sábado, 16 de marzo de 2019

El toro rey (mito maya)

La hacienda Ilchí poseía en tiempos pasados ganadería de la buena,
y sus rendimientos daban oportunidad a los dueños para ir a la bella
Europa cada año, mientras sus hijos se quedaban en buenos colegios.
Los pastos eran abundantes y el ganado se remontaba con toda libertad.
Casi siempre dejaba en la selva sus crías, que crecían salvajes y que
más tarde eran ejemplares codiciables. Por lo tanto, los dueños pagaban
bien al vaquero que las recogía.
Por aquellos lugares corría la conseja de que próximo a la finca y en
la sabana de Xcalumkín, un toro negro, con una hermosa mancha gris
en el lomo, salía todas las noches a pastar. Sabedor el amo de esto, trató
de verlo con sus propios ojos, y una noche salió con sus muchachos. No
había caminado mucho cuando allá, en un recodo del camino, sus ojos
advirtieron la presencia de un toro cuya hermosura le deslumbró.
El toro clavó en ellos su mirada, y con desprecio y sin dar tiempo a
nada, se perdió en el bosque.
«¡Pagaré bien a quien me traiga aquel toro!», dijo el amo, lleno de
codicia. Los vaqueros se aprestaron a dar caza a tan magnífico animal,
pero no lograron nada.
Pablo Pantí, mozo intrépido, pensó que durmiendo en la sabana
descubriría la guarida del animal, y así lo hizo. Había pasado algunas
horas escondido tras una roca, cuando oyó a lo lejos el ruido que producen
los pasos del ganado; volviendo la mirada hacia donde venía el
ruido, descubrió que ya tenía próximo el animal deseado. Por un instante
temió por su caballo, pero el gallardo toro pasó junto a él sin mirarlo.
Rápido como el rayo, Pantí salió de su escondite, montó en su caballo
y siguió al toro, preparó su lazo y tuvo la dicha de ver cómo el animal
entraba en una cueva. Bajó del caballo que amarró a un tronco seco
que había en la entrada de la cueva y, con su lazo en la mano, siguió
las huellas del animal. El toro corría hacia adentro y Pantí detrás; al fin
le tiró el lazo, que fue a caer en los cuernos del animal; pero éste tenía
tanta fuerza que el muchacho no pudo sujetarle y hubo de correr tras
él. A cada momento el toro le ganaba distancia y Pantí seguía apenas la
huella que dejaba la soga.
A mucho andar halló una pila de piedras que tenía en la parte de
arriba un dios, también de piedra, de cuyos ojos goteaban lágrimas que
se recogían en la pila dicha. Pantí le miró y observó que debajo había
una inscripción que no pudo leer, pero que adivinó. «No sigas... Vuelve
atrás...»
Mas no hizo caso y siguió su terca persecución. Ya agotado, con
sed y hambre y a oscuras, volvió sobre sus pasos y llegó a la boca de la
cueva a mediodía. Montó en su caballo, y a poco andar se topó con un
grupo de sus compañeros que iban en su busca, pues le creían perdido.
Refirió lo visto y todos se rieron de él; pero, como no llevaba lazo,
pensaron que algo había de verdad y concertaron ir al otro día, al caer
la tarde.
Encabezándoles Pantí, partieron para el lugar, y, al llegar a la boca
de la cueva, su asombro no tuvo límites. Colgada y enrollada magistralmente
en el tronco seco donde la noche anterior había amarrado su
caballo, se encontraba la soga que el toro se había llevado en las astas.
Todos se miraron y pensaron que juntos aclararían el misterio o descubrirían
la mentira del compañero.
Esperaron la noche... El toro se presentó, penetró en la cueva y los
vaqueros le siguieron llevando en sus manos los lazos. Así corrieron y
corrieron, pasaron la pila, tomaron agua y continuaron; la oscuridad
era tanta que hubieron de tomarse de las manos para no perderse, y
después de mucho caminar escucharon el rumor de muchas voces, y al
dar la vuelta en un recodo, sus ojos se deslumbraron viendo al frente
de ellos un magnífico mercado, donde la gente pululaba. En medio del
mercado, sobre un pedestal dorado, estaba el toro como si fuera una estatua;
la gente, al pasar delante de él, le rendía homenaje. Y para completar
el asombro, de la oscuridad salió una voz que les dijo: «Hemos
dejado que los ojos humanos se den cuenta de la riqueza del mercado
del dios Xcalumkín, mercado donde se compra el alma de las cosas.
Xcalumkín es dios de piedra que no morirá nunca y cuyo espíritu puede
tomar la forma que desee. Aquí lo tienen presente en forma de toro. Id
y decid a las generaciones presentes que Xcalumkín no ha muerto, que
su poderío está bajo la tierra; que cuando la noche llega y las estrellas
alumbran, toma vida y vuelve a tener su antiguo esplendor».
No oyeron más. Aterrados, emprendieron rápidamente el retomo.
Cuando llegaron a la hacienda, contaron al amo lo visto y éste, incrédulo,
trató de verlo por sus propios ojos.
Volvieron a recorrer la sabana, el monte..., todo... Nadie encontró
la cueva. Se había perdido, como el esplendor de Xcalumkín para los
humanos.

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