El minero que quiere hacer pacto con la Caá-Yarí espera la Semana
Santa, y si está cerca de un pueblo, entra en la iglesia y promete formalmente
que vivirá siempre en los montes, se amigará con ella, jurando
al mismo tiempo no tener trato alguno con otra mujer. Hecho este voto,
se encamina al monte, depositando en una mata de hierba un papel con
su nombre y la hora en que volverá a encontrarse con ella. El día de la
cita, el minero debe tener gran presencia de ánimo, pues la Caá-Yarí,
para probar su valor, antes de presentarse lanza sobre él víboras, sapos,
fieras y otros animales propios del monte, sin otro objeto que el de
probarlo. En recompensa a su serenidad, se aparece la Caá-Yarí, joven,
hermosa y rubia. Entonces el minero renueva sus juramentos de fidelidad
y desde aquel día, cuando va a cortar hierba, cae en dulce sueño,
durante el cual la Caá-Yarí le prepara el rairo con dieciocho a veinte
arrobas de peso, acompañándole al despertar y ayudándole a sostenerlo
por detrás, para llegar a la balanza. Como la Caá-Yarí es invisible para
todos, menos para él, se sube sobre el rairo, aumentando así su peso
al entregarlo. De esta manera la ganancia del minero es mayor, pues
trabaja a tanto la arroba. Pero ¡pobre del minero que le sea infiel con
otra mujer! La Caá-Yarí despechada, no perdona, mata. Y cuando algún
minero guapo muere por los hierbazales de cualquier enfermedad, si él
ha sido de carácter taciturno, los compañeros se susurran al oído: «Traicionó
a la Caá-Yarí. La Caá-Yarí se ha vengado».
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