jueves, 7 de marzo de 2019

Espinito Timidín

LOS esposos Puerco-Espines, que vivían en el interior de un nogal
hueco el cual se encontraba caído en medio de un claro
del bosque, se hallaban muy felices. Habían tenido una magnífica
cría y, desde la puerta de su vieja casa, veían corretear a sus tres
hijitos. Espinico, llamábase el mayor; Espinica, la segunda y Espinito,
el tercero. Este era tan miedoso que los otros dos chiquillos habíanle
apodado Timidín.
—Epinito, le decían sus hermanos, ven con nosotros a buscar
hojas tiernas para el almuerzo.
—Tengo miedo de perderme, respondíales él.
—Epinito, vamos a apostar carreras detrás de los heléchos.
—No, puedo encontrarme con alguna fiera, contestaba.
Todos los días iba a beber a la laguna en compañía de su
madre y contemplaba su rostro en las aguas, como en un espejo.
—¿Por qué seré tan feo, mamá?; preguntaba. Mira estas horribles
espinas que me cubren Quisiera ser como los venados o los
pájaros, que son tan lindos.
—Hijo mío, respondíale ella, no desprecies lo que Dios te ha
dado. Las espinas son nuestro mejor tesoro, porque con ellas podemos
defendemos. No hay fiera, por brava que sea, que no buya lanzando
alaridos, si le clavamos unas cuantas flechas. En cambio, los
venados y los pájaros, tan hermosos, na tienen con qué defenderse.

LA I N U N D A C I Ó N
Una tarde en que toda- la familia roía trozos de madera fresca,
se oyó un ruido lejano. A los pocos momentos pasó, a todo correr,
una larga familia de jabalíes con caras espantadas; como si algo terrible
sucediera. Un minuto después, desfiló una bandada de loros,
batiendo las alas muy a prisa y en seguida, tres grandes osos, en loca
carrera.
¿Qué ocurriría, que hasta los bravos osos huían?
—Oye; dijo don Espino a su mujer, me parece sentir ruido
de agua.
No bien había acabado de hablar, cuando vieron avanzar
un torrente que rugía, levantando grandes olas.
Cada cual subió al árbol más cercano. Entre tanto, el agua
llegó donde estaban los esposos y los arrastró. Espinito los vio alejarse
flotando, hasta que se perdieron entre la selva y luego llamó
angustiado:
—¡Espinico, Espinaca!; mas nadie le respondió. Entonces el
pobrecillo se echó sobre una rama y lloró mucho, hasta que por fin
se quedó dormido.
S O L O
Al otro día lo despertaron las voces de las palomas. Las jóvenes
preguntaban:
—¿Cu cu, abuelitos queridos,
dónde haremos nuestros nidos?
Y los palomos viejos respondían:
—Cu cu;
en un campo llenecito
de granos al escoger
y junto a un lago clarito
donde podamos beber.
Espinito bajó del árbol y pasó sobre el barro por un tronco
que vio allí tendido. Al otro lado, el suelo estaba seco,- la inundación
no había llegado ahí. Pero, ¡qué batahola reinaba en ese sitio!
Miles de loros y papagayos gritaban, cientos de monos daban ensordecedores
chillidos; manadas de cutpes, tan gordos como sus primos,
los conejos de las ciudades, hociqueaban entre la hierba.
Mas, no bien Espinito había puesto el pie en tierra, aquellos
animales huyeron gritando:
—¡El ¡aguar!
Timidín tembló y subióse a un árbol. Desde allí vio avanzar a
la fiera enorme. Su piel amarilla con manchas negras, brillaba como
si la hubieran cepillado y sus bigotes lucían muy bien peinados. A
buen seguro que había estado arreglándose, y mirándose en las aguas
del río, antes de salir a cazar, el pretensioso. Por fortuna, pasó sin
ver a Espinito y se perdió en la espesura.
Al cabo de un rato, todos los animales salieron de sus escondites.
La mayor parte de ellos conocía a nuestro amiguito que acostumbraba
ir mucho con sus padres por ese lado. Al no verlo, don Venado
preguntó:
—¿Qué es de Espinito? ¿No vaya a habérselo comido el
¡aguar?
—¿Conoce usted a alguien que trague tanta espina? A Timidín
no se lo podrá comer nadie; se esconde porque es un cobarde,
dijo un papagayo.
En eso, la señora Ardilla gritó: ¡Aquí está!; y señaló al puerco
espin, con sus lindas rrianitas, el lado por donde se había marchado
la fiera. Baja, Espinito, no temas; añadió.
Mas Timidín permaneció en silencio, lleno de temor y de vergüenza,
con la cara escondida entre las. manos.
Las loras le gritaron;:
—¡Ja, ¡a, ja; tiene trescientas flechas para defenderse y se
muere de miedo!
—¡Ja, ja, ¡a!; rieron los demás, a grandes carcajadas.
' Sólo los venados no se mofaron de él y lo miraron con sus
hermosos ojos llenos de cariño.
A poco empezaron a cantar su cri-cri, los grillos, que son el
reloj del bosque y anuncian la hora de acostarse. En el acto, los animales
empezaron a bostezar, diéronse las buenas noches y fuese
cada cual a su casa.
EL PATO AZUL
A la mañana siguiente bajó Timidín del árbol en que había
dormido y púsose a pasear, con la cabeza baja, pensando en las
burlas que le habían hecho la víspera. De pronto, escuchó una voz
gangosa que le decía-.
—Cuac, cuac;
¡Oh Timidín, amiguíto;
mi muy querido Espinito!
[Ja, ¡a, ja! ¡Tiene trescientas flechas para defenderse,
y se muere de miedo!
—¡Hola, don Pato azul; respondió él, con un gorgorito.
Y conversaron así-.
—Cuac, cuac.
¿Dónde están tus padres?
—Los arrastró la inundación. ¡Qué solo estoy; qué miedo tan
horrible experimento!
—Cuac, cuac.
Ten coraje, ten valor.
¿Por qué has de sentir temor,
si posees trescientas flechas
muy duras y muy derechas?
—¿Y cómo debo utilizarlas?
—Cuac, cuac.
Si tú escondes la cabeza,
sin dudar y con presteza,
y caminando hacia atrás,
golpes con la cola das,
podrás vencer a cualquiera,
aunque sea una inmensa fiera.
—Cuac, cuac, adiós; añadió y emprendió el vuelo.
LA LUCHA
Entre tanto, comenzaron a llegar familias enteras de venados,
de tortugas, de violinistas y de cuanto animal había en la selva.
Cientos de mariposas amarillas como el oro, verdes como esmeraldas
y azules como el cielo, pasaban volando junto a Espinito y acariciábanle
el negro rostro.
—jAy, pensaba él, si en vez de ser tan feo y lleno de espinas
hubiera sido como estas lindas mariposas!
De pronto, las loras lanzaron un chillido:
—¡El ¡aguar!
Las mariposas y los pájaros; las ardillas, los añujes y hasta
las tortugas desaparecieron en un santiamén. ¡Ah, esos eran animales
chicos y podían esconderse en cualquier parte, pero los venados.
. .! Estaban ahí, en número nada menos que de cincuenta.
El Venado-padre gritó:
—¡Huyan los chicos primero! Así lo hicieron los pequeños,
desapareciendo entre el bosque; luego siguieron los grandes y el
padre quedóse viendo cómo escapaban todos. Cuando ya habíase
puesto a salvo el último, quiso huir, pero su cuerpo era demasiado
alto para pasar por entre las ramas que se hallaban cerca de él.
Espinito había trepado a un árbol y desde ahí vio al venado que
se hallaba preso sin poder correr. El hermoso animal tenía los ojos
enormemente abiertos por el terror, y sin dar un paso, contemplaba
a la fiera que se le aproximaba.
Espinito Timidín miró a su amigo, a aquel ser bondadoso
que jamás se había burlado de él. Un minuto más y el ¡aguar lo
devoraría.
Entonces, sin pensar en ninguna otra cosa, dio un salto y
plantóse frente al rey de la selva.
La fiera oyó un ruido, como de un objeto pesado, vio un
bulto negro que corría hacia él y escuchó que las espinas que lo cubrían
sonaban clac-clac.
Aquel jaguar era joven y jamás en su vida se había visto
frente a un puerco-espín. Contempló asombrado que aquel animalillo
tan raro se volvía de espaldas, escondía la cabeza entre las manos
y andando hacia atrás, se le acercaba más a cada instante.
—¡Qué ridículo bicho; pensó. Desafiarme a mí que soy el
rey del bosque! Y lleno de ira se lanzó sobre él.
Pero ya Espinito tenía listas, muy paradas, sus trescientas
flechas y la fiera fue a dar con la bocaza abierta en medio del lomo
mismo de Timidín, clavándose cinco espinas dentro del hocico. Entonces,
gritando de dolor, retrocedió pero, en seguida, rabioso, abalanzóse
de nuevo sobre él.
Mas, Espinito recordaba claramente las palabras del pato
azul. Entonces sintió dentro del corazón una voz que le decía: ¡Valor.
A la carga! Y batiendo la cola como un látigo retrocedió y de cada
coletazo clavó tres o cuatro espinas en el hocico, en las narices y
hasta en los ojos del ¡aguar. Este, después de recibir cinco o seis
chicotazos, refregóse la cara con las patas, para arrancarse las espinas
que se le habían clavado profundamente y luego, ciego de dolor,
huyó dando gritos que se escuchaban hasta el fin de la selva. Entre
tanto, Espinito continuaba agitando la cola en el aire, sin darse
cuenta de que su enemigo estaba ya muy lejos.
EL HÉROE
Entonces acercóse a él, el ciervo, que durante toda la lucha
había permanecido asombrado y sin moverse y le dijo con voz que
le temblaba por la emoción:
—Espinito, Espinito, ya se fue el ¡aguar lleno de púas hasta
los ojos. Lo has derrotado.
Al oír esto sacó Timidín la cabeza de entre las manos y levantó
la frente. Contempló a su amigo y sintió que la fina lengua
del venado, suave como el pétalo de una flor, lamía todo su negro
y áspero rostro. (Esta es la manera de besar de los animales, como
vosotros bien sabéis).
—¡Gracias, díjoie el ciervo, con la voz temblorosa y los ojos
llenos de lágrimas. Me has salvado la vida!
—¿Pero, estás seguro de que yo solo derroté al jaguar?; preguntó
Espinito.
—Tú y nadie más que tú. Eres el animal más valiente del
bosque.
Al escuchar estas palabras el puerco-espín se sintió el ser
más feliz de la tierra.
EL RESPETABLE DON ESPINO
En el acto, las loras que habían contemplado aquella extraña
pelea, se encargaron de repartir la noticia, cantando:
—¡Espinito Timidín venció al ¡aguar. Ja, ¡a, ¡a!
El canto llegó a oídos de los otros animales que habían visto
pasar al rey de la selva con la cara tan llena de flechas, que parecía
un alfiletero. Todos acudieron a felicitar a Espinito. No había quien
no se hallara gozoso. Nadie volvió a decirle Timidín a nuestro amigo.
Comenzaron a llamarlo: "Don Espino". Y tanto los jaguares,
los osos y las grandes serpientes, como los más pequeños gusanos,
le hacían una profunda venia, en señal de respeto, cuando lo encontraban
por el bosque.

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