Bajo la vigilante y amorosa guía de Mime, Sigfrido crecía cada día más hermoso y más fuerte. El enano le había enseñado una porción de cosas útiles : sabía distinguir las hierbas y toda clase de piedras , sabía trabajar el hierro y el oro...Pero el mayor placer del jovenzuelo era correr libremente por el bosque, en rivalidad con el viento, cazar pajarillos, enfrentarse con lobos y osos vagabundos, vencerles y arrastrarles luego atados por el cuello, hasta la cabaña de Mime. Su más ardiente deseo era poseer una espada.
Y en efecto, el enano trabajaba día y noche, forjando espadas, pero con un golpe leve de sus poderosos brazos, Sigfrido las destrozaba todas en un momento: ninguna espada era bastante buena para él, ninguna podía resistir la extraordinaria fuerza del muchacho .Entonces Mime pensó unir los dos trozos de la espada Dolor que Siglinda le había confiado antes de morir. Tal vez sería aquélla precisamente la espada que Sigfrido necesitaba. Pero no consiguió soldar los dos pedazos. No querían unirse, y al primer golpe, volvían a romperse.
Un día, al atardecer, cuando el enano cansado del trabajo, se hallaba a la puerta de su cabaña, esperando a Sigfrido, vio de pronto, a su lado, a un extraño mendigo que le miraba con ojos destellantes.
-¿Qué quieres de mi?- le preguntó Mime de mal talante. Vete.
-Sin embargo...-Empezó a decir el mendigo, con una voz dulcísima. Sin embargo, yo podría decirte muchas cosas...Sé, por ejemplo, que te afanas inútilmente en unir los dos trozos de la espada dolor; sé que quieres armar con ella a Sigfrido para que mate a Fafner, el dragón, y poder de este modo apoderarte del tesoro de los nibelungos...
Al oír estas palabras Mime se tornó pálido como la cera; pero el mendigo , no hizo caso y continuó:
-Y sé también quién podría de nuevo soldar la espada encantada.
-¿Quién?¿Quién?-Pregunto Mime.
-Sólo aquel que no sepa que es el miedo, podrá conseguirlo.
Y diciendo esto , el misterioso mendigo desapareció, mientras un trueno terrible y lejano, retumbaba en todo el valle del Rhin. En tanto Mime pensaba: “¿Cómo puedo ser entonces yo quien una la espada, si siempre tiemblo de miedo?”.En aquel momento se oyó la voz de Sigfrido diciendo:
-¡!Mime, Mime! ¿Tienes ya la espada? Quiero mi espada.¿Cómo?¿No la has conseguido todavía? Vamos, dámela a mí; yo la arreglaré.
Y tomando de manos de Mime los dos trozos de la espada, las arrojó en el crisol, reanimó el fuego e hizo fundir el metal. Sigfrido había comprendido que no era posible soldar los dos pedazos, sino que era precio fundirlos y forjar con la espada rota, una nueva. Cuando ésta salió finalmente de las manos del joven, Sigfrido quiso probarla inmediatamente: la cogió y blandiéndola en el aire, descargó un golpe en el yunque y éste se partió en dos.
-¡Mira, Mime!- gritó entonces Sigfrido, fuera de sí de la alegría .Por fin tengo una espada. Pronto, lévame frente al dragón.
Al amanecer del día siguiente. Sigfrido y Mime abandonaron la cabaña. El bosque se hallaba todavía sumergido en las sombras de la noche y apenas se oía alguno que otro pajarillo madrugador. Un jilguero siguió a los dos hombres, saltando y volando de rama en rama, y parecía que con su canto, quisiera hablar y revelarle a Sigfrido muchas cosas.¿Qué querría decirle el pajarillo? ¿Cómo comprender su lenguaje? Llegaron, por fin, a la cueva donde se hallaba oculto el tesoro de los nibelungos. El enorme dragón Fafner, se hallaba allí, a la entrada de la cueva, vigilante y terrible. Mime, que sentía terror con sólo nombrarlo, se mantuvo aparte; pero Sigfrido se lanzó resueltamente contra el monstruo , que ya empezaba amenazador a mover su horrible cola, preparándose para el asalto y se irguió sobre las patas posteriores para arrojarse sobre el muchacho. Era lo que Sigfrido esperaba para lanzar con todas sus fuerzas la terrible espada contra el pecho descubierto del dragón, hiriéndole en el corazón; luego, de un salto, se hizo rápidamente a un lado enseguida. Pues con un rugido tremendo , Fafner cayó a tierra, como una avalancha y de su enorme corpachón salieron grandes chorros de sangre. Arañó con sus enormes uñas la tierra, se retorció convulsionándose y por último, quedó inmóvil en el suelo, muerto.
Sigfrido se acercó para recuperar su espada, y al arrancarla de la herida, una gota de sangre mojó sus labios. Ahora bien, es cosa sabida que si la sangre de un dragón llega a tocar los labios de un ser humano, el afortunado llegará a comprender el lenguaje de los pájaros. Y, en efecto, Sigfrido, entendió lo que el jilguero quería decirle con su canto:
-Sigfrido, entra en la cueva de los nibelungos y encontrarás en ella oro y piedras preciosas en abundancia; pero mucho más precioso que todo esto, es el yelmo que transforma a las personas y el anillo que proporciona, al que lo lleva, todo lo que desea. Escucha mi consejo, sin embargo: desconfía de Mime que es un traidor y te quiere matar para apoderarse de todas estas cosas.
Sigfrido corrió a la cueva y allí encontró grandes cofres repletos de oro. Arcas rebosantes de maravillosas joyas.
Sin apenas mirarlas, Sigfrido se apresuró a coger el yelmo y el anillo. Luego, fue al encuentro de Mime. El enano estaba acechándole y apenas le vio se lanzó sobre él con un enorme cuchillo para matarle; pero con un golpe feroz de su espada, Sigfrido partió en dos la cabeza del desdichado enano. En tanto, el pajarillo volvió a hablar:
-Báñate ahora en la sangre del dragón , Sigfrido y serás invulnerable. Ninguna espada podrá ya nunca penetrar tu carne.
Sigfrido obedeció a su amigo; se desnudó y se sumergió en la sangre de Fafner que formaba un enorme charco en el suelo. En aquel momento, una hoja de tilo se desprendió de la rama y fue a caer justamente en el medio de la espalda del héroe: de modo que aquel punto del cuerpo que no pudo ser bañado por la sangre dl Dragón quedo vulnerable.
-El jilguero continuó :
-Lejos de aquí se eleva una alta montaña, coronada de fuego sígueme, y te conduciré hasta ella. Una vez allí, atraviesa sin miedo las llamas y encontrarás a la que ha de ser tu esposa.
Sigfrido obedeció una vez más.¿Cómo no obedecer, al sabio pajarillo? Con saltos y revoloteos el pajarillo le predecía, sirviéndole de guía. Llegaron así a la cima de un monte, en el que brillaba un gran incendio. Las llamas altísimas, llegaban casi al cielo; pero el héroe, sin miedo ninguno, se lanzó en medio de ellas, y las cruzó...Al otro lado, había un prado muy verde y una gran paz de paraíso. En medio del pardo, se hallaba tendido un guerrero. ¿Quién sería? ¿Y porqué estaba en aquella posición? ¿Se hallaba muerto o herido? El joven liberó la cabeza del guerrero del pesado yelmo y sólo entonces ,se dio cuenta de que era una hermosa joven, de largos y sedosos cabellos negros.
Era la valquiria Brunilda, a quien el dios Wotan había dejado allí dormida, muchos años antes, en castigo por su desobediencia. Cuando la joven abrió los ojos, miró largo rato a Sigfrido; luego exclamó:
-¿Quién eres, hermoso héroe, y cómo has osado atravesar la muralla de fuego?
Sigfrido callaba, deslumbrado ante tanta belleza, por último, cuando fue capaz de articular alguna palabra, dijo su nombre y narró, en breves palabras, su historia.
-Entonces, gloria a ti ¡Oh héroe que me habías sido prometido!- añadió la valkiria. Has despreciado el peligro y eres, por eso, digno de que yo sea tu esposa. Sigfrido no llegaba a convencerse de que se había ganado una esposa tan bella. Quitó de su dedo el mágico anillo y lo puso en el dedo de Brunilda, en prenda de amor eterno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario