El Cazador de Ceguas
y El Tesoro de La Mocuana
Cuentan los ancianos del Norte, que muy cerca de un
pueblecito que está entre Estelí y Matagalpa, vivió, hace
muchos años ya, un cazador de animales feroces, arrecho
el hombre, no le tenía miedo a nada. Cazaba en un bosque
cerca de dónde él vivía, había grandes árboles muy altos y
frondosos, lo atravesaban barios ríos pequeños y la fauna
era abundante.
Dicen que un día, como de costumbre, el cazador se
fue al bosque, pero esa vez, todo estaba en absoluto silencio,
los pájaros no se oían cantar, el viento no soplaba,
los árboles inmóviles parecían tenebrosos, las quebradas
estaban secas y los peces habían desaparecido, no se veía
ningún animal. La gente del poblado comenzó a murmurar
que tres malvadas brujas se habían despertado de un
largo sueño y que por ellas el bosque estaba maldito.
Por las noches, muchos campesinos eran víctimas
de las Ceguas, Micos Brujos y Chanchas Brujas. No son
Chanchas Brujas, decía el cazador, son brujas chanchas.
El cazador estaba enojado y ya que no había más animales
para cazar, decidió cazar a las Ceguas.
Una noche, a eso de las once, se escucharon unos alaridos
que provenían del bosque, el cazador creyendo que
se trataba de una víctima de las brujas, fue a rescatarla, se
puso su cotona al revés, se amarró los pantalones con su
cordón bendito de San Francisco y agarró su alforja que
contenía granos de mostaza, y salió como quien se lo llevaba
el diablo, siguió el sendero por donde se escuchaban
los gritos, cuando llegó al lugar todo estaba en silencio,
luego se oyeron tremendas carcajadas a su alrededor, el
cazador sintió una palmada en su espalda, voltea y se ve
frente a frente con una Cegua, su corazón palpitaba a todo
mamón como tambor, era lo único que se escuchaba, por
primera vez el cazador sintió miedo.
La Luna estaba llena, sus rayos de luz se filtraban entre
las ramas secas de los tenebrosos árboles, el cazador
pudo ver con claridad al espanto que vestía hojas de Chagüite,
su cuerpo deformado, parecido al de una mujer era
de cepa y su pelo de cabuya, de su boca salían grandes
dientes de cáscaras de guineos. La Cegua ya estaba por
atraparlo cuando éste sacó su cordón bendito y se lo tiró
en su cara, la Cegua quedó paralizada, con gran rapidez el
valiente cazador le amarró los brazos con unos bejucos,
al rato la estaba halando, como si tratara a una mula. De
pronto aparecieron dos Ceguas más y comenzaron a seguirlos.
El cazador sacó de su alforja, los granos de mostaza
y los lanzó al suelo, frente a las dos Ceguas, estas se
detuvieron a recogerlos y así se escapó con su prisionera
hasta llegar al poblado, allí en la plaza la amarró en una
palmera de pijibai y le dijo:
—Cuando amanezca, todo el pueblo sabrá quién eres, y
de seguro te darán una tremenda paliza.
— ¡Aaay! Dejame ir —dijo la Cegua adolorida con una
voz cavernosa—, si me dejas libre te diré donde están tres
tesoros, serás el hombre más rico del mundo.
Al cazador le pareció muy tentadora tal propuesta y
después de pensar por un instante le dijo:
—Primero dime tal secreto y luego te suelto.
— ¿Eres a caso un hombre de palabra? —le preguntó
la Cegua— ¿De verdad me vas a soltar?
—La palabra de un cazador vale por un millón que la
de cualquier bruja. Vamos, habla ya —le dijo y la Cegua
comenzó a hablar.
—El primer tesoro está en una gran cueva pasando el
bosque maldito, el segundo; en la vieja ciudad de León y
el tercero en una isla de dos volcanes que está en medio
del Gran Lago.
El cazador la desató de la palmera, pero no de los brazos
y le dijo:
—A medias te libero porque a medias me has dado la
información.
—Yo te puedo decir cómo llegar al primer tesoro —
dijo la Cegua— pero para llegar a los otros, les tendrás que
preguntar a mis hermanas.
Se fue el cazador de regreso con la Cegua amarrada hacia
donde estaban las otras, éstas permanecían recogiendo
los granos de mostaza.
— ¿Cómo puedo llegar a esos tesoros ocultos de los
que su hermana me ha hablado? —les preguntó el cazador
con voz fuerte, pero no obtuvo respuestas.
Entonces volvió a sacar más granos de mostaza de su
alforja y empuñándolos con el brazo extendido les hizo de
nuevo la pregunta, y las Ceguas gritaron:
— ¡No por favor, no lo hagas! — y le dijeron todo lo
que él debía saber para obtener los tesoros.
El cazador les arrojó unos cuantos granos, lo suficiente
para poder escapar una vez más y se fue.
Las tres Ceguas le habían dicho cómo llegar a esos tesoros,
y también cómo defenderse de los fantasmas que
los custodiaban. El espíritu de la Mocuana era el primero
en que se enfrentaría el valiente cazador.
Así, al día siguiente con su caballo llamado Cholenco,
y se fue rumbo a encontrar el primer tesoro, llevaba en su
alforja frascos de agua bendita, su inseparable cordón de
San Francisco, y no olvidó llevar también una gran alforja
vacía para traerla llena de oro.
Tomó como sendero el riachuelo seco que le habían
indicado una de las Ceguas, llegó a un gran montículo de
piedras cubiertas con vegetación, siguió hacia donde el
Sol se oculta y al salir del bosque pudo notar a lo lejos
una gran cueva. Ya estaba por llegar cuando escuchó una
dulce voz que le preguntó:
— ¿Hacia dónde se dirige valiente señor?
Era una joven de apariencia indígena que estaba sentada
en una gran piedra a orillas del camino. El cazador no
le distinguía bien el rostro, pero podía verle su piel canela
y su hermosa cabellera negra que le llegaba hasta sus bien
formadas caderas, su vestimenta era escasa, lucía unos
brazaletes y pendientes que brillaban bajo el resplandeciente
Sol. La joven caminó hacia donde él estaba y por
más que intentaba el cazador de verle el rostro, no podía,
se bajó de Cholenco, y se restregaba los ojos como no dando
crédito a lo que veía, o mejor dicho a lo que no podía
ver. La indita lo abrazó y le dijo:
—Ven conmigo te llevaré a mi cueva.
El cazador se quedó mudo, la indita que era la Mocuana,
todavía abrazándolo le preguntó:
— ¿Has visto a mi amado? ¿Por qué no ha regresado?
Con mucho esfuerzo el cazador se desató su cordón y
lo puso alrededor de la indita, se escuchó un triste lamento
y ésta desapareció ante la mirada perpleja del pálido
hombre, que siendo un valiente cazador de Ceguas estaba
más asustado por no poder hablar que por haberse topado
con el fantasma de la princesa india, la Mocuana.
¡Eh! Que chiche me salió —dijo sacando pecho el cazador
una vez que pudo hablar. Siguió caminando hasta
llegar a la cueva, cuando entró no vio ningún tesoro,
encendió una antorcha y buscó más adentro, pero sólo
encontró un par de bolitas de oro, seguramente de algún
collar y extrañamente un par de lentes empañados.
—Malvadas Ceguas –dijo enojado, y se fue con sus dos
bolitas de oro y sus lentes en busca de los otros tesoros.
El Cazador de Ceguas
y el tesoro del coronel arrechavala
Partió nuevamente el cazador con Cholenco, esta vez
rumbo al occidente del país, le tomaría barios días llegar
a la vieja ciudad de León. Esta ciudad quedaba cerca
de un volcán de cuyo cráter salía grandes bocanadas de
humo, esa era la señal que indicaba que iba por el camino
correcto, según le había indicado otra de las Ceguas.
En la entrada de la ciudad vio a una anciana que vendía
guacales y el cazador le preguntó:
—Viejita, ¿dónde queda una finca llamada Las Arcas?
—Vaya hacia allá, hasta llegar a un pozo, no beba de
esa agua porque está embrujada, luego verá un caminito
de piedras volcánicas a la derecha, ese es el que conduce
hasta la finca que busca. Pero tenga cuidado, no vaya a
encontrase con Arrechavala.
—Gracias —dijo el cazador y le compró un guacal a la
anciana.
Siguió cabalgando hasta llegar al pozo, sacó agua de
allí y con el guacal: ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! Tres tragos
pegó, no haciendo caso a lo que le dijo la anciana.
Se fue por el caminito de piedras y llegó a la finca, allí
se encontró con un viejo que también venía a caballo, lo
raro era que éste venía vestido como un soldado, al pasar
cerca del cazador, el viejo le dijo:
—Tenga cuidado, que éstas son tierras prohibidas, será
mejor que se vaya.
Cuando pasó, el cazador volteó a ver, pero el viejo había
desaparecido.
— ¡Eh, ideay! ¿Otro fantasma? —dijo, pero no acababa
de enderezarse cuando ¡Flach! Sintió un latigazo en su
rostro que hasta le botó el sombrero, y ¡Flach! otro más
en la espalda.
¡Hey, jobero! —dijo el cazador— ¿Quién me está dando
de latigazos?— Pero no miraba a nadie.
Sacó de su alforja los anteojos y se los puso, y así pudo
ver lo que tenía en frente; era el viejo que recién había
pasado, estaba con un gran látigo montado en su flaco
caballo.
—Tus latigazos no me pueden hacer ningún daño,
pues he tomado agua del pozo embrujado y con estos lentes
no te me puedes esconder.
El viejo, que se parecía a un tal don Quijote de la Mancha,
era nada más y nada menos que el mismísimo fantasma
del coronel Arrechavala que cuidaba su tesoro, éste
quedaba viendo extrañado al cazador cómo preguntándose
de dónde habrá salido éste fulano.
El cazador bajó de Cholenco, y se fue a orinar a las patas
del caballo de Arrechavala, al instante éste se esfumó, ya
ni con los anteojos se podía ver por ningún lado el viejo
fantasma. Claro que todo eso hizo el cazador por indicaciones
de la Cegua.
Recogió su sombrero y con una pala comenzó a cavar
justamente donde estaba parado el fantasma del coronel,
sacó gran cantidad de tierra, pero nada de oro, sólo latas
de viejas armaduras y basura.
—Malvadas Ceguas —dijo y nuevamente sus grandes
alforjas las llenó, pero de aire. Esta vez fue hacia el sur, en
busca del tercer y último tesoro.
El Cazador de Ceguas
y el tesoro de charco verde
Descontento y desanimado, el cazador llegó a la ciudad
de Granada, ahí tuvo que dejar a Cholenco hasta su
regreso para poder abordar una lancha que lo llevaría a
la isla de dos volcanes. Al llegar, le prestaron un caballo
llamado Cacreco y se fue al lugar que le dijo la última de
las Ceguas, era una pequeña ensenada que formaba una
lagunita, llamada Charco Verde.
Ya estaba flaco el pobre cazador, no tenía ni que comer,
los reales que llevaba de la venta del poco oro de la Mocuana
lo había gastado, pero su avaricia era mayor que su
desgracia y dispuesto a encontrar el último tesoro, entró
a la pequeña laguna y se hundió. Ya en el fondo, entre
las aguas turbias, pudo divisar algo que brillaba, creyendo
que se trataba del tesoro se dirigió hacia allí, el brillo
se hizo más intenso y una luz lo envolvió, de pronto se
encontró fuera del agua y en un lugar extraño pero muy
bonito, era una finca, a lo lejos se miraba una casona, el
cazador siguió el camino que conducía a esa casa de apariencia
abandonada, mientras se acercaba escuchaba lamentos,
chillidos y mugidos, en el corral, vio con gran
asombro, unas personas gordas que estaban amarradas y
los finqueros las convertían en cerdos, toros y vacas. Un
hombre alto y flaco de mirada maligna se dirigió hacia el
cazador, éste salió en guinda huyendo, tropezó y cayó en
un hoyo hundiéndose en el lodo hasta la cintura, ya veía
que el hombre flaco casi lo atrapaba cuando se hundió
por completo y apareció como por arte de magia, nuevamente
en las aguas de la laguna. Ya era de noche, se veía
la Luna y su reflejo sobre el agua, el cazador salió de la
laguna y en su mano traía un viejo peine de oro.
Según cuenta los lugareños, todos los viernes santos el
fantasma de una bella india, sale del centro de la laguna a
mediodía, peinándose con el peine de oro, nadie sabe por
qué, pero sí se sabe que allí hay una entrada secreta, un
pasaje mágico hacia unas tierras extrañas donde está una
finca llamada El Encanto, ahí había entrado el cazador
buscando el tesoro, pero de nuevo no encontró nada, sólo
el peine.
—Malvadas Ceguas —dijo nuevamente y en su alforja
metió el peine y luego hizo una fogata.
Las aguas de la laguna estaban tranquilas, pero de
pronto comenzaron a agitarse, salió de allí, justo por donde
él había recién salido, la india con su larga cabellera
buscando su peine. El cazador sacó unos frasquitos con
agua bendita que traía y los puso alrededor de él, también
puso de almohada sus alforjas y muy tranquilamente se
echó a dormir, la india no se podía acercar, aparecía por
un lado y por otro hasta que amaneció y ella se desvaneció
junto con la noche y ya no volvió a aparecer más.
El cazador tomó sus cosas, y se fue cabalgando, dejó a
Cacreco y se fue de regreso a su casa. Al llegar a su pueblo
se fue en busca de las Ceguas para vengarse, pero se dio
cuenta que el bosque ya no estaba maldito, el canto de
los pájaros se oían por todos lados, los árboles se veían
verdes y frondosos, en las quebradas corría mucha agua y
los peces saltaban de alegría, habían vuelto todos los animales
y los pobladores estaban felices porque las brujas
se habían ido.
El cazador de Ceguas volvió a ser el cazador de animales
salvajes, pero no por mucho tiempo, dicen los ancianos
del lugar, que se fue en busca de las Ceguas. También
dicen que otra vez atrapó a una de ellas y que esta vez
le dijo que encontraría un tesoro en el gran pueblo de
Chinandega, el tesoro de los duendes del Chonco, y que
ese sí era real, pero ya no le creyó y la dejó amarrada en
donde todo el pueblo la viera. Las otras dos Ceguas siguen
huyendo del cazador, van de bosque en bosque, pero
algún día las atrapará.
Si escuchan que un bosque está maldito, de seguro encontrarán
allí, al cazador de Ceguas y posiblemente también
a su fiel amigo; Cholenco.
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MORALEJA
♦ Cuando uno es tan ambicioso, puede perder lo que tiene por querer más.
♦ No hay que creerles a las brujas; ni a personas de mala reputación.
♦ Es bueno no temerle a nada, todo y cuando sepas a que te enfrentas
y cómo combatirlo.
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