viernes, 1 de marzo de 2019

La paloma y el cuervo

Hace mucho tiempo, el bodhisattva era una paloma en un nido de mimbre que el cocinero de un hombre rico había colgado en la cocina para ganar méritos con ello. Un avaricioso cuervo, que volaba cerca, vio la exquisita comida que había en la cocina y se sintió hambriento.

    «¿Cómo podría conseguirla?», pensó. Al final, ideó un plan.

    Cuando la paloma fue a buscar comida, el cuervo la siguió.

    —¿Qué quiere, señor Cuervo? Usted y yo no nos alimentamos igual.

    —Ah, ¡pero me caes bien! Déjame ser tu amigo y comeremos juntos.

    La paloma aceptó y se marcharon. El cuervo fingió que comía con ella pero, de vez en cuando, se giraba y picoteaba algún montón de estiércol para comerse un gordo gusano. Cuando se sació, levantó el vuelo y dijo con descaro:

    —Vaya, señora Paloma, ¡veo que te tomas con calma lo de la comida! Pero hay que poner el límite en alguna parte. Volvamos a casa antes de que sea demasiado tarde.

    Y eso hicieron.

    El cocinero vio que su paloma había traído un amigo y colgó otro nido para él.

    Un par de días después dejaron en la cocina un gran pedido de pescado. ¡Qué apetecible le parecía al cuervo! Así que, desde primera hora de la mañana, estuvo graznando y haciendo mucho ruido.

    —Vamos a desayunar, señor Cuervo —le dijo la paloma.

    —¡Oh, no puedo! Tengo una indigestión.

    —¡Tonterías! Los cuervos no se indigestan. Es posible si te comes la mecha de una lámpara, pero cualquier otra cosa la digieres en un periquete, tan pronto como la comes. No me parece bien que te comportes de este modo solo porque has visto un poco de pescado.

    —¿Por qué dices eso, amigo? Tengo indigestión.

    —Bueno, cuídate —le dijo la paloma, y se marchó volando.

    El cocinero preparó todos los platos y salió a la puerta de la cocina para secarse el sudor.

    «Ahora es la mía», pensó el señor Cuervo, y se posó sobre un plato que contenía una apetitosa comida. ¡Clic! El cocinero lo oyó y miró. ¡Ah! Pilló al cuervo y le arrancó las plumas de la cabeza, todas excepto un mechón; mezcló jengibre y comino con mantequilla y frotó el cuerpo del pájaro.

    —Esto por estropear la cena de mi señor. ¡He tenido que tirarla! —dijo y lanzó al cuervo a su nido. ¡Oh, cómo le dolió!

    Un poco después, la paloma regresó y vio al cuervo armando un gran alboroto. Se burló de él repitiendo estos versos:

   
 

 
   
«¿Quién es esa grulla coronada?
 ¡Sal de ahí! No debes quedarte.
 Mi amigo, el cuervo, está cerca,
 Y podría lastimarte».
   
   A esto, el cuervo respondió con otro poema:

  «No soy ninguna grulla,
  Soy un cuervo codicioso.
  No hice caso a los consejos
 Y he acabado hecho un despojo».

 Y la paloma terminó con un tercer poema:

   
  «Volverás a meterte en líos,
  Pero los platos de las personas,
  No son para mí y los míos».
   


    —No puedo seguir viviendo con esta criatura —dijo la paloma, y se marchó volando. Y el cuervo se quedó allí lamentándose hasta que murió.

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