viernes, 29 de marzo de 2019

Propiedades mágicas y medicinales de los unicornios

En la antigüedad, los cuernos de antílopes y rinocerontes, los colmillos de narvales y
muchos otros objetos similares fueron vendidos como cuernos de unicornio, que se
creía eran el centro del poder y la inmortalidad de la creatura, y le darían al portador
esta última cualidad, la resistencia contra las pociones e incluso la capacidad de
resucitar de entre los muertos, en casos donde todo lo demás fallara.
El cuerno se consideraba un talismán de inmenso poder, que también podía atraer
al unicornio viviente. Pero existía una advertencia: su fuerza y virtud sólo se podían
activar en manos de su verdadero propietario. Su luz disminuiría hasta extinguirse si
estaba en posesión de otro, y lo mismo sus propiedades mágicas.
Preparados medicinales se vendían en los mercados por gramo, o en pociones
espesas, y también se llegó a comerciar trozos de colmillos de lobo o bien de felinos
de gran tamaño, que se engarzaban en plata y oro y se llevaban como dijes
protectores en el cuello, la muñeca o el tobillo, de acuerdo con la cultura y las
tradiciones. Hubo quienes ofrecían hueso rallado como polvos mágicos contra
demonios y para exorcizar niños de malos modales. Pero nadie ha podido comprobar
hasta hoy su eficacia.
Otros más audaces aseguraban tener uno o dos unicornios en su propiedad (o bien
la de sus señores), que llegaban de imprevisto para bendecir las cosechas y cosas por
el estilo, como augurar buenos partos o impedir el ataque de un animal dañino. Y
también estaban quienes daban a probar una exquisita sopa de cuerno molido, eficaz
antídoto contra el arsénico o el mal de ojo, en idénticas proporciones…
Alguna que otra doncella de sociedad alguna vez llevó zapatos y cinturones del
cuero de un unicornio cazado en sus propias fincas, y ciertos renombrados caballeros
esgrimieron los más bellos rubíes en sus cadenas de oro, los famosos carbúnculos,
hechos con la sangre de un viejo unicornio.
Ante la problemática cada vez más grande de los falsos cuernos, una prueba
bastante eficaz comenzó a hacerse conocida, para demostrar la validez de las
propiedades mágicas de los cuernos de unicornio.
David De Pomis escribió: «Existen pocos cuernos verdaderos que se hayan
encontrado, ya que la mayoría de los que se venden como tales suelen ser cuernos de
ciervo, o colmillos de elefante. Un test verdadero por el cual se identifica un genuino
de uno falso es el siguiente: colóquese el cuerno en una vasija de cualquier material o
clase que se desee, junto con tres o cuatro grandes escorpiones vivos. Debe cubrirse
la vasija. Cuatro horas después, debe descubrirse la vasija. Si los escorpiones están
muertos o casi sin vida, el cuerno es verdadero, y no hay suficiente dinero en el
mundo para pagar por él».
Más exótico y desconocido que el cuerno era el rubí místico. También llamado
carbúnculo, se decía que podía ser hallado en la base misma del cuerno. Algunos
pensaban que era su fuente de poder. Sin embargo, no logró comprobarse que se
encontrara en todos los unicornios, y era posible que se tratara de alguna destilación
de la esencia concentrada del cuerno. Otros decían que sólo los unicornios más
antiguos lo poseían, gracias a la cristalización de su sangre en la base del cráneo.
Alberto Magno, el mayor alquimista de la Edad Media, creía que el carbúnculo
era la mejor de las joyas, por su poder para deshacer el veneno, conservar de la plaga
y de la melancolía, los malos pensamientos y las pesadillas. Podía ser empleado tanto
como amuleto o en polvo, y si era un verdadero rubí místico brillaba tanto que se
podía ver a través de la ropa.
Se lo ha mencionado en muchos Romances, como sucede en la Canción de
Alejandro Magno. En ella se relata acerca de un precioso regalo que la Reina
Candace, emperatriz de Etiopía, le hace al conquistador. Por supuesto, se trata de una
«piedra rubí, que lleva en su frente el unicornio».
En el Parzifal de von Eschenbach se dice que uno de los remedios aplicados
sobre las heridas del Rey del Grial fue la «espléndida piedra carbúnculo, que brillaba
contra el cráneo marfil de la bestia».

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