jueves, 7 de marzo de 2019

La Cegua

Esto le pasó a un fulano que ya ni recuerdo su nombre,
era enamorado de una prima, era muy bonitilla la jocoteada
con su cuerpecito delgado pero caderuda, ¡eeeh! pero
ese hombre era bien mujeriego, por eso es que no le hacía
caso la Felipa, que así se llamaba la prima, ella fue la que
nos contó lo que le pasó al fulano ese, Julián creo que se
llamaba, él le contó a ella que una vez fue a visitar a unos
familiares allá por El Viejo, familiares decía él que de seguro
era alguna queridita que tenía escondida, entonces
dice que él se fue a pies, estos lugares eran diferentes no
son como ahora, las casas no eran tan seguidas y habían
trochas donde la gente tomaba atajos para llegar más
rápido, Julián salió ya de tarde, todavía había claridad
cuando pasó cerca de un casita que estaba abandonada,
se había encontrado con un señor que iba a caballo y le
había dicho que no pasara cerca de esa casa porque estaba
embrujada y que ahí vivía La Cegua. Pero Julián no se
podía desviar, entonces pasó ya con miedo caminando lo
más rápido que podía y de pronto que se queda quieto al
ver una mujer vestida de blanco que se le acercaba, y dice
¡La Cegua! pero no fue tonto ya que iba preparado, ya sabía
desde que salió, que ahí vivía La Cegua, iba preparado
con granos de mostaza, pues él sabía que si le arrojaban
al suelo a las Ceguas granos de mostaza éstas no podían
resistir las ganas de recogerlos todos uno por uno y de
esa manera al que están por atrapar le da oportunidad de
salir corriendo y escaparse, pues así hizo, tembloroso el
hombre les tiró los granos que llevaba en un saquito, y
La Cegua se puso a recogerlos, él decía que eran varias,
tres o cuatro, caminaban rápido y no se les veían los pies
parecía como que flotaban y tenían una larga cabellera
como mecate de cabuya y los dientes; unas los tenían de
cáscara de plátanos y otras de granos de maíz, no se les
veían los ojos por el pelo que le tapaba casi todo el rostro
y las manos con los dedos largos y unas uñas grandes eran
como de palo, parecían ramas.
A barios atrapaban esas mujeres, pero sólo a los trasnochadores
y mujeriegos, dicen que los dejan todos dundos
y así pasan días, tardan en volver a normalidad, por
eso cuando uno es dundo, así todo jambeco, le dicen que
parece jugado de Cegua. Pero a ese Julián no le hicieron
nada por los granos de mostaza que llevaba, mucha gente
caminaba preparada con objetos benditos como el cordón
de San Francisco para protegerse de cualquier espanto
porque hay que ver cuántas cosas se miraban antes.
Una vez —continuó diciendo la güela— mi abuelo
Perfecto atrapó una Cegua. Él estaba bañándose en el río
muy de mañanita, cuando escucha decir: ¡Perfecto! ¡Oe,
Perfecto! ¿Sos vos Perfecto? vení ayudame.
Se viste mi abuelo; se pone su pantalón, se lo amarra
con su cordón bendito, se pone su cotona, sus caites y su
sombrero de paja.
—Sí ¿quién es?, preguntó.
—Soy yo, Jacinto.
— ¡Idiay Jacinto! ¿Qué haces ahí?
Era un campisto que vivía cerca y que estaba enredado
metido en unos bejucos tras unos matorrales, allí a la
orilla del río.
— ¿Pero qué te pasó hombre?
— ¡Estas p... fueron!
— ¿Quiénes?
—Pues las Ceguas, sólo para joder sirven.
Y las Ceguas: ¡cuas! ¡cuas! ¡cuas! Se escuchaban carcajearse
no muy largo de donde ellos estaban.
Mi abuelo ayudó a Jacinto a salir del las enredaderas
y dijo enojado: —Van a ver las muy jodidas, espérenme
que ahí voy.
Se quita la cotona y se la pone al revés, luego se saca su
cordón bendito, el que caminaba como cinturón, y una
cutacha que tenía forma de cruz, se acerca a una de las
Ceguas, estas tenían el cuerpo de tallo de cepa, pelo de
cabuya y dientes de pétalos de alacate, una flor de monte
amarilla. Apues le pone la cruceta de frente y... ¡ésta que
se va de retroceso! Le tira el cordón bendito y se queda
La Cegua quieta, la laza del pescuezo con un mecate y la
amarra a un palo.
—Perfecto dejame ir.
Le decía La Cegua con voz áspera.
— ¡Ah! con que me conocés, decime quién sos.
—No puedo Perfecto, sólo dejame ir.
—Si no me decís quién sos, te llevo donde el cura.
Y no habló, entonces mi abuelo la llevó donde el cura
jalándola con el cordón bendito. Allá la amarraron en
una palmera frente a la iglesia y el cura le dio unos riendasos
con unas coyundas remojadas con agua bendita y la
mujer hasta que se retorcía y gritaba como endemoniada,
luego la soltaron y le tiraron granos de mostaza, allí amaneció
recogiéndolos, al rato se murió de pena, porque ya
todos sabían quién era, conocida era la muy chancha.

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