pero pensando que la iban a reñir si utilizaba en la mesa ese recipiente ya usado, lo metió dentro de la caja del arroz, para servirse de él como medida antes de cocinar. A partir del momento que lo utilizó para medir, el arroz nunca se agotaba. La familia estaba muy asombrada por este fenómeno, y cuando la preguntaron ella contó por primera vez cómo lo había encontrado. Desde entonces, en aquella casa entró la buena fortuna y se convirtió en la familia Miura de la actualidad.

      En Tôno, se le llama mayoi ga[30] a una mansión misteriosa que se encuentra de esa forma en el monte. Todo el que se tope con una casa así puede llevarse libremente cualquier objeto o animal que en ella se encuentre. La casa aparece delante de esa persona para proporcionarle lo que contiene. Se piensa que, como aquella mujer no fue avariciosa y no se llevó nada de la casa cuando la encontró, es por lo que apareció luego aquel cuenco rojo flotando libremente en el agua.

     

     

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      La aldea de Kanesawa, a los pies del monte Shiromi, se encuentra en lo más profundo del interior de las montañas de la región de Kamihei, por lo que muy poca gente llega hasta ella. Hace unos seis o siete años, un hombre de dicha aldea se casó con una joven de Yamazak[31], en el pueblo de Tochinai. El joven se perdió un día en un sendero del monte, cuando iba a visitar a su familia de origen. Se topó de pronto con una mayoi ga. Tanto la mansión como las flores rojas y blancas en el jardín, las innumerables vacas, las gallinas y los caballos eran exactamente igual que en el relato anterior. También él atravesó la entrada principal y vio en el interior las bandejas rojas y negras preparadas, con los recipientes a la vista. En la sala del fondo estaba la tetera de hierro con el agua hirviendo, expulsando vapor, y daba la impresión como si alguien estuviese a punto de preparar un té. Pensó que debía haber alguien en el baño o por allí cerca. Al principio estaba extrañado, pero poco a poco se sintió atemorizado. Abandonó la casa y finalmente regresó a la aldea de Oguni. Allí nadie creyó lo que contaba, pero en Yamazaki llegaron a la conclusión de que lo que había encontrado tenía que ser una mayoi ga. Entonces pensaron que si se hubiese llevado alguna bandeja o algún recipiente, podría haberse hecho rico. Convencidos de que podría convertirse en un rico propietario, al joven esposo le convencieron para que encabezase un grupo y regresase a las montañas en busca de la mansión. Llegaron hasta el lugar donde decía que había encontrado la entrada de la casa, pero no se veía nada allí y tuvieron que volver con las manos vacías. Nunca se supo que aquel hombre hubiera hecho fortuna.

     

     

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      El Hayachine es un monte granítico. En la falda que se encuentra frente a Oguni existe una roca conocida como el castillo Abe. Esa roca está a medio camino, subiendo hacia un desfiladero, y no resulta fácil llegar hasta allí. Se dice que todavía habita en ese lugar la madre de Abe-no-Sadato. En las noches de lluvia puede oírse en la cueva el ruido de un portón que se cierra. La gente de Oguni y de Tsukumoushi afirman que se trata de las puertas del castillo de Abe. Dicen que cuando se oye el ruido de la cancela, lloverá al día siguiente.

     

     

      66

      En la zona de esa misma montaña junto a Tsukumoushi existe una gruta llamada la mansión de Abe. Se dice que Abe-no Sadato estaba muy relacionado con el monte Hayachine. En Yamaguchi, en el punto justo donde se comienza el ascenso por la parte de Oguni, hay tres túmulos de tierra. Cuentan que son tumbas de unos soldados de Hachiman Tarô, fallecidos en combate.

     

     

      67

      Existen muchas leyendas sobre Abe-no-Sadato. Hay una vasta llanura de aproximadamente diez kilómetros tras las montañas desde Yamaguchi, en el límite entre la aldea de Tsuchibuchi y la de Kurihashi (antes se conocía como Hashino). En esa zona hay un lugar llamado Sadato. Se encuentra allí un pantano y se dice que Abe-no-Sadato llevaba a abrevar allí a los caballos. Otros dicen que aquí hizo él su campaña militar. El paisaje de la zona es muy bello y desde aquí se divisa la costa este.

     

     

      68

      Se dice que los Abe de la aldea Tsuchibuchi descienden de Abe-no-Sadato. Hubo un tiempo en el que esa familia tenía una posición muy acomodada. Incluso en la actualidad, la propiedad está rodeada por un foso lleno de agua. En el interior de la casa se guardan muchas espadas y arneses de las monturas. El jefe actual de la saga familiar, Abe Yoemon, es la segunda o tercera persona más rica del pueblo y miembro además del consejo de la villa.

      Hay muchos más descendientes de la casa Abe. Una de las familias de ese linaje habita en las cercanías de la fortaleza de los Abe, en Morioka, cerca del muro de contención de las aguas del río Kuriya.

      Junto al río Kogarase están las ruinas de una fortaleza, aproximadamente a cuatrocientos metros al norte de la mansión de los Abe, en la aldea de Tsuchibuchi. Se conoce como la fortaleza de Hachiman-zawa, y se cuenta que fue en este lugar donde Hachiman Tarô tuvo su campamento militar. Desde aquí, en el camino que conduce a la villa de Tôno, hay un monte llamado Hachiman. En la cumbre, frente a la fortaleza de Hachiman zawa, se encuentran las ruinas de otra fortaleza. Se dice que aquí tuvo su campamento militar Abe no Sadato. Estas dos fortificaciones se encuentran a unos tres kilómetros de distancia, una de la otra. Hubo numerosos combates con arco entre ambas fortificaciones, y se han encontrado muchas puntas de flecha en la zona. Entre las dos construcciones está el pueblo de Nitakai. En la época en la que se libraban batallas, esta zona estaba cubierta de carrizo. Como el terreno era húmedo y blando, cedía y se desplazaba.

      Un día, cuando Hachiman Tarô pasaba por la zona, observó que las tropas de ambas partes tenían gran cantidad de gachas de arroz (kayu), y dijo:

      ―Eso son gachas cocidas (nita kayu), ¿verdad?

      Y desde entonces la población empezó a llamarse Nitakai.

      El riachuelo que discurre justamente a las espaldas de la villa de Nitakai se llama Naru. Al otro lado del río está la aldea de Ashiraga (río lava-pies). Se dice que este nombre tiene su origen en que Hachiman Tarô se lavaba los pies en el río Naru.

     

     

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      En la aldea de Tsuchibuchi existen en la actualidad dos familias a las que se da el nombre de daidô. Ohora Mannojô es en la actualidad el jefe de la familia daidô de Yamaguchi. Su madre de adopción, llamada Ohide, tiene alrededor de ochenta años y aún disfruta de buena salud. Es la hermana mayor de la abuela de mi amigo Kizen Sasaki. Es una experta en brujería. Le enseñó a Sasaki la forma de hacer conjuros para matar serpientes o para hacer caer a un ave del árbol.

      El año pasado, el 15 de enero según el calendario antiguo contó lo siguiente:

      Había una vez un campesino pobre. No tenía esposa, pero sí una hija muy bella. También poseía un caballo. La hija quería mucho al animal y por la noche se iba al establo y dormía allí. Ella y el caballo acabaron siendo amantes. Una noche, el campesino se enteró. Al día siguiente, sin comunicar nada a su hija, sacó fuera al caballo y lo mató ahorcándolo de un moral. Aquella noche la hija preguntó a su padre por qué el caballo no aparecía por ninguna parte, y al final se enteró de lo que había hecho.

      Horrorizada y llena de dolor, fue hasta el lugar donde se encontraba bajo el moral y lloró abrazada a su cuello. El padre, indignado, agarró un hacha y rebanó la cabeza del caballo desde atrás. Entonces, la hija se aferró a él y voló por los aires. Desde entonces, se convirtió en la deidad Oshira sama. Su imagen está fabricada con una rama del moral de la que se colgó al caballo.

      Existen en total tres imágenes: la que se hizo con la rama más grande, se encuentra en la casa familiar del daidô de Yamaguchi. Esta es la deidad conocida como hermana mayor. La imagen elaborada con la parte central de la rama estaba en la casa de un habitante laico llamado Gonjurô, en Yamazaki. La tía-abuela de mi amigo Kizen Sasaki contrajo matrimonio en el seno de esta familia, pero como ahora ese linaje ha desaparecido se desconoce el paradero de la imagen. La tercera, considerada la hermana menor, se hizo con la parte más pequeña de la rama y, según se dice, está en el pueblo de Tsukumoushi.

     

     

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      La misma anciana del pueblo cuenta que la deidad Okunai sama se encuentra siempre en aquellas casas en las que se venera a la deidad Oshira sama. Sin embargo, hay hogares en los que no hay Oshira sama y solamente tienen a Okunai sama. Dependiendo de cada familia, hay diferentes imágenes de cada deidad. En la casa del daidô de Yamaguchi la imagen de Okunai sama es de madera. La que tienen en el hogar de la familia Haneishi Tanie, también en Yamaguchi, está dibujada en un rollo de papel. Por otra parte, la que posee la familia Taho es también de madera. En la mansión daidô de Iide no tienen Oshira sama, si no Okunai sama.

     

     

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      La anciana que contó todo lo anterior es una creyente muy devota de Amida[32], pero se diferencia de otros fieles del mismo Buda. Sus creencias son casi heréticas. Ella adoctrina a otros creyentes acerca de aspectos formales de la fe y todos ellos lo mantienen en estricto secreto. Ni siquiera comentan con sus hijos o con otros familiares cercanos sobre sus reglas y sus prácticas. Esta agrupación no mantiene relación con los templos budistas ya establecidos, o con los bonzos. Solamente pueden participar personas laicas. No disponen de muchos seguidores. Haneishi Tanie, una mujer, forma parte de este grupo. En días concretos de culto al buda Amida este grupo espera hasta que todos se hayan dormido y, a altas horas de la noche, sus miembros se reúnen y rezan sus plegarias en una sala oculta. Tienen mucho conocimiento de técnicas de brujería o de conjuros y ostentan cierto poder en el pueblo.

     

     

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      La zona conocida como Kotobata en la villa de Tochinai se encuentra en un lugar pantanoso, en el interior de las montañas. Solamente dispone de cinco casas situadas aguas arriba de un afluente del río Kogarase. Hay siete kilómetros desde esa zona hasta las casas de Tochinai. A la entrada de Kotobata se ve un montículo y, en la parte superior de este, hay una escultura de madera, de medio cuerpo. Tiene el tamaño de una persona. Se hallaba antes en el interior de un santuario, pero ahora está al aire libre y expuesta a la lluvia. Es conocida como Kakura sama. Los niños juegan con ella, derribándola y arrojándola al río o la dejan tirada en medio del camino. Ahora ya no se distinguen ni la nariz ni la boca. Se dice que si alguien riñese a los niños o les impidiese jugar con la imagen, caería una maldición sobre esta persona y se pondría enferma.

     

     

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      En el distrito de Tono existen muchas imágenes de madera que representan a la deidad Kakura sama. También hay alguna en la aldea de Nishi nai, en Tochinai. Hay gente que recuerda haber visto otras imágenes, incluso en un sitio llamado Ohora en Yamaguchi. La deidad Kakura sama no es objeto de devoción por parte de los aldeanos. Está tallada de forma tosca, y tanto sus vestiduras como el tocado sobre su cabeza apenas se distinguen.

     

     

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      La deidad Kakura sama de Tochinai puede ser tanto de tamaño grande como pequeño, tal como se ha mencionado antes. Una aldea de Tsuchibuchi tiene tres o cuatro de estas imágenes. Independientemente de cuál de ellas sea, es una imagen de madera de medio cuerpo, labrada toscamente con un hacha pequeña, y de rasgos poco definidos. Aun así, puede distinguirse que su cara es como la de una persona. “Kakura sama” significaba antes el nombre de un lugar en donde las deidades descansaban a lo largo de un viaje[33]. Actualmente se le llama Kakura sama a la deidad que ya reside en ese sitio.

     

     

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      Hasta hace pocos años. Había un pequeño taller de palillos para fósforos en los terrenos de un rico propietario de Hanaremori. Después del crepúsculo, se presentaba una mujer a la salida de la caseta, se quedaba mirando a los trabajadores y prorrumpía en una risa vulgar que daba miedo. Los empleados no podían soportar el aislamiento del lugar y el taller se trasladó finalmente a Yamaguchi. Tiempo después, en aquella misma zona montañosa alguien levantó una cabaña para aserrar madera con destino a las vías del tren. Al oscurecer, a veces había trabajadores que se extraviaban y, cuando finalmente estaban de vuelta, permanecían allí como aturdidos bastante rato. Cuatro o cinco trabajadores desaparecieron de esta forma y varias veces les volvió a ocurrir lo mismo. Posteriormente explicaron que había aparecido por allí una mujer y les había llevado a alguna parte. Se contaba que, después de regresar, eran incapaces de recordar nada durante dos o tres días.

El término chôja-yashiki[34] se refiere a las ruinas de una casa en la que habitó en el pasado un propietario acomodado. Junto a la casa hay un promontorio que se llama nuka-mori (bosque del salvado de arroz).

      Se dice que esa elevación está compuesta por las cascarillas de arroz que allí arrojaba la familia del propietario. En la parte superior hay un arbusto de deutzia con flores blancas de cinco pétalos, y se afirma que a sus pies hay oro enterrado. Incluso en la actualidad, en ocasiones se oye que hay gente buscando el sitio en donde se encuentra el árbol. Quizás la familia del propietario estuvo relacionada en el pasado con una mina de oro. Todavía hay en la zona escorias del hierro refinado. No muy alejada de este sitio, en una montaña próxima, se encuentra la mina de oro Ondoku.

Tajiri Chozaburô, de Yamaguchi es el hombre más acaudalado del pueblo de Tsuchibuchi. Según este anciano, jefe de la familia, cuando él tenía algo más de 40 años murió el hijo del viejo Ohide. La noche del funeral, después de que todos hubieran terminado sus plegarias al Buda Amida, Chozaburô que era muy parlanchín, quedó rezagado. Cuando se levantó para marcharse vio un hombre que estaba tendido, con la cabeza apoyada en una piedra situada en la base del desagüe, como si aquella fuera una almohada. Chozaburô lo escrutó de cerca, pero no conocía a aquel hombre que parecía muerto. Era una noche de luna y, bajo su luz, observó que estaba boca arriba con las rodillas dobladas y la boca abierta. Chozaburô es un tipo osado y sacudió al desconocido con el pie, pero aquel no se movió. Como le impedía el paso, no tuvo más remedio que salvar la distancia saltando sobre él, y después regresó a su casa.

      Volvió a la mañana siguiente a ese mismo lugar, pero como era de esperar, no había trazas de la presencia de aquel hombre y nadie había visto nada. La forma y el lugar de la piedra en la que el hombre apoyaba su cabeza, eran exactas a como Chozaburô recordaba haber visto la noche anterior. Comentó que debería haber tocado al hombre con la mano, pero como le había entrado miedo, le dio con el pie. No podía explicarse lo que había pasado.

     

     

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      La misma persona me contó sobre un criado que vive allí y que en la actualidad tiene más de setenta años; se llama Chozô y es de Yamaguchi. Una noche salió a divertirse por la noche y cuando regresaba tarde a casa de su amo, vio una persona que venía desde la dirección de la costa, parada delante del portón de la entrada que estaba situada frente a la vía de Ozuchi. La persona se cubría con una capa de paja, de esas que se usan para la nieve. Se le aproximó y luego se detuvo, y entonces Chozó sintió recelo y se quedó mirándolo. El hombre se apartó de él y se fue en dirección a los campos, más allá del camino. A Chozô le pareció recordar que allí había un muro de separación y, mirando con atención, comprobó que efectivamente allí estaba. Se sintió aterrorizado de pronto, corrió hacia la casa y le contó a su amo lo que había ocurrido. Más tarde, supo que en el mismo momento en el que había encontrado a aquel forastero alguien de la aldea de Niihari, que regresaba desde la costa, había caído del caballo y había muerto.

El padre de Chozô tenía también ese mismo nombre. Procedían de una familia que había servido en la casa de los Tajiri durante varias generaciones. Chozô y su mujer trabajaban juntos. Cuando todavía era joven salió una tarde y regresó justo a la puesta de sol. Al trasponer el portón principal vio la sombra de un hombre cerca de la entrada lateral. Tenía las manos metidas en el interior de la chaqueta. Las mangas, vacías, le colgaban a los lados. No se le podía distinguir el rostro con claridad.

      La mujer de Chozô se llamaba Otsune. Imaginando que ese hombre venía de cortejar a su mujer, Chozô se enfrentó a él, sin más preámbulos. El hombre no retrocedió corriendo hacia atrás, y se dirigió en cambio hacia el portón principal, situado a su derecha. Chozó pensó: “No te reirás de mí” y, enfadado, corrió tras él. El otro retrocedió, con los brazos todavía dentro de la chaqueta, hasta deslizarse suavemente entre las puertas de madera, cuya abertura era tan solo de unos nueve centímetros. A Chozó no le pareció eso extraño, e introdujo la mano en la abertura con el propósito de meterse también. Pero resulta que las puertas corredizas de papel en el interior estaban cerradas.

      En ese momento, sintió gran temor. Reculó unos pasos y entonces miró hacia arriba. Vio al hombre suspendido en el aire, de espaldas a la cubierta que había sobre la entrada, mientras le observaba a él que se encontraba debajo. El hombre tenía la cabeza colgando, que casi le rozaba la suya y los ojos parecían salírsele de las órbitas. Fue para Chozo un momento terrible, pero no le dio la impresión de que esa aparición se debiera a que alguien intentara transmitirle ningún tipo de mensaje
Para comprender el relato anterior, es necesario tener un esquema de la mansión familiar de los Tajiri. Las casas en la zona de Tôno están edificadas más o menos de la misma forma que en el diagrama.

      La entrada principal de la mansión de la familia Tajiri se encuentra mirando al Norte, pero generalmente la puerta principal de las casas se halla mirando al Este. Ello significa que, según el esquema, la puerta estaría en el lugar del establo. El portón principal se llama jômae (delante del castillo). Los campos rodean todo el edificio, pero no hay un cerco ni una valla divisoria. Entre el dormitorio del dueño y la sala de estar hay una pequeña sala oscura, llamada zato beya (habitación del hombre ciego). Antiguamente, cuando la familia celebraba una fiesta, hacía llamar a músicos ciegos (zato). Esa pieza de la casa era utilizada como salita de espera para ellos.
En Nozaki, de Tochinai, había un hombre llamado Maekawa Mankichi. Murió hace dos o tres años, a los treinta de edad. Un par de años o tres antes de morir, había salido para pasar un rato divertido por la noche. Cuando regresó a casa, atravesó el portón de entrada y caminó a lo largo del corredor exterior de la casa. Era el mes de junio y hacía una noche de luna clara; miró por casualidad hacia la parte superior del muro sobre el frente de la entrada. Allí había un hombre, que dormía de espaldas, pegado a la pared. Su cara estaba pálida. Mankichi se asustó mucho y, de resultas de ello, cayó enfermo. A pesar de todo, en esa ocasión tampoco se trataba de un augurio amenazador. El hijo de Tajiri escuchó este relato de labios de Mankichi, ya que eran buenos amigos.

     

     

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      Lo que sigue es el relato de lo ocurrido a un hombre llamado Tajiri Marukichi. Cuando era niño, una noche se ausentó de la sala de estar para ir a los aseos. Cuando atravesaba el comedor divisó a alguien que se hallaba en pie en una esquina de la habitación. Aunque no podía verse completamente bien, eran perfectamente visibles las rayas de su kimono así como su nariz y sus ojos. Llevaba el pelo suelto. Atemorizado y atónito, consiguió a duras penas avanzar extendiendo los brazos, alcanzando a tocar la hoja de la puerta. Pero aunque la palpaba, no le era posible ver su propia mano y, sobre ella, vislumbró una sombra. Cuando tocó al fin el lugar donde parecía estar la cara, esta aparecía por encima de su mano.

      Volvió a la sala de estar y refirió a todos lo que le había pasado. Cuando fue otra vez llevando una lamparilla, no encontró nada. Marukichi es una persona inteligente y de mentalidad moderna, y además no es alguien que vaya contando mentiras
La mansión del daidô de Yamaguchi, Ôhora Mannojô, está edificada de forma diferente a las demás. Su estructura es como la que se puede observar en el diseño adjunto. El vestíbulo se encuentra orientado al sureste. Es una casa con mucha antigüedad y en ella hay un arcón de mimbre. Si alguien lo abriera para mirar los viejos documentos que ahí se encuentran, caería una maldición sobre su persona.

     

     

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      Hace tres o cuatro años que falleció el abuelo de mi amigo Kizen Sasaki, más o menos a los setenta. Cuando era un adolescente, en la Era de Kaei, muchos extranjeros se establecieron a lo largo de la costa. Había edificios de estilo europeo en Kamaishi y en Yamada. Se sabe que un occidental vivió cierto tiempo en un promontorio de la península Funakoshi. Se practicaba secretamente la religión cristiana, y en el distrito de Tôno crucificaron a unos cuantos de sus fieles. Según cuentan aquellos que van a los puertos de la costa, aún se encuentran ancianos que hablan de los ijin[35] que se abrazan y besan. Se dice que hay bastantes niños de origen mestizo en esa zona costera.

     

     

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      En Kashiwazaki, de la aldea Tsuchibuchi hay una familia en la que tanto el padre como la madre son japoneses, pero los dos hijos son albinos. Tienen el cabello, la piel y los ojos como los de los occidentales. Ahora tendrán unos veintiséis o veintisiete años y son agricultores. Su acento es diferente del de la gente local y el timbre de su voz es agudo y penetrante.

     

     

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      En el centro de la aldea Tsuchibuchi hay un lugar llamado Motokuju, donde se encuentran las oficinas del pueblo, la Escuela Primaria y otros edificios locales. Allí tiene una tienda de tofu un hombre de treinta y seis o treinta y siete años, llamado Masa. En cierta ocasión que su padre estaba gravemente enfermo y casi agonizante, había una casa en construcción en Shimo Tochinai, al otro lado del río Kogarase y de ese pueblo. Al atardecer, el padre de Masa fue solo hasta donde se levantaban los cimientos de la vivienda. Saludó a todo el mundo que allí se encontraba, dijo que debía ayudarle a batir la tierra y se unió al grupo que estaba trabajando. Después de un rato, se hizo de noche y regresó a casa junto con los demás. Más tarde, la gente pensó que aquello era un poco extraño, pues se suponía que entonces se encontraba muy enfermo.

      Supieron luego que había muerto ese mismo día.

      Los lugareños acudieron a dar el pésame y refirieron lo que había sucedido. El hombre había expirado a la misma hora en que se apareció.

     

     

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      He olvidado el nombre, pero era alguien de una familia acomodada de la ciudad de Tôno. Estaba muy enfermo y casi a punto de morir, cuando de repente un día hizo una visita al templo budista de la localidad. El monje le atendió amablemente y se intercambiaron saludos. Cuando se dispuso a regresar, el bonzo notó algo extraño, y envió a su joven acólito para que siguiese al hombre. Este salió por la puerta del templo y siguió en dirección a su casa. Después, dobló por una esquina del pueblo y desapareció. Varias personas se lo encontraron también y a todas saludó, tan cortés como siempre.

      El visitante falleció esa noche y huelga decir que, a aquella hora, no se encontraba en condiciones de salir. El monje del templo fue a mirar el lugar donde estaba la taza que le había servido, para comprobar si había bebido el té: el líquido se veía derramado entre una juntura del tatami.

     

     

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      El siguiente relato es similar al anterior. El templo Jôkenji en la barriada Tsuchibuchi, de la aldea Tsuchibuchi, pertenece a la secta Soto del budismo Zen y está considerado el primero entre los doce templos del distrito de Tôno. Cierta tarde, un habitante del pueblo encontró a un hombre en la carretera que venía desde la dirección de Motojuku. Era un anciano que llevaba bastante tiempo enfermo de gravedad, y cuando el lugareño le preguntó si se encontraba mejor, replicó que desde hacía dos o tres días había notado alivio. Hoy se dirigía al templo para escuchar un sermón. A la entrada de este hablaron algo más y se despidieron. El monje se acercó para dar la bienvenida al anciano que venía de visita. Sirvió té, charlaron un rato y el visitante se marchó. En esta ocasión también, el monje encargó a su acólito que le siguiese para asegurarse, pero el anciano desapareció después de trasponer el portón del templo. Sorprendido, el discípulo contó al monje lo que había ocurrido. El té se veía también vertido entre las juntas del tatami. El anciano había muerto ese día

Si se va desde Yamaguchi a Kashiwazaki es preciso rodear la base del monte Atago. Por el camino se encuentran arrozales y, después, pinares. En el lugar desde el cual se divisan ya las casas de Kashiwazaki hay un bosquecillo de matorrales y arbustos.

      En la cima del monte Atago hay un pequeño santuario sintoísta. El sendero para los fieles que se acercan a orar se interna en un bosquecillo. En la boca del ascenso a la montaña hay un arco torii[36] y unos veinte o treinta cedros añosos. Junto a ellos, hay un santuario vacío. Enfrente de este se ve una pagoda hecha de piedra, con una inscripción grabada donde pone: “deidad de la montaña”. Se dice que desde la antigüedad era este el lugar en el que se manifestaba ese espíritu divino de los montes.

      Un joven de Wano que fue una tarde a Kashiwazaki para resolver unos asuntos, pasaba por el santuario cuando vio a un hombre de alta estatura descendiendo desde la cima del Atago. Intrigado, el joven se fue aproximando hacia el forastero, que se divisaba entre las ramas de los árboles. Finalmente, ambos se encontraron de pronto en una curva del sendero. Como para el hombre resultó algo inesperado, parecía sinceramente sorprendido y le miró. Tenía la cara muy colorada y los ojos brillantes, con una expresión de asombro. El joven llegó a la conclusión de que era el dios de la montaña y salió de allí corriendo en dirección al pueblo de Kashiwazaki, sin tan siquiera mirar hacia atrás.

     

     

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      En la aldea de Matsuzaki se encuentra el monte llamado “Bosque del tengu[37]”. Un joven del pueblo estaba trabajando en los campos de moreras, al pie de la colina, cuando de pronto sintió sueño. Se sentó un rato en el sendero que había entre los arrozales y, cuando estaba quedándose dormido, llegó un hombre alto con el rostro de un vivo color rojo. El muchacho tenía un carácter franco y le gustaba el sumô y, como no le caía bien aquel forastero que permanecía mirándole en pie sobre el sendero, de repente se puso en pie de un salto y le espetó:

      ―¿De dónde eres?

      No tuvo respuesta. Decidió apartar a un lado al hombre alto y, seguro de su fuerza, creyó haberse lanzado sobre el hombre y haberle golpeado, derribándolo, pero, por el contrario, fue él quien acabó por el suelo, perdiendo el conocimiento. Al volver en sí por la noche, el hombre ya no estaba. El chico regresó a casa y contó a la gente su experiencia.

      Ese otoño, el mismo joven fue al monte Hayachine llevando caballos con otros muchos aldeanos del mismo pueblo, con el fin de cortar aulagas. Cuando todos estaban a punto de regresar, el único que faltaba era el joven. Todos estaban muy extrañados y lo buscaron. Dicen que apareció muerto en lo más profundo del valle, arrancados sus miembros, uno a uno. Esto sucedió hace unos veinte o treinta años y todavía hay ancianos que lo recuerdan. Desde la antigüedad, la gente creía que en el “Bosque del tengu” vivían esas criaturas.

     

     

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      Hay un hombre en la villa de Tôno que es un experto en montañas. En el pasado, había sido halconero al servicio del barón Nanbu. Los aldeanos le conocían por el apelativo de Torigozen, o el señor de los halcones. Conoce al dedillo la forma y el lugar donde está cada árbol y roca, tanto del monte Hayachine como del Rokkoushi. Ya anciano, fue a recoger setas con un colega. Este, que era un gran nadador, tenía fama de ser capaz de meterse en el agua con algo de paja y un mazo, y salir de ella habiendo hecho unas sandalias.

      Los dos hombres fueron a la montaña Mukaiyama, que se encuentra entre el río Sarugaishi y la villa de Tôno. Desde allí, se dirigieron monte arriba, por encima de un lugar donde hay unas extrañas rocas. Ese sitio se llama Tsuzukiishi y está en la aldea de Ayaori. Los dos colegas se separaron y el señor de los halcones subió un trecho por el monte. Era la hora en la que el Sol, bajo el cielo otoñal, proyectaba sombras alargadas de cuatro o cinco ken[38] de longitud desde los montes al Oeste, tal cual sucede a las cuatro o las cinco de la tarde. Súbitamente, vio detrás de una enorme roca, en pie, a un hombre y a una mujer de cara rojiza que parecían estar hablando. Se quedaron observándole mientras este se aproximaba y luego extendieron las manos, como para forzarle a retroceder o contenerle. Pero él continuó avanzando sin hacer caso y la mujer dio la impresión de que se aferraba al pecho del hombre. Por su forma de mirar, intuyó que no eran humanos. Como era muy guasón, pensó en gastarles una broma y sacó un cuchillo largo que llevaba al costado como si fuera a atacarles. El hombre de la cara rojiza levantó la pierna como si fuera a darle una patada y esto es lo último que recordaba después el señor de los halcones.

      El compañero le buscó por la zona y le encontró inconsciente en el fondo del valle. Le asistió y lo llevó a su casa. El señor de los halcones refirió lo que le había ocurrido, que era algo que nunca antes había experimentado. Comentó que podía haber muerto y recomendó que no se lo contase a nadie. Después estuvo enfermo unos tres días y, finalmente, falleció. Los familiares pensaron que su muerte resultaba muy extraña y fueron a consultar a un monje itinerante yamabushi, llamado Kenko In. Este les explicó que el señor de los halcones había interrumpido a las deidades de las montañas, cuando estas estaban solazándose y, debido a ello, le habían echado una maldición y por eso murió después. Ese monje era un conocido del Maestro Inô[39] y de otros filósofos. El suceso tuvo lugar hace unos diez años.

     

     

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      Lo siguiente ocurrió el año pasado. Unos catorce o quince niños de un barrio del pueblo de Tsuchibuchi fueron a jugar juntos al monte Hayachine. Antes de que pudieran darse cuenta, se hizo de noche y mientras bajaban corriendo hacia el pie de la montaña, encontraron un hombre de alta estatura que iba aceleradamente montaña arriba. Tenía la piel oscura y los ojos brillantes. Llevaba un hatillo a la espalda, envuelto en una vieja tela que era probablemente lino, de color azul claro. Todos se sintieron atemorizados, y uno preguntó:

      ―¿Hacia dónde se dirige?

      Y él respondió:

      ―Voy en dirección a Oguni.

      Ese no era el camino para ir a Oguni y los chicos guardaron silencio, bastante asombrados. En cuanto el hombre se hubo alejado un poco, desapareció al instante. Dicen que todos huyeron de allí gritando:

      ―¡El ogro del monte![40]
La esposa de Kikuchi Kikuzô, de Wano, procede de Hashino que está más allá del Fuefuki-tôge[41]. Mientras ella se había ausentado para hacer una visita a su aldea natal, el hijo de ambos, Itozô, que tenía seis años, cayó enfermo.

      Era a primera hora de la tarde cuando Kikuzô cruzó el puerto Fuefuki tôge, en dirección al pueblo de su mujer, para traérsela de vuelta a casa. Había una serie de riscos en el monte Rokkôushi, que como su nombre indica, significa “seis cuernos”, y el sendero de la montaña discurría entre la espesura de los árboles. La zona que descendía desde Tôno hasta Kurihashi estaba bordeada por empinados precipicios, a ambos lados del camino. El Sol se ocultó por detrás de ellos y empezó a oscurecer cuando alguien llamó a sus espaldas:

      ―¡Kikuzô!


      Se giró y vio a alguien que asomaba la cabeza desde lo alto del precipicio. Tenía la cara rojiza y sus ojos brillaban, al igual que en los otros relatos. El hombre dijo:

      ―Tu hijo ha muerto ya.

      Cuando Kikuzô oyó estas palabras y, antes de sentir pavor, pensó “¡Ay!, es probable que así sea”. Entonces, la silueta que había sobre el risco desapareció.

      Kikuzô y su mujer regresaron a casa corriendo esa noche, pero, como se temían, el niño ya había fallecido. Esto ocurrió hace cuatro o cinco años.

     

     

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      Este mismo Kikuzô fue a casa de su hermana mayor, quien vivía en Kashiwazaki, para resolver unos asuntos. Cuando salió de la casa de ella para regresar a su pueblo, metió en los bolsillos de su chaqueta varias tortas sobrantes de arroz mochi con las que le habían obsequiado. En el momento en el que pasaba por el bosque al pie del monte Atasago encontró a su buen amigo Tôshichi, de Zotsubô, que era un buen bebedor. Se hallaban en medio del bosque, aunque había algunas partes sin árboles y cubiertas de hierba. Tôshichi sonrió y señalando al suelo, dijo:

      ―¿Qué te parece si practicamos algo de sumô en ese sitio?

      A Kikuzô le pareció muy bien, y estuvieron luchando cierto tiempo sobre la hierba. Pero su oponente daba la impresión de debilidad y resultaba tan ligero que resultaba muy sencillo agarrarle y derribarle después. Era tan divertido que lo repitieron tres veces. Tôshichi dijo:

      ―No me siento hoy capaz de vencerte, será mejor que me vaya.

      Ambos se despidieron. Cuando Kikuzô había caminado unos cuantos metros, notó que las tortas de mochi que llevaba habían desaparecido. Volvió sobre sus pasos hasta el lugar donde se habían enfrentado y miró alrededor, pero no estaban allí.

      Por primera vez, pensó si no sería en realidad un zorro el que se había hecho pasar por Tôshichi. Pero como sentía vergüenza de lo que pudiera pensar la gente, no comentó nada a nadie de lo ocurrido. Cuatro o cinco días más tarde se encontró en la taberna con Tôshichi. Kikuzô se refirió a lo que había ocurrido aquel día, y su amigo exclamó:

      ―¿Que yo luché contigo? Imposible, estaba en la costa ese día.

      Por fin estaba claro que Kikuzô se había enfrentado a un zorro, aunque lo siguió guardando en secreto. Pero el año pasado, cuando todo el mundo bebía sake en las fiestas de Año Nuevo, surgió el tema de esos animales. Entonces contó todo lo ocurrido y todos se rieron de lo que le había pasado.

     

     

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      Hay un hombre de Matsuzaki, de apellido Kikuchi, cuyo nombre no recuerdo; tiene unos cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años de edad y se le da bien diseñar jardines. Va a las montañas, saca plantas y flores y luego las cultiva en su propio jardín. Cuando encuentra una roca de forma poco común la carga a cuestas y se la lleva hasta su casa, sin tener en cuenta su peso.

      Un día que estaba aburrido decidió ir al monte para despejarse un poco. Encontró una enorme roca de gran belleza, diferente de cualquier otra que hubiera visto hasta entonces. Tal como acostumbraba a hacer se propuso llevarla hasta su casa, pero cuando intentó cargarla se dio cuenta de que resultaba excesivamente pesada. Tenía la forma de una persona de pie y medía tanto como un hombre. Deseoso de conseguirla, la tumbó sobre su espalda y caminó varios metros dificultosamente; pero era tan pesada que se sintió desfallecer. La dejó entonces a un lado del sendero y cuando se inclinó sobre ella, tuvo la sensación de ser absorbido por el cielo, junto con la roca. Parecía como si se encontrase por encima de las nubes, en un lugar luminoso y puro, con infinidad de flores alrededor. Aparte, en algún lugar, podía escuchar las voces de mucha gente.

      La roca ascendió, más y más y, en el momento en el que le pareció que había dejado de subir, perdió la consciencia. Después de un rato, se dio cuenta de que se encontraba todavía inclinado sobre aquella extraña piedra, tal como al principio. Dudando acerca de lo que sucedería si se la llevaba a su casa, tuvo miedo y corrió de vuelta al pueblo. Aquella roca está todavía en el mismo lugar. El hombre dice que cada vez que la ve, le entran ganas de llevársela.

     

     

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      Hay en Tôno un hombre disminuido psíquico de unos treinta y cinco o treinta y seis años, conocido como Yoshiko el tonto. Hasta hace dos años aún vivía. Tenía la costumbre de recoger astillas de madera que encontraba en el camino. Las doblaba, se las quedaba mirando y las olfateaba. Si iba a la casa de algún vecino, frotaba los pilares de madera con las manos y luego se las olía. Fuera lo que fuera acercaba al objeto los ojos y, mientras sonreía, olfateaba una y otra vez.

      Cuando paseaba por algún sitio, a veces se detenía bruscamente, recogía una piedra del suelo y la lanzaba a una casa de la vecindad vociferando “¡Fuego!”. Cada vez que obraba así, bien esa noche o al día siguiente, la casa a la que había lanzado la piedra sufría un incendio. Después de que eso sucediera unas cuantas veces la gente tenía cuidado y tomaba medidas de precaución. Pero de todas maneras, finalmente todas esas casas ardieron.

     

     

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      Kikuchi Matsunojo, de Iide, estaba enfermo de algo parecido al tifus y le costaba respirar. Salió entonces en dirección a los arrozales y corrió hasta Kisei In, el templo parroquial de su familia. Concentrando la fuerza en sus piernas podía volar por el aire a la altura de la cabeza de una persona, deslizándose después suavemente hasta el suelo. Esforzándose un poco, era capaz de elevarse de nuevo y no hay palabras para expresar la satisfacción que experimentaba. Al acercarse al portón del templo, vio un grupo de gente. Preguntándose qué pasaba, traspuso la entrada y allí había tantas amapolas rojas como la vista podía abarcar. Se sentía cada vez mejor. Su padre, ya fallecido, se encontraba entre las flores y preguntó:


      ―¿Tú también has venido?

      Mientras le respondía algo, siguió avanzando. Allí estaba también un hijo al que perdiera hacía tiempo, y este le preguntó:

      ―Padre, ¿has venido tú también?

      Matsunojo se le acercó diciendo:

      ―¿Es aquí donde estabas?

      El niño respondió:

      ―¡Tú no puedes venir ahora!

      En ese momento, alguien que se encontraba junto al portón llamó a Matsunojo en voz alta. Desconcertado como estaba, se detuvo a su pesar y, acongojado, decidió volverse. Entonces recobró el sentido. Sus parientes se habían reunido alrededor de su lecho y le estaban salpicando con agua para reanimarle.

     

     

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      Es bastante habitual encontrar grandes rocas junto al camino, con las palabras grabadas deidad de la montaña, deidad de los arrozales o deidad de la aldea. También hay piedras enormes en el distrito de Tôno que tienen en su superficie los nombres grabados del monte Hayachine y del monte Rokkoushi. Rocas así son más numerosas a lo largo de la costa.

     

     

      99

      Kitagawa Kiyoshi, un vicealcalde en la aldea de Tsuchibuchi, vivía en Hishii. Desde hacía varias generaciones miembros de su familia habían sido monjes itinerantes. Su abuelo, llamado Seifuku In, era un intelectual que había escrito numerosos libros y había hecho muchas cosas por el pueblo. El hermano menor de Kiyoshi, Fukuji, contrajo matrimonio en el seno de una familia de Tananohama, en la costa. Fukuji perdió a su mujer y a uno de sus hijos en el tsunami que azotó la región el año pasado[42]. Desde entonces, estuvo viviendo con los dos hijos que habían sobrevivido en una caseta construida sobre el solar que antes ocupaba la casa familiar.

      Una noche de luna a principios del verano, se levantó para ir a la letrina. Esta se encontraba a cierta distancia, en el lugar donde las olas se abatían irrumpiendo en el sendero junto a la playa. Aquella noche había una neblina baja y vislumbró un hombre y una mujer que se acercaban a él a través de la niebla. La mujer era su esposa fallecida, sin lugar a dudas. Sin pensarlo, siguió a la pareja en dirección a una abertura situada en el cabo, en dirección a la aldea Funakoshi. Cuando llamó a su esposa en voz alta, esta se giró y le sonrió. El varón que la acompañaba era de la misma aldea y también él había fallecido en el tsunami. Se había rumoreado que la esposa de Fukuji y este hombre habían estado muy enamorados, antes de su matrimonio.

      Ella habló diciendo:

      ―Ahora estoy casada con él.

      Fukuji contestó:

      ―Pero ¿es que no quieres a tus hijos?

      A ella se le demudó ligeramente el semblante, y rompió a llorar. Fukuji no era consciente de que estaba hablando con una muerta. Se quedó abatido, con la mirada fija en sus pies, sintiéndose muy desgraciado y, mientras, el hombre y la mujer se alejaron con paso rápido, y giraron por la colina desapareciendo en dirección a Oura. Intentó correr en pos de ellos, mas de pronto se dio cuenta de que estaban muertos. Permaneció en el camino pensando hasta que amaneció, y regresó a casa por la mañana. Se dice que estuvo enfermo bastante tiempo después de este suceso.


     

     

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      Un pescador de Funakoshi iba un día de regreso a casa desde Kirikiri, junto con sus compañeros. A altas horas de la noche, cuando pasaban por la zona conocida como Las cuarenta y ocho cuestas, se encontraron a una mujer junto a un riachuelo. El pescador la miró y se dio cuenta de que era su esposa. Pensó que no era lógico que estuviese en ese lugar, ya de noche, y llegó a la conclusión de que tenía que tratarse de algún fantasma. Rápidamente, sacó el cuchillo que utilizaba para limpiar y cortar pescado y la apuñaló por detrás. Ella gritó lastimosamente y expiró. Como a pesar de eso la mujer no acababa de mostrarse en su verdadera forma, el pescador empezó a angustiarse. Dejó a sus compañeros a cargo de todo y regresó a su casa apresuradamente. Allí estaba su esposa esperándole, sana y salva. Le dijo:

      ―He tenido un sueño espantoso. En él, yo iba a buscarte porque tardabas mucho en volver. En un sendero de la montaña me atacaba alguien a quien no conocía y pensé que iba a matarme: entonces me desperté.

      El pescador comprendió todo. Volvió a aquel lugar, y le contaron que la mujer que había matado se había convertido en un zorro allí mismo, delante de sus compañeros. Parece que a veces los que sueñan profundamente se convierten en este animal y deambulan por los montes.

     

     

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      Un viajero pasaba por la aldea de Toyomane a hora muy avanzada de la noche. Como se sentía cansado, se alegró al divisar luz en la casa de un amigo. Cuando se detuvo y preguntó si podía descansar allí, el amigo respondió:


      ―Has llegado en buen momento. Esta tarde ha fallecido una persona y ahora estaba pensando qué hacer, ya que no hay nadie más aquí. ¿Puedes quedarte tú un momento?

      El dueño de la casa salió a avisar a la gente para que acudiera.

      El viajero sintió una gran molestia, pero como no tenía elección se aproximó al hogar y junto a él fumó un cigarrillo. La fallecida era una mujer de edad y se hallaba en la habitación del fondo. De pronto, la vio incorporarse y quedar sentada sobre el lecho. El pánico se apoderó de él, pero consiguió controlarse, mientras miraba alrededor en silencio. Vio entonces la figura de un zorro asomando por el agujero del desagüe de la cocina. El animal, con la cabeza dentro del orificio, tenía los ojos fijos en la muerta. El hombre pensó que debía hacer algo y, calladamente salió y dio la vuelta a la casa, hasta llegar a la puerta de atrás. Era ni más ni menos que un zorro que se encontraba allí, en pie sobre sus patas traseras, con la cabeza metida en el agujero de la cocina. Con un palo que había allí mismo golpeó al animal hasta que murió.

     

     

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      La noche del día 15 del Año Nuevo, se conoce por Ko shôgatsu (Año nuevo menor). Al oscurecer, cuatro o cinco niños forman un grupo al que se da el nombre de deidad de la Buena Fortuna. Todos juntos se dirigen entonces a visitar las casas llevando una bolsa. Según la costumbre, recitan: “las deidades de la Fortuna les visitan desde las tierras del alba…”, y los vecinos les obsequian con tortas de arroz. Una vez que se ha hecho tarde, la gente no osa salir al exterior en esa noche, porque cuenta la tradición que, pasada la medianoche de ese día 15, la deidad de la montaña sale a divertirse.

      Hay una mujer llamada Omasa, en la aldea Marukodachi de Yamaguchi. Tendrá ahora alrededor de treinta y cinco o treinta y seis años. En cierta ocasión, cuando tenía unos doce o trece años, nadie sabe a ciencia cierta la causa, pero salió de su casa sola haciendo de deidad de la Fortuna y estuvo fuera hasta muy tarde por la noche. Cuando regresaba por un sendero solitario, se cruzó con un hombre alto que caminaba en dirección contraria. Su rostro tenía un vivo color rojo y sus ojos relucían. Ella tiró la bolsa que llevaba, corriendo hacia su casa. Se dice que luego cayó gravemente enferma.

     

     

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      Se cuenta que en la noche del Ko shôgatsu, así como en cualquier noche invernal de luna llena, sale la mujer de nieve. Se dice que se lleva a los niños. En invierno, los chicos de la aldea van hasta las colinas circundantes y juegan con sus trineos, sin percatarse de que oscurece. Siempre se les advierte de que en la noche del día 15 aparece la mujer de nieve y que deben de regresar temprano a casa, aunque no hay mucha gente que diga haberla visto.

     

     

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      Existen muchos rituales y ceremonias en la noche del ko shôgatsu. Tsukimi[43] consiste en romper el contenido de seis nueces en doce trozos. Las nueces se ponen al fuego en el hogar, todas al mismo tiempo, y se han de sacar también a la vez. Los trozos se colocan en fila y se empiezan a contar por la derecha, nombrándolos como los meses: enero, febrero, etcétera. Si en la noche de un determinado mes va a ser despejada, el trozo de nuez se ve de un intenso color rojo. Si en la noche de otro mes va a haber nubes, el trozo de nuez se ve de color negro. Si un mes va a hacer viento, la nuez resuena y empieza a arder. Por muchas veces que se haga este proceso, siempre resulta igual. Lo más curioso es que el resultado es el mismo en todas las casas de la aldea. Al día siguiente, los campesinos se reúnen y comentan los resultados. Si se cuenta, por ejemplo, que hará viento la noche de luna llena de agosto, se apresurarán en recoger la cosecha de arroz ese año.

     

     

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      Existe también la práctica del Yonakami, que se realiza igualmente en la noche del Ko shôgatsu. Se elaboran tortas de diferentes tipos de arroz. Se moldean, elaborando grandes formas redondas. Seguidamente, sobre una bandeja se echan granos de arroz de todos los tipos que se hayan sembrado y, sobre ellos, se colocan las tortas. Esa noche se deja todo cubierto con una olla puesta boca abajo, hasta la mañana siguiente, que es cuando tiene lugar la observación. Se dice que la torta de arroz que tenga adherido un mayor número de granos será, de todos los tipos, el arroz cuya cosecha será más abundante ese año. También se deciden por este método qué tipos de arroz deberán ser plantados en primer lugar, a mitad de estación o posteriormente, en la época del trasplante.

     

     

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      En Yamada, en la zona costera, tiene lugar cada año un espejismo. Se dice que por lo general puede verse la imagen de un país extranjero. Es como una capital desconocida, con muchos carruajes en las calles y gente circulando de un lado para otro. Resulta, en verdad, sorprendente. Se dice que, año tras año, no varía en absoluto ni la forma de las casas ni otros aspectos.

     

     

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      En la aldea Kamigo hay una casa conocida como la casa del río, situada en una de las márgenes del río Hayase. Un día, una joven que habitaba en ella fue a la orilla del río y recogió varios guijarros. De pronto apareció un hombre al que nunca había visto, y le entregó hojas de árbol y otras cosas. Era alto y de tez rojiza. Desde aquel día la joven poseía dotes adivinatorias.

      Este forastero[44] era una deidad de la montaña y se dice que la joven se convirtió en su hija.


     

     

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      En varios lugares hay gente a quien poseyó la deidad de la montaña y posee la capacidad de adivinar el porvenir. Hay alguien así en el pueblo de Tsukumoushi: trabaja en un aserradero. Magotarô, de Kashiwazaki, experimentó también ese tipo de posesión. Antes tenía un trastorno mental y no estaba en su sano juicio. Un día fue al monte y recibió las artes y las técnicas adivinatorias de una deidad de la montaña. Después de aquello, era increíble la capacidad que tenía de leer los pensamientos más ocultos de la gente. Su método de adivinación era totalmente distinto de cualquier otro. No consultaba ningún libro. Se limitaba a charlar de aspectos cotidianos con quien había venido a pedirle consejo. De pronto, en medio de la conversación, se levantaba y se ponía a andar por la sala de estar. Entonces, sin mirar al rostro de su interlocutor, prorrumpía en frases que se le venían a la cabeza.

      Nunca se equivocaba. Por ejemplo, decía:

      ―Levanta las planchas del suelo de madera de tu casa y cava en la tierra. Encontrarás allí un espejo o una espada rota. Si no lo sacas en breve, morirá alguien de tu familia o se incendiará tu casa.


      La persona regresaba a su casa, cavaba y sin falta hallaba allí el objeto. Hay algunos de estos ejemplos que pueden contarse con los dedos de las manos.

Por la celebración de los difuntos[45], los aldeanos hacen figuras de paja de tamaño mayor que el de una persona. Son para la Fiesta de la Lluvia y para la del Viento. Llevan esas figuras en procesión hasta una encrucijada del camino, donde las ponen en pie. Les pintan la cara sobre papel, y usan pepinos, melones y sandías para hacer las partes pudendas de la mujer y del hombre. En la fiesta que se celebra con el fin de expulsar los insectos dañinos para la cosecha, no se elaboran esas partes del cuerpo en las figuras, y estas son de menor tamaño.

      Con motivo de la Festividad de la lluvia y del viento, se elige a la persona que presidirá las fiestas entre los habitantes del pueblo. Después de que los aldeanos se hayan reunido y bebido sake, llevan las figuras de paja hasta las encrucijadas del camino, mientras tocan la flauta y hacen sonar el tambor. Cierto tipo de flauta se hace con madera de árbol de paulonia, y se le da la forma de caracola de gran tamaño[46]. Tiene un sonido muy fuerte.

      En esa ocasión cantan:

      ―Veneramos la lluvia y el viento del día 210 del año[47]. ¿Qué dirección debemos adorar? ¡Adoremos el Norte!

Gonge sama[48] es una figura de madera, que recuerda bastante a la cabeza de un león, y que tiene cualquier agrupación de danza sagrada Kagura, aunque hay diferencias entre ellas. El mero hecho de tenerla, atrae el favor divino. La agrupación de danza sagrada Kagura del santuario Hachiman, en Niibari, y la de Itsukaichi, del pueblo Tsuchibuchi, tuvieron un encuentro y sus Gonge sama se midieron en combate. El Gonge sama de Niibari fue derrotado y perdió una de sus orejas. Incluso ahora, aún le falta. Todos los años, cuando el grupo recorre el lugar con sus representaciones, cualquiera puede darse cuenta. Esa deidad tiene un poder especial en prevenir y apagar los incendios[49].

      Ese grupo de danza Kagura del Hachiman, ya mencionado, fue en una ocasión al pueblo de Tsukumoushi. Estaba anocheciendo y no habían podido encontrar alojamiento. Finalmente, les invitaron a pasar la noche en la vivienda de alguien muy pobre. Pusieron boca abajo una medida de arroz de nueve kilos y colocaron encima al Gonge sama. Todos se acostaron, pero de madrugada se despertaron al oír ruidos, como si alguien estuviera masticando. Sorprendidos, vieron que estaba ardiendo el borde del alero. Gonge sama estaba sobre la medida de arroz, saltando a lo alto una y otra vez, mientras masticaba las llamas.

      Si a un niño le duele la cabeza, se puede pedir al Gonge sama que triture su enfermedad con los dientes[50].

     

     

      111

      En la localidad de Yamaguchi, en Iide; en Arakawa Tôzenji; en Hiwatari de Tsukumoushi, en Nakasawa de Aozasa y en la aldea Tsuchibuchi del pueblo de Tsuchibuchi, en todos esos lugares está lo que se conoce como Dannohana[51] (flor del altar). Cerca de este sitio, siempre hay otro lugar llamado Rendaino (campo del pedestal del loto), formando ambos un conjunto. Antiguamente era costumbre enviar a los ancianos mayores de sesenta años al Rendaino, para morir allí. Pero ellos rehusaban morir sin haberse mostrado útiles antes, y de día bajaban a la aldea, trabajaban en los arrozales y comían allí. Esta puede ser la razón por la cual actualmente se sigue diciendo haka dachi (dejar la tumba) para la actividad de ir a los arrozales por la mañana; y haka agari (ir a la tumba) para el hecho de volver de los campos por la tarde.

     

     

      112

      Dannohana era en otro tiempo una fortificación donde se ejecutaba a los delincuentes. Su localización es básicamente la misma en Yamaguchi, en Iide y en Tuchibuchi. Está sobre un montículo, en el límite territorial del pueblo. En Sendai también existe ese mismo nombre. El Dannohana de Yamaguchi se encuentra en el camino a Ohora. Se halla sobre una colina, nada más pasar las ruinas de la fortificación.

      Rendaino se halla en el lado opuesto de Dannohana y, en medio de ambos, están las viviendas de Yamaguchi. Se encuentra rodeado de marismas por todos lados. Al Este hay una depresión del terreno, entre Rendaino y Dannohana; al Sur hay un lugar llamado Hóshiya[52]. Sobre los campos de esta zona hay frecuentemente partes que se ven hundidas, en forma cuadrangular, y se conocen como Ezo yashiki (viviendas de Ainu). Es evidente que aquí había viviendas, y se han desenterrado muchos utensilios de piedra.

      Hay dos puntos de Yamaguchi en donde se han encontrado utensilios y vasijas de barro y de piedra. Una de las zonas se llama Hôryau, y el estilo de alfarería es distinto del hallado en Rendaino, cuyos objetos muestran una tecnología más tosca, en contraste con los motivos visibles en los objetos de Hryôyau, que son bastante sofisticados. Se han hallado también figurillas de terracota y una amplia variedad de hachas y de cuchillos de piedra. Además, en Rendaino se ha encontrado una cierta cantidad de monedas de barro llamadas Ezo sen (monedas Ainu), de unos seis centímetros de diámetro y con un sencillo dibujo en espiral. También han desenterrado en Hôryau adornos esféricos de piedra y cuentas. Los objetos desenterrados están perfectamente elaborados y todos ellos son del mismo tipo de piedra, pero en los de Rendaino se utilizaron varios tipos de material. No daba la impresión de que en los lugares de Hôryau pudiera haber escondidos esos restos. El área no es amplia, y tendrá aproximadamente unos cien metros cuadrados. En Hóshiya, aquellas partes cuyos extremos se ven sumidos en forma cuadrangular, están ahora cubiertas por arrozales.

      Las viviendas Ainu se extendían, según cuentan, a ambos lados de esa zona. Hay dos lugares allí de los que se dice que, si alguien cavara hoyos en la tierra, recibiría una maldición.

     

     

      113

      En Wano hay un lugar llamado los bosques de Jaûzuka[53]. Se dice que hay allí un elefante enterrado. Según cuentan, en ese sitio jamás hay terremotos. Desde hace generaciones, la gente de la costa siempre dice: “si hay un terremoto, corre al bosque Jaûzuka”. Por lo que parece, en este lugar existe una tumba y ahí se encuentra alguien enterrado. Alrededor del túmulo hay una zanja, y se ve una roca en lo alto de la parte superior. Por lo que dicen, si alguien cava aquí la tierra será objeto de maldición.

     

     

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      Dan no hana, en Yamaguchi, es ahora un cementerio vecinal. Hay plantadas matas de saxífraga[54] (utsugi) que rodean la cima de la colina, y la entrada, orientada al Este, parece un portón. En el centro del acceso hay una enorme roca recubierta de musgo. En cierta ocasión alguien cavó bajo la piedra, pero no encontró nada. Posteriormente, otra persona lo intentó de nuevo y encontró una urna grande. Pero habiendo sido reñido severamente por los ancianos del pueblo, la devolvió a su sitio. Se dice que ahí estaba probablemente la tumba del señor de la fortaleza. Hay una en las cercanías, llamada Bonshasa. El agua que surte a los tres o cuatro fosos que la rodean se consiguió excavando canales desde las montañas próximas. Hay ciertos lugares, como Tera yashiki (morada del templo), y Toishi mori (bosque de la piedra de afilar). Un muro de piedra que aún está en pie es, según dicen, lo que queda de un pozo. Se cuenta que los antepasados de Yamaguchi Magozaemon habitaron aquí. Detalles de este hecho se hallan registrados en el Tôno Kojiki (Archivos antiguos de Tôno, 1763).

     

     

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      Los cuentos tradicionales llamados otogibanashi empiezan todos con la palabra “mukashi, mukashi…”, o “érase una vez…”.

      Los relatos sobre Yama haha son los más numerosos. Yama haha se refiere seguramente a las Yama uba, mujeres que habitaban en las montañas y que se consideraban ogresas. Los cuentos siguientes pertenecen a esa categoría.

     

     

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      Érase una vez en un lugar, un hombre y su esposa. Tenían una hija. Un día se vieron obligados a dejarla sola para ir a la ciudad. La advirtieron de que, fuera quien fuera el que llegase a la casa, no debía abrir la puerta. Cerraron esta con llave y se marcharon. Atemorizada, la hija se acurrucó sola en el suelo, junto al hogar. Alrededor de mediodía, alguien llamó a la puerta y dijo:

      ―¡Abre!

      Y luego, añadió, amenazándola:

      ―¡Si no abres la puerta, la tiraré abajo de una patada!

      No tuvo otra opción que abrir la puerta. La que entró era Yama haha. Se sentó a horcajadas en el asiento del dueño de la casa y se calentó junto al fuego. A continuación, ordenó:

      ―¡Cuece arroz y prepárame algo para comer!

      La chica obedeció, y colocó unas viandas en la bandeja. Mientras Yama haha comía, huyó de la casa corriendo. En cuanto la ogresa terminó de comer, salió en persecución de la niña. Poco a poco, la distancia entre ambas se fue reduciendo y cuando Yama haha estaba ya a punto de agarrarla, se topó con un anciano que cortaba arbustos para leña en aquellas colinas.

      La muchacha imploró:

      ―¡Me persigue Yama haha! Por favor, ¡escóndeme!

      Entonces, él la escondió bajo los haces de leña. La ogresa llegó y preguntó:

      ―¿Dónde se esconde?

      Empezó a remover entre la leña cortada, pero resbaló colina abajo con los haces en la mano, y entonces la chica aprovechó para huir. Corriendo, encontró en su camino un anciano que cortaba carrizo.

      ―¡Por favor, escóndeme, me persigue Yama haha!

      Y se escondió entre el carrizo cortado.

      La ogresa llegó y preguntó:

      ―¿Dónde se esconde?

      De nuevo se puso a buscar entre los haces de carrizo y acabó resbalando colina abajo. La chica aprovechó esto para huir y, corriendo, llegó hasta el borde de un pantano. No había por dónde huir por allí, por lo que trepó a la copa de un árbol alto que había en el borde de la ciénaga. Yama haha dijo:

      ―No importa a dónde vayas, porque te perseguiré.

      Entonces, vio reflejada la figura de la chica en el agua, y enseguida dio un salto, sumergiéndose. Aprovechando esto, la joven huyó a toda prisa otra vez.

      Corriendo, llegó esta vez hasta una cabaña fabricada con hojas de bambú. Se metió dentro y encontró allí a una joven. Repitió su historia y entonces se escondió en un arcón de piedra. Yama haha llegó persiguiéndola y preguntó a la joven dónde se escondía la chica. La joven respondió que no sabía nada de ella.

      ―No, tiene que estar aquí ―dijo Yama haha―, puedo percibir olor de carne humana.

      La joven contestó:

      ―Eso es porque acabo de asar un gorrión y me lo he comido.

      Yama haha acabó por convencerse y dijo que iba a dormir un rato. Estaba dudando si echarse en el arcón de madera o en el de piedra, y finalmente, considerando que el de piedra estaría frío, se decidió por el de madera. Así que se acostó allí y se quedó dormida.

      La joven de la cabaña cerró con llave ese arcón y sacó a la chica del de piedra, diciéndole:

      ―A mí también me trajo aquí Yama haha. Matémosla y regresemos a nuestros pueblos.

      Las jóvenes buscaron un punzón, lo pusieron al rojo en el fuego y abrieron agujeros en el arcón de madera. Yama haha no sabía lo que estaban haciendo, y tan solo se dijo:

      ―Deben ser ratones del arrozal.

      Entonces, las jóvenes hirvieron agua y la echaron por los agujeros que habían abierto. Mataron a Yama haha y regresaron a sus casas.

      Estos cuentos tradicionales terminan con la expresión:

      ―Kore de, dondo hare[55].

      Eso significa: colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
El siguiente relato también comienza así: érase una vez un hombre y una mujer en un lugar. Se disponían a ir a la ciudad para hacer unas compras por la boda de su hija. Cerraron con llave la puerta y dijeron a la joven:

      ―Sea quien sea, no abras a nadie.

      La joven asintió y ellos se marcharon.

      Alrededor de mediodía vino Yama haha, se apoderó de la joven y se la comió. Se metió en la piel de la chica y se convirtió en ella. A atardecer, cuando los padres volvieron a casa, llamaron a la joven por su nombre desde la entrada.

      ―Oriko himeko, ¿estás ahí?

      ―Sí, aquí estoy, ¡qué pronto habéis vuelto!― respondió.

      Los padres le mostraron todo lo que habían comprado y contemplaron el rostro de felicidad de su hija. Al amanecer de la mañana siguiente, el gallo que tenían agitó las alas y cantó:

      ―¡Miren en la esquina del almacén[56], kikiriki!

      El matrimonio pensó que el gallo cantaba de una manera muy extraña.

      Llegó el momento de despedir a la novia. Subieron a quien pensaban que era Oriko himeko a lomos de un caballo y, justo cuando estaban a punto de llevársela, el gallo cantó de nuevo. Le oyeron decir:

      ―¡No habéis subido al caballo a Oriko himeko, sino a Yama haha! ¡Kikiriki!

      El gallo lo repitió otra vez y, por primera vez, entonces los padres se dieron cuenta de que algo había ocurrido. Bajaron a Yama haha del caballo y la mataron. Luego fueron a la esquina del trastero y encontraron allí bastantes huesos de la joven.

     

     

      118

      En Tôno hay también un cuento de dos hermanastras, Benizara y Kakezara. A Kakezara la llamaban Nukabo, que significa junco. Su madrastra la detestaba, pero tenía la protección de las deidades. Es un cuento acerca de cómo acaba casándose con un propietario. Es una narración llena de escenas hermosas. Si un día tengo tiempo, la contaré con todo detalle.

     

     

      119

      Desde antaño, ha habido en la zona de Tôno una canción que acompaña a la Danza del León[57]. Existen ligeras variaciones de esa canción dependiendo del pueblo, pero yo he escrito más abajo lo que he oído. Esa letra puede verse en un documento de hace cientos de años.

     

     

      CANCIÓN PARA LA DANZA DEL LEÓN

      Bendiciendo el puente

      ¡Ven, mira el puente!

      ¿Qué personaje lo cruzó por primera vez?

      Cruza por aquí y cruza por allá.

      ¡Mira la pradera de montar los caballos!


      Puede verse hasta el Gran Portón de Sugihara.

      Bendiciendo el portón

      ¡Ven, mira el portón!

      Es de madera de ciprés y de sawara[58].

      Es un portón de plata cargado de buena fortuna.

      ¡Empuja las hojas de la puerta y ábrela!

      ¡Qué maravillosa nueva era!

      ¡Ven a ver el salón principal del templo!

      ¿Qué carpintero la fabricó?

      Hace tiempo que un carpintero la hizo.

      ¡La elaboró con sus propias manos!

      La canción de Kojima

      El portón de Kojima es de ciprés y sawara.

      Es un portón de plata de buena fortuna.

      ¡Empuja las hojas de esa puerta de plata y mira!

      ¡Qué maravillosa nueva era!

      Los tejados[59] del santuario son de corteza de ciprés.

      Los pinos karamatsu crecen aún más altos.

      Fluyen los manantiales a izquierda y derecha de los pinos.

      Aunque se saque agua y se beba,

      el agua nunca disminuye.

      De la mañana a la noche

      luce el sol en el gran templo.

      Cien niños de tez rosada están allí.

      Agua bienaventurada del cielo para la piedra de tinta.

      En pie, a su espera.

      Bendiciendo el establo

      ¡Ven, mira el establo!

      ¡Pequeño y ancho, dieciséis cubos de hierro!

      Cuando cocinamos con dieciséis cubos de hierro,

      cortamos la hierba matutina con cuarenta y ocho caballos.

      Con los caballos vamos cortando chamiza y campánulas,

      junto con la hierba matutina.

      ¡El establo brilla con las flores!

      El caballo zaíno entre el resplandor

      piafa con sus cascos esperando la nueva era.

      Cuando oímos al buen cantor en el jardín,

      Nos intimida bailar y cantar.

      Fue solo ayer que supimos

      lo que hoy representaremos.

      ¡Perdonen nuestras faltas!

      ¡No puede decirse que seamos buenos!

      Nuestras disculpas: nos inclinamos y rogamos

      su benevolencia.

      Bendiciendo la plaza

      ¡Vengan, miren el castillo!

      Este jardín con cuatro esquinas.

      Cuatro lados como una medida de arroz.

      ¡Vengan, miren la casa!

      Es la mansión de alguien de amable naturaleza.

      Bendiciendo la villa

      ¡Vengan, miren la villa!

      Tiene sesenta kilómetros por veintiocho.

      ¡Es en verdad muy animada!

      Bendiciendo al recaudador de impuestos


      ¡Vengan, miren al recaudador!

      Agita su bandera en la villa.

      Sus casas están en Tachi-machi y en Abura-machi.

      El recaudador descansa por la tarde en el segundo piso,

      con monedas en su almohada y dinero en sus manos.

      Vengan, miren este billete,

      con el cual se obtiene todo cuanto se toca.

      Al lugar alto se le dice “un castillo”.

      Al lugar bajo se le dice “a los pies del castillo”.

      Bendiciendo el puente

      Vengan. Miren el puente.

      Un puente de plata sobre un camino de oro.

      Bendiciendo un lugar sagrado

      ¡Vengan, miren el templo budista!

      Cuatro direcciones, cuatro lados, todo protegido por una cuña.

      Yendo al templo ocurrirá algo bueno.

      Bendiciendo la casa

      Agua en una viga de oro sobre una espléndida columna.

      El tejado es tan perfecto que protege del fuego.

      Última fiesta del año

      Escuchando al dios cantor en el jardín,

      siento vergüenza al cantar.

      Los bellos dibujos sobre el borde

      de la florida alfombrilla en el jardín.

      La sin par copa de sake sobre la bandeja de laca y oro,

      llevémosla al jardín.

      La joven de diecisiete años vierte el sake de la jarrita.

      El jardín resplandece de alegría.

      Bebe una copa de sake,

      y tendrás larga y próspera vida.

      Al sake lo acompañan besugo y lubina,

      y las famosas ciruelas de China.

      ¡Es imposible afirmar

      que somos buenos!

      Nuestras disculpas, permítannos saludar y nos marcharemos.


      Danza frente a la columna

      Entre canciones, alguien rellena.

      O el jardín perderá alegría.

      En cuanto nace el cervatillo, corre por las colinas.

      Nosotros también demos una vuelta y corramos por el jardín.

      Si ponemos otra columna allí

      el viejo ciervo frotará contra ella su cornamenta

      y volverá a ser joven.

      Intentan crecer los pinos de Matsushima

      y la hiedra boba se colgará de ellos.

      Las hojas de hiedra, colgando de los pinos de Matsushima,

      si no hay suerte acabarán separándose.

      Los biombos chinos que cuestan nueve kan en la capital,

      están puestos alrededor, uno tras otro.

      Eligiendo pareja al ciervo

      ¡Entre canciones, alguien rellena!

      O el jardín perderá alegría.


      Tan pronto como nace, corre el cervatillo a las colinas.

      Nosotros también, demos una vuelta y corramos por el jardín.

      Atrévete y ve a visitar a una cierva.

      Pero la niebla cuelga del monte Kakusan.

      ¡Qué felicidad! ¡El viento disipa la niebla!

      No importa dónde la cierva se esconda.

      Buscaré por todas las matas de cortadera en la villa.

      Como las hojas de bambú, a la linda cierva

      se la encontrará aunque se esconda.

      Mira el aspecto de la cierva y del ciervo;

      su alma llena de gozo y ternura.

      En la profundidad de la montaña, el ciervo danza

      por primera vez este año.

      Ardiendo de pasión por la cierva

      el tonto del ciervo no puede contenerse.

      Intenta que crezcan los pinos de Matsushima.

      Y la boba hiedra se colgará de ellos.

      Las hojas de la hiedra colgando de los pinos de Matsushima

      sin buena suerte se separarán.

      En el mar, el chorlito se mece con las olas

      y con suavidad emprende el vuelo.

      Ofrendas de sake y dinero

      ¿Quién acude a escuchar esta amable canción?

      ¡Todos son bienvenidos!

      ¿Qué carpintero hizo este altar?

      Es cuadrado y un tesoro está en él.

      ¿Qué sake crees que es este?

      Es Kiku-no-sake de la provincia de Kaga[60].

      ¿Qué monedas crees que hay aquí?

      Es dinero bendecido en la peregrinación de Ise o de Kumano.

      ¿De dónde procede este elegante papel?

      ¿De Harima? ¿De Kashima?

      Dobla muy bien y es de gran calidad.

      ¿Cuál es el punto esencial de un abanico?

      Es el clavillo, el resorte.

      El abanico se pliega bien y es precioso.


[1] La base económica que servía para clasificar los feudos durante la Era Tokugawa, era por koku, la medida de arroz equivalente a 189,39 litros cada uno.
        

        
          [2] Era frecuente este fenómeno de desaparición repentina, conocido como kamikakushi: a veces quien había sido raptado, regresaba a su lugar de origen y, otras veces, desaparecía para siempre. Hayao Miyazaki muestra en su obra El viaje de Chihiro una situación parecida, titulándola precisamente en japonés Sen to Chihiro no kamikakushi.
        

        
          [3] Las personas que morían resentidas y abrigando odio hacia sus verdugos o asesinos se dice que no podían abandonar este mundo y permanecían en él como espíritus vengativos (onryô), pudiendo dirigir su venganza no solamente a quienes habían sido responsables de su muerte, sino contra cualquiera. A este efecto, la hermana de Yanosuke tranquiliza a los presentes respecto a su actitud al morir.
        

        
          [4] Se considera una deidad de la fertilidad.
        

        
          [5] Deidad protectora de los caballos.
        

        
          [6]Satoimo (colocasia), es un tubérculo que se consume con frecuencia en Japón. Se conoce también como taroimo.
        

        
          [7] En todas las regiones de Japón se considera al zorro con capacidad para transformarse y hacer diabluras, pero también de atraer la prosperidad en los negocios y la fertilidad a los campos.
        

        
          [8] Inari es el espíritu de un zorro, que actúa como enviado de la divinidad y que proporciona prosperidad y riqueza a quienes le ruegan.
        

        
          [9] 806 d.C.
        

        
          [10] Saka no ue no Tamura-Marô: 758-811.
        

        
          [11]Kadomatsu (門松) literalmente significa: pino de la entrada, porque se coloca en un ángulo del portón de entrada de casas y edificios. Su colocación suele hacerse actualmente un par de días antes del Año Nuevo, y se retira alrededor del día 5 de enero.
        

        
          [12] Ike no hata, significa: cerca del estanque.
        

        
          [13] Se refiere a forasteros, aunque literalmente el origen de la palabra es “extraño” y “otro”.
        

        
          [14] Significa: “Pico de las mil noches”.
        

        
          [15] Kataba Yama: literalmente, significa “Monte de una sola ala”
        

        
          [16] Animales blancos como el zorro o el ciervo se consideran mensajeros de los dioses.
        

        
          [17] Parece bastante improbable que pudiera haber ese número tan elevado de lobos, ya que se cifra en un máximo de veinte o treinta que pueden ir en manada.
        

        
          [18]Yamabushi, ascetas que habitaban o se retiraban periódicamente en las montañas para adquirir fuerza espiritual. Otros yamabushi recorrían las aldeas en determinadas épocas del año para atender a las necesidades religiosas de los campesinos, enseñarles sencillos rituales y danzas de agradecimiento a los dioses, así como nuevas técnicas de cultivo.
        

        
          [19] La flor kakko es una variedad de Cypripedium macranthos, un tipo de orquídea silvestre muy extendida en Asia. En España, hay una variedad conocida como “Zapato de Venus”. El nombre que se le da en Japón es idéntico al que se usa para referirse a los cucos o cuclillos.
        

        
          [20] Esta flor se llama Physalis y se la conoce popularmente como hierba mora o como linterna china, por su forma y su color rojo intenso.
        

        
          [21] Literalmente, significa ave de conducir al caballo.
        

        
          [22] En el original: アホ (A-jo). La pronunciación es similar a la hache en inglés, no llega a ser la de la jota en español.
        

        
          [23]Kakko es un tipo de cuco.
        

        
          [24] Kawai significa donde los ríos se encuentran.
        

        
          [25] Probablemente, era la manera en la que el padre intentaba comunicarse con su hija. Quizás pensaba que el agua hirviendo conservaría más tiempo la temperatura que el agua tibia, y proporcionase calidez a la joven en el sitio donde se encontraba, sirviendo al mismo tiempo como un código de comunicación entre ambos.
        

        
          [26]Kappa son criaturas fantásticas que habitan en los ríos. Su aspecto es infantil y tienen los dedos de los pies y de las manos unidos por una membrana. Disfrutan gastando bromas y malas pasadas a los lugareños y, a veces, arrastran a caballos o a bueyes al agua, para ahogarlos.
        

        
          [27] 1 kan equivale a unos dos metros.
        

        
          [28] Uno de los seres que suelen residir en las montañas son los ascetas yamabushi, identificados con el tengu, que es mitad persona y mitad ave; tiene la cara roja (y, a veces, un pico en vez de boca) y, sin ser intrínsecamente maligno, puede a veces crear problemas o asustar a los campesinos.
        

        
          [29] En el original fuki (蕗), cuyo nombre botánico es petasites japonicus. Se utiliza contra las migrañas y las alergias.
        

        
          [30]Mayoi ga puede referirse tanto a una casa misteriosa encontrada cuando alguien se pierde, como a una casa ilusoria, que no es real.
        

        
          [31] El joven había sido adoptado previamente en la familia de la novia, algo muy corriente en Japón especialmente para preservar el apellido en caso de que no hubiese hijos varones en esa familia.
        

        
          [32] Esta secta amidista, también conocida como de la Tierra Pura (Jôdôshû), carece en general de normas estrictas y basa la salvación en la fe hacia Amida, y en su culto e invocación constante mediante jaculatorias.
        

        
          [33] En muchas fiestas en honor de las deidades, es costumbre pasear el altar portátil llamado mikoshi desde un punto concreto a otro (con motivo del culto que esté previsto). Siempre hay un lugar intermedio en el que se hacía una parada para que la deidad descansase, y en esa pausa se representaban danzas o cortas piezas teatrales, con el propósito de entretener a la divinidad. En japonés estándar se le da el nombre de otabisho a ese sitio.
        

        
          [34] Literalmente, el término chôja yashiki significa residencia de un rico.
        

        
          [35] Ijin, este término puede referirse tanto a un ser sobrenatural con capacidades paranormales, a un forastero que va de paso y no pertenece a esa comunidad y también a un extranjero. (Ver: Carmen Blacker, The Folclore of the Stranger: A consideration os a Disguised Wandering Saint. Folclore,
          vol. 101-2:1990, 162). Se sabe que las embarcaciones de Portugal y España arribaron por primera vez a esas costas a principios del siglo XVII y no hay que olvidar que, no lejos de ellas, el samurai Hasekura Tsunenaga salió del puerto de Ishinomaki (prefectura de Iwate) en el otoño de 1613, con rumbo a México y España, en un barco tripulado por españoles.
        

        
          [36]Torii, literalmente: lugar donde se posan los pájaros, es un arco característico situado a la entrada de los santuarios sintoístas, marcando el límite entre la zona sacra y la profana.
        

        
          [37] Como ya se ha comentado en otra nota, Tengu es una criatura mítica de larga nariz (a veces en forma de pico), mitad ave mitad ser humano, que tiene la capacidad de transformarse y de hechizar a la gente. Se identifica con los ascetas yamabushi.
        

        
          [38] Un ken corresponde a 182 cm.
        

        
          [39] Kanori Inô (1867-1925), famoso filósofo y etnógrafo nacido en la prefectura de Iwate, que se especializó en el estudio de las tribus aborígenes de Taiwán.
        

        
          [40] En el original yama otoko (hombre del monte). El significado en japonés implica un ser con algo de sobrenatural, de reacciones imprevisibles y, a veces, de comportamiento salvaje, tal como se considera al ogro en la tradición europea.
        

        
          [41] Fuefuki tôge: significa Paso del silbido de la flauta.
        

        
          [42] Esta región ha sufrido repetidamente tsunamis desde la antigüedad (siendo el más reciente el ocurrido el 11 de marzo de 2011). En el desastre del año 1896, al que se refiere el texto, hubo unos 20000 fallecidos.
        

        
          [43]Tsukimi, literalmente, ver los meses, en el sentido de adivinar lo que ocurrirá a lo largo del año.
        

        
          [44]Ijin(異人, en el original), véase nota anterior sobre ese término y su significado.
        

        
          [45] Estas fiestas se llaman de Bon y O Bon. Se celebran siempre en verano. Como según el calendario lunar eran durante el séptimo mes, ahora corresponderían al mes de agosto.
        

        
          [46] Es posible que ese instrumento se inspirase en la caracola característica de los ascetas itinerantes yamabushi que visitaban periódicamente la zona.
        

        
          [47] Este es el día con mayor número de tormentas, dentro del año.
        

        
          [48] Este es el nombre que se le da en Tôno a la deidad Gongen sama.
        

        
          [49] En la actualidad es diferente, pero en el pasado los incendios eran algo estremecedor para la comunidad japonesa, porque todas las construcciones eran de madera.
        

        
          [50] En las fiestas locales de la actualidad, los grupos de Kagura siguen representando bailes. La danza del Gongen es parte de un ritual de purificación que se realiza con el fin de ahuyentar del pueblo la enfermedad y la desgracia. Durante la representación es costumbre introducir la cabeza de los niños en las fauces del Gongen, para curarles si están enfermos y para prevenir dolencias a los sanos.
        

        
          [51] Dannohana es una especie de túmulo construido siempre sobre un montículo y en los puntos de intersección entre varias aldeas, como un homenaje a la deidad local de esa comunidad. Rendai no es también una especie de altar al aire libre, de carácter funerario.
        

        
          [52] Hóshiya, significa valle de las estrellas. Al parecer, en la zona había siempre un lugar donde se veneraban las estrellas y se disponían rituales en determinadas fechas del año, especialmente el séptimo día del séptimo mes en la fiesta llamada Tanabata.
        

        
          [53]Jaûzuka 三途河, en lenguaje japonés común se pronuncia Sanzunokawa (río de los tres vados). Este término se refiere al caudal de agua que separa este mundo del Más Allá y que solamente puede cruzarse por tres puntos. Tal como en la tradición griega de la Laguna Estigia, aquellos que han fallecido deben cruzarlo en su camino al averno. Un ser del inframundo, especie de ogresa, se encarga de despojar a los viajeros de sus ropas cuando cruzan la corriente. En este caso, sería un bosque funerario.
        

        
          [54] En japonés utsugi (卯), cualquier variedad de la especie conocida como saxífraga.
        

        
          [55] El significado literal es: este cuento se ha acabado, ¡fin!
        

        
          [56] La palabra utilizada es 糠屋, se refiere a una pieza, tipo trastero o almacén, en la que había una muela o pequeño molino para descascarillar el arroz.
        

        
          [57]Shishi mai, se entiende en Japón como danza del león, aunque en Tôhoku la cabeza del shishi tiene cornamenta de ciervo.
        

        
          [58]Sawara, es otro tipo de ciprés.
        

        
          [59] La canción especifica que los tejados se han hecho en estilo Yotshimune, un tipo de construcción presente en los santuarios sintoístas.
        

        
          [60] El antiguo feudo de Kaga se unificó en la Era Meiji (1886) con los otros siete feudos alrededor, formando lo que en la actualidad es la prefectura de Ishikawa. Está situada al sur de dicha prefectura

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