sábado, 16 de marzo de 2019

Curupí, amante

Una mujer se halló sola de noche y perdida en el bosque. Rompió a
llorar. Atraído por sus llantos, apareció Curupí. Le preguntó:
-¿Por qué lloras, linda muchacha?
Ésta se hincó ante él, suplicante:
-¡No me devores, Curupí! Soy viuda. No tengo más que a mi madre
vieja. Si yo muero, ella morirá de hambre.
-Ven a mi casa -respondió Curupí-. Te juro que no te haré ningún
mal.
La mujer aceptó. A la mañana siguiente, en la puerta del albergue
de Curupí, halló un gran canasto con tapires, ciervos, pecaríes, agutíes
y tayasú güirás.
Después Curupí la acompañó hasta la salida del bosque, la despidió
besándole la mano, y le dijo:
-No temas por tu madre. Cada vez que necesites comida, búscame en
la selva. No tienes más que tocar esta flauta -y le dio una flauta rústica.
La mujer se dirigió a su choza, contenta, pero al llegar la vio habitada
por otras gentes.
-¿Y mi madre? -preguntó.
-¿Y tu madre? -le respondieron-. Tú la abandonaste y se murió de
hambre.
-Pero si yo he estado sólo una noche fuera de casa.
-¡Qué dices! ¿Una noche? Hace un año que saliste. ¿Dónde has estado?
Seguramente con Curupí, mírate los pies.
Y la mujer vio que tenía ella también los pies para atrás, como
Curupí.
Desesperada, echó a correr hacia el bosque...
No se volvió a saber más de ella.

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