sábado, 23 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL FUEGO EN MADAGASCAR

Los sakalava y los tsimihety, que habitan la Analalava, provincia
del noroeste de Madagascar, refieren la siguiente y lúcida
historia sobre las circunstancias que condujeron a que el fuego
quedara almacenado en la madera y en las piedras, de las que
debe ser sacado por fricción en un caso, y por percusión en otro.
Dicen que en otro tiempo las llamas podían encontrarse de
manera habitual por doquier, ya que el Sol las había enviado
para proteger la tierra, y eran, por así decir, los soldados del
Sol. Nada aquí abajo podía presentarles resistencia, porque
estaban muy orgullosas de su poder y eran muy crueles.
Por encima de la tierra el Trueno reinaba como señor supremo.
Durante el verano, todas las tardes retumbaba con tremendo
ruido. Las llamas se quedaban muy sorprendidas ante el
prodigioso ruido que oían venir del cielo. «¿Qué es éso?», se
decían. «Quien tal estrépito forma debe ser muy poderoso y
fuerte. No obstante, le enviaremos embajadores para declararle
la guerra».
Un embajador le fue enviado al Trueno, y éste, que era muy
orgulloso, se llenó de rabia y respondió: «Hasta ahora nunca he
provocado a nadie y a nadie he hecho daño. He hecho restallar
mis rayos y resonar mis truenos por pura diversión. Pero, puesto
que venís a retarme en el aire, que es mi dominio, acepto el
reto. Nos haremos la guerra, y será una guerra terrible».
Quedó fijada la fecha para el combate, así como el lugar. Se
trataba de una yerma meseta, situada en la cima de una montaña.
El día fijado, las llamas se reunieron en el lugar citado y se
lanzaron con tremenda violencia, arrojando torrentes de negro
humo y silbando y gritando por añadidura. El Trueno, por su
parte, no dejó de emplearse a fondo. Aunque era pleno día, sus
destellos eran relumbrantes y de todos los tonos de los colores
del arcoiris -azules, verdes y violetas-; el ruido que hacía el
Trueno era ensordecedor. Tres veces cayó el Trueno sobre las
llamas y las dispersó, sin extinguir no obstante su fuego. Por el
contrario, tal parecía que ganaran nuevos ímpetus con el contacto,
y volvían a la batalla con fuerzas renovadas. Finalmente,
ambos adversarios, exhaustos por tanto ejercicio, establecieron
una tregua y se retiraron a restañar sus heridas y reparar sus
pérdidas.
Unos pocos días más tarde la batalla recomenzó tan ferozmente
como en el anterior asalto. Las llamas quedaron diezmadas,
y el Trueno se vio reducido a un deplorable estado, aunque
no hubo aún vencedor ni vencido.
El Trueno se hallaba esta vez enojado de verdad. ¿Cómo
podía derrotar definitivamente a sus enemigos? Pensó en sus
amigas las nubes. Se reunió con ellas y les dirigió una larga
arenga, implorando ayuda. Las nubes le prometieron ayudarle.
El Trueno, a su vez, declaró la guerra a las llamas y fijó como
campo de batalla la meseta yerma donde los dos anteriores
combates habían tenido lugar.
El día fijado, grandes nubes negras empezaron a verse avanzar
desde las cuatro esquinas del cielo. El Trueno se escondió
tras ellas y de tanto en tanto hacía resonar un sordo estruendo.
Las llamas, al principio, se sintieron perplejas ante la extraña
visión de las amenazantes nubes. Pero eran valerosas, y armándose
de coraje salieron intrépidamente al encuentro. Formaban
una densa y cerrada masa en formación, en que las más bravas
se subían sobre los hombros de sus compañeras para poder
trabar combate con su aéreo enemigo. Pero el Trueno, considerando
que la prudencia es la mejor parte del valor, se contentaba
con disparar sus proyectiles desde detrás de las nubes, sin
mostrarse a cara descubierta al fuego enemigo. Por otro lado, no
bien habían llegado las nubes al lugar del cielo directamente
situado sobre las llamas, abrieron sus compuertas y dejaron
caer sobre las cabezas de sus enemigas todo el volumen de agua
que llevaban como carga.
Era el momento del sálvese quien pueda para las llamas. Su
rey fue el primero en emprender la huida, y las tropas, naturalmente
siguieron el ejemplo de su líder. Los oficiales al mando
buscaron refugio en las entrañas de los montes, y allí siguen aún
hoy, aunque a veces salen a la luz a través de las rendijas que se
han abierto en la cima de algunas montañas. Ese es el origen de
los volcanes. En cuanto a los soldados de a pie, fueron a escon
derse en cosas tales como son la madera, el hierro y el pedernal.
De ahí que se pueda extraer fuego frotando entre sí dos
palos secos; y esta es también la razón de que salten chispas
cuando se entrechocan un trozo de pedernal y un trozo de
hierro. Tal es el origen del fuego que el hombre emplea para su
uso, según los sakalava y los tsimihety.1

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