sábado, 16 de marzo de 2019

LA VIRGEN DE LAS PEÑAS (4 versiones)

a. Un arriero Invoca a la Virgen
Dícese que en 1642 un arriero remontó el accidentado valle de Azapa. Al pasar por Umagata, lugar situado a unos 6 kms. del santuario, al que se refiere la leyenda anterior, incluida en esta selección, pasó a rezar una breve oración en el templo del apóstol Santiago —que todavía se encontraba en funciones—, y donde era de rigor depositar algunos reales para sus gastos, y prosiguió su marcha.
Desencadenóse uno de aquellos intempestivos y furiosos temporales de verano, y el estrecho cajón del río retumbaba espantosamente con los truenos. La profunda quebrada estaba casi a obscuras debido a los espesos nubarrones que cubrían el cielo, pero los rayos la iluminaban repentinamente con su resplandor. Al llegar a la angostura ocupada ahora por la iglesia, uno de esos rayos alumbró una espeluznante escena: una pastorcilla era atacada por una serpiente de gran tamaño, como todavía las hay en aquel cajón. El arriero se apresuró a bajar de su mula y corrió a ayudarla. En ese momento, otro rayo bajó por el tajo del cajón y mató tanto a la pastorcilla como a la víbora, y luego le siguieron otros relámpagos, uno tras otro.
El arriero, preso de pánico, se arrodilló e invocó a la Virgen, pidiéndole la protección. Una voz le contestó desde la pared del barranco, diciéndole que no tuviera temor alguno. No comprendió de dónde se le hablaba, pero otro rayo iluminó el sitio, y pudo reconocer la imagen sagrada, petrificada en aquella pared, así como ahora se la contempla.
Llegado a Livílcar, el arriero propagó la noticia de lo que le había ocurrido y la aparición de la Virgen, y desde entonces comenzaron las romerías a aquel lugar, que pronto fue dotado de un templo.
b. La Virgen huida de Carangas
En Carangas, esto es, a unos 35 kms. al oriente del salar de Suriri, en Bolivia, se celebraba hace muchos años la fiesta de la Virgen del Rosario. El alférez, que estaba a cargo de ella y la costeaba, era pobre, pero cumplió con sus obligaciones tan bien como se lo permitían sus recursos. Un rico, sin embargo, se mofó de su pobreza y se ofreció para desempeñar el cargo de alférez al año siguiente.
Así se hizo, y resultó una fiesta en que se disponía pródigamente de todo: de bebidas, meriendas, fuegos artificiales, iluminaciones, en fin, donde nada faltaba. Y el rico volvió a vanagloriarse ante el pobre, destacando sus méritos.
Ostensiblemente, tal actitud disgustó a la Virgen, pues en la Iglesia, arreglada con gran acopio de abigarrados adornos de papel, estalló un incendio, y su sagrada imagen desapareció.
Poco después, algunos pastores que llegaban rezagados a la fiesta, se encontraron en el camino con una señora, cuyo rostro les pareció conocido, pero que no pudieron identificar de inmediato. Le preguntaron por qué se alejaba con tanta premura de Carangas, donde se estaba celebrando una fiesta tan linda. Mostró un semblante triste, y les dijo: —Voy a otro lugar, donde he de ser venerada en forma más digna.
Les sorprendió la contestación, pero antes que pudieran pedirle que les explicara el enigma, al mirar hacia atrás, vieron que aquella señora se transformó en una paloma, que se alejó rápidamente con rumbo al noroeste, hacia Arica.
Había en aquel tiempo en Umagata un gobernador de mal corazón y descreído. Cuando se le enfermó su esposa, en vez de pedir auxilio a la Virgen, se dirigió a un curandero, pero éste no le salvó la vida, pues pronto falleció. Un brujo acusó ante el gobernador al curandero de la desgracia que había sufrido, y éste fue condenado a morir en la hoguera. El inhumano funcionario lo obligó a recoger él mismo la leña para su suplicio.
Estaba justamente ocupado en reunir ese combustible, cuando divisó en el cielo una hermosísima paloma. Quiso derribarla de una pedrada para llevársela al gobernador y lograr con ese presente su clemencia. Estaba juntando la leña justamente en el lugar del santuario, cortando ramas de yaros, que encienden muy bien, tal como se lo había ordenado el gobernador. No pudo alcanzar la paloma, pues ésta desapareció en una nubecilla, y tan pronto ésta se disipó, el curandero contempló, arrebatado, la imagen de la Virgen María sobre una peña, y su asombro fue en aumento, cuando ella le dijo:
—Quiero que se me honre en este lugar: los peregrinos llegarán acá con grandes sacrificios y en tan considerable número que apenas tendrán cabida en este sitio.
En el curandero renació, gracias a este milagro, la esperanza de vida, y corrió a informar al gobernador acerca de lo ocurrido. Preso de ira, éste le replicó que lo quemaría vivo y de inmediato si había mentido. Se dirigió al sitio en que había aparecido la Virgen de las Peñas, y con verdadero espanto y terror reconoció su inhumano proceder: pidió al curandero le perdonara la ofensa que le había infligido y cambió realmente de conducta, transformándose ante la aparición de la Virgen en un ser humano consciente de sus deberes. Fue él, precisamente,
quien patrocinó las primeras romerías al santuario, costeando las fiestas con gran liberalidad.
La noticia del milagro llegó al conocimiento de los frailes franciscanos que mantenían en aquel tiempo un convento en Codpa. Se dirigieron al sitio en que se encontraba la imagen, y aunque ellos mismos eran fervientes discípulos del poverello de Asís, que nos enseñó a ser humildes y sufridos, les pareció que el lugar en que se hallaba era demasiado solitario y alejado de todas las vías de comunicaciones. Por eso intentaron desprender la imagen de la roca a fin de colocarla en un paraje más accesible. Pero por mucho empeño que hicieran y por muy capaces que fueran los picapedreros que contrataron para que, a fuerza de sus cinceles, separaran la roca con la figura, les fue imposible penetrar en la dura roca, que resistió a todos sus empeños.
Fatigado por los esfuerzos del día, el guardián que dirigía los trabajos experimentó agudísimos dolores en la noche, que le impidieron conciliar el sueño. Y mientras velaba, una voz le susurró misteriosamente al oído:
—¿Sufres mucho? Yo también siento en el alma los golpes que ustedes me dan. No quiero abandonar este lugar. Quienes deseen venerarme, deben hacer grandes sacrificios.
Al día siguiente, el padre guardián ordenó suspender las labores.
Entre tanto, la desaparición de la Virgen desde Carangas había provocado gran revuelo, y los vecinos acordaron realizar una intensiva búsqueda, a fin de lograr su regreso. Una familia muy creyente del pueblo se dirigió por el salar de Coipasa a los oasis de la Precordillera de Tarapacá en busca de ella. En Mamiña fue informada que se habían recibido noticias de su aparición mucho más al norte. El sendero, antiguo Camino del Inca, se dirige allá al pie de la Precordillera, donde todavía hay aguadas, hacia el norte, y por él llegaron al valle de Quere, cerca de Belén, a unos 30 kms. al noreste del santuario, donde todavía existe la ruina de la vivienda que ocuparon. Allí se les informó de la aparición de la Virgen de Livílcar.
De inmediato se dirigieron a ese sitio y quedaron gratamente sorprendidos al constatar que la imagen correspondía exactamente a la huida desde Carangas. Como se les informó al mismo tiempo del infructuoso intento realizado por los franciscanos para separar la escultura de las peñas, tuvieron que conformarse con venerarla en su sitio actual, pues les pareció imposible inducirla a regresar a su pueblo natal. Agrégase a esta información que la aparición de la Virgen ocurrió cuando en Umagata vivía un párroco de apellido Bayas, acerca del cual ya se informó anteriormente.
c. La Virgen como pastora
Después de la guerra de la independencia, cuando Arica pertenecía al Perú, Umagata era cabecera de un partido y tenía un gobernador. En aquel tiempo, el valle de Azapa era mucho más húmedo que ahora, y los cultivos y pastales se extendían sin interrupción hasta Livílcar. Donde más tarde apareció la Virgen había un estanque, que se llenaba con agua que exhalaban las peñas. Había en aquel tiempo mucha prosperidad, y los campesinos no tenían que sufrir las consecuencias de la sequía actual, que apenas les permite mantenerse en medio de un árido y cruel desierto.
En el lugar del santuario crecía entonces suficiente pasto para poder mantener los ovejunos de los vecinos de Livílcar. El rebaño estaba a cargo de una anciana pastora, muy cumplidora de sus deberes, pero al mismo tiempo muy temerosa. Los niños —que conocían esa debilidad— se complacían en relatarle "apariciones diabólicas" en los contornos del bebedero de Las Peñas. Y la veterana se apresuraba siempre a regresar oportunamente, a fin de no ser sorprendida en tan funesto sitio por la noche.
Ocurrió, sin embargo, que un buen día los vecinos de Livílcar estaban celebrando una fiesta con sus inevitables libaciones. Despertaron tarde y con los cuerpos descompuestos, dé modo que el rebaño para la pastora sólo pudo reunirse ya entrada la tarde. Y, como consecuencia de ello, la anciana llegó con sus ovejas al desfiladero del santuario cuando las sombras de la noche ya llenaban la quebrada. Para colmar su desgracia, se desató una de esas tempestades eléctricas tan frecuentes —casi diarias— en la Precordillera y el Altiplano durante el verano.
Para salvarse de los fantasmas que la buena mujer veía por todas partes, ella fustigó a su rebaño, anhelosa de llegar hasta Umagata. Pero tanto por sus gritos como por los relámpagos y truenos, el hato se dispersó, y las ovejas comenzaron a trepar por las laderas, buscando refugio. La pobre mujer, exasperada y temblando, gritaba a todo pulmón:
—¿Y a qué hora llegaré a Umagata? ¡Las fieras me devorarán aquí! ¿Y dónde dormiré?
A todo esto contestó a través de la obscuridad una voz:
—No tengas miedo, hija mía, que yo te acompañaré.
La voz la espantó aún más que los "fantasmas", pues no podía comprender de donde provenía. Y cuando vio repentinamente, con claridad igual a la del sol, una pequeña figura femenina, del tamaño de una muñeca, sobre una gran roca, estalló en llantos que se mezclaban con el espantoso ruido de los truenos.
La Virgen, sin embargo, le insistió: le manifestó que para calmarla se le había acercado, brindándole su protección, y que regresara a Livílcar, para dar cuenta allá de su aparición, a fin de que le levantaran un santuario de penitencia y no de comodidades, que fuera un templo humilde consagrado a la Virgen del Rosario.
La pastora le replicó que no podía separarse de su rebaño, pues era su deber preocuparse de cada una de sus ovejas, pero la Virgen le contestó:
—Yo cuidaré tus ovejas hasta que regreses: cumple confiadamente el encargo que te he encomendado.
Al abrir el día, la anciana llegó a Livílcar, donde todos se extrañaron que hubiera regresado tan pronto, y todavía sin el rebaño. Ella cumplió entonces el encargo de la Virgen, pero le costó mucha elocuencia convencer a aquellos campesinos de la veracidad de su misión, y los más reacios le pidieron que los condujera al lugar de la aparición. Durante la marcha no dejaban de burlarse de la pastora, a quien habían intimidado a menudo con sus cuentos de los fantasmas que aparecían cerca del bebedero.
Al llegar a este sitio, sin embargo, sus burlas se transformaron en admiración cuando escucharon una voz varonil que les decía:
—No os moféis de esta anciana, pues yo he colocado la imagen de mi propia madre en esta peña, y lo que la pastora os ha transmitido es un mandato que ell
le impartió. Os corresponde ahora construir un santuario de penitencia en este lugar, dedicado a la Virgen del Rosario, cuya fiesta habréis de celebrar el primer domingo de octubre de cada año. ¡Impartid esta orden al párroco de Codpa!
¡Era el propio Señor Jesucristo quien les hablaba!
Los campesinos se apresuraron a cumplir fielmente el mandato. Informaron al cura de Codpa, éste al vicario de Arica y éste al obispo de Arequipa. Este último se dirigió personalmente al sitio de la aparición, constató los hechos ocurridos y autorizó el culto.
Pronto, una vez levantado el templo, ocurrió otro milagro: la imagen de la Virgen, que en un principio tenía el tamaño de una muñeca (o de la paloma llegada desde Carangas, según la leyenda anterior), comenzó a crecer en la roca, hasta llegar a la estatura de una doncella de unos 14 años. Este hecho es fácil de comprobar con los vestuarios de la Virgen de las Peñas que se conservan: los más antiguos tenía un largo de sólo 20 cms., mientras que el de los actuales es de cerca de un metro.
Entre los mandatos de la Virgen se encontró también uno que ordenaba que la anciana pastora dejara de cuidar los ovejunos de los ayllus de Livílcar, por ser de edad demasiado avanzada para hacerlo, y que, en cambio, la acompañara en su santuario. Así se hizo, y los vecinos de aquel pueblo, como también los de Umagata, proveyeron desde entonces su sustento. Un día, sin embargo, ella desapareció de su lugar en el santuario, sin que se encontrara huella alguna de su persona. Pero su perro fue descubierto a orillas del río, aullando lastimosamente.
La roca en que se encuentra la imagen ostentó después de la aparición un tono café, con reflejos de oro y matices tornasolados. El mismo color y adornos de estrellas doradas en relieve mostraba también el manto de la Virgen, pero ya no se destacan esas características, lo que se debe a las inundaciones, la limpieza practicada en la imagen y un incendio que destruyó todo el templo en 1910, con motivo del cual se le rompieron también algunos dedos. La pintura actual del rostro parece haber sido colocada en aquel año. Antiguamente había también una serpiente tallada de piedra y pisada por la Virgen, que ahora se encuentra debajo del piso de cemento del edificio, pues se sostenía que quien la pisara al acercarse a la imagen, tenía que morir indefectiblemente.
d. Un escultor enamorado
En Potosí (Bolivia), muy lejos del santuario, vivían hace muchos años —todavía en tiempo de los españoles— dos jóvenes que estaban enamorados de una misma joven bellísima y con la que cada cual anhelaba desposarse. Ella misma no sabia a quien de los dos preferir, pues tanto uno como el otro merecían su amor, que en los tres se inspiraba en los más puros sentimientos y era casto, limpio y sin tacha, como Dios manda. La relación triangular no pudo mantenerse, sin embargo, indefinidamente, pues suscitó terribles celos en los dos jóvenes, quienes, por muy amigos que hubieran sido hasta entonces, no pudieron dominar sus pasiones. Y así, un buen día se batieron en duelo, en que cayó uno de ellos mortalmente herido.
El problema tampoco así tuvo solución, pues la familia del muerto acusó al rival de asesino, lo que produjo verdadera conmoción. La consecuencia fue que el
sobreviviente tuvo que huir de Potosí, sin ver más a la joven.
Se dirigió hacia el litoral por el sendero de las mulas que transportaban a Arica la plata del famoso mineral, pero consideró peligroso alcanzar hasta el puerto, pues sabía que se le estaba persiguiendo, de modo que las autoridades seguramente ya habían sido instruidas de detenerlo. Por tal motivo, sólo llegó hasta Livílcar y se refugió donde está ahora el santuario.
La soledad del paraje, en conjunto con los escarpados barrancos que ostentan castillos y dan pábulo a la fantasía, alimentaron e intensificaron la nostalgia de su corazón por el amor perdido. La imagen de la joven no se apartaba de él y estimulaba todos sus más sublimes sentimientos.
Y así se dedicó a tratar de modelar en una roca vecina aquella querida figura. Se hizo escultor a fuerza de voluntad e inspirado en su sublime amor por la amada perdida. Pero como sus sentimientos e intenciones eran puros y había sido arrastrado a una situación trágica sin haberla provocado, la Virgen se apiadó de su atormentada alma, arrepentida por la muerte del amigo. De este modo, la estatua que estaba esculpiendo y que pensaba dedicar al recuerdo de su lejano amor, adquirid un aspecto cada vez más divino, asemejándose finalmente a la Virgen María.
El esfuerzo realizado fue, sin embargo, tan extraordinario que consumió poco a poco las fuerzas del artista, y en el .mismo día en que terminó su obra, exhaló también su alma: de este modo, entregando a la humanidad una obra del más excelso arte, la Virgen concedió a su mortificado espíritu lo que más anhelaba: la paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario