jueves, 28 de febrero de 2019

Arondo-Jenu

Atungulu-Shimba era rey. Estaba en el poder por derecho hereditario y había mandado construir ocho casas nuevas. Pero Atungulu había jurado comerse a todos los que provocasen discordias. Y lo hizo como lo dijo. Uno tras otro se comió a todos sus enemigos, hasta quedarse solo en sus dominios. Entonces se casó con la bella Arondo-Jenu, hija de un rey vecino.

  Una vez casado, Antungulu tomó la costumbre de pasar el día en la selva tendiendo lazos a las fieras, y de dejar a su mujer en la aldea. Un día, Njalé, hermano mayor de Arondo-Jenu (porque su padre, Corambé, rey de los Aires, tenía tres hijos), vino a sacar a su hermana de las garras de Atungulu Shimba; pero el rey apareció de pronto y se lo comió. El segundo hermano se presentó enseguida y corrió la misma suerte. Por fin llega Reninga, el tercer hermano. Entre él y Atungulu se entabló una gran batalla, que duró desde la salida del sol hasta el mediodía. Al fin Reninga es vencido, y su adversario se lo come, al igual que sus dos hermanos.

  Sin embargo, Reninga, que llevaba consigo un fetiche poderoso, salió vivo del cuerpo de Atungulu. El rey, al volver a verlo, exclama:

  —¿Cómo te las has arreglado para salir?

  Después se embadurna con greda mágica y dice:

  —Reninga, llévate a tu hermana.

  Hecho esto se arroja al agua.

  Pero antes de ahogarse declaró que si Arondo-Jenu volvía a casarse, moriría, y la predicción se cumplió, porque la viuda se casó con otro y murió al poco tiempo. Entonces Reninga, desolado por la pérdida de su hermana, se arrojó al agua, en el mismo sitio en que había perecido Atungulu, y se ahogó también.

  En el sitio donde se arrojó Atungulu, el viajero puede ver mirando al fondo del agua, los cuerpos de Atungulu y de su mujer, yacentes el uno al lado del otro. Las uñas de esta linda criatura están pulidas y relucientes como un espejo. Entonces fue cuando el agua adquirió la propiedad de reflejar los objetos y tomó el nombre de Arondo-Jenu. Cada cual puede ver su propia imagen en el agua, debido a la transparencia que le comunicaron al precioso líquido las uñas de Arondo-Jenu

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