mostraron los primeros signos de decadencia del Imperio romano. Aunque en el año
313 el emperador Constantino adoptó el cristianismo como religión oficial del
Imperio, hasta entonces los cristianos habían sufrido con diferente intensidad en el
tiempo las persecuciones del poder.
La sociedad romana estaba fuertemente estratificada, en el ámbito familiar el
hombre era el pater familias o cabeza de familia y tenía potestad legal sobre la mujer.
El cristianismo ofrecía a la mujer romana la oportunidad de considerarse una persona
independiente desarrollando una autoestima que le otorgaba una potencialidad
espiritual igual a la de los hombres para conseguir la perfección moral.
Paralelamente, los cristianos vivían en una atmósfera hostil por la negativa a sumarse
a determinadas prácticas públicas vinculadas al culto idolátrico de la figura del
emperador y los dioses romanos.
La historia del martirio de Santa Eulalia de Barcelona fue escrita bastante tiempo
después de su muerte. El primero en hablar de su vida fue el poeta hispano Aurelius
Prudentius, que escribió hacia 405 el Peristephanon o Libro de las coronas, dedicado
a la vida de los mártires cristianos. Otro vestigio de su culto lo encontramos en un
texto zaragozano del siglo VI titulado Passio de communi, que narraba las sangrientas
acciones del gobernador Daciano persiguiendo a los cristianos en Hispania durante el
siglo IV. Estos datos hacen suponer que el culto a Santa Eulalia de Barcelona podría
remontarse al siglo IV, poco después de su muerte, pero aún no hay pruebas
definitivas de ello.
La recuperación del culto a los mártires iniciado en 633 con el IV Concilio de
Toledo, favoreció que el culto a Santa Eulalia de Barcelona viviera su edad de oro. El
obispo de Barcelona, Quirico, que ejerció aproximadamente entre 656 y 666, empezó
a recoger en sus obras litúrgicas la tradición oral y compuso un himno y una misa
alimentando un movimiento de devoción a la mártir. Más adelante, la dominación
musulmana de la ciudad (715-801) y la presencia carolingia en el siglo IX supusieron
un duro golpe al culto de la santa barcelonesa, que casi desapareció.
Bajo el mandato de los emperadores Diocleciano y Maximiano, empezó una
nueva persecución contra los cristianos que obtuvo cobertura legal con la aprobación
de cuatro edictos entre febrero de 303 y febrero de 304. El último de ellos obligaba a
todos los cristianos a hacer sacrificios a los dioses, y su incumplimiento era castigado
con la pena de muerte. Daciano era el brazo ejecutor de los edictos de los
emperadores Diocleciano y Maximiliano para erradicar las comunidades cristianas de
Hispania. Al entrar en Barcino (la actual Barcelona), dio órdenes de buscar a todos
los cristianos para obligarles a cumplir los edictos imperiales. Los presos eran
torturados para conseguir que renegaran de su fe y, de mantenerse firmes en sus
creencias, podían ver confiscados sus bienes, ser condenados a trabajos forzados o en
el peor de los casos condenados a muerte. A continuación contamos la leyenda del
martirio de Santa Eulalia de Barcelona tal y como la conocía la tradición cristiana del
siglo VII.
Eulalia había nacido en una finca rústica cerca de la ciudad de Barcino a finales
del siglo III, en el seno de una familia de noble linaje, y fue educada en la religión
cristiana. En el año 304 sus padres intentaron protegerla de la persecución de
Daciano, pero un día Eulalia tomó el camino de Barcino y al llegar al foro de la
ciudad se encaró con el gobernador diciéndole:
Juez perverso, ¿por qué te atreves a derramar tan injustamente la sangre de
los cristianos y obligarlos a que adoren falsas deidades? Uno es solo y
verdadero Dios omnipotente, creador y señor de todas las cosas y a quien el
emperador Diocleciano, Maximiliano, tú y todos los hombres tenéis
obligación de adorar.
El gobernador, sorprendido, le respondió: «¿Y quién eres tú, que hollando la
majestad imperial y el respeto debido a sus ministros, te atreves a proferir en público
tales palabras?». A lo que Eulalia replicó: «Yo soy Eulalia, sirvienta de Jesucristo,
hijo de Dios padre y de la Virgen María, único rey de reyes y señor de señores, a
quien debe adorarse como Dios y no a los impostores ídolos».
Tras esta confesión de fe, la joven fue detenida y azotada sin compasión, y al ver
que no renegaba de sus convicciones Daciano ordenó que sufriera tantas torturas
como años tenía, un total de trece.
Relieve del martirio de Santa Eulalia, obra de 1519 del escultor renacentista español Bartolomé Ordóñez ubicada
en el trascoro de la catedral de Barcelona. A principios del siglo IV, la persecución del cristianismo, llevada a
cabo por los emperadores Diocleciano y Maximiano, golpeó con dureza algunas provincias de Hispania
aportando nuevos mártires como Emeterio y Celedonio en Calagurris (Calahorra), Justa y Rufina en Hispalis
(Sevilla), Félix en Gerunda (Girona) o Cucufate en la misma Barcino (Barcelona).
La joven cristiana, que tenía asumidas las consecuencias de sus actos y sabía el
precio que tenía que pagar por mantener sus creencias, fue sometida a diferentes
torturas que sufrió sin dejar de manifestar su fe en Jesús: la estiraron con un potro, le
desgarraron las carnes con ganchos, le arrancaron las uñas, le quemaron los senos con
antorchas, la tiraron por una calle cuesta bajo dentro de un tonel lleno de vidrios
rotos, le introdujeron por la nariz vinagre mezclado con mostaza, le quemaron los
ojos con cirios encendidos, sobre su cuerpo llagado untaron aceite hirviendo y lo
revolcaron sobre cal viva, derramaron sobre el cuerpo plomo fundido… Finalmente,
la clavaron en una cruz en forma de X hasta ser devorada por las aves de rapiña. Tras
su muerte, una gran nevada cubrió la ciudad de Barcino, sus habitantes creyeron que
sucedió para proteger el cuerpo de la mártir, y los guardias encargados de su
vigilancia abandonaron sus puestos atemorizados. Los hechos causaron gran
expectación en la ciudad y alrededores, y al tercer día de estar clavada en la cruz un
grupo de cristianos la descolgó y embalsamó su cuerpo para enterrarlo en la iglesia de
Santa María de las Arenas, actualmente la catedral barcelonesa de Santa María del
Mar. El relato del hallazgo en octubre de 877 y el posterior traslado de las reliquias de
Santa Eulalia al interior de la ciudad de Barcelona lo conocemos gracias a tres
manuscritos de los siglos XIV y XV conservados en el Archivo Capitular de Barcelona.
El obispo de Barcelona Frodoino localizó el sepulcro con los restos de la mártir en las
afueras de la ciudad y los expuso al público por espacio de ocho días. En ese tiempo,
uno de los clérigos que guardaba el cuerpo robó el hueso de un dedo, pues las
reliquias de los santos estaban muy cotizadas y se pagaban a buen precio.
La ciudad organizó una procesión para recibir las reliquias de Santa Eulalia y
trasladarlas a la catedral de Barcelona. Sus restos fueron depositados en una capilla
hasta la construcción de la nueva catedral en el siglo XI. Durante el traslado, a medida
que se acercaban a las murallas, las reliquias pesaban cada vez más. Al llegar a la
puerta de entrada, un ángel bajó del cielo y señaló al clérigo que había robado el
dedo, el cual no tuvo más remedio que confesar sus actos y devolver la reliquia. Santa
Eulalia no quería entrar mutilada a la ciudad de la que sería patrona. Actualmente, la
plaza de Barcelona donde sucedieron los hechos es conocida como la plaza del
Ángel, justo delante de una de las puertas de entrada a la antigua ciudad romana.
blancas, el mismo número que los años que tenía Eulalia cuando fue martirizada.
Otra leyenda de finales del siglo IX atribuía al obispo Nicetas de Monembasia, en
el Peloponeso, el hallazgo de las reliquias de Santa Eulalia de Barcelona dentro de un
sarcófago en las playas de la isla de Creta. El texto de la leyenda fue encontrado en
un manuscrito árabe del siglo X, conservado en la Biblioteca Nacional de París. Su
contenido es falso, pero tiene vital importancia por ser un ejemplo de la expansión y
culto a Santa Eulalia de Barcelona fuera de la península Ibérica.
Demostrar la existencia de Santa Eulalia de Barcelona y la veracidad histórica de
los hechos de su vida es difícil debido a la falta de fuentes de información entre los
siglos IV y VII. Lo que sí podemos constatar es la realidad de su culto como santa a
partir del siglo VI y la celebración de su festividad el día 12 de febrero, fecha que
actualmente aún se mantiene.
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