La fiesta más celebrada y más solemnizada de esta tierra, y en particular
de los mexicanos y terzcucanos, fue la del ídolo llamado Huit/.
ilopuchtli, cuyas ceremonias son muy diversas y tienen mucho que
notar (...). Era tan temido y reverenciado este ídolo de toda esta nación
indiana que a él sólo llamaban todopoderoso y señor de lo criado; a éste
eran los principales y grandes sacrificios, y por consiguiente tenía el
más suntuoso templo, de grande altura y más hermoso y galán edificio,
cuyo sitio y fortaleza se ve en las ruinas que de él han quedado en medio
de esta ciudad.
La figura de este gran ídolo Huitzilopuchtli era una estatua de madera
entallada en semejanza de un hombre sentado en un escaño azul,
fundado en unas andas, y de cada esquina salía un madero con una
cabeza de sierpe al cabo. Era el escaño de color azul, con que denotaban
que estaba en el cielo sentado. Tenía este ídolo toda la frente azul,
y por encima de la nariz una venda azul que tomaba de una oreja a otra;
tenía sobre la cabeza un rico plumaje de hechura de pico de pájaro; el
pico en que estaba fijado el plumaje era de oro muy bruñido y las plumas
de pavos (?) verdes muy hermosos y muchas en cantidad. Tenía
una sábana verde con que estaba cubierto, y encima de ella, pendiente
al cuello, un delantal de ricas plumas verdes, guarnecido de oro, que
sentado en un escaño le cubría hasta los pies. Tenía en la mano izquierda
una rodela con cinco piñas de plumas blancas puestas en cruz, y al
derredor de la rodela estaban colgadas plumas amarillas a manera de
flecadura; subía por lo alto de ella un gallardete de oro y por el lugar
de las manijas salían cuatro saetas, las cuales eran insignias que decían
los mexicanos les fueron enviadas del cielo, con las cuales tuvieron las
grandes y memorables victorias que quedan referidas. Tenía este ídolo
en la mano derecha un báculo labrado a manera de culebra, todo azul y
ondeado. Estaba ceñido con una banderilla que le salía a las espaldas,
de oro muy bruñido: en las muñecas tenía unas ajorcas de oro, y en los
pies unas sandalias azules.
Este ídolo así vestido y aderezado estaba siempre puesto en un altar
alto, en una pieza pequeña muy cubierta de sábanas, de joyas, de plumas
y aderezos de oro con muchas rodelas de plumas, lo más galano y
curioso que ellos sabían y podían aderezarlo. Tenía siempre delante una
cortina por más veneración y reverencia; junto al aposento de este ídolo
había otra pieza menos aderezada, donde tenían otro ídolo que se decía
Tláloc. Estas dos piezas estaban en la cumbre del templo, y para subir
a ellas había ciento veinte escalones. Estaban estas piezas muy bien
labradas todas con figuras de talla, de las cuales hay hasta ahora por las
calles de esta ciudad: estos dos ídolos estaban siempre juntos, porque
los tenían por compañeros y de igual valor y poder; delante de sus dos
aposentos había un patio de cuarenta pies en cuadro, en medio del cual
había una piedra de hechura de pirámide, verde y puntiaguda, de altura
de cinco palmos, que echando un hombre de espaldas sobre ella le hacía
doblar el cuerpo, y en esta forma sacrificaban a los hombres sobre
esta piedra al modo que adelante diremos (...). Por dentro de la cerca de
este patio había muchos aposentos de religiosos y religiosas, sin otros
que en lo alto había para los sacerdotes y papas que al ídolo servían: era
este patio tan grande y espacioso que se juntaban a bailar en él sin estorbo
ninguno ocho o diez mil hombres en rueda, como ellos bailaban.
(...) había en medio donde estaba fundada esta ciudad cuatro calzadas
en cruz, muy anchas y bien aderezadas que la hermoseaban mucho:
estaban en estas portadas cuatro dioses, los rostros vueltos hacia las
mismas partes donde estas puertas estaban: la causa de ello dicen que
fue una disputa que tuvieron los dioses antes que el Sol fuese creado,
y fingen los antiguos que, al tiempo que los dioses quisieron crear el
Sol, tuvieron entre sí contienda, hacia qué parte sería bueno que saliese,
y queriendo cada uno que saliese a la parte donde estaba, volvían
el rostro hacia su pertenencia, pero al fin vino a vencer el de oriente,
porque le ayudó Huitzilopuchtli, y desde entonces se quedaron con las
caras vueltas así. (...) venían por los agujeros de un madero a otro unas
varas delgadas, en las cuales estaban ensartadas muchas calaveras de
hombres por las sienes; tenía cada vara veinte cabezas: llegaban estas
hileras de calaveras desde lo bajo hasta lo alto de los maderos, llena
de cabo a cabo la palizada, y tantas y tan espesas que ponían grande
admiración y grima. Eran estas cabezas de los que sacrificaban, porque
después de muertos y comida la carne, traían la calavera y entregábanla
a los ministros del templo, y ellos la ensartaban allí. Dejábanlas hasta
que de añejas se caían a pedazos, si no era cuando había tantas que las
iban renovando y quitando las más añejas, o renovaban la palizada para
que cupiesen más.
Hacíase al pie de esta palizada una ceremonia con los que habían de
ser sacrificados, y era que a todos los ponían en hilera al pie de ella con
gente de guarda que los cercaba: salía luego un sacerdote vestido con
una alba corta llena de flecos por la orla, y descendiendo de lo alto del
templo con un ídolo de masa de bledos y maíz amasado con miel, tenía
los ojos de unas cuentas verdes y los dientes de granos de maíz; venía
con toda la prisa que podía por las gradas del templo abajo, y salía por
encima de una gran piedra que estaba fijada en un alto humilladero en
medio del templo, llamábase la piedra Quauhxicalli, que quiere decir
la piedra del águila; subiendo este sacerdote por una escalerilla que
estaba al frente del humilladero y bajando por otra que estaba en otra
parte y siempre abrazado con su ídolo, subía adonde estaban los que se
habían de sacrificar, y desde un lado a otro iba mostrando aquel ídolo
en particular y diciendo: «Este es vuestro dios», y en acabando de mostrárselo
descendía por el otro lado de las gradas, y todos los que habían
de morir se iban en procesión tras de él hasta el lugar donde habían de
ser sacrificados, y allí hallaban aparejados los ministros que los habían
de sacrificar. El modo ordinario del sacrificio era abrir el pecho al que
sacrificaban, y sacándole el corazón medio vivo lo echaban a rodar por
las gradas del templo, las cuales se bañaban en sangre, y ésta era la
ordinaria ceremonia que en la fiesta de este ídolo y los demás se hacía.
Esta fiesta de Huitzilopuchtli era general en toda la tierra, porque
era un dios muy temido y reverenciado, y así unos por temor y otros
por amor no había provincia ni pueblo algunos que en la forma dicha
no celebrase la fiesta del ídolo Huitzilopuchtli con la reverencia y acatamiento
que nosotros celebramos la fiesta del santísimo sacramento, y
así lo nombraban Cohuailhuitl, que quiere decir fiesta de todos, y cada
pueblo en tal día sacrificaba los que sus capitanes y soldados habían
cautivado, y certifican que pasaban de mil los que morían aquel día. Y
para este fin de tener cautivos para los sacrificios, ordenaban las guerras
que entre México y toda la nación tlaxcalteca había, no queriendo los
mexicanos destruir y sujetar a Tlaxcala, y a Huexotzinco y a Tepeaca, y
a Calpa, Acatzinco, Quauhquechulan y Atlixco, con otros comarcanos
suyos, pudiéndolo hacer con mucha facilidad como habían sujetado a
todo lo restante de la tierra, por dos razones: la primera y principal era
decir que querían aquella gente para comida de sus dioses, «cuya carne
les era dulcísima y delicada», y la segunda para ejercitar sus valerosos
brazos, y donde fuese conocido el valor de cada uno, y así en realidad
de verdad no se hacían para otro fin las guerras sino para traer gente de
una parte y otra para sacrificar; porque nunca sacrificaban si no eran
esclavos comprados o habidos en guerra.
El modo que había para traer cautivos era que cuando se acercaba
el día de cualquier fiesta donde había de haber sacrificio, iban los
sacerdotes a los reyes, y manifestábanles cómo los dioses se morían
de hambre, que se acordasen de ellos; luego los reyes se apercibían y
avisaban unos a otros cómo los dioses pedían de comer, por tanto, que
apercibiesen sus gentes para el día señalado, enviando sus mensajeros
a las provincias contrarias para que se apercibiesen a venir a la guerra;
y así congregadas sus gentes y ordenadas sus capitanías y escuadrones,
salían al campo situado donde se juntaban los ejércitos, y toda su contienda
y batalla era prenderse unos a otros para el efecto de sacrificar,
procurando señalarse así una parte como otra en traer más cautivos para
el sacrificio, de suerte que en estas batallas más pretendían prenderse
que matarse; porque todo su fin era traer hombres vivos para dar de
comer al ídolo. Y éste era el modo y manera con que traían las víctimas
a sus dioses, las cuales acabadas salían luego todos los mancebos y
mozos del templo, aderezados como ya he dicho, puestos en orden y eñ
hileras los unos en frente de los otros, bailaban y cantaban al son de un
tambor que les tañían en loor de la solemnidad e ídolo que celebraban,
a cuyo canto todos los señores y viejos y gente principal respondían
bailando en el circuito de ellos, haciendo un hermoso corro como lo
tienen de costumbre, teniendo siempre a los mozos y mozas en medio,
a cuyo espectáculo concurría toda la ciudad.
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