viernes, 29 de marzo de 2019

El premio de la compasión

El príncipe Meng Sun estaba de caza con algunos cortesanos. Acorralaron a una
cierva y a su cervatillo. Los cazadores iban a atraparlos cuando, en el último
momento, la madre se les escapó saltando por encima de un arroyo fangoso, y huyó
entre los matorrales. Su pequeño dudó un instante en seguirla. Impetuoso, el príncipe
brincó como un tigre sobre el cervatillo y consiguió capturarlo. Se lo confió, no sin
disimular una sonrisa de satisfacción, a Tsinn Xi Ba, uno de los miembros de su
séquito, para que lo llevara al palacio. Mientras éste le ponía al animal una cuerda al
cuello para poder tirar de él, el príncipe volvió a montar a caballo y tomó el camino
de regreso con el resto de su escolta.
Unas horas después, el príncipe hizo venir a Tsinn Xi Ba para preguntarle cómo
estaba el cervatillo y en qué parte del parque lo había puesto.
El cortesano se prosternó tres veces rostro en tierra y, sin levantar la cabeza,
contestó:
—Que Su Alteza le conceda su perdón a su miserable servidor. ¡He dejado que el
gamo se escape!
—¿Cómo es posible?
—La cierva nos siguió y, pese al peligro, vino a lamer a su pequeño. No tuve
corazón para separarlos y solté al cervatillo.
El príncipe golpeó con el puño el brazo de su asiento y, fuera de sí, exclamó:
—¡Has desobedecido mis órdenes! ¡Qué insolencia! Quedas desterrado de mis
Estados. ¡Lárgate cuanto antes!
Tres meses después, el príncipe hizo regresar a Tsinn Xi Ba del exilio para
confiarle el puesto de preceptor.
A un cortesano envidioso, que se asombraba de que recompensara así a aquel
impertinente que le había desobedecido de manera descarada, el príncipe le contestó:
—Si tuvo compasión de un cervatillo, la tendrá sin duda de mi hijo. ¿Y acaso ese
noble sentimiento no es el más preciado que se puede transmitir? Además, ¿acaso no
dijo el venerable Lao Tse: Ser sabio es conocerá los hombres, ser humano es
amarlos?…

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