sábado, 16 de marzo de 2019

El alux cautivo (mito maya)

Yo fui alojada en la casa de un indígena de nombre Emeterio Chan,
que tenía tres hijas, buenas mozas, las que con su charla me hicieron
pasar un buen rato. Una de ellas me pidió un espejo que llevaba, y se
lo di; a la otra le regalé un collar de cuentas azules, y a la última, un
listón rojo. En recompensa recibí un cauxak (cesto) lleno de boniatos o
camotes. Muy de mañana, uno de los indios ricos del pueblo me invitó
a desayunarme con atole de maíz y tamales de gallina envueltos en
hojas de plátano.
Las mozas indias me comunicaron cuán próximas estaban las ruinas
de Dzibinocac, de las que ya tenía noticias, y después del desayuno,
cuando los rayos del Sol no calentaban aún, marchamos a verlas. Poco
después dejábamos el poblado, de tejados cónicos, para perdemos en
la maleza.
Aquí y allá asomaban entre los corpulentos árboles las cabezas de
las gigantes moles de templos y palacios, reliquias de una gran civilización.
(...)
Yo pensaba con admiración en los muchos hombres sabios que agotan
su vida tratando de descubrir la misteriosa verdad plasmada en la
piedra, de muros como de filigrana, ídolos e inscripciones enigmáticas,
y que tal vez de noche, cuando todo entra en calma, reviven y cobran
una vida extraña. Acompañados de Emeterio caminamos, un poco,
mientras admirábamos las majestuosas ruinas. De pronto Emeterio se
detuvo y nos dijo:
-¿Ven eso que verdea al lado del poniente? Es mi milpa; está muy
bien y rendirá bastante.
-¿Cómo lo sabe? -le pregunté.
-Porque está «curada» -me respondió.
-¿Cómo curada?
-Sí, curada.
-¿Y cómo la curó? A ver, cuénteme -y sentados sobre una piedra
grande, labrada, que había caído en un muro, Emeterio comenzó su
narración:
-Siendo éste un terreno muy bueno para milpa, sembraba y sembraba
y siempre perdía la cosecha; entonces consulté con un men
(enfunden)), el que me dijo que en la milpa había un kakás alux (un
«lux mulo), y que irutara de darle caza, como lo hice. Una buena mañana
el hechicero se trasladó conmigo a la milpa; en el centro de ella
rezó una oración y regó la tierra con un brebaje que llevaba; me dio
otro en un chu (calabazo) y me dijo que llenara otro con vinagre y sal
y un tercero con orines; que con esa santiguada que le había hecho
a la milpa, el kakás alux no se aproximaría, que se llenaría de rabia
y comenzaría a tirar piedras y a hacer ruido; que yo siguiera el ruido
y que en el lugar en que se perdiera, arrojara el contenido de los tres
chúes. Que inmediatamente tapara el lugar con leña y le prendiera fuego.
Que en el acto me alejara del lugar y procurase no mirar al fuego,
y que cerrando los ojos, pidiera a los dioses perdón por lo que había
hecho.
»-Toma -y me dio un hueso largo de la pata de un zopilote-, Al
amanecer vas al lugar donde se refugió el alux malo, y trata de introducir
este hueso largo en ese lugar que seguramente será un hueco; si
sientes frío al tocar algo, retírate; si no, mete la mano y saca lo que haya
dentro. Guarda lo que encuentres y no te separes de ello nunca. Será tu
talismán.
»Hice lo que el brujo me aconsejó, y a la mañana siguiente fui por
el lugar donde había prendido el fuego; la leña estaba sin encender, y
en el hueco donde había regado los líquidos introduje el hueso; en un
principio no toqué nada; mas luego sentí una cosa que se movía, pero
no experimenté nada de frío. Entonces metí la mano y saqué algo.
-¿Qué sacó? -pregunté con impaciencia.
-Un alux... un alux muerto.
-¿Cómo es? ¿Lo tiene usted? ¿Me lo enseñará?
Viendo que Chan callaba, le conté que yo creía en los aluxes, le narré
la historia de éstos y le dije con dolor que les había visto.
-Esta es mi casa y se lo enseñaré -me dijo-. Hoy sólo es un chichan
tunich alux (un alux de piedra chiquito). Pero es mi talismán y no
me separaré de él nunca. Desde ese día mis siembras son bellas y mis
cosechas magníficas; tengo casa, carro, muías y maíz, todo se lo debo
a él porque le tengo cautivo. Cada año le hago su hanlicol (comida de
milpa) y le enciendo velas.
Recorrimos infinidad de montículos, y ya el Sol había pasado de
medio cielo cuando retomamos.
Con el misterio del indio y cuando descansaba en una hamaca y
estaba sola en la habitación, entró Emeterio, abrió su cofre y del fondo
de él sacó un bulto de franela roja. Al desenvolverlo hizo que m# tipRfl
los ojos y la nariz.
-Abra los ojos -me ordenó. Y al hacerlo así vi que sostenía entre
sus manos un magnífico ídolo gris. Su rostro tenía una expresión de
serenidad y llevaba un collar de cuentas de piedras; lucía una especie
de huipil y sus brazos caían rígidamente a los lados del cuerpo. El pelo
estaba recortado sobre la frente y encuadraba el rostro, el cual llevaba
como adorno una cinta que ataba a los cabellos.
El indio tenía el ídolo envuelto entre hierbas, como ruda, albahaca,
etcétera, las que sirven a los hechiceros para hacer sus brujerías.
La codicia me invadió y ofrecí a Emeterio mucho dinero por el ídolo;
pero él me dijo:
-No, señorita. No. Éste es mi talismán. No puedo separarme de él.
Cuando sienta que vaya a morir, lo devolveré a la madre tierra y a sus
campos; ellos le darán nueva vida...

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