sábado, 16 de marzo de 2019

EL IMPETUOSO CHERRUVE

Como gran novedad, los órganos informativos de nuestros días nos hablan de "platillos voladores", "ovnis" y naves aéreas de los marcianos. Los mapuches y muchísimos chilenos conocen, sin embargo, desde tiempos inmemoriales, al Cherruve, pero saben de él incomparablemente más que aquellas fuentes.
Cruza el firmamento en forma de una bola de fuego que deja una brillante estela. Cae a veces sobre la tierra y se puede transformar en una piedra: si alguien encuentra una, puede usarla para dañar o matar a un enemigo, pues basta para ello largarla de noche hacia él.
Pero desciende a veces a esta tierra también como un ser humano y vive entre nosotros. Se le reconoce fácilmente por su gran estatura y enorme fuerza. Las rocas en que se sienta se hunden bajo su peso. Cuando está iracundo, vomita fuego y humo por los ojos, la boca y las narices. Sus pisadas quedan modeladas en el terreno. Es capaz de dar grandes saltos. Aniquila a sus enemigos, dejándose caer sobre ellos para aplastarlos. Es poco inteligente, pero dispone de un ímpetu irresistible que le permite imponerse. Cuando está enojado, golpea sobre la tierra y vomita fuego.
Un Cherruve muy potente se había casado con una nube alba y hermosísima. Como era celoso, la tenía encerrada en una cueva de la montaña, donde ella se aburría terriblemente. Habría deseado escapar, pero no sabía cómo hacerlo.
Finalmente se consoló con una hija que tuvo, que era tan blanca que el Cherruve la llamó Nieves. Desde entonces la madre ya no pensaba en huir, pero le habría agradado poder salir de la lúgubre cueva para tomar un poco de aire fresco.
Un día, sin embargo, el Cherruve, al alejarse, se había olvidado de cerrar bien la cueva, quedando un pequeño intersticio abierto, por el que pudo salir la Nube, llevando a la hija en sus brazos.
Ocurrió que el Viento, enemigo declarado del Cherruve, se acercara al prado donde ambos se posaron. Cada vez que se encontraban en el aire era inevitable una reyerta entre ellos. La Nube se apresuró a refugiarse en la cueva, pero el Viento era tan rápido que la alcanzó y raptó. Mientras la madre se resistía a seguirle, se le cayó la muchachita, de modo que cuando regresó el Cherruve encontró sólo a ésta tendida en la pradera. Mirando el cielo, alcanzó a divisar al Viento arrastrando consigo a su mujer.
El Cherruve estalló en una ráfaga de rabia y golpeó la tierra con sus pesadas pisadas, haciéndola estremecerse. Como consecuencia, se abrió en la sierra vecina una gran grieta, de la que comenzó a levantarse humo y a manar una formidable corriente de lava. Los pobres indios que vivían en el valle comenzaron a huir hacia la costa para librarse de la furia del Cherruve.
Ordenó éste a un enano negro que le servía que recogiera a Nieves y la encerrara en la cueva, cuidándola bien, y que no permitiera bajo condición alguna que saliera de ella. Como recompensa, se la prometió como mujer para cuando estuviera en edad.
Desde aquel acontecimiento, la pobre Nieves no vio más la luz del día, pues sólo era visitada de vez en cuando por el padre. Y en cuanto al negro, aun cuando
le parecía extremadamente feo, le tenía mucho cariño, pues la trataba muy bien.
A veces, la Nube pasaba por encima de la montaña en qua se encontraba la cueva, siempre arrastrada .por el Viento. Llena de nostalgia, trataba de divisar a su hijita. Y como la pradera estaba siempre solitaria, comenzaba a llorar, y lloraba tanto que la gente decía que llovía. En realidad, sus lágrimas se acopiaban de tal manera que bajaban por las laderas de los cerros y alimentaban los ríos. Estos, por su parte, crecían y se salían de madre, inundando los campos vecinos. La gente huía entonces llena de espanto.
Esta situación se mantuvo durante varios años. Cada vez que el Cherruve veía a la Nube, golpeaba la tierra, gritaba y vomitaba fuego, mientras que en otras ocasiones lloraba la Nube, y sus lágrimas inundaban la tierra.
Nieves era ya grande, y todavía era cuidada en la cueva por el negro, sin poder salir de ella. Recurrió entonces a sus encantos femeninos, acariciando al negro, quien finalmente, ante tanta insistencia, accedió a permitirle salir de la cueva, pero sólo en la noche y por un breve rato, a fin de que no lo viera el Cherruve.
De este modo, mientras éste dormía, el negro la acompañó en su salida de la cueva, por supuesto lejos de la grieta de que emanaba la lava candente. Nieves aspiraba con gran deleite el aire puro de las alturas y se paseaba contentísima por las serranías. Se mostró, además, muy obediente y regresó a la cueva tan pronto lo ordenara el negro. Esta sumisión fue también la causa de que éste accediera a su ruego de volver a permitirle salir. Se hizo así en las noches siguientes, y siempre regresaban antes del amanecer, de modo que el Cherruve no se enteró de sus salidas nocturnas.
Una noche el cielo se presentó hermosísimamente estrellado, y Nieves pidió a su acompañante que cogiera uno de los astros para colocárselo como adorno en su cabello, pero éste le contestó que era demasiado pequeño para alcanzar al cielo, lo que sólo lograba hacer el Cherruve.
La Joven insistió, sin embargo, en su capricho, y le pidió que solicitara una estrella para ella al Cherruve, agregando que si no la conseguía no se casaría con él. El negro le prometió hacer lo que le fuera posible, y regresaron a la cueva.
Su acompañante estaba tan preocupado de lo que le solicitaba la joven, que se olvidó de cerrar bien la puerta de la cueva cuando salió en busca del Cherruve.
Amaneció, y por el intersticio de la puerta penetró en ésta la claridad del día. Nieves, que nunca la había contemplado, quedó tan maravillada que se levantó de inmediato y se dirigió por ,el Intersticio al encuentro de la luz. Por primera vez en su vida contemplaba también las maravillas del mundo: el cielo azul, la blancura de la cordillera nevada, los bosques de araucarias y coihues, los arroyos con plateadas aguas que bajaban a los verdes valles, en fin, se quedó encantada de tanta belleza. Ascendió por un desfiladero que conducía a la cumbre. La rodeaba un mar de flores que mecía el viento, el pájaro carpintero golpeaba en los troncos y los jilgueros entonaban su canto primaveral.
Ella subía en medio de la sombra matinal, pero veía brillar una clarísima luz en la cumbre, y hacia ella dirigió sus pasos. Se apresuró cada vez más en alcanzarla, de modo que cuando lo logró, estaba cansada, y se tendió sobre una roca para descansar.
La descubrió allá su madre, la Nube, y de inmediato se quiso dirigir a ella
para cubrirla con su cuerpo y protegerla contra el sol, que ya había subido bastante sobre el horizonte. El Viento, sin embargo, la empujó con tanta fuerza que no le fue posible lograr su propósito.
Luego la vio el Sol, que quedó embelesado de la belleza de la Joven tendida en la roca. Cambió su rumbo y bajó, para abrazarla y darle un beso. La hermosa Nieves despertó, se puso de pie, quedó deslumbrada al contemplar la radiante luminosidad de .aquél, quien se le acercaba con los brazos abiertos para apoderarse de ella. El placer fue, empero, brevísimo, pues la frágil muchacha no pudo resistir tanto calor y se deshizo.
Cuando el Cherruve y el negro regresaron a la cueva, vieron que Nieves había escapado. Una ráfaga do rabia se apoderó de aquél, y cual estrella loca, vomitando fuego y humo, giró en torno a las montañas, en busca de su amada hija. No menos afectado estaba el pobre negro, que también se dedicó, como alocado, a la búsqueda.
Ambos se encontraron arriba, en la cumbre. En la cavidad de una roca descubrieron finalmente una pequeña poza de agua, y se enteraron de inmediato que era lo único que había quedado de Nieves.
El Cherruve tomó entonces al pequeño negro en su robusta mano y lo arrojó cerro abajo, de modo que cayó sobro una gran roca, destrozándose la cabeza.

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