viernes, 1 de marzo de 2019

De como el Sol, la Luna y el Viento salieron a cenar

Un día, el Sol, la Luna y el Viento salieron a cenar con sus tíos Rayo y Trueno. Su madre (una de las estrellas más lejanas que pueden verse en el cielo) esperó a que sus hijos regresaran.

    Tanto el Sol como el Viento eran avariciosos y egoístas. Disfrutaron del gran festín que les habían preparado sin pensar en guardar algo para llevar a su madre, pero la Luna no la olvidó. De cada exquisito plato que les servían, ella guardaba una pequeña porción bajo una de sus hermosas y largas uñas, para que la Estrella también probara aquellos manjares.

    Cuando regresaron, su madre, que había estado esperándolos toda la noche con su pequeño y brillante ojo abierto, dijo:

    —Bueno, niños, ¿qué me habéis traído?

    —No te he traído nada —dijo el Sol, que era el mayor—. He salido a disfrutar con mis amigos, no a buscarle la cena a mi madre.

    —Yo tampoco te he traído nada, madre. No puedes esperar que te traiga un montón de cosas buenas cada vez que salgo a pasármelo bien —dijo el Viento.

    Pero la Luna dijo:

    —Madre, ve a por un plato, te enseñaré lo que te he traído.

    Y sacudió las manos y de ellas cayó la mejor cena que había visto nunca.

    Entonces la Estrella se dirigió al Sol y le dijo:

    —Como has salido a divertirte con tus amigos y has disfrutado y comido sin acordarte de tu madre, serás maldito. De ahora en adelante, tus rayos serán tan calientes y abrasadores que quemarán todo lo que toquen. Y los hombres te odiarán y se cubrirán la cabeza cuando aparezcas.

    (Y por eso el Sol es tan caliente ahora).

    A continuación se dirigió al Viento.

    —Tú también te has olvidado de tu madre mientras disfrutabas egoístamente: escucha tu destino. Siempre soplarás en climas calientes y secos y resecarás y agostarás todas las cosas vivas. Y los hombres te detestarán y te evitarán de ahora en adelante.

    (Y por eso el Viento, cuando hace calor, sigue siendo tan desagradable).

    Y dijo a la Luna:

    —Hija, te has acordado de tu madre y has guardado para ella una parte de tus manjares. De ahora en adelante serás fría, tranquila y brillante. Nada pernicioso acompañará a tus puros rayos, y los hombres te llamarán siempre «bendita».

    (Y por eso la luz de la Luna es tan suave, tan fría y tan hermosa).

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