Erase una vez un juglar que iba de pueblo en pueblo tratando de ganar algunas monedas para gastarlas en la taberna bebiendo o jugando a los dados. Eran éstos sus dos vicios dominantes por lo que, cuando el juglar murió, vino el diablo a tomar su alma y se la llevó a los profundos infiernos.
Un día los demonios decidieron hacer una gran expedición a la tierra a la conquista de las almas, y al partir dejaron al pobre juglar de guardia en el infierno. Este se sentó junto al fuego y no tardo en dormirse. Pero, de improviso, se sintió sacudido por un hombre y despertándose, vio a un anciano de larga barba blanca que le dijo:
-¿Quieres que juguemos a los dados? Yo apostare una bolsa llena de monedas de oro y tu, que nada posees, pondrás contra mi oro las almas del infierno.¿Aceptas?
Despertando en el juglar el vicio del juego, no se hizo rogar y acepto con entusiasmo la proposición del desconocido. Permanecieron sentados ante la mesa toda la noche, pero el juego no fue favorable al juglar, que no logró ganar ni una sola moneda , mientras su compañero que vencía a cada apuesta, se fue al amanecer llevándose todas las almas del infierno.
Cuando los diablos volvieron al reino de las tinieblas, encontraron la inmensa caverna absolutamente desierta y el fuego apagado. Su cólera fue indescriptible y Satanás , fuera de sí, arrojó del infierno al culpable. No sabiendo a dónde ir , éste se dirigió a las puertas del Paraíso. Allí acudió a abrirle San Pedro , pero ¡ Cual no seria el asombro del juglar al reconocer en el Gran portero a su compañero de juego de la noche anterior!¡Únicamente que el rostro del viejo mostràbase ahora majestuoso y sereno y entorno a su cabeza brillaba una aureola luminosa !El pobre cayó de rodillas ante el santo que, abriendo para él la puerta de luz, le hizo entrar en el reino de los cielos, donde le aguardaban cánticos y gozos sin fin.
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