viernes, 1 de marzo de 2019

El príncipe y el faquir

Había una vez rey que no tenía hijos. Este rey se detuvo a descansar en la intersección de cuatro caminos para que todo aquel que pasara por allí tuviera que detenerse ante él.

    Al final llegó un faquir y le dijo al rey:

    —Amigo, ¿por qué estás ahí tumbado?

 
   

      —Faquir, han pasado por aquí un millar de hombres. Pasa tú también de largo.

      —¿Quién eres? —le preguntó el faquir.

      —Soy un rey, faquir. No me faltan bienes ni oros, pero he vivido mucho tiempo y no tengo hijos, así que he venido hasta aquí y me he tumbado en la encrucijada. Mis pecados y ofensas han sido muchos y por eso me he tumbado aquí, para que los hombres pasen sobre mí y de este modo mis pecados me sean perdonados, y Dios tenga piedad y me conceda un hijo.

      —¡Oh, rey! ¿Qué me darías si te ayudara a tener un hijo? —le preguntó el faquir.

  —Lo que me pidieras, faquir —le respondió el rey.
    

    —No necesito bienes ni dinero, pero rezaré por ti y tendrás dos hijos; uno de ellos será mío.

    Entonces sacó dos pastelillos y se los entregó al rey.

    —¡Rey! Toma estos dos pasteles y dáselos a tus esposas, a aquellas a las que más quieras.

    El rey cogió los pasteles y los guardó en su casaca.

    —Regresaré dentro de un año y de los dos hijos que hayan nacido, uno será para ti y otro para mí.

    —Estoy de acuerdo —asintió el rey.

    El faquir continuó entonces su camino y el rey regresó a casa y entregó un dulce a cada una de sus esposas. Después de un tiempo nacieron dos niños. Entonces el rey escondió a sus dos hijos en una habitación subterránea que hizo construir bajo tierra.

    Pasó algún tiempo y un día el faquir apareció.

    —¡Rey, tráeme a tu hijo!

    Pero el rey le llevó a los hijos de dos de sus esclavas y se los presentó como suyos. Mientras, los hijos del rey estaban almorzando abajo, en el sótano. Justo entonces, una hormiga hambrienta se llevó un grano de arroz de su comida. Otra hormiga más fuerte apareció y la atacó para arrebatarle el grano de arroz.

    —Hormiga, ¿por qué intentas quitármelo? Llevo mucho tiempo buscando y solo he encontrado un grano, que voy a llevar a mis hijos. Los hijos del rey están sentados en el sótano, comiendo, ¿por qué no vas y te llevas un grano de ahí? ¿Por qué tienes que quitarme el mío?

    La segunda hormiga desechó la idea de robarle el grano y se dirigió al lugar donde estaban los hijos del rey comiendo.

    —Rey, estos no son tus hijos —dijo el faquir al oír a las hormigas—. Ve y tráeme a los niños que están comiendo en el sótano.

    El rey fue a por sus hijos, de entre los que el faquir eligió al mayor y se lo llevó. Cuando llegó a casa pidió al hijo del rey que saliera a recoger estiércol para el fuego.

    Así que el hijo del rey salió, recogió estiércol y volvió a entrar.

    El faquir miró al hijo del rey, sacó una gran olla y dijo:

    —Ven aquí, pupilo.

    —El maestro primero, el pupilo después —replicó el hijo del rey.

    El faquir le dijo que se acercara de inmediato, se lo repitió una y dos veces, y cada vez el hijo del rey respondía:

    —El maestro primero, el pupilo después.

    En ese momento, el faquir se abalanzó sobre el hijo del rey, pensando en atraparlo y lanzarlo al caldero, que estaba lleno de aceite y puesto al fuego. Entonces el hijo del rey levantó al faquir, le dio un tirón y lo lanzó al caldero, donde se quemó y se convirtió en carne asada, dejando al descubierto una llave. El muchacho cogió esta llave y abrió la puerta de la casa del faquir. Resultó que había muchos hombres encerrados en su casa, y también dos caballos, dos galgos, dos simurgh15 y dos tigres. El hijo del rey soltó a todas las criaturas, que dieron gracias a Dios. A continuación, dejó libres a todos los hombres que estaban aprisionados y se llevó consigo los dos caballos, los dos tigres, los dos perros y los dos simurgh.

    Continuó su camino hasta que se topó con un hombre calvo que cuidaba terneros.

    —Amigo, ¿sabes pelear? —le gritó el hombre calvo.

    —Cuando era pequeño no se me daba mal y ahora, si alguien busca pelea, no soy tan cobarde como para darle la espalda. Venga, lucharé contigo.

    —Si te gano, serás mi esclavo —dijo el hombre calvo—. Si tú me ganas, yo seré tu esclavo.

    Así que se prepararon y comenzaron a pelear, y el hijo del rey ganó.

    —Dejaré aquí a mis animales: a mis simurgh, mis tigres, mis perros y caballos. Se quedarán aquí mientras voy a la ciudad —dijo el hijo del rey—. El tigre protegerá mis propiedades. Y, como eres mi esclavo, tú también te quedarás aquí.

    Entonces el hijo del rey se marchó a la ciudad.

    Se encontró con un agradable estanque y pensó en detenerse para bañarse, por lo que comenzó a quitarse la ropa.

    La hija del rey, que estaba sentada en el tejado de palacio, vio sus marcas reales y pensó: «Ese hombre es rey. Cuando me case, será con él y con nadie más».

    Y así se lo dijo a su padre:

    —Padre deseo casarme.

    —Muy bien —le contestó su padre, e hizo un anuncio—: Que todos los hombres importantes y ordinarios asistan hoy al salón de palacio, porque la hija del rey va a elegir a su marido.

    Todos los hombres de la región se reunieron y también lo hizo el príncipe viajero, vestido con la ropa del faquir, pues pensó: «No puedo perderme esta ceremonia». Entró en el salón y se sentó.

    La hija del rey salió al balcón y miró a los reunidos. Descubrió que el príncipe viajero había acudido vestido de faquir.

    —Toma este plato de henna y perfuma al viajero que va vestido como un faquir —dijo la princesa a su doncella.

    La doncella obedeció la orden de la princesa; se acercó al viajero y lo perfumó.

    —La doncella ha cometido un error —dijo la gente.

    —La doncella no ha cometido ningún error —contestó la princesa—, es su señora la que lo ha cometido.

    Y el rey casó a su hija con el faquir, que en realidad no era un faquir sino un príncipe. Aunque se sentía muy triste porque su hija no había elegido a ninguno de los muchos reyes y nobles que habían acudido, sino a aquel faquir, mantuvo esos pensamientos escondidos en su corazón.

    Un día, el príncipe viajero dijo:

    —Quiero salir a cazar con todos los yernos del rey.

    —¿Quién se creerá que es para convocar una cacería? No es más que un faquir —dijo la gente.

    Sin embargo, todos se prepararon para la cacería y quedaron para reunirse en cierto estanque.

    El príncipe recién casado ordenó a sus tigres y perros que mataran y le llevaran un gran número de gacelas, ciervos y marjores. De inmediato, mataron y le llevaron un gran número de presas. Después, llevándose con él el botín, el príncipe se dirigió al estanque de la reunión. Los otros príncipes, yernos del rey de aquella ciudad, ya estaban allí, pero no tenían ninguna presa mientras que el nuevo príncipe había llevado un montón. Entonces regresaron a la ciudad y se presentaron ante el rey con sus presas.

    Aquel rey no tenía hijos varones. Cuando el nuevo príncipe le dijo que en realidad él también era un príncipe, su suegro se alegró mucho, lo cogió de la mano y lo abrazó. Lo sentó a su lado y le dijo:

    —Príncipe, te agradezco que hayas venido y te hayas convertido en mi yerno. Me alegro mucho, y por ello voy a legarte mi reino.

      15 Pájaro gigante de la mitología hindú.

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