Era un hombre muy pobre. Entonces, siempre que él iba a la roca,
encontraba a la Madre de Agua sentada en una piedra a la orilla del río,
con los cabellos sueltos. Un día, él fue bien despacio y la agarró por
la espalda. Después de un trabajo enorme, consiguió llevarla a casa y
se casó con ella. Pero ella le recomendó, antes de casarse, que nunca
maldijera a la gente de abajo del agua. Desde el día en que el hombre
se casó con la Madre de Agua, las cosas comenzaron a marcharle tan
bien que era de admirar. Hizo una casa de altos muy linda, tuvo muchos
esclavos, mucho ganado y muchas tierras. Al comienzo vivió en armonía
con su mujer, pero cuando ella tuvo ganas de irse, comenzó a aborrecerlo
todos los días, por todos los medios y modos. La casa estaba
25 En Brasil, Olavo Bilac recogió un mito de idéntica agresividad para con el ser
humano. En esta ocasión no persigue niños, sino hombres y mujeres. Se la denomina
«La Yara».
Es una ninfa de las aguas, tanto mujer como hombre: mujer para seducir a los hombres,
y hombre para seducir a las mujeres. Quien al desgaire se mira en el espejo del río
o de la laguna, ve a La Yara, en su radiante hermosura. Ella abre los brazos, en pérfida
invitación. La víctima es atraída y llevada al fondo de su palacio encantado, y ella la
mata en las funestas nupcias. (TV. del C.)
siempre desarreglada y sin barrer, la comida mal hecha, los niños andaban
sucios y no escuchaban sus consejos ni los criados le obedecían.
Había un desorden tal en la casa que hasta daba miedo. Todo sólo para
hacer que él se enojara. Un día el hombre no pudo aguantar más callado
aquel infierno y, enojado con tanta mortificación, dijo bien bajito:
-¡Maldigo a la gente de abajo del agua!
Al mismo instante, la moza levantóse de la silla donde estaba sentada,
y él oyó un estampido muy fuerte, «¡traco!», abriéndose un enorme
agujero en el medio de la sala. Ahí, ella se puso a cantar:
Mi gente toda,
lo que ocurrió es «de rechupete»;
vamos todos a irnos.
Y esta vez, todos los que estaban dentro de la casa, hijos, esclavos y
sirvientes, fueron arrimándose a la orilla del pozo y cayendo dentro de
él. Cuando acabó de caer aquel montón de gente, ella cantó:
¡Este dinero todo!, etcétera.
El dinero que había en la casa, monedas de oro, de plata y de cobre,
se fue cayendo al pozo: «¡Tlin!, ¡tlin!». Después cantó:
Estos bichos todos, etcétera.
Allá van los bueyes, vacas, chanchos, corderos, gallinas, todo cuanto
era animal, en fin. Ahí ella cantó:
Estos trastos todos, etcétera.
Se fueron todos los muebles, lozas, baúles y otros trastos. Por último
ella cantó:
También esta casa, etcétera.
La casa cayó al pozo y ella cayó detrás de la casa. Todo se transformó
en suelo, desapareciendo el pozo. El hombre quedó pobre, como lo
era antes.
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