viernes, 1 de marzo de 2019

El corderito

Había una vez un corderito muy pequeño que se divertía enormemente brincando sobre sus tambaleantes patitas.

    Un día salió a visitar a su abuelita, y estaba saltando alegremente al pensar en todas las cosas buenas que le daría, cuando se encontró con un chacal que miró tan tierno bocadito y dijo:

   
     

      —¡Corderito! ¡Corderito! ¡Voy a comerte!

      Pero el corderito dio un saltito y dijo:

      —Deja que vaya a casa de la abuela,

      »Pues allí me pondré gordito;

      »Ahora no te cabría en una muela.

      Al chacal le pareció razonable, así que dejó que se marchara.
   

    Poco después, el corderito se encontró con un buitre, y el buitre, mirando con avidez el tierno bocadito que tenía delante, dijo:


—¡Corderito! ¡Corderito! ¡Voy a comerte!

      Pero el corderito dio un saltito y dijo:

      —Deja que vaya a casa de la abuela,

      »Pues allí me pondré gordito;

      »Ahora no te cabría en una muela.

      Al buitre le pareció razonable, así que dejó que se marchara.
   

    Y poco después, el corderito se encontró a un tigre, y después a un lobo, y después a un águila, y todos ellos, cuando vieron aquel tierno bocadito, dijeron:

    —¡Corderito! ¡Corderito! ¡Voy a comerte! 

    Pero a todos ellos le contestó, dando un brinco:

    —Deja que vaya a casa de la abuela,

    »Pues allí me pondré gordito;

    »Ahora no te cabría en una muela.

    Por fin llegó a casa de su abuelita y le dijo, con gran premura:

    —Querida abuelita, he prometido que me pondría muy gordo, así que, como debemos mantener nuestras promesas, por favor, méteme inmediatamente en la tinaja del grano.

    Entonces la abuelita le dijo que era un buen chico y lo metió en la tinaja del grano, donde el corderito glotón se quedó durante siete días, y comió, y comió, y comió, hasta que apenas pudo caminar y su abuelita le dijo que había engordado suficiente y que debía volver a casa. Pero el astuto corderito dijo que eso no podía ser, porque estaba tan gordito y tierno que seguro que algún animal se lo comería en el camino de vuelta.

    —Te diré qué vamos a hacer —dijo el corderito—. Haz un pequeño tambor con la piel de mi hermano pequeño, el que murió, y después yo me meteré dentro y rodaré hasta casa.

    Así que su abuelita hizo un pequeño tamboril con la piel de su hermano, con la lana por dentro, y el corderito se acurrucó en el interior y se marchó rodando alegremente. Pronto se encontró con el águila, que gritó:

   
     

      —¡Tamboril! ¡Tamboril! ¿Has visto al corderito?   

      Y el corderito, acurrucado en el cálido interior, respondió:

      —Se cayó al fuego; escucha a este pequeño tamboril. ¡Tararín Tuntún!

      —Vaya, ¡qué mala suerte! —suspiró el águila, recordando con pesar el tierno bocadito que había dejado escapar.
   

    Mientras tanto el corderito se marchó rodando entre risas y cantando:

    —¡Tararín Tuntún! ¡Tararín Tuntún!

    Todos los animales y aves con los que se encontraba le hacían la misma pregunta:

    —¡Tamboril! ¡Tamboril! ¿Has visto al corderito?

    Y a todos ellos, el pequeño bribón contestaba:

    — Se cayó al fuego; escucha a este pequeño tamboril. ¡Tararín Tuntún! ¡Tararín Tuntún! ¡Tararín Tuntún!

    Y todos suspiraban al recordar al tierno bocadito que habían dejado escapar.

    Al final, el chacal llegó rengueando, con ojos afilados como agujas, y le gritó:

    —¡Tamboril! ¡Tamboril! ¿Has visto al corderito?

    Y el corderito, acurrucado en el pequeño tambor, contestó alegremente:

    — Se cayó al fuego; escucha a este pequeño tamboril. ¡Tararín…!

    Pero no pudo decir nada más, porque el chacal reconoció su voz de inmediato.

    —¡Vaya! Estás ahí dentro, ¿verdad? ¡Sal de ahí!

    Con lo cual rasgó el tamboril y se tragó al corderito.

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