sábado, 23 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL FUEGO EN INDONESIA

Los toradja del centro de Célebes dicen que el Creador hizo
al primer hombre y a la primera mujer esculpiendo en piedra
unas figuras de aspecto humano y haciendo que el viento soplara
sobre ellas, para que así adquirieran la respiración y la vida.
También les dio fuego, pero no les enseñó cómo fabricarlo. Así
que en los primeros tiempos las gentes tenían mucho cuidado
de que el fuego no se extinguiera sobre la tierra. Un día, sin
embargo, por descuido, el fuego se apagó, y la gente no sabía ya
cómo hervir su arroz. El cielo se hallaba por entonces cerrado a
la tierra, y los hombres decidieron enviar un mensajero a pedir a
los dioses un poco de fuego. El mensajero elegido a este efecto
fue cierto insecto llamado tambooya. Cuando .llegó al cielo y
pidió el fuego a los dioses, éstos le dijeron: «T e daremos fuego;
pero debes cubrirte los ojos con tus manos, para que no veas
cómo lo hacemos». El insecto hizo tal como le habían pedido,
pero los dioses no sabían que tenía un ojo debajo de cada
hombro. Así, mientras se tapaba con las manos los ojos de la
cabeza, podía ver con los ojos de los sobacos cómo los dioses
fabricaban el fuego golpeando un trozo de pedernal con un
machete, lo que hacía saltar una chispa que se empleaba para
prender un montón de madera seca. Este fuego le fue entregado
por los dioses al insecto, quien se llevó consigo a la tierra el
secreto de cómo hacer fuego. El modo de encender el fuego
mediante hierro y pedernal sigue siendo el método habitualmente
usado por los toradja. Las piedras de pedernal suelen
encontrarse en los lechos de los ríos y en las montañas.1
La misma historia, con desdeñables variaciones, se cuenta
entre los toradja de Pana, Mamasa, y Baroopoo, en la parte
central de Célebes. En esta versión, el insecto que revela a la
humanidad el secreto del fuego recibe el nombre de dali, y
parece ser una especie de tábano. Dicen que esta criatura fue
enviada a Pooang matooa para pedirle fuego. El Señor de los
Cielos le ordenó al tábano que se cubriera los ojos con sus patas
para que no pudiera ver cómo fabricaba el fuego. El insecto
obedeció, pero con los otros ojos que, según los toradja, tiene en
los sobacos, vio cómo el Señor de los Cielos hacía fuego frotando
dos trozos de bambú. El tábano volvió a la tierra sin fuego,
pero reveló a la humanidad el secreto para prender fuego. Los
toradja de Mengkendek dicen que el primer hombre, cuyo nombre
era Pong Moola, envió un pájaro al cielo para pedir fuego. El
nombre nativo del pájaro es dena; los holandeses lo llaman
«pequeño ladrón del arroz» (rijstdiefje), nombre cuya propiedad
se verá en lo que sigue. Como recompensa por su arriesgado
servicio, el primer hombre prometió al pájaro que le permitiría
comer cuanto arroz quisiera de sus campos. El pájaro consiguió
traer exitosamente el fuego del cielo; y por ello sus descendientes
vienen cada año a recibir su recompensa comiendo el arroz
tierno de los arrozales humanos. No obstante, en Pangala, los
toradja dicen que fue un guardabúfalos llamado Maradonde
quien primero consiguió sacar fuego del bambú por frotamiento;
ésto lo hizo en una legendaria isla del mar. Por otro lado, en
todas las tierras toradja se cuenta una historia sobre la guerra
que el fuego sostuvo contra el agua. Dicen que en esa lucha el
fuego salió derrotado y tuvo que emprender la huida. Se escondió
entonces en el bambú y en cierta piedra. Cuando el primer
hombre, Pong Moola, empezó a buscar fuego, el bambú y la
piedra le dijeron: «Sácame de aquí». El hombre preguntó: «¿C ó mo
puedo hacerlo?». El bambú le dijo que él (el bambú) debía
ser frotado, y la piedra le dijo que ella (la piedra) debía ser
golpeada con un trozo de hierro para poder producir fuego.2
Los dayak del mar de Borneo dicen que tras la Gran Inundación,
en la que pereció toda la humanidad, con excepción de una
mujer, este único superviviente encontró a un perro tumbado
junto a una liana, y viendo que la raíz de la liana estaba caliente,
pensó que tal vez podía extraer fuego de ella. Tomó, pues, dos
trozos de su madera y las frotó entre sí hasta conseguir fuego.
Tal fue el origen del taladro de fuego, y tal fue la primera vez
que se produjo fuego después de la Gran Inundación.3
Los murut, que habitan en la zona montañosa del interior de
Borneo del Norte, tienen una leyenda según la cual, tras la Gran
Inundación, los únicos supervivientes fueron un muchacho y
una muchacha, hermanos entre sí, que se casaron y tuvieron por
vástago a un perro. Un día, el muchacho llevó al perro a cazar, y
dieron con una raíz kilian. El perro se llevó un trozo de raíz a
casa, la puso al sol para secarla. Entonces, le dijo al muchacho
que hiciera un agujero en medio de la raíz e insertara un palo en
dicho agujero y frotara vigorosamente con ambas manos. Mientras
esto hacía, empezaron a saltar chispas, y ese fue el origen
del fuego. Más tarde les nacieron a la pareja un niño y una niña.
Ellos les dieron una raíz kilian y los enviaron a otro país. Y así
fue ocurriendo hasta que el mundo entero quedó repoblado y
todos conocieron el uso del fuego.
Pasado un tiempo, empezaron a hartarse de este modo de
hacer fuego. El muchacho llevó al perro a cazar de nuevo.
Acamparon junto a un árbolpolur (parecido al álamo). El perro
empezó a ladrarle al árbol. Lo echaron abajo, y el perro le dijo al
muchacho que cogiera la sustancia del árbol, parecida al algodón
(lulup) y que estaba en el interior de una vaina. El perro,
luego, empezó a ladrarle al bambú, y cogieron un trozo de
bambú. Ladró luego a una piedra, y también recogieron un trozo
de la piedra. Tras esto, secaron el lulup y lo frotaron contra el
bambú con el trozo de piedra, y fue así como los murut inventaron
su actual modo de encender el fuego.4
Los kiau dusun, del norte de Borneo, dicen que dos cañas de
bambú que se rozaban movidas por el viento, acabaron produciendo
fuego. Un perro que pasaba por allí cerca, cogió una de
las cañas ardiendo y se la llevó a casa de su amo, que pronto se
incendió. El fuego achicharró unas cuantas mazorcas de maíz
que había en la casa, e hirvió unas cuantas patatas que habían
dejado a remojo. Así fue como los dusun aprendieron, no sólo a
encender el fuego, sino también a cocinar.5
Los habitantes de Nias, isla situada al oeste de Sumatra,
dicen que en los antiguos tiempos ciertos espíritus maléficos
llamados belas, que al parecer habían sido hombres en otro
tiempo, solían mantener amistosas relaciones con los humanos.
Hoy día sólo los sacerdotes pueden ver a los belas, pero en otro
tiempo eran visibles para todo el mundo. Belas y humanos se
visitaban entre sí y se prestaban fuego de manera habitual, del
mismo modo que hoy lo hace la gente de Nias entre sí; pero sólo
los belas sabían el secreto de la producción del fuego, y guardaban
este arte como un secreto para los humanos. Un día, un
humano fue a pedir fuego a la mujer de un Bela, pero sucedió
que el fuego se había apagado. De ahí que, para evitar que él
pudiera ver cómo hacía fuego, la bela le propuso cubrirse la
cabeza con un vestido. Pero el humano dijo: «Puedo ver a
través de la tela, ponme una cesta encima»; ya que sabia que
podía ver a través de los intersticios de la cesta. La bela aceptó
esta propuesta y se puso a encender el fuego. El hombre, una
yez hubo alcanzado su propósito, ya que había visto cómo prendían
el fuego los bela, se rió de la mujer bela por su simpleza. De
ahí que los bela dijeran a los humanos: «en adelante no nos
veréis más, ni vendremos nunca más a vosotros».6
Los tsuwo, una tribu de cazadores de cabezas del montañoso
interior de Formosa, cuentan cómo sus antepasados consiguieron
el fuego después de la Gran Inundación. Los supervivientes
se habían refugiado en la cima de las montañas, pero cuando las
aguas se retiraron carecían de fuego, ya que en su apresurada
huida en busca de refugio no habían tenido tiempo de llevarlo
consigo. Durante algún tiempo resintieron fuertemente los efectos
del frío, pero uno de ellos divisó una chispa parecida al
titilar de una estrella en la cima de una montaña vecina. Todos
se dijeron entre sí entonces:«¿Quién irá hasta allí a traer fuego?
». Un chivo se adelantó entonces y dijo: «Yo iré y traeré el
fuego». Y, diciendo ésto, se arrojó al agua y nadó hasta la vecina
montaña, guiado por el chisporroteo que se veía en su cima.
Pasado un rato, reapareció de entre las tinieblas, nadando con
una cuerda encendida atada a uno de sus cuernos. Pero, cuanto
más se acercaba a la orilla, menos ardía el fuego de la cuerda, y
más débilmente nadaba el chivo, hasta que finalmente se vio
desaparecer su cabeza, las aguas se cerraron sobre él, y el fuego
se esfumó. Las gentes, entonces, despacharon a un taoron con
idéntica misión, y este logró traer el fuego sano y salvo a tierra.
Tan contentos quedaron todos ante semejante éxito, que se
juntaron en torno suyo y se pusieron a acariciarlo. Esta es la
razón de que el animal tenga hoy una piel tan brillante y un
cuerpo tan pequeño.7
Los andamaneses hablan también de la dificultad que sus
antepasados experimentaron para recuperar el uso del fuego
tras la Gran Inundación, que había extinguido todos los fuegos
de la tierra, o al menos los de las Andamán. La única montaña
que durante la Inundación logró sobresalir de las aguas fue
Saddle Peak, donde el Creador, llamado Puluga, residía personalmente.
Las gentes no sabían cómo reparar la pérdida del
fuego, hasta que el espíritu de uno que había perecido bajo las
aguas se apiadó de su desamparo y, asumiendo el aspecto de
un martin pescador, voló hasta el cielo, donde descubrió al
Creador sentado junto al fuego. El pájaro cogió un tizón ardiendo
con su pico, pero el calor, el peso, o ambas cosas a la vez, le
resultaron excesivas, y el tizón se le fue a caer sobre el Creador.
Airado ante tal falta de respeto y aullando de dolor, el Creador
arrojó la brasa contra el pájaro, pero el proyectil falló en su
blanco y fue a caer oportunamente en el mismo lugar donde los
supervivientes de la Inundación se hallaban lamentando su triste
situación. Así fue como la humanidad recobró el uso del
fuego, tras la Gran Inundación.8
Este mito andamanés fue recogido por Mr. E. H. Man, quien
residió en las islas entre 1869 y 1880, consiguiendo una gran
familiaridad con los indígenas. El mismo mito ha sido recogido
posteriormente, con pequeñas variantes, por el profesor A. R.
Brown, que residió en las Andamán entre 1906 y 1908. Su
versión, obtenida de la tribu A-Pucikwar, dice así:
Cuando los antepasados vivían en Wota-emi, Bilik (el equivalente
de Puluga en la versión del señor Man) vivía en Tol-l’okotima,
al otro lado del estrecho. En aquellos días los antepasados
carecían de fuego. Bilik tomó madera de un árbol llamadoperat,
la cortó, y se hizo fuego con ella. El Martín Pescador (luratut)
vino a Tol-l’oko-tima mientras Bilik se hallaba durmiendo y le
robó el fuego. Bilik se despertó en aquel momento y vio al
Martín Pescador. Cogió entonces un tizón encendido y lo arrojó
contra el pájaro. Le acertó en la parte trasera del cuello y se la
quemó. El Martín Pescador, no obstante, le entregó el fuego
a la gente de Wota-emi. Bilik se enfureció a causa de esto y se
fue a vivir al cielo. «El martin pescador de esta historia
(¿Alcedo beavani?) tiene una mancha roja en la parte trasera
del cuello. Es ese el lugar donde Bilik le acertó con el tizón
prendido».9
En algunas versiones del mito andamanés, la paloma aparece
asociada con el martin pescador, o lo suplanta, como pájaro que
trajo el fuego a los hombres. Así, por ejemplo, traduciendo
libremente: «Fue el señor Camarón el primero que produjo el
fuego. Algunas hojas de ñame, mustias y resecas a causa del
calor, acabaron por prenderse y ardieron. El camarón hizo una
hoguera y se fue a dormir. El martin pescador le robó el fuego y
escapó con él. Hizo por su cuenta un fuego y se cocinó un poco
de pescado. Cuando se había llenado ya la tripa, se echó a
dormir. La tórtola le robó el fuego al martin pescador y escapó
con él. Lo que implica que fue la paloma la que entregó el fuego
a los antepasados de los andamaneses».10
Otra versión del mito andamanés, en el que ambos, tórtola y
martin pescador, juegan un papel, reza como sigue:
Los antepasados no tenían fuego. Bilika (el equivalente de
Puluga) tenía fuego. El martin pescador (lirtit) fue una noche y
le robó el fuego a Bilika mientras dormía.11 Bilika se despertó y
lo vio salir volando con su fuego. La diosa le lanzó entonces una
concha perlífera, que le cortó las alas y la cola. El martin
pescador cayó al agua y nadó hasta B et-’ra-kudu con el fuego, y
allí se le entregó a Tepe. Tepe le entregó el fuego a la tórtola de
alas de bronce (mite), quien se la entregó a los demás.12
En otra versión del mito el portador del fuego es la tórtola
sola, sin que el martin pescador aparezca en absoluto. Según la
historia:
Biliku tenía una piedra roja y una concha perlífera. Las golpeó
entre sí y obtuvo fuego de su entrechoque. Reunió madera e
hizo con ella una hoguera. Y se fue a dormir. La tórtola de alas
de bronce (mite) vino y le robó el fuego. E hizo un fuego para sí.
Le dio entonces fuego a todas las gentes del poblado. Y luego el
fuego se repartió por todos los poblados. Cada poblado tuvo así
su fuego propio.13
Otra versión en la que la tórtola sola es la ladrona del fuego
quedó brevemente recogida por el señor Μ. V. Portman, como
sigue:
«La señora Paloma robó un tizón encendido a Kúro-t’ ón-míka,
mientras el dios se hallaba durmiendo. Le dio el tizón al difunto
Léch, quien hizo entonces hogueras en Karát-tátak-émi».14
En otra versión del mito andamanés, el martin pescador (tiritmo)
se dice que encendió el primer fuego utilizando madera
podrida del árbol pin y golpeándola contra una roca. Habiéndose
procurado fuego de esta manera, el martin pescador dio algo
de fuego a la garza; la garza se lo dio a otra especie de pescador
llamado totemo, y este tipo de martin pescador se lo dio a todos
los demás.15
Aún hay otra versión de la leyenda andamanesa sobre el
origen del fuego, que se cuenta para explicar el brillante colorido
de cierta especie de pez. Se dice que la gente de los tiempos
antiguos no tenía fuego. Dim-dori (un pez) fue y trajo fuego del
lugar donde moran los espíritus. Volvió y arrojó el fuego entre
las gentes, con lo que los quemó a todos y los dejó marcados.
Las gentes corrieron hacia el mar y se transformaron en peces.
Dim-dori se dispuso a cazarlos con su arco y sus flechas, pero
también él se convirtió en el pez que lleva su nombre.16



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