sábado, 23 de marzo de 2019

La mujer encantada (Amazonas)

Hace mucho tiempo se produjo en la ciudad de
Chachapoyas el encantamiento de la señorita Angela Saherbeín.
Esta señorita era huérfana de padre y estaba bajo
la vigilancia de su padrastro, quien la trataba muy mal; así
vivió hasta la edad de dieciochos años.
Se cuenta que una noche, cuando estaba sentada en el
patio de su casa contemplando la Luna, se le presentó un
joven con la figura de su hermano, montado en un hermoso
caballo blanco y le dijo: «Gran placer sentiría al dar
un paseo en compañía tuya». Ella le aceptó, creyendo que
en realidad era su hermano. El joven la hizo montar en su
caballo y sin que se diera cuenta la condujo a una cueva
situada en el cerro Luya Urco. Una vez que llegaron a la
cueva el joven desapareció y ella se quedó encantada. Su
madre la echó de menos al ver que no llegaba a acostarse
y que ya era tarde; la llamó y nadie respondió. Salió a preguntar
a los vecinos, pero todos le decían que no la habían
visto. La buscó noche y día por toda la ciudad y nadie le
daba razón. La tercera noche de su desaparición, se presentó
en sueños a su madre y le dijo que no la buscara
porque ella no iba a volver, pues se encontraba encantada,
en vista de lo cual su madre se quedó en silencio y no la
buscó más. Esta señorita sale en las noches, con su farolito,
y llega a las afueras de la ciudad, dicen que en busca
de una criatura y un corderito recién nacido con el fin de
salvarse del encantamiento.
Unos gringos que llegaron a Chachapoyas haciendo
exploraciones, al tener noticia de que en esa cueva estaba
encantada una mujer y que había allí mucha riqueza, se
fueron a explorarla. El exterior de la cueva tiene un mal
aspecto, pero dicen que adentro, en el fondo, hay un lindo
camino. Los exploradores se internaron y, admirados por
el camino que encontraron, siguieron más y más hasta llegar
a un salón donde vieron a la Saberbeín sentada en un
sillón cerca de una mesa, a cuyo lado estaba un gato negro
y en su cuello una culebra verde. Los zapatos, anillos y
pulseras de la señorita iluminaban el salón. Ella se mostró
alegre y sonriente a los gringos y los llamaba, pero estos
no pudieron pasar, porque para entrar al salón se lo impedía
una laguna de agua cristalina y tranquila. Viendo que
no podían hacerlo, regresaron convencidos y asombrados
de que en verdad existía la encantada Angela Saberbeín.18

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