El río en que se había embarcado Francisco de Orellana por orden de Gonzalo
Pizarro, para buscar comida aguas abajo, era el Coca, afluente del Napo, tributario del
Marañón, hoy Amazonas.
Orellana contó que no había regresado al punto en que se separó de Gonzalo
Pizarro por impedírselo la fuerza de la corriente, y lo mismo certificaron, para
exculparse, los hombres de su expedición. Gonzalo Pizarro y varios cronistas lo
acusaron de traidor. Lo cierto es que los navegantes continuaron aguas abajo su viaje
hasta cubrir las tres mil millas que los separaban de la desembocadura, a donde
llegaron en agosto de 1542.
Durante su viaje, entre muchas tribus hostiles, encontraron una formada al parecer
solamente por mujeres, que actuaban con la eficacia de los más feroces guerreros.
«Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y
entrenzado y revuelto en la cabeza, y son muy membrudas y andan desnudas en
cueros, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos haciendo tanta
guerra como diez indios, y en verdad que hubo mujer de éstas que metió un palmo de
flecha por uno de los bergantines, y otras que menos, que parecían nuestros
bergantines puerco espín».
Esto cuenta Gaspar de Carvajal, un sacerdote que acompañó a los navegantes en
su viaje aguas abajo.
Orellana y sus hombres recordaron la historia de las famosas hijas de Ares, cuya
reina, Hipólita, luchó contra el mismo Hércules, y denominaron amazonas a aquellas
guerreras que les lanzaban flechas con tanta precisión desde la orilla del gran río,
sobre todo cuando un indígena del lugar les habló de aquellas mujeres, de cómo
tenían casas de piedra y caminos bien construidos, y templos muy bien adornados de
oro y de plata, dedicados a Caranaín, y que en un palacio muy rico habitaba la reina
de todas ellas, que se llamaba Coñori.
Carvajal cuenta también que durante muchas jornadas les acompañó un pájaro
prodigioso que les daba la alerta diciendo «huid» cuando había peligro cercano, y
pronunciaba la palabra «bohío» si se estaban aproximando a algún poblado.
Ya de regreso a España, Orellana consiguió que se le nombrase gobernador de
aquellos territorios cuyo gran río había recorrido, y preparó una escuadra con más de
cuatrocientos soldados, dispuesto a encontrar y someter el país de las bravas
amazonas. Sin embargo, esta vez el viaje fue muy adverso, perecieron la mayor parte
de los expedicionarios y el propio Orellana perdió la vida en una de las bocas del
enorme río. En cuanto a las amazonas, nadie ha vuelto a verlas desde entonces.
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