viernes, 1 de marzo de 2019

La Virgen de Aralar.

Cuentan viejas leyendas que aún corren de boca en boca por los caseríos guipuzcoanos de la sierra de Aralar, que la Virgen de Aránzazu, antes de aparecerse al pastorcillo Rodrigo de Balzategui, se apareció en la sierra de Aralar.

  Todos los montañeros que han visitado esta bella sierra, habrán observado que a unos 800 metros al norte de Igaratzako arratea, o portillo de Igaratza, junto al camino que de este prado baja hacia Amézqueta, se halla un peñasco suelto de caliza, que mide 1,90 metros de largo por 1,30 metros de ancho, y 1,40 metros de alto. Los pastores le llaman Amabirjiñen arrie (la piedra de la Virgen).

  Cuentan que sobre este peñasco se apareció la Virgen a un pastorcillo de Loidi, y le dijo que subiese tres tablillas y siete tejas, lo mismo que le pidió luego en Aránzazu al zagal Rodrigo de Balzategui. (Aita zurea-arotza da-Itun bat-eiozu. Iru latatxo-zazpi tellatxo-Oraiñ askoko-dituzu).

  El niño volvió a su casa y contó el caso a sus padres, los cuales lo tomaron a risa y no le permitieron llevar ni teja ni tablilla para hacer una casita a la Virgen.

  Segunda y tercera vez apareciósele la Virgen pidiéndole el mismo favor, mas los padres del muchacho continuaron incrédulos, e impidieron el cumplimiento de sus deseos.

  Entonces la Virgen se trasladó a Aránzazu. Y como testimonio de la visita de la Virgen sobre esta piedra de Amabirjiñen arrie, dejó un hueco o huella de un pie que todavía se conserva.

  Muchos hemos visto esta huella que, cuando se llena de agua de lluvia, utilizan los pastores para santiguarse. También se deposita dinero en este hueco para alcanzar del cielo alguna gracia. No pertenece a nadie este dinero, pero el que lo recoge ha de entregarlo en alguna ermita o iglesia como limosna o estipendio de Misa o responso en sufragio de las almas del Purgatorio.

  Cuéntase a este propósito, que un muchacho tomó una vez el dinero que halló en la huella de la Virgen, mas luego enfermó y no curó hasta que hubo confesado su falta y ordenado fuese celebrada una Misa, entregando como estipendio la cantidad robada.

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