domingo, 24 de marzo de 2019

La misa del Diablo

En las proximidades de Aínsa, Huesca, vivía en época medieval el barón Artal de
Mur, que empleaba en cazar por aquellos abruptos parajes la mayor parte de sus
ocios. Una de sus jornadas de caza descubrió un jabalí y lo persiguió con sus perros
hasta que el animal, acorralado, no tuvo escapatoria. Mas cuando el cazador se
disponía a clavarle su lanza, el jabalí, con voz claramente humana, se dirigió a él
pidiéndole que no lo matase, y asegurándole que no se arrepentiría de ello. Lo
prodigioso del caso detuvo el brazo del barón, que perdonó la vida al animal y sujetó
a sus perros para que lo dejasen escapar.
Aquella misma noche, en la fortaleza del barón, entre los leños ardientes de la
chimenea, apareció un ser rodeado de llamas. Era el Diablo, y le dijo al barón que era
él mismo quien, aquella mañana, había andado por el monte en figura de jabalí, a
punto de ser cazado por el barón. En señal de gratitud por haberle perdonado la vida,
el Diablo le prometió al barón que su hijo, que se encontraba lejos de casa luchando
en la guerra contra los árabes, regresaría sin sufrir un solo rasguño, pues él lo tomaba
bajo su protección. Y como prueba de su promesa, el Diablo dejó sobre la mesa un
tizón encendido.
El barón se quedó dormido, y cuando despertó atribuyó a un curioso sueño
aquella aparición, pero, sobre la mesa, el tizón se había convertido en un pedazo de
oro puro. El hijo del barón regresó a casa sano y salvo, y el barón de Artal,
considerando la buena voluntad que el Diablo había mostrado con él, decidió
celebrar, una vez al año, una misa por su alma. Y la tradición se mantuvo durante
varios siglos.

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