Una vez hubo mucha hambre en todo el país. Entonces la araña salió del matorral, con su cría, para buscar nueces al pie de una antigua muralla. Pasaron muchas semanas sin encontrar nada; al fin, la araña joven encontró una nuez. Llena de alegría, la parte; pero ocurre que se le cae de la mano y rueda hasta la madriguera de una rata. La araña joven no quiere perder el botín, y desciende a la madriguera de la rata en busca de la nuez perdida.
Entonces se le presentan tres espíritus: uno blanco, uno colorado y uno negro, tres espíritus que desde la creación del mundo no se han lavado, no se han rasurado nunca la barba. Y le dicen:
—¿Adónde vas? ¿Qué buscas?
Entonces la araña joven les cuenta su desgracia y les dice que ha venido a la madriguera de la rata en busca de la nuez perdida.
Los tres espíritus le dicen:
—¡Y te expones tanto por una nuez!
Entonces desentierran unos yams y le dan cantidad de ellos, diciendo:
—Descorteza estos yams, coce las mondaduras; pero no tires lo bueno…
La araña joven obedece, prepara las mondaduras y sucede que se transforman en yams enormes.
La araña joven permanece allí tres días y se pone muy gorda.
Al cuarto día pide permiso a los espíritus para llevar algunos de aquellos preciosos yams a sus compañeros de infortunio. Los espíritus se lo consienten y la despiden con un gran canasto lleno de yams.
La acompañan una parte del camino y, antes de separarse, le dicen:
—Tú eres ahora amiga nuestra, y por eso vamos a comunicarte una cosa. Queremos enseñarte una máxima; pero no se la reveles a nadie. —Y entonces comienzan—:
¡Espíritu blanco, hoho!
¡Espíritu rojo, hoho!
¡Espíritu negro, hoho!
Si me pisoteasen la cabeza,
¿qué me sucedería?
Tira la cabeza,
tira el pie,
tira la cabeza.
Has ofendido al gran fetiche.
Así cantan los espíritus; después se separan de la araña.
Cuando esta llega a su casa y enseña los yams, su padre convoca a todos los amigos, y cada cual manifiesta su alegría. Todos comen con gran placer de los yams recién traídos, y todos se ponen muy gordos. Entonces la araña joven vuelve a menudo a la madriguera de la rata, habitada por los espíritus que nunca se han lavado, y renueva sin cesar la provisión de yams.
Un día, el padre de la araña joven desea acompañarla. Pero ella no quiere ni oír hablar de eso. Su padre, nada juicioso, persiste en su propósito. De noche, mientras la araña joven duerme, le hace un agujero en el canasto y lo llena de ceniza. Cuando a la mañana siguiente emprende el viaje con el canasto agujereado, su padre sigue secretamente el camino señalado por la ceniza. La alcanzó delante de la ciudad.
—Bueno —dice la araña joven—, veo que quieres ir en mi lugar. Muy bien, ve tú; yo regreso. Pero cuídate, padre, de hablar demasiado y no te las des de listo.
Entonces la araña joven se va. Pero su padre le grita:
—¡Que la pases bien!
Y entra, sin más rodeos, en la madriguera de la rata.
Entonces los espíritus salen a su encuentro y le preguntan qué desea. Al verlos, el padre rompe a reír y exclama:
—¡Oh, estos locos no se han lavado nunca! Vengan acá.
¿Quieren que les recorte maleza de las barbas?
—¿Pretendes enseñarnos a vivir? —exclamaron los espíritus—. Ante todo, ¿qué buscas aquí?
Entonces el padre de la araña les dice que ha venido en busca de yams para sí y sus compañeros.
Los espíritus se los traen y le dicen:
—Pélalos y coce las mondaduras.
El padre de la araña se echa a reír, y piensa: «Sería una verdadera tontería». Pone los yams a la lumbre; pero no dan nada.
Al fin, sigue el consejo de los espíritus y pone a la lumbre, no los yams, sino las mondaduras, que se transforman al punto en magníficos frutos.
Pasado algún tiempo, el padre de la araña dice:
—Quiero marcharme.
Entonces los espíritus le dan un gran cesto lleno de yams, lo acompañan una parte del camino y, antes de separarse, le enseñan la máxima que ya habían enseñado a la araña joven, pero recomendándole que no la cante nunca. Pero enseguida el padre de la araña se pone a cantar a grito pelado, y, como los espíritus permanecen callados, se imagina que no han hecho más que murmurar alguna antigua canción de su patria.
Apenas sale de la madriguera vuelve a cantar en voz alta:
¡Espíritu blanco, hoho!
¡Espíritu rojo, hoho!
¡Espíritu negro, hoho!
Si me pisoteasen la cabeza,
¿qué me sucedería?
Tira la cabeza,
tira el pie,
tira la cabeza.
Has ofendido al gran fetiche.
Al punto le acomete un dolor violeto. El padre de la araña se derrumba como si le hubieran cortado la cabeza, las piernas y las manos. Pero prosigue la canción. Llenos de compasión, los espíritus, lo despiertan de aquella pesadilla. Pero él se pone otra vez a cantar. Entonces cae con ese ensueño aterrador ante los ojos.
Los espíritus lo despiertan de nuevo. Pero, cuando comienza por tercera vez la canción prohibida, los espíritus le quitan los yams y le pegan, le pegan.
Al principio, cuando la araña regresó, los habitantes de la ciudad se regocijaron mucho; pero, al enterarse de su aventura, la expulsaron, irritados-
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