Antiguamente las mujeres de nuestra tierra eran más
religiosas. Dos señoras vivían solo confesándose y comulgando.
El cura de la parroquia les había dicho que confesándose,
comulgando, ayunando y haciendo penitencia, se
purifica cuerpo y alma y se vuela al cielo.
Las dos señoras, ansiosas de ir al cielo, se pusieron de
acuerdo para tal viaje; se confesaron, hicieron penitencia
y ayunaron un mes. Luego, un buen día se fueron al
campo, cerca del río Uquihua, donde una de ellas subió
a un guabo y la otra a una tangarana, que es un árbol en
el que viven unas hormigas bravas llamadas también tangaranas,
para de allí volar al cielo. En seguida, la señora
que subió a la tangarana, picada por las hormigas, se lanzó
al espacio, cayendo al suelo y dislocándose los huesos;
la otra, la del guabo, también se echó al aire y se vino a
tierra, cayendo sobre una puerca que estaba con sus crías
al pie del árbol, matando a algunas de ellas y quedando
la voladora inmóvil, cuan larga era.
Unos agricultores que pasaron por allí las vieron y
dieron la noticia en el pueblo. Sus familiares las condujeron
a sus hogares, y el cura tuvo que hacer matar varios
carneros para alimentarlas, pues estaban muy débiles
con tanto ayuno y él se sentía responsable hasta cierto
punto de lo que les había pasado.
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