Una mañana Carolina despertó riéndose, sentía que
algo le hacía cosquillas en las plantas de sus pies, escuchó
una ricita y preguntó: ¿Quién está ahí? Descobijó sus
piecitos y vio a un pequeño duende vestido de rojo que le
hacía cosquillas con una pluma, éste le sonrió y le dijo:
—¡Hola Carolina! Vine a hacerte compañía.
— ¿Y tú quién eres? —le preguntó la niña sorprendida.
—Mi nombre es Zeta, y soy un duende amistoso al que
le gusta hacer reír a los niños.
El duende sacó de su bolsillo polvo de hada y lo lanzó
al aire, y muchas mariposas de todos los colores revolotearon
por todo el cuarto, Carolina se reía y estaba maravillada
de la magia del duende.
Las mariposas se desvanecieron y Carolina buscó a
Zeta entre sus sabanas, por debajo de la cama, por todos
los rincones de su habitación y no lo encontró, de pronto
vio que una de sus muñecas de trapo comenzó a caminar
sola, ella se asustó, pero pudo ver que era Zeta la que la
sostenía por detrás.
— ¿Estabas invisible? —le preguntó Carolina.
—Sí —le dijo—, nosotros los duendes podemos desaparecer
y hacer cosas estando invisibles, nos dejamos ver
por los niños pero nunca por los adultos, pues éstos siempre
nos quieren hacer daño.
Carolina agarró su muñeca, la puso en su lugar y dijo:
—Pero yo tengo que decirle a mi mamá que tú eres mi
nuevo amiguito.
—¡No! —dijo Zeta—, guardemos este secreto, que
esto quede sólo entre tú y yo.
Carolina no le hizo caso y le fue a contar a su mamá,
pero por supuesto que su mamá no le creyó y esa noche
cuando una vez más se disponía a dormir, de nuevo le
apareció Zeta, esta vez se veía enojado y le dijo:
—¡No guardaste nuestro secreto!
Y se puso todo feo; los dientes se le salieron, sus uñas
crecieron y se veía todo verde, sacó otra vez de sus bolsillos
polvo de hada y lo sopló en la cara de Carolina, ella
no podía respirar, Zeta se reía a carcajadas y de forma
maliciosa, en eso aparecieron cuatro duendes más, éstos
vestían de azul y rodearon a Zeta, lo agarraron con fuerza
como que se lo llevaban preso y desaparecieron con él,
sólo se escuchaba a Zeta gritar: Déjenme, no me lleven.
Después del silencio Carolina pudo respirar con normalidad
y se puso a llorar, en eso su mamá entró corriendo
a la habitación y la abrazó calmándola y diciéndole
que había tenido una pesadilla.
—No mamá, no fue una pesadilla, era Zeta el duende
de quien te hablé.
Las dos quedaron abrazadas por un largo rato hasta
que la niña se durmió. Con el tiempo Carolina casi olvidó
lo sucedido y hasta llegó a creer que realmente se trataba
tan sólo de una pesadilla, lo bueno era que; ya sea en
sueños o en la realidad, nunca más volvió a ver a Zeta, el
duende malo.
Y es que por generaciones se ha creído que si un niño
o niña lo desea, puede llegar a conocer a los duendes, sólo
tienes que desearlo de verdad y preguntar en voz baja antes
de dormir: ¿Duendes están aquí? Pregunta todas las
noches y una de tantas, en cualquier momento, aparecerán
los duendes jugando y haciendo travesuras bajo tu
cama o entre tus sabanas, pero ten cuidado si te aparece
un duende cuando tú no has llamado a ninguno y dice ser
tu amigo, ese puede ser Zeta, no le creas nada de lo que te
diga y mándalo a la porra.
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MORALEJA
♦ No toda persona que se te acerca y dice querer ser tu amigo, puede tener
buena intenciones, pueden ser lobos vestidos de ovejas.
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