miércoles, 6 de marzo de 2019

EBRIO

Un día, en el curso de una reunión, el sultán abusó de la bebida. En su estado de
embriaguez, divisó a un sabio que pasaba por allí. Dio orden a sus guardias de que se
lo trajeran y lo invitasen a beber vino. Los guardias obedecieron inmediatamente,
pero el sabio rechazó el vino que se le ofrecía, diciendo:
«¡Ignoro lo que es el vino! Prefiero el veneno a esta bebida. ¡Traedme, pues,
veneno para que yo quede liberado de vos!».
Entonces el sultán se volvió hacia uno de sus escanciadores y le dijo:
«¿Y bien? ¡No te quedes plantado ahí! ¡Muéstrame cuáles son tus recursos y
alegra a este hombre!».
El escanciador golpeó entonces al sabio tres o cuatro veces y, con amenazas,
logró hacerle beber la copa de vino. El sabio se embriagó inmediatamente y se abrió
un jardín ante él. Se puso a bromear alegremente con los que lo rodeaban. Y cada una
de sus alegrías le hacía descubrir otras.
De pronto, una necesidad urgente lo obligó a abandonar la reunión y se dirigió
apresuradamente hacia los aseos. En su camino, se cruzó con una de las sirvientas del
sultán. Era la mujer más hermosa que hubiese visto nunca. Se quedó con la boca
abierta y su cuerpo se puso a temblar. Había pasado toda su vida en castidad, pero,
bajo el imperio de la bebida, intentó besar a aquella hermosa mujer. La sirvienta se
puso a gritar e intentó en vano desembarazarse de él.
En esos momentos de excitación, la mujer se vuelve como la pasta en la mano del
panadero. Unas veces la amasa violentamente, otras está lleno de dulzura con ella. La
anima.
En resumen el sabio había olvidado, en su embriaguez, todo su ascetismo y su
dignidad. Él y la sirvienta se estremecían como aves recién degolladas. Ya no
pensaban en el sultán, en su escanciador, en la fe ni en la piedad.
No viendo regresar al sabio, el sultán se impacientó. Partió, pues, en busca suya y
se quedó pendiente de la tempestad de la que eran escenario los aseos. Se encolerizó
de tal modo que se hubiera dicho que salían centellas de su boca. Al verlo el sabio en
aquel estado, palideció como un hombre que acaba de absorber un veneno.
Advirtiendo al escanciador al lado del sultán, le dijo:
«¿Y bien? ¡No te quedes plantado ahí! ¡Muéstrame cuáles son tus recursos y
alegra a este hombre!».
Estas palabras hicieron reír al sultán y declaró:
«Tú me has ofrecido la alegría. Pues bien, ¡yo te ofrezco la vida!».

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