miércoles, 6 de marzo de 2019

FORTUNA

Un hombre había heredado una importante fortuna. Pero la dilapidó rápidamente
para encontrarse de nuevo en una extremada penuria. Pues la fortuna es cambiante
para los herederos.
Se paseaba como un buitre entre las ruinas, sin recursos, sin vivienda. Dirigió un
día esta oración a Dios:
«¡Oh, Señor! ¡Los bienes con los que me habías colmado se han agotado
rápidamente! ¡Renueva tus favores para mí o toma mi vida!».
Porque el profeta ha dicho:
«¡El fiel es como la caña! Su canto es más fuerte cuando está vacía en su
interior».
Así, nuestro heredero pasaba los días en oración, con el rostro lleno de lágrimas.
¿Pero existe alguien que haya llamado a la puerta de la misericordia sin recibir
nada? El heredero arruinado oyó, pues, en su sueño, una voz que le decía:
«¡Deja Bagdad y trasládate a Egipto! Atenderemos a tus necesidades allí y te
harás rico. ¡Pues tus lágrimas y tus plegarias han sido aceptadas!».
Aquella misma voz le describió con precisión una ciudad, un barrio de aquella
ciudad y un lugar de aquel barrio. Dijo además:
«Ve allí y encontrarás un tesoro hecho de cosas preciosas».
Esperanzado, el heredero se trasladó, pues, a Egipto. Llegó en un estado de gran
agotamiento, al no haber comido nada desde varios días antes. Se le ocurrió la idea de
mendigar, pero se lo impidió la vergüenza. Sin embargo, al cabo de un rato, su
paciencia lo abandonó y decidió pedir limosna, una vez caída la noche, para que la
oscuridad cubriese su vergüenza. Se dijo:
»Voy a gritar el nombre de Dios y quizá la gente me dé algo de comer.
Pasó un tercio de la noche mientras que aún dudaba, preguntándose:
«¿Debo dormir con el vientre vacío o mendigar?».
Pero, de pronto, fue capturado por un guarda que hacía la ronda de noche y éste
se puso a golpearlo con un bastón. Porque sucedía que, en aquella época, la población
estaba exasperada por las fechorías de los ladrones nocturnos y el sultán había dado a
los guardas unas severas consignas:
«¡No os dejéis engañar por sus mentiras y no tengáis piedad de ellos! Si
encontráis a un hombre en la calle en plena noche, cortadle la mano, ¡aunque se trate
de un familiar vuestro!».
El heredero imploró piedad y pidió ser escuchado para que pudiese contar su
historia. Cuando lo hubo apaleado a conciencia, le dijo el guarda:
«¡Adelante! Te escucho. ¿Qué haces a estas horas en la calle? Eres extranjero.
¿Cuáles son tus intenciones? ¿Sabes que el sultán nos ha recomendado no tener
piedad con ladrones como tú?».
El heredero juró por todo lo más sagrado:
«Yo no soy un ladrón ni amigo de los ladrones. Sólo soy un pobre solitario que
viene de Bagdad».
Y contó todo: su historia, su sueño y su esperanza de encontrar un tesoro. Y de
sus ojos brotó un río de lágrimas. El guarda se conmovió ante sus palabras y le dijo:
«No pareces un ladrón. Seguramente eres un hombre honrado, pero realmente
eres demasiado estúpido. ¡Has hecho todo ese camino a causa de un sueño! Algo es
seguro: no tienes la menor pizca de inteligencia. Me ha sucedido centenares de veces
tener sueños semejantes. Una voz me decía: “Ve a Bagdad. Ve a tal barrio, a tal lugar
y encontrarás allí un tesoro”. Pero no por eso me he desplazado».
Describió al heredero el lugar que le indicaba la voz de sus sueños y el heredero
reconoció en su descripción el lugar exacto en que vivía él. Entonces exclamó:
«¡El lugar del tesoro era el lugar mismo en el que yo vivía! ¿Por qué he soportado
todos estos tormentos?».
Después, dio gracias a Dios y se dijo:
«Todas mis penas y mis tormentos me han conducido hacia el tesoro que estaba
en mi casa. ¿Qué importa que me tomen por un sabio o por un idiota? ¡He encontrado
el tesoro!».

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