miércoles, 6 de marzo de 2019

La leyenda de Suinana

Muchas bajas había sufrido el valiente pueblo Pyturusu en los últimos enfrentamientos con
sus enemigos. El peligro de que la impotencia cundiera en los integrantes de la tribu era
inminente. Los jefes y sacerdotes se reunieron entonces en uno de los sitios sagrados a
deliberar sobre los pasos a seguir. El pueblo aguardaba expectante las resoluciones de sus
líderes.
Alguien debía penetrar el territorio enemigo de incógnita y traer noticias ciertas acerca de los
movimientos que preparaban para poder sorprenderlos y darles un golpe definitivo. ¿Quién
era el indicado para esa misión? ¿Sería mejor enviar a un grupo de guerreros o tan sólo a uno
de sus hombres? ¿En cuánto tiempo necesitaban tener conocimiento de esos movimientos?
Estas preguntas se hacían los integrantes del consejo de la tribu, que eran como de
costumbre los más ancianos. Ellos volcaban toda su experiencia en ayuda de la fuerza de los
jóvenes guerreros.
“Chopo debe ser nuestro enviado” dijo el cacique de la tribu. Los demás asintieron en
silencio. Chopo era era el hombre indicado. Las mujeres de la tribu lo detestaban, pero eso
no era ningún problema. El sentimiento venía impulsado por el rechazo del guerrero que no
encontraba en ellas ningún atractivo. Su fama de asceta era por todos conocida. Parecía
hecho para la guerra. Nada lo ataba. No sentía afecto por nadie más que por el ente abstracto
de su nación. Era valiente, fuerte y bien intencionado. Chopo debería infiltrarse en el campo
enemigo.
Esa fue la determinación.
Después tenderían sus trampas para atrapar y vencer al enemigo.
Fue llamado Chopo y comunicado de la tarea que los venerables le encargaban. Fue
instruido claramente de los objetivos de su misión, sobre cómo llevarla adelante sin peligro
para su vida y cómo recoger la información precisa que el pueblo Pyturusu necesitaba.
Chopo orgulloso ante la designación se preparó para su peligrosa misión y sin pérdida de
tiempo emprendió el camino. Atravesó arroyos y ríos. Sorteó cerros y planicies hasta llegar a
las tierras de sus odiados enemigos. Chopo se apostó en las altas ramas de un árbol durante
el día y al llegar la noche bajó a inspeccionar el lugar.
Algunas chozas esparcidas en un claro del monte componían el poblado. Muy cerca de allí
habían perdido la olvidable batalla que los llevara a tomar tan drásticas determinaciones. Por
ello Chopo se encontraba allí. Cuando la noche absorbió por completo los colores Chopo
bajó de su sitio de espía y se aproximó a una de las viviendas en total silencio. A través de
una hendija abierta en el adobe de la choza pudo ver una sola hamaca y en ella a una mujer.
Curioso, Chopo penetró en la choza y, primero con mucho sigilo y luego más
descaradamente, se puso a observar a la mujer que dormía plácidamente. Era una mujer
joven y dormía totalmente desnuda. Los efluvios de la feminidad que antes no habían
llamado la atención de Chopo parecían atraerle irremediablemente. Absorto el espía
contempló a la mujer toda la noche. Su blanco cuerpo atraía al guerrero.
Antes del amanecer Chopo volvió a su árbol. Trepó nuevamente a las ramas más altas y se
quedó allí viendo aquella choza en la que se había solazado en la contemplación de aquella
criatura hermosa. Chopo no atendía, muy a pesar suyo, los movimientos que había venido a
vigilar.
Al llegar nuevamente la noche, Chopo esperó que los hombres se retiraran a descansar y
cuando lo creyó prudente volvió a bajar. Llegó hasta la choza de adobe y se introdujo en ella
para volver a deleitarse en el placer de la mirada. Lo que Chopo sentía era algo nuevo.
Nunca antes había experimentado ese estremecimiento en la contemplación de una mujer.
Así, en forma invariable, el accionar de Chopo se repitió día tras día. Cuando llegó el
momento del regreso, Chopo inició su viaje con pena. Pensaba en la mujer y pensaba
también cuáles serían los informes que llevaría a su gente. Un sentimiento de culpa le
invadió y fue por ello y por su ensimismamiento que varias veces extravió el camino.
Cuando llegó a su aldea, lo aguardaban con inquietud, pero Chopo sólo pudo dar informes
imprecisos y vagos que en poco ayudaron a su tribu. El viejo mago de la tribu lo llamó
aparte y le sugirió que él sabía lo que estaba pasando en su interior. Chopo entonces confesó
la verdad de su aventura y por ello fue reprendido severamente. Pero el viejo mago que era
un profundo conocedor del alma humana comprendió la situación en la que el guerrero se
encontraba.
“Si esa mujer ocupa tu mente tan intensamente, debes ir a buscarla y retirarte a otras tierras
para vivir con ella. De lo contrario nunca tendrás paz en tu espíritu”, le dijo el mago. Chopo
se alegró de aquellas palabras. Necesitaba ese aliento y la comprensión del viejo se lo había
dado.
“No creas que te será fácil. Raptar a la mujer de tu enemigo es tan arriesgado como
enfrentarlo en inferioridad de condiciones”, dijo el mago. “Ese no es obstáculo para Chopo”,
respondió el guerrero confiado. “Te daré algo para que tu misión no fracase –continuó el
viejo– llevarás esta bolsa siempre contigo. Si llegas a encontrarte en peligro puedes usar los
talismanes que en ella encierro. Si te persiguen y quieres despistar a tus seguidores deberás
usar este huevo de urraca rompiéndolo contra el suelo. Si vuelves a encontrarte en peligro
podrás usar el segundo talismán que es el que se parece a la punta de un asta de ciervo. Pero
debes guardarte de usar el último. Este que está envuelto en este trozo de caña tiene
indicaciones severas, sólo en caso de peligro mortal podrás usarlo. Y para ello deberás
plantar esta caña en el suelo. Entonces te hallaré y romperé el hechizo. Deberás llegar a las
tierras del Ka’aguasu, sólo allí encontrarás paz. Pero recuerda los peligros del camino”.
Chopo puso la bolsa colgando de su cuello y partió en busca de aquella mujer que le había
quitado el sueño. Atravesó los mismos arroyos y ríos. Cruzó los mismos cerros y planicies
hasta llegar a aquel árbol que le sirvió tantos días de seguro refugio.
En este punto no está demás decir que Chopo era un hombre apuesto y hubo una época en
que fue muy codiciado en su propia tribu por las jóvenes más hermosas. Su apostura siempre
le había dado una soltura y seguridad envidiables. Ahora Chopo esta subido al árbol y espera
que la noche venga en su auxilio. Aún no ha visto a la mujer que le desvela, pero él sabe que
está allí. Percibe sus aromas con su fino olfato de cazador. Cuando la diosa de negro tendió
sus mantas y oscureció el cielo, Chopo bajó cuidadosamente del árbol. Con paso firme se
dirigió a la choza. Espió primero por la rendija y entró luego en la pequeña habitación. Allí
estaba la mujer radiante y hermosa. Blanca y reluciente. Desnuda. Chopo contuvo el aliento
y cubriéndole la boca suavemente para evitar cualquier grito inoportuno la despertó. Lo
primero que vió Chopo en la mirada de aquella mujer fue el miedo ante la posibilidad de ser
agredida, mas con palabras tranquilizadoras Chopo le explicó su plan y ella consintió en irse
de aquella aldea. Chopo la tomó en brazos y huyó con ella.
En su camino tuvo necesariamente que encontrar peligros que le obligaron a usar sus
talismanes. El primero, cuando una horda de salvajes se le echaba encima. Entonces Chopo
rompió el huevo de urraca contra el piso y de inmediato sus perseguidores se vieron
envueltos en una especie de ceniza azulada y muy oscura que les impidió la visión y los
desorientó. El segundo cuando unos bandidos salteadores pretendían arrebatarle a su mujer.
Entonces Chopo prendió fuego al talismán que parecía la punta de un asta de ciervo y de
inmediato una densa niebla de humo rodeó a sus enemigos. Fue en ese momento cuando el
tercer talismán, sin que Chopo se diera cuenta cayó al fuego y comenzó a quemarse. Chopo
y la mujer se abrazaron aprovechando la humareda neblinosa y entonces Chopo obtuvo de
aquella criatura que él consideraba de una belleza celestial su primer beso. Un beso
apasionado que le producía oleajes intensos en la sangre. Chopo gozaba de aquel momento
único en su vida mientras su tercer talismán ardía en el fuego.
Chopo no tuvo tiempo de darse cuenta de la extraña transformación que en aquellos dos
cuerpos unidos se estaba produciendo. Un fuerza suprema proveniente de las profundidades
de la tierra succionaba su cuerpo asentándolo en la tierra. él mismo se estaba convirtiendo en
un grueso y macizo tronco y la mujer en un ramaje ralo y escaso.
Así, unidos para toda la eternidad quedaron Chopo y su amada mujer blanca. El mago de su
tribu sintió en las lejanas tierras de los Pyturusu lo que estaba ocurriendo pero nunca pudo
ayudarlos pues Chopo no había enterrado el trocito de caña y en cambio se había consumido
en aquel fuego del primer y único beso de su vida. Transformados en el árbol que hoy se
conoce con el nombre de Chopo o Suinana cuya corteza participa en una mezcla que produce
estados de espíritu irreales al igual que el hatchís.

No hay comentarios:

Publicar un comentario