viernes, 1 de marzo de 2019

El ganso tonto y el tigre del bosque

Hu-lin era una pequeña esclava. Su padre la vendió cuando era poco más que un bebé y llevaba cinco años viviendo con un grupo de niños en una maltrecha casa flotante. Su amo era muy cruel y la trataba muy mal. La obligaba a mendigar por las calles junto al resto de niños que había comprado. Este tipo de vida era especialmente duro para Hu-lin. Añoraba jugar en el prado, sobre el que planeaban las enormes cometas como pájaros gigantes. Le gustaba ver los cuervos y las urracas volando de un lado a otro. Era muy divertido ver cómo construían sus nidos en los álamos altos. Pero si su señor la pillaba perdiendo el tiempo de esta manera, la golpeaba violentamente y no le daba nada de comer en todo el día. De hecho, era tan malvado y tan cruel que todos los niños lo llamaban Corazón Negro.

    Una mañana temprano, Hu-lin se sentía tan triste por el trato que recibía que decidió huir, pero ¡pobrecita!, no se había alejado más de un centenar de metros de la casa flotante cuando descubrió que Corazón Negro la seguía. La atrapó, le echó una gran bronca y le dio tal paliza que apenas podía moverse después.

    Se quedó tumbada en el suelo durante varias horas, sin mover un músculo y sollozando como si su corazón fuera a romperse.

    «¡Ah! ¡Ojalá viniera alguien a salvarme! —pensó—. ¡Qué bien viviría el resto de mis días!».

    No muy lejos del río vivía un anciano en una ruinosa choza. La única compañía que tenía era un ganso que vigilaba la puerta por la noche y que graznaba estrepitosamente si un extraño se atrevía a merodear por allí. Hu-lin y este ganso eran muy amigos; siempre que pasaba junto a la choza del anciano, la esclava se detenía para charlar con la inteligente ave. De este modo había descubierto que el propietario del ganso era un avaro que tenía una gran cantidad de dinero enterrada en el patio. Ch’ang, el ganso, tenía un cuello inusualmente largo que le permitía espiar los asuntos de su señor. Como el ave no tenía ningún familiar con el que hablar, contaba a Hu-lin todo lo que le ocurría.

    La misma mañana en la que Corazón Negro dio a Hu-lin una paliza por intentar escapar, Ch’ang hizo un asombroso descubrimiento. Su señor no era en realidad un viejo avaro, sino un joven disfrazado. Ch’ang, que tenía hambre, había entrado en la casa al amanecer para ver si quedaban algunas migas de la cena de la noche anterior. La brisa nocturna había abierto la puerta del dormitorio y allí, en lugar del anciano a quien el ganso consideraba su amo, había un hombre joven profundamente dormido. Entonces, ante sus ojos, el joven cambió de forma y volvió a ser viejo.

    Olvidándose del vacío de su estómago, el ganso, nervioso y aterrado, corrió al patio para pensar en el misterio, pero cuanto más lo meditaba, más extraño le parecía. Entonces se acordó de Hu-lin y deseó que pasara por allí para preguntarle su opinión; tenía a la esclava en gran estima y creía que ella sabría explicarle lo ocurrido.

    Ch’ang se acercó a la puerta de la propiedad. Estaba cerrada, como siempre, y no podía hacer nada más que esperar a que su señor se levantara. Dos horas después, el avaro salió al patio. Parecía de buen humor y dio a Ch’ang más comida de la habitual. Después de fumar su cigarro de la mañana, se marchó dejando la puerta delantera entreabierta.

    Aquello era precisamente lo que el ánsar había estado esperando. Salió disimuladamente a la carretera y miró en dirección al río, en cuyo embarcadero se alineaban las casas flotantes. En la orilla divisó una silueta conocida.

    —Hu-lin —la llamó al acercarse—. Despierta, tengo que contarte una cosa.

    —No estoy dormida —le respondió la niña, girando su rostro mojado por las lágrimas.

    —Vaya, ¿qué te pasa? Has estado llorando otra vez. ¿Te ha pegado el viejo Corazón Negro?

    —¡Calla! Está echando una siesta en el bote. No dejes que te oiga.

    —Aunque lo hiciera, no es probable que entendiera el idioma de los gansos —le contestó Ch’ang, sonriendo—. Sin embargo, supongo que es mejor ser precavido, así que te susurraré lo que tengo que contarte.

    Acercó el pico a la oreja de la muchacha y le contó su reciente descubrimiento. Después le pidió que le explicara qué significaba.

    Al oír aquella maravillosa historia, la niña se olvidó de su propia desgracia.

    —¿Estás totalmente seguro de que no era algún amigo del avaro que se ha quedado a pasar la noche? —le preguntó con seriedad.

    —Sí, sí, totalmente seguro, porque él no tiene amigos —contestó el ánsar—. Además, yo estaba en casa justo antes de que cerrara para la noche y no vi ni rastro de ninguna otra persona.

    —¡Entonces debe ser un silfo disfrazado! —anunció Hu-lin inteligentemente.

    —¡Un silfo! ¿Qué es eso? —preguntó Ch’ang, cada vez más emocionado.

    —Vaya, viejo ganso, ¿no sabes lo que es un silfo? —se rio Hu-lin. Para entonces había olvidado sus propios problemas y cada vez la divertía más lo que oía—. Mira —dijo en voz baja, y hablando muy despacio—, un silfo es un ser mágico que…

    Y bajó la voz hasta un susurro.

    El ganso asintió bruscamente mientras ella continuaba con su explicación y, cuando terminó, estaba mudo de asombro.

    —Si mi señor es un silfo deberías venirte conmigo —dijo el ave finalmente—, pues, si estos seres son realmente mágicos, a ti te salvaría de todos tus problemas y a mí me concedería la felicidad.


—No sé si me atreveré —respondió la niña, mirando con temor la casa flotante y la escotilla abierta de la que salían unos profundos ronquidos.

    —¡Claro que sí! —la convenció Ch’ang—. Te ha dado tal paliza que no temerá que vayas a huir pronto.

    Rápidamente fueron a casa del avaro. El corazón de Hu-lin, mientras intentaba decidir qué diría al duende, latía con fuerza. La puerta seguía parcialmente abierta y los dos amigos entraron con valentía.

    —Ven por aquí —le dijo Ch’ang—. Debe estar en el patio de atrás, trabajando en su huerto.

    Pero cuando llegaron allí, no había nadie.

    —Esto es muy raro —susurró el ánsar—. No lo entiendo, porque nunca antes se ha cansado de trabajar tan pronto. Seguramente habrá entrado a descansar.

    Hu-lin entró en la casa de puntillas, acompañada por su amigo. La puerta del dormitorio del avaro estaba abierta, pero no había nadie dentro, ni en esa habitación ni en ninguna otra de la miserable choza.

    —¡Ven! Vamos a ver en qué tipo de cama duerme —dijo Hu-lin, llena de curiosidad—. Nunca he estado en el dormitorio de un silfo. Debe ser distinto de los de la gente normal.

    —¡No, no! Es solo una cama de ladrillo, como la de todos los demás —le contestó Ch’ang mientras cruzaban el umbral.

    —¿Tiene un hogar para cuando hace frío? —preguntó Hu-lin mientras se detenía a examinar el pequeño agujero para el fuego entre los ladrillos.

    —Oh, sí, enciende el fuego cada noche. Incluso en primavera, cuando los demás han dejado de encenderlo, su cama de ladrillo permanece caliente toda la noche.

    —Bueno, eso es bastante extraño en un avaro, ¿no te parece? —dijo la chica—. Cuesta más mantener un fuego que alimentar a un hombre.

    —Sí, eso es verdad —asintió Ch’ang, acicalándose las plumas—. No lo había pensado. Es extraño, muy extraño. Hu-lin, eres una niña muy lista. ¿Cómo sabes tantas cosas?

    En aquel momento se escuchó un estrepitoso portazo y el ánsar palideció.

    —¡Por el amor de Dios! ¿Qué vamos a hacer? —le preguntó Hu-lin—. ¿Qué dirá si nos encuentra aquí?

    —Ni idea —contestó el otro, temblando—. Pero, mi querida amiguita, nos ha pillado, porque no podremos escapar sin que nos vea.

    —Sí, ¡y hoy ya me he ganado una paliza! Tan dura que no creo que pueda sobrevivir a otra —suspiró la niña mientras las lágrimas aparecían en sus ojos.

    —Tranquila, tranquila, ¡no te preocupes! Escondámonos en esa esquina oscura, detrás de las cestas —sugirió el ganso mientras los pasos de su señor se dirigían a la puerta delantera.

    Los asustados compañeros se agacharon en el suelo, intentando esconderse. Para su alivio, el avaro no entró en la habitación y pronto lo oyeron trabajando en el huerto. Pasaron todo el día escondidos, demasiado asustados para atravesar la puerta.

    —No sé qué diría si descubriera que su ganso guardián ha metido a un desconocido en casa —dijo Ch’ang.

    —Quizá pensaría que estábamos intentando robar parte del dinero que tiene escondido —contestó la niña riéndose porque, acostumbrada a su estrecha vivienda, ya casi no tenía miedo. En cualquier caso, no tanto como había creído que tendría—. Además, no puede ser tan malo como el viejo Corazón Negro.

    El día pasó y la oscuridad cayó sobre la tierra. Para entonces, la niña y el ganso se habían quedado dormidos en aquella esquina de la habitación del avaro, ajenos a todo lo que estaba ocurriendo.

    Cuando la primera luz de un nuevo día se filtró a través de la ventana cubierta de papel sobre la cama del avaro, Hu-lin despertó sobresaltada. Al principio no recordaba dónde estaba. Ch’ang la miraba con unos ojos asustados que parecían preguntar: «¿Qué significa todo esto? Es más de lo que mi cerebro de ganso puede procesar».

    Porque en la cama, en lugar del avaro, dormía un joven cuyo cabello era tan negro como el ala de un cuervo. Una suave sonrisa iluminaba su atractivo rostro, como si estuviera disfrutando de un sueño agradable. Un gemido de asombro escapó de los labios de Hu-lin antes de que pudiera contenerlo. Los ojos del dormido se abrieron instantáneamente y se clavaron en ella. La chica estaba tan asustada que no podía moverse, y el ganso tembló violentamente al ver el cambio que había sufrido su señor.

    El joven estaba incluso más sorprendido que sus visitantes y durante dos minutos no dijo nada.

    —¿Qué significa esto? —preguntó al final, mirando a Ch’ang—. ¿Qué estás haciendo en mi habitación y quién es esta niña que parece tan asustada?

    —Perdona, pero ¿qué le has hecho a mi amo? —replicó el ganso, contestando a una pregunta con otra pregunta.

    —¿Es que no soy yo tu amo, criatura boba? —replicó el hombre, riéndose—. Eres aún más tonto que esta mañana.

    —Mi señor era viejo y feo, pero tú eres joven y guapo —contestó Ch’ang con tono adulador.

    —¿Qué? —gritó el otro—. ¿Dices que sigo siendo joven?

    —Vaya que sí. Pregunta a Hu-lin si no me crees.

    El hombre se dirigió a la niña.

    —Sí, así es, señor —contestó esta en respuesta a su mirada—. Y nunca antes había visto a un hombre tan gallardo.

    —¡Por fin! ¡Por fin! —exclamó él, riéndose alegremente—. ¡Soy libre, libre, libre de todos mis problemas, aunque no sé cómo ha ocurrido!

    Se quedó pensativo un par de minutos, chasqueando sus largos dedos como si intentara resolver un problema muy difícil. Al final, una sonrisa iluminó su rostro.

    —Ch’ang, ¿cómo has llamado a tu amiga, hace un minuto?

    —Me llamo Hu-lin —respondió la niña—. Hu-lin, la esclava.

    El hombre dio una palmada.

    —¡Eso es! ¡Eso es! —exclamó—. Ahora lo entiendo; está tan claro como el día. —Entonces, notando la expresión de asombro en la cara de la niña, continuó—: Es a ti a quien debo mi libertad. Me hechizó un hada malvada; si quieres te contaré la historia de mi desdicha.

    —Por favor, amable señor —contestó ella animadamente—. Le dije a Ch’ang que eras un silfo y me gustaría saber si tenía razón.

    —Bueno, verás —comenzó—, mi padre es un hombre rico que vive en una lejana región. Cuando era niño me daba todo lo que deseaba. Yo estaba tan consentido y mimado que empecé a pensar que no había nada en el mundo que no pudiera pedir, y nada que no pudiera tener si lo deseaba.

    »Mi maestro me reñía a menudo por tener tales ideas. Me decía que había un proverbio: «Los hombres mueren para conseguir riquezas, los pájaros para conseguir comida». Él pensaba que esos hombres eran muy estúpidos. Me dijo que el dinero podía facilitar mucho la felicidad de un hombre, pero siempre terminaba diciendo que los dioses eran más poderosos que los hombres. Decía que debía tener cuidado de no enfadar a los malos espíritus. A veces me reía en su cara y le decía que era rico y que podía comprar el favor de los dioses y las hadas. El buen hombre negaba con la cabeza y decía: «Ten cuidado, muchacho, o lamentarás esas imprudentes palabras».

    »Un día paseábamos por el jardín de mi padre mientras me echaba un largo sermón de este tipo. Yo me mostré incluso más imprudente de lo habitual y le dije que las reglas que seguían los demás no tenían nada que ver conmigo.

    »—Tú siempre dices que en el pozo que hay en el jardín de mi padre habita un espíritu y que, si lo enfado saltando sobre él, me causará problemas —le dije.

    »—Sí —me contestó—, eso es exactamente lo que te he dicho, y te lo repito. Ten cuidado, joven, ten cuidado con las fanfarronadas y no incumplas la ley.

    »—¿Qué me importa a mí un espíritu que vive en la casa de mi padre? —le respondí con desdén—. No creo que haya ningún espíritu en este pozo. Y, si lo hay, no es más que otro de los esclavos de mi padre.

    »Dicho esto, y antes de que mi tutor pudiera detenerme, salté sobre la boca del pozo. Tan pronto como toqué el suelo, sentí que mi cuerpo se encogía de un modo extraño. La fuerza me abandonó en un parpadeo, mis huesos se acortaron, mi piel se volvió amarillenta y arrugada. Miré mi cabello y descubrí que se había vuelto de repente escaso y blanco. Me había transformado en un anciano.

    »Mi maestro me miró, aturdido, y cuando le pregunté qué significaba aquello mi voz sonó tan aguda como la de mi infancia.

    »—¡Pobre pupilo mío! —me contestó—. Ahora creerás lo que te dije. El espíritu del pozo se ha enfadado por tu descaro y te ha castigado. Te han dicho un centenar de veces que no debes saltar sobre los pozos, y aun así lo has hecho.

    »—Pero ¿no hay nada que pueda hacer? —sollocé—. ¿No hay ningún modo de recuperar mi juventud perdida?

    »Él me miró y negó con la cabeza.

    »Cuando mi padre descubrió mi lamentable estado, se preo­cupó mucho. Hizo todo lo posible por encontrar algún modo de ayudarme a recuperar mi juventud. Quemó incienso en una docena de templos y ofreció oraciones a distintos dioses. Yo era su único hijo y él no podía estar más contento conmigo. Al final, después de probarlo todo, mi respetable maestro pensó en consultar a un adivino que se había hecho famoso en la ciudad. Después de preguntar las razones que habían conducido a mi triste situación, el astuto hombre dijo que el espíritu del pozo me había convertido en un avaro como castigo. Dijo que solo recuperaría mi estado natural mientras durmiera y que, si alguien entraba en mi habitación o llegaba a ver mi rostro, volvería a convertirme de inmediato en un anciano.

    —¡Yo te vi ayer por la mañana! —exclamó el ganso—. Eras joven y guapo y de repente te convertiste de nuevo en un viejo.

    —Continuando con mi historia —dijo el joven—, el adivino anunció que solo había una posibilidad de recuperación, una muy pequeña. Si en algún momento, mientras estuviera en mi forma real, es decir, como me veis ahora, un ganso tonto entraba conduciendo a un tigre del bosque recién liberado, el hechizo se rompería y el espíritu maligno perdería el control sobre mí. Cuando comunicaron a mi padre la respuesta del adivino todos perdimos la esperanza, porque nadie comprendía el significado de tan absurdo acertijo.

    »Aquella noche abandoné mi ciudad natal, decidido a no deshonrar a mi gente viviendo con ella. Llegué a este lugar, compré esta casa con un dinero que mi padre me había dado y de inmediato empecé a vivir como un avaro. Nada satisfacía mi ansia de dinero. Era lo único que me importaba. He estado guardando dinero cinco años, durante los que he matado de hambre mi cuerpo y mi alma.

    »Poco después de mi llegada recordé el acertijo del adivino y decidí servirme de un ganso como guarda nocturno en lugar de un perro. De este modo, empezaría a descifrar el acertijo.

    —Pero yo no soy un ganso tonto —siseó el ave muy enfadado—. De no ser por mí todavía seguirías siendo un arrugado avaro.

    —Totalmente cierto, querido Ch’ang, totalmente cierto —asintió el joven con dulzura—. Tú no eres tonto, por eso te puse Ch’ang, que significa «bobo», para convertirte de ese modo en un ganso tonto.

    —Oh, entiendo —dijeron Hu-lin y Ch’ang a la vez—. ¡Qué inteligente!

    —Así que, como veis, tenía parte de mi remedio en el patio trasero. Pero, por muchas vueltas que le di, no se me ocurría ningún modo de conseguir que Ch’ang condujera a un tigre del bosque hasta mi habitación mientras yo dormía. Parecía absurdo, así que me rendí y dejé de pensar en ello. Hoy, por casualidad, ha ocurrido de verdad.

    —Entonces yo soy el tigre del bosque, ¿verdad? —se rio Hu-lin.

    —Así es. Efectivamente, querida niña; un hermoso tigre del bosque, porque Hu significa «tigre» y Li, «bosque». Además, me has dicho que eres esclava. Por tanto, Ch’ang te liberó de tu esclavitud.

    —Oh, ¡estoy tan contenta! —exclamó Hu-lin, olvidando su pobreza—. Es estupendo que no tengas que volver a ser un horrible y viejo avaro.

    Justo en aquel momento llamaron con fuerza a la puerta delantera.

    —¿Quién podría estar llamando de ese modo? —preguntó el joven, asombrado.

    —¡Ay de mí! Debe ser Corazón Negro, mi amo —se lamentó Hu-lin, y empezó a llorar.

    —No tengas miedo —dijo el joven, acariciando consoladoramente la cabeza de la niña—. Me has salvado y yo haré lo mismo por ti. Si ese Corazón Negro no acepta un trato justo, se llevará un ojo morado como recuerdo de su visita.

    El agradecido joven no tardó demasiado en comprar la libertad de Hu-lin, sobre todo después de ofrecer tanto por su libertad como su amo había esperado conseguir cuando tuviera catorce o quince años.

    Cuando contó a Hu-lin el trato que había hecho, la niña se volvió loca de alegría. Se arrodilló ante su nuevo señor y rozó el suelo con la cabeza nueve veces. Cuando se levantó, exclamó:

    —Oh, qué feliz soy, porque ahora estaré contigo para siempre y el buen Ch’ang será mi compañero de juegos.

    —Sí, por supuesto —le aseguró—, y cuando seas un poco mayor te convertiré en mi esposa. Ahora vendrás conmigo a la casa de mi padre y te convertirás en mi prometida.

    —¿Y nunca más tendré que mendigar migajas en la calle? —le preguntó la niña, con los ojos llenos de asombro.

    —¡No! ¡Jamás! —le respondió él, riéndose—. Y tampoco habrás de temer que alguien te maltrate.

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