1. (lengua)
Los indios lengua del Chaco paraguayo cuentan la siguiente historia
sobre el origen del fuego entre los hombres. Dicen que en los primeros
tiempos, incapaces de producir fuego, los hombres se veían obligados a
comer cruda su comida. Un día un indio salió de caza toda la mañana,
pero sin éxito alguno; por ello, hacia el mediodía, para apaciguar las
punzadas del hambre, acercóse a un pantano para recoger caracoles.
Mientras los estaba comiendo, atrajo su atención un ave que salía del
pantano con un caracol en el pico. Pareció depositarlo cerca de un gran
árbol, un poquito más lejos. Luego volvió al pantano y sacó otro caracol,
repitiendo la maniobra varias veces. El indio observó también
que del lugar en que el ave ponía los caracoles, salía algo así como una
columna de humo. Despertóse su curiosidad y la próxima vez que se
alejó el ave, acercóse cautelosamente hacia el lugar donde se levantaba
el humo. Allí observó muchos palos, dispuestos punta con punta, con
un extremo todo rojo y que daba mucho calor. Arrimándose más vio
algunos caracoles puestos junto a los palos. Como estaba hambriento
probó los caracoles cocidos y, encontrándolos deliciosos, decidió que
nunca más comería caracoles crudos.
Así, pues, tomó algunos de los palos y se fue con ellos a su aldea,
donde contó a sus amigos su descubrimiento. Enseguida aquéllos cogieron
cantidad de leña seca en el bosque para mantener con vida la
inestimable adquisición, que desde entonces llamaban tabla de fuego.
Aquella noche cocieron la carne y las verduras por primera vez, y gradualmente
encontraron nuevos usos para su descubrimiento.
Pero cuando volvió el ave al lugar en que había dejado los caracoles
y descubrió la pérdida del fuego, sintióse llena de rabia y resolvió
vengarse del ladrón, con tanta más rabia cuanto que no podía ahora
producir más fuego. Remontándose en el espacio, describió círculos en
busca del ladrón, y con gran sorpresa descubrió a las gentes de la aldea
sentadas en tomo al tesoro robado, gozando del calor y cociendo con él
sus alimentos. Llena de pensamientos de venganza, retiróse a la selva,
donde hizo una tormenta de truenos acompañada de terribles rayos, que
hicieron mucho daño y aterrorizaron al pueblo. Por esto, cada vez que
truena, es signo de que el ave del trueno está enojada y trata de castigar
a los indios con el fuego del cielo; pues desde que el ave perdió el fuego
ha tenido que comer cruda su comida.
2. (bakairi)
Los bakairi, una tribu india del Brasil central, relatan cómo en los
primeros días del mundo los dos grandes hermanos gemelos Keri y
Kami consiguieron el fuego por orden de su tía Ewaki. En aquel tiempo
el Señor del Fuego era un zorro silvestre que los naturalistas llaman
canis vetulus. Este zorro había preparado una trampa para peces. Keri y
Kami fueron a la trampa y encontraron en ella un pez jéjum y un caracol
caramuju. Se disfrazaron de tales, metiéndose en dichos animales:
tomando Keri la forma de pez y convirtiéndose Kami en caracol. Poco
después acudió el Señor del Fuego canturreando y prendió el fuego.
Luego miró la trampa y encontrando un pez y un caracol, los sacó y
los puso en el suelo para asarlos. Pero los dos hermanos disfrazados de
pez y caracol echaron agua al fuego. Furioso, el zorro trató de agarrar
al caracol, pero éste saltó al río, trajo más agua y echándola en el fuego
casi lo apagó. El zorro de nuevo tiró un manotazo al caracol y lo habría
hecho trizas contra un leño, pero el caracol se deslizó de sus garras y
cayó lejos. Esto era más de lo que el zorro podía soportar y se alejó
furioso. Pero Keri y Kami avivaron el fuego moribundo y lo llevaron a
su tía Ewaki.
3. (tembé)
Los tembé, una tribu india del noreste del Brasil, provincia de Grao
Pará, dicen que el fuego estaba primeramente en posesión del buitre
rey; por eso los tembé tenían que sacar al sol la carne que querían comer.
Resolvieron, pues, robar el fuego del buitre y a ese objeto mataron
un tapir. Lo dejaron tirado y después de tres días estaba podrido y lleno
de gusanos. El buitre rey llegó con su tribu. Se sacaron sus vestidos
de plumas y aparecieron con forma humana. Habían traído un tizón
consigo y con él encendieron una gran fogata. Recogieron los gusanos,
los envolvieron en hojas y los asaron. Los tembé, que estaban en acecho,
se echaron sobre la presa, pero los buitres escaparon llevándose el
fuego a un lugar seguro. Los indios se afanaron así por tres días, pero
en vano. Luego construyeron un puesto de caza o albergue junto a la
carroña, y un viejo curandero se escondió en él. Los buitres volvieron
nuevamente y encendieron el fuego junto al escondite. «Esta vez
-se dijo el viejo-, si salto sobre ellos rápido, obtendré un tizón.» Así,
cuando los buitres hubieron dejado sus vestiduras de plumas y estaban
asando los gusanos, el viejo saltó sobre ellos. Los buitres se lanzaron
sobre sus vestidos de plumas, y mientras tanto, el viejo agarró un tizón;
las aves recogieron el resto de la fogata y huyeron. El viejo metió el
fuego en todos los árboles de los cuales ahora los indios lo sacan por
fricción.
4. (taulipang)
Los indios taulipang, otra tribu del Brasil septentrional, dicen que
en tiempos lejanos, cuando los hombres en general no tenían fuego,
vivía cierta vieja llamada Pelonosamo, que tenía fuego en su cuerpo y
le producía cada vez que deseaba tostar sus tortas de mandioca. Pero
los demás tenían que tostar sus tortas de mandioca al sol. Un día una
muchacha vio cómo la vieja producía fuego de su cuerpo y se lo contó
al pueblo. Así, pues, fueron a pedirle a la vieja que les diera fuego. Pero
ella se negó diciendo que no lo tenía. Entonces la tomaron y le ataron
manos y pies; y después de haber recogido mucha leña, la pusieron
junto a ella y apretaron su cuerpo con sus manos hasta que salió el fuego.
Pero el fuego se convirtió en las piedras llamadas wato, que al ser
golpeadas dan fuego.
5. (guarao)
Los indios guaramos o warrau, de la Guayana Británica, cuentan
una historia para explicar cómo el fuego está en la madera y puede
ser sacado de la misma fricción. Dicen que dos muchachos gemelos,
Makunaima y Pia, nacieron de una madre que murió justamente cuando
el nacimiento. Los niños fueron tiernamente alimentados por una vieja
llamada Nañobo, nombre de una especie de rana grande. Cuando se
hicieron mayores, los niños acostumbraban ir a la ribera en busca de
caza y pesca. Cada vez que obtenían pesca, la vieja les decía: «Deben
secar el pescado al sol y nunca en el fuego». Pero, muy curiosamente,
los mandaba siempre a recoger leña y al tiempo de regresar con ella,
encontraban el pescado muy bien cocido y listo para ellos. La verdad
es que ella acostumbraba vomitar fuego por la boca, cocer los víveres
y luego tragarse el fuego antes de que los niños regresaran, de modo
que nunca tenían un fuego ardiendo que ellos pudieran ver. Como esto
ocurriera día tras día, los niños fueron teniendo sus sospechas: no podían
comprender cómo lograba la vieja hacer fuego y, por consiguiente,
resolvieron vigilar. Así, pues, la próxima vez que se les envió a buscar
leña, uno de los mellizos se transformó en lagarto, regresó y trepó al
techo, desde donde podía ver muy bien todo lo que ocurría. Así vio a la
vieja vomitar fuego, usarlo y engullirlo de nuevo. Satisfecho con lo que
había presenciado, bajó del techo y corrió en busca de su hermano. Discutieron
el asunto cuidadosamente y decidieron matar a la vieja. Para
eso desmontaron un campo dejando en medio un lindo árbol, al que
ataron a su vieja y bondadosa madrastra. Luego, rodeando a ella y al
árbol de leños, pusieron fuego a todo. A medida que la vieja dama iba
siendo consumida por el incendio, el fuego que solía estar en su cuerpo
pasaba a los leños que la rodeaban. Esos leños eran de la madera que
los indios llaman hima-heru y de la cual todavía sacan fuego frotando
dos trozos de la misma.
6. (Jíbaro)
Los jíbaros, una tribu india del Ecuador oriental, dicen que sus antiguos
antepasados ignoraban el uso del fuego y preparaban su comida
calentando la carne en la axila, calentando yuca (raíces comestibles) en
sus quijadas y cociendo huevos al rayo del sol ardiente. El único que
tenía fuego era cierto jíbaro llamado Tacquea, que sabía cómo hacer
fuego frotando dos maderos, pero que al estar enemistado con los otros
jíbaros no les daba fuego ni les hubiera enseñado cómo hacerlo. Muchos
jíbaros vinieron volando (pues parece que en aquellos tiempos los
jíbaros eran aves) y trataron de robar el fuego de la casa de Tacquea,
pero no pudieron, porque el muy astuto de Tacquea mantenía la puerta
un poco entreabierta, y cada vez que un ave intentaba introducirse cerraba
con un portazo y la aplastaba entre la puerta y la jamba.
Finalmente, el pequeño picaflor levantóse y dijo a las otras aves:
-Iré y robaré el fuego de la casa de Tacquea.
Así, pues, se mojó las alas y se tendió en medio del camino haciendo
como que no podía volar y tiritando como de frío. La mujer de
Tacquea, volviendo de su plantación, vio al pájaro mojado y se lo llevó
a la casa para secar su plumaje empapado junto al fuego, pensando en
hacer del pájaro su falderillo. Después de poco tiempo el picaflor, habiéndose
secado un poco, trató de alzar vuelo, pero no pudo. La mujer
de Tacquea lo tomó de nuevo y lo puso junto al fuego. Como el picaflor,
por ser muy pequeño, no podía llevarse un tizón, paseó su cola por las
llamas de modo que las plumas se encendieran, y con la cola en fuego,
voló a un árbol alto de corteza muy seca que los jíbaros llaman mukuna.
La corteza del árbol, a su vez, se encendió y con un poco de la corteza
en llamas, el picaflor voló a una casa gritando a los otros:
-¡Aquí tenéis el fuego! Tomadlo pronto y llevadlo todos. Ahora podréis
cocinar bien vuestra comida; ahora no necesitáis calentarla bajo
el brazo.
Cuando Tacquea vio que el picaflor había escapado con el fuego, se
enojó y se lo reprochó a su familia, diciendo:
-¿Por qué dejaron que entrara el pájaro a robar el fuego? Ahora todo
el mundo tendrá fuego. Ustedes son los responsables del robo.
Desde entonces los jíbaros han tenido fuego y aprendieron el arte de
encenderlo frotando dos pedazos de madera de algodón.
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